Hace unos días un amigo me dijo que ya nadie se acordaba de lo difícil que fueron los días de diciembre del año pasado. Yo le dije: claro que sí se acuerdan, vale. Pero era cierto, porque hasta hoy 31 fue cuando recordé mis peripecias decembrinas del 2002. Imperdonable no compartir aquellas “aventuras”.
Tengo un carrito desde abril del año 2001. Un corsa cuatro puertas, automático, que por aquella época se conocía como el chavito. Lo cierto es que el chavito no me ha salido tan bueno. Como a los tres meses se le esperoló la bobina. Casi me deja a las 10 de la noche en plena Libertador en compañía de mi hija Maria Victoria. Luego de eso choqué dos veces. Sí, el chavito no tuvo la culpa pero choqué dos veces. Y finalmente en diciembre del año pasado empezó con un ruidito infernal (como una campanita chillona) que parecía venir de la caja.
Por el ruidito y por decisión familiar de ahorro energético el carrito permaneció parado para tener combustible y poder irnos de viaje a Altagracia de Orituco, pueblo conocido como la cuna del talento. Mientras, nos movimos en el carrito de César, mi esposo. Nuestra vida transcurrió casi normal pues el colegio que le tocó en suerte a mi hija permaneció abierto siempre. Ya había pasado el 24
(que ese año me tocaba pasar en el 23 de enero, en casa de mi suegra) y se acercaba peligrosamente el 31 que debíamos pasar en Altagracia.
Lo cierto es que salí a buscar un mecánico que me dijera que vaina era el ruidito. Para poder viajar como buen caraqueño con familia en el interior de la república. Busqué y conseguí uno que me dijo que era un problema de la caja. Bueno, ya a estas alturas mi esposo se había pronunciado en contra de cualquier intervención mecánica, pues el tipo me cobraba 800 mil bolos por arreglar la caja: usted sabe, el paro. En dos días está listo seño! ra. No s e preocupe.
En contra de la voluntad del César como ya dije, me lancé por aquel callejón. Y dejé el carro dos días en manos de un mecánico desconocido que dijo ser del Táchira y venezolano.
Hasta aquí todo bien. Perfecto. El carrito me lo entregó el mecánico el día convenido sin ruido de campanitas. Lo único raro que le noté al carrito fue que el motor sonaba “distinto”. Como si no tuviera silenciador. Y se lo comenté al mecánico que se hizo el loco, pues yo se lo dije por lo menos tres veces, en un recorrido que el mismo me obligó a hacer por la parroquia. El muy cínico.
Fui a la cuna del talento y vine. Con paro y todo. La pasé bien. Chévere. Incluso me sentí feliz por viajar, por darle trabajo a un mecánico, por todo. Una chavista feliz derrotando al paro golpista. Lo bueno vino lueguito. Un mes después, cuando el paro se desvaneció sin que nadie lo decretara, llevo mi carrito a “hacerle el servicio”. Ahí yo le comento a los tipos que el carrito está sonando raro. Les
cuento que le hicieron la caja y me marcho. Cuando llego unas horas más tarde veo a uno de los tipos muy serio y me dice: la estábamos esperando, venga por aquí. Señora le robaron el catalizador. Fíjese le pusieron un tubo, aquí y aquí, además… la caja está intacta.
¡Feliz año 2004!
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