Estamos de nuevo ante el cuadro conocido previo a cada una de las justas electorales realizadas durante el proceso revolucionario bolivariano, las cuales se van tornando incontables, pese a lo cual niegan el carácter democrático del Gobierno los mismos que tenían como exclusiva condición de su democracia la realización quinquenal de elecciones, siempre bajo controles cupulares y con actas matavotos y otras jugadas de estilo. Niegan ese carácter y, por supuesto, con ello crean la base para negarlo todo. Sólo que, hoy por hoy, en nuestro país lo que define aquel es la progresiva participación protagónica del pueblo en la cosa pública, sus avances en unidad, organización y conciencia, su sistemática recuperación del poder soberano que le es consustancial y que imperios, oligarquías y gobiernos mandaderos le habían mediatizado. Las elecciones, blindadas como las que más en el mundo y en creciente búsqueda de su mayor autenticidad como expresión de la voluntad colectiva --aunque igualmente pasto de los satanizadores--, son un elemento importante pero no el signo único del ejercicio democrático. El empoderamiento popular es un desarrollo indetenible, porque, como ha dicho Fidel y conocemos por boca del presidente Chávez, “ya el genio se salió de la botella”.
Igual que en las ocasiones precedentes la oposición juega a los dos planes archisabidos, aunque es dable ver, y justo reconocer, un ascenso en el sector que trata de zafarse del fascismo. Claro, la compañía con la que ha caminado tanto tiempo no ha sido inocua y su huella puede vislumbrarse a cada paso. ¿Hasta dónde tal sector podrá mantener su autonomía? Porque el plan B está moviendo sus peones inquietantes, ahora bajo el apremio de la salida de escena del señor Bush, quien fue puesto allí para asegurarle al “poder invisible” que el XXI sea “un nuevo siglo americano”, y las cuentas que entrega, en medio de una orgía de sangre, bandidaje, latrocinio, violación de derechos ajenos y cercenamiento de los de sus propios conciudadanos, son las de que el imperio hace aguas por todos lados y en forma que parece incontenible. La desesperación de ese césar sin cerebro pero con perversión ilimitada, lo lleva a querer llevarse consigo, entre otros huesos duros, a la revolución bolivariana.
Los titulares catastróficos, la exageración morbosa de los males reales existentes y el ocultamiento de las medidas con que se procura enfrentarlos, el obsceno invento de otros, el invariable sesgo de la noticia, la tergiversación y falsificación de acciones y de políticas y la sistematización de la calumnia, la imagen siempre en negativo del Presidente, la censura hermética sobre todo éxito del Gobierno y del propio país y en cambio la exaltación de todo lo gringo, lo “uribe” y lo extranjero antinacional y antichávez, la creación de un clima de temor y zozobra, son la pauta de los medios digitados, tanto los de adentro como los de afuera, convertidos en la artillería de la agresión imperial; las manifestaciones descontroladas por cualquier motivo cierto o inventado, la preparación para soltar los efebos amaestrados luego de las vacaciones escolares, así como para generar protestas de transportistas y diversos gremios, a veces con fondo legítimo pero en todos los casos con trasfondo “pacífico” que clama por “un muerto”, los paramilitares contratados con la intención de desencadenar cuando se pulse el botón todo su potencial de violencia, los intentos de “pesca” en los cuarteles, el uso de algún oficial militar rezagado y ahora el ex general Baduel llamando al golpe o al magnicidio y --juzgando por su propia condición-- pretendiendo ser víctima de amenaza mortal del Presidente, constituyen el despliegue de la ofensiva. Baduel, mostrando el odio frío del maquinador que vio sus cálculos frustrados (se había mimetizado con el fin de ser en esta ocasión Gobernador de Aragua y luego el sucesor en Miraflores), persigue el nicho vacío del liderazgo opositor. Un día más y un día menos suman cero días, señor ex general: ¿no será eso la duración de su liderazgo?
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