“Este sistema de vida que se ofrece como paraíso,
fundado en la explotación del prójimo
y en la aniquilación de la naturaleza,
es el que nos está enfermando el cuerpo,
nos está envenenando el alma
y nos está dejando sin mundo”
Eduardo Galeano
En Irak siguen muriendo personas inocentes. Y no por hambre, sino en agradecimiento a las balas del recién llegado. El ejército aliado invasor tiene casi un año allí. La resistencia iraquí ha soportado con estoicismo un enfrentamiento atípico y desigual. Niños, jóvenes, mujeres y ancianos integran la primera tragicomedia del Siglo XXI. Siempre ha existido este tipo de piezas teatrales. Algunos asisten porque quieren; otros, sin haber sido invitados. La vida de todos, y a cada instante, corre grave peligro. Los operadores políticos de esa estupidez llamada guerra, nunca arriesgan. Ha ocurrido así a lo largo de la historia. Unos ponen los muertos, y otros cobran las ganancias. Un barril de petróleo bien podría costar unos cuantos muertos. Un barril de petróleo termina intercambiado por varios de sangre.
Dólares por miles y por millones de miles están siendo empleados para destruir lo construido y, paradójicamente, reconstruir lo destruido. Los estrategas militares y sus testaferros económicos consideran necesarios estos enfrentamientos para mantener equilibrado el sistema de oferta y demanda. Para el gran capital no importan los asesinados. El capital es el dios del mercado: está por encima de los seres humanos. Entre nacer y morir no hay diferencias sustanciales. Si para mantener el “crecimiento sostenido y sustentable” del capital hace falta sacrificar unas cuantas vidas, cualquier precio resulta irrisorio.
Mientras en una parte del planeta se destruyen vidas, infraestructuras públicas, obras del patrimonio histórico mundial, nosotros –venezolanos todavía en crecimiento- nos sumergimos en discusiones inútiles. Nos interesa muy poco lo acontecido fuera de nuestra pequeña parcela. Los medios audiovisuales limitan sus “reflexiones” a programas como radio rochela, quién quiere ser millonario, la guerra de los sexos, sábado gigante y algunas telenovelas hechas por sonámbulos y ofrecidas -como única solución a los problemas mundanos- a conciencias fácilmente manipulables.
Sus “programas de opinión” son apologías de la banalidad. En ninguno existe intención real de suministrar información veraz y oportuna. No esclarecen panoramas; ni educan, ni forman ciudadanía. Muchas noticias acaban parcializadas hacia un solo sector, en detrimento de las transformaciones y los cambios urgentes en una sociedad que reclama ecuanimidad en quienes utilizan los medios para informar a las mayorías. Amén de la violencia vuelta cultura, gracias a las películas de Hollywood.
El periodismo, en términos generales, se ha trivializado. No interesan: Irak, Afganistán, Palestina, paramilitares colombianos, “daños colaterales”, desnutrición infantil, automóviles presentados como maravilla indispensable, ríos contaminados, aire irrespirable. De tantas realidades, ¿cuáles le importan a ese periodismo frívolo?
Los medios de comunicación controlados por las grandes corporaciones multinacionales dicen muy poco del deterioro ambiental y humano, al cual le está empujando obligatoriamente un “desarrollo” capitalista y globalizador. La guerra se ha vuelto un teleespectáculo. A este paso no llegaremos lejos. Si hoy somos capaces de asesinar cruelmente a miles de inocentes, por controlar el petróleo o cualquier otra forma de energía; dentro de poco lo haremos por el agua. ¿Por qué las grandes potencias no hacen un alto en su avance, se detienen, miran a su alrededor y reconsideran su visión del mundo?
Resultará más fácil permitirle el desarrollo a quienes todavía no lo han logrado, que seguir avanzando sin medida ni consideración alguna. La concentración de riqueza, el atesoramiento de bienes y grandes extensiones de tierra en pocas manos, generan irremediablemente más miseria y pobreza. En consecuencia, la violencia estará a la orden del día. La democracia tambalea; desaparecen los beneficios laborales con sindicatos incluidos; la justicia social brillará por su ausencia. Los conflictos aumentan. Aparecen los sistemas represivos. Y las guerrillas se multiplicarán en todas partes.
El cerco se estrecha y aprieta. El mundo, gracias a la expansión desmedida del capitalismo, corre directo al despeñadero. Y todos, sin exclusiones, caeremos en el infinito del tiempo y en el fondo de los abismos.
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