El asunto de la política (sobre todo el de las nuevas corrientes del pensamiento, como el «antichavismo», por ejemplo) no es algo tan fácil como algunos irresponsables quieren hacer ver. Se necesita una guía que delimite, por lo menos, el nivel y la categoría de quien la ejerce.
Si usted es una persona que supone que todo lo que hace es correcto (incluido comerse los semáforos a cada rato, pagar sobornos a los funcionarios de las aduanas para que le dejen pasar lo que usted quiera, hacer trampa en la declaración del impuesto sobre la renta, faltar a su trabajo cuando se le antoje con el cuento de que está enfermo, etc.) y piensa que todo, absolutamente todo, lo que hace el presidente Chávez es inconstitucional, usted es un «antichavista de primer nivel».
Si los argumentos antigobierneros que formulan su suegra, sus vecinas más iletradas y la conserje de su edificio, le resultan más juiciosos que los que dicta su propio sentido común (por ejemplo en lo referente al diablo que ellas dicen que Chávez tiene metido por dentro), entonces ya usted no es tan de bajo nivel, sino que, por el contrario, adquiere un rango de «antichavista de avanzada».
Si es de los que se sientan a beber whisky 18 años cada tres días en los lujosos restaurantes de las decenas de nuevos centros comerciales que se han construido en todo el país durante el gobierno de Chávez, para disertar profundamente sobre la supuesta crisis económica que hay en Venezuela, usted ya es un «antichavista raspa pa’lante».
Si, además de todo eso, considera que a todo lo que hace la oposición puede atribuírsele el calificativo de «éxito» (o, a la mejor usanza partidocrática: «Extraordinario logro»), usted entonces puede ubicarse en el rango de «antichavista sublime».
Si, mucho más allá de todo lo anterior, asiste usted todavía a las «noches de los viernes» de la Plaza Francia de Altamira y suelta llantos legítimos por el degollamiento de la virgen pequeñita que antes había ahí, usted es un «antichavista insigne».
Si se encuentra usted en el rango de quienes todavía a estas alturas piensa que un paro que no afecta sino a sus propios promotores (clase media, comerciantes, empleados de PDVSA, etc.) es una idea brillante y un gran paso en la consolidación de la democracia, entonces ya usted es un «antichavista de fondo».
Si piensa también, por ejemplo, que alfabetizar a los analfabetas, asistir a los enfermos de los barrios, conseguir cupo universitario a los bachilleres sin esperanzas, dotar de créditos a los micro empresarios y de tierras a los productores del campo, es un gesto fascistoide de carácter populista (y, más aún, de adoctrinamiento comunista), usted es un «antichavista luminoso».
Si cree fervientemente que Marta Colomina es una mujer aunque sea medianamente inteligente y que Globovisión es el faro de Alejandría que asegura la libertad de los venezolanos, usted, sin lugar a equívocos, es un «antichavista summa cum laude».
Y si, por encima de todo eso, jura usted que los dirigentes de la oposición son gente honesta, de criterio, que sabe lo que hace y está seguro de que siempre le dicen la verdad, puede sentirse bien orgulloso porque ya usted, más que antichavista de cualquier otro tipo, ha llegado al nivel de verdadero pendejo.
Feliz año.
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