Ningún imperio se construye sobre la justicia social. Ningún imperio puede
fundarse en el amor a los pobres, a los desposeídos. Por el contrario
está soportado sobre los cadáveres e los explotados, y su sistema es el
engaño, la amenaza, el crimen y la más perversa dominación. Cuando el 12
de enero del 2004, George Bush asiste a la Cumbre de las Américas en
Monterrey, es el rey de la oscuridad y del crimen en la tierra. Para
cumplir con las normas del protocolo imperial, a quien le compete
inaugurarla es al pinochetista, Presidente Lagos, de Chile (hijo
predilecto de la CIA). EE UU es el que ordena el menú y hace los platos.
EE UU no da punta sin dedal, y no está allí para perder el tiempo ni
hacérselo perder al FMI; todo deber girar y hacerse según sus reglas,
según sus normas, aunque las focas que se tongoneen a su lado, suplicando
una sardinita, aparenten sugerir que sus danzas son espontáneas.
El director de orquesta exige que a quienes él ha puesto en su cargo para
que bailen el son que él les toca (a excepción de Hugo Chávez, Lula da
Silva y Néstor Kirchner) cumplan con los compromisos adquiridos con el
State Departament. Digan “amen”. A excepción de estos tres Presidentes,
todo los demás fueron colocados allí por la banca internacional, es decir
por la CIA. Tienen que portarse bien: Toledo toleteado, Lucio deslucido,
Centroamérica sin centro ni autoridad para expresarse por sí misma. El
peor papel lo hizo el Lago de las injusticias contra Bolivia.
Bush estaba en el centro de la gran fila de los principales asistentes,
ante las cámaras de las principales cadenas televisivas que le enfocaban,
como el máximo padrote, en plan de reelección, y preguntándole a las
“pequeñas criaturas” allí presentes, que qué tal les había quedado el
hocico con su plan de volver a la Luna y ahora, de colocar una base
espacial en Marte.
A su lado estaba el Presidente Kirchner, y le seguía Vicente Fox el
anfitrión. Fox, el neoliberal (el Gustavo Cisneros de México, ex
Presidente de la Pepsi-Cola) y segundón de Bush en América Latina. Con
mucha cara y poca vergüenza. Ante esa mayúscula y extraordinaria
representación de Presidentes Latinoamericanos, a quien se escoge para que
inicie los discursos es al míster Bush. Qué indignidad.
Mientras Bush está allí hablando arden los campos petroleros en Irak, y
las casas de este pobre pueblo son allanadas, incendiadas y arrasadas. Hoy
en Irak el desempleo es de un 80%, gracias a la invasión de los yanquis.
Mientras Bush habla de su “democracia” y de la necesidad del ALCA para
nuestros pueblos y para nuestros muertos, los malditos marines trituran,
mutilan e incineran niños en Irak y en Afganistán, y la CIA continúa
desestabilizando gobiernos en todo el mundo. Mientras Bush se permite, con
su vulgar caradurismo, atacar al pueblo querido de Cuba (y celebra que no
esté representado allí con sus pueblos hemanos), excluido por su orden y
por la de sus banqueros y mafiosos, hay centenares de presos en los
campos de concentración de Guantánamo que no tienen derecho alguno a la
defensa. El padrote planetario, padre, hijo y albacea de la CIA, la
agencia que es culpable de provocar seis millones de muertos en nuestro
planeta (según lo denunciado por el ex-funcionario del Departamento de
Estado, William Blum). El padre, hijo y espíritu santo que reclutó a miles
de criminales nazis después de la Segunda Guerra Mundial para que luego
fuesen agentes encubiertos de la CIA, allí hablando como el gran rector de
los derechos humanos en la tierra. El padre, hijo y espíritu santo del
mayor monstruo nazi en Lyon (Francia), Klaus Barnie, jefe allí de la
GESTAPO, durante la Resistencia Francesa. Barbie el gran torturador,
condenado a muerte (en ausencia) por un tribunal francés, pero que
resultaba, nadie lo sabía sino el Departamento de Estado, era agente de la
CIA (cobrando 1.700 $ mensuales), protegido por el gran imperio: así
estuvo durante tres décadas, por órdenes de EE UU, refugiado y muy bien
atendido en Bolivia (y cumpliendo los mandatos del Norte, quitando y
poniendo gobiernos en este país). De modo que ese grandísimo asesino de
Bush, como si nada, como un héroe, como un prominente santo y estadista
estaba en la Cumbre de las Américas como el supremo de todos los supremos
y además irritado contra Venezuela. Estaba indignado, petulante, con su
andar cambembo y agitando ligeramente las manos, los hombros, como un
boxeador que creer haber noqueado a sus oponentes (y entonces se pasea
imbatible por el cuadrilátero). Y lo aplaudieron. Todos lo aplaudieron.
Había que aplaudirlo.
Y aplaudieron como si estuviesen en la época del Panamericanismo, esa vil
parapeto de lacayos confeccionados por EE UU, a finales del siglo XIX. Las
cumbres latinoamericanas y la OEA son teatros armados por el Tío Sam. En
el pasado sirvieron para justificar intervenciones en Cuba, Guatemala,
Haití, República Dominicana, Nicaragua, El Salvador, hoy sirven para
imponernos el ALCA.
¡Coño, hasta cuándo nos calamos el vil garrote de los Ted Roosevelt!