Un muro que es un arma

Israel: Una guerra no declarada

Prácticamente es un movimiento reflejo de los gobiernos pretextar problemas de seguridad cuando adoptan cualquier medida controvertida, a menudo, a modo de excusa para alguna otra cosa más. Nunca está de más un cuidadoso examen de esas medidas. La denominada valla de seguridad de Israel, que es objeto de una audiencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya que empezó ayer, es un ejemplo que viene al caso.

Pocas personas pondrían en duda el derecho de Israel a proteger a sus ciudadanos de atentados terroristas como el de ayer e incluso a erigir un muro de seguridad si éste fuera un medio adecuado.También está claro el lugar en el que habría que levantar un muro si la seguridad fuera la preocupación determinante: en el interior de Israel, dentro de la frontera internacionalmente reconocida, es decir, la Línea Verde establecida al término de la guerra de 1948-1949.

El muro podría ser entonces tan imponente como quisieran las autoridades; patrullado en sus dos lados por el Ejército, profusamente minado, impenetrable. Un muro así elevaría al máximo la seguridad y no daría lugar a protesta internacional alguna ni a infracción alguna de la legislación internacional.

Esta observación es fácil de entender. Si bien Gran Bretaña se ha puesto del lado de Estados Unidos en su oposición a la audiencia de La Haya, su ministro de Asuntos Exteriores, Jack Straw, ha escrito que el muro es «contrario a la ley». Otro representante del Ministerio, que ha inspeccionado la valla de seguridad, ha manifestado que debería levantarse sobre la Línea Verde o «de hecho, en el lado israelí de la Línea».

Una comisión de investigación del Parlamento británico ha hecho asimismo un llamamiento a que el muro se erija en territorio israelí y ha expresado su rechazo a esta barrera como parte de «una estrategia de sometimiento de la población», que califica de «deliberada» por parte israelí.

En realidad, lo que con este muro se está haciendo es apoderarse de territorios palestinos. Además, dentro de lo que el sociólogo israelí Baruch Kimmerling ha descrito como la guerra de «politicidio» de Israel contra los palestinos, está contribuyendo a convertir las poblaciones palestinas en recintos carcelarios, muy similares a los símbolos de libertad, soberanía y autodeterminación que representan los batustanes de Sudáfrica.

Ya antes de que se pusiera en marcha la construcción de esta barrera, Naciones Unidas habían calculado que, entre cerramientos, proyectos de infraestructura y asentamientos, los israelíes habían creado en Cisjordania 50 bolsas de palestinos aisladas entre sí. A medida que los planos del muro han ido saliendo a la luz, el Banco Mundial ha calculado que puede llegar a aislar a entre 250.000 y 300.000 palestinos, más del 10% de la población, y que puede llegar a anexionarse, por la vía de los hechos consumados, hasta un 10% del territorio de Cisjordania.

Por otra parte, cuando el Gobierno de Ariel Sharon hizo pública finalmente su propuesta de mapa, se vio con claridad que el muro iba a dividir Cisjordania en 16 enclaves aislados, que ocupan tan sólo un 42% del territorio de esa Cisjordania que Sharon previamente dijo que podía ser objeto de cesión a un Estado palestino.

El muro se ha apoderado ya de algunas de las tierras más fértiles de Cisjordania. Además, cosa que es crucial, amplía el control de Israel sobre recursos de agua importantísimos de los que Israel y sus colonos pueden apropiarse a su antojo mientras que la población indígena carece, con frecuencia, de agua para beber.

A los palestinos pillados entre medias del muro y la Línea Verde se les permitirá reclamar el derecho a vivir en sus propias casas; los israelíes tendrán derecho automáticamente a aprovechar estas tierras. «Camuflada bajo los argumentos sobre seguridad y bajo el lenguaje burocrático, aparentemente neutral, de las órdenes militares se encuentra la puerta de la expulsión», ha escrito el periodista israelí Amira Hass en el diario Haaretz. «Gota a gota, sin que se note, no tantas como para llamar la atención a escala internacional y conmocionar a la opinión pública».

Eso mismo puede aplicarse a los asesinatos regulares, al terrorismo y a las brutalidades y humillaciones diarias de los últimos 35 años de ocupación violenta en tanto se les entregaban las tierras y los recursos a unos colonos seducidos con generosas subvenciones.

Parece asimismo probable que Israel traslade a la Cisjordania ocupada a los 7.500 colonos que, según se ha anunciado este mes, van a ser retirados de la franja de Gaza. Estos israelíes disfrutan en la actualidad de grandes extensiones de tierras y de agua dulce, mientras que un millón de palestinos apenas si puede sobrevivir con las escasas aguas de que disponen, prácticamente inservibles.Gaza es una jaula y mientras la ciudad de Rafah (al sur) es objeto de demoliciones sistemáticas, a sus habitantes se les impide el contacto con Egipto y se les cierra el acceso por mar.

Es engañoso llamar a esto política israelí. Se trata de una política norteamericano-israelí, sólo posible gracias al incansable apoyo militar, económico y diplomático de EEUU a Israel. Así ha sido desde 1971 cuando, con el respaldo norteamericano, Israel rechazó una oferta de paz total de Egipto y prefirió la expansión a la seguridad. En 1976, EEUU vetó una resolución del Consejo de Seguridad [de la ONU] que instaba el establecimiento de dos estados de conformidad con un abrumador consenso internacional. La propuesta de dos estados cuenta en la actualidad con el apoyo de la mayoría de los norteamericanos y podría entrar en vigor de forma inmediata si así lo quisiera Washington.

Como mucho, la audiencia de La Haya concluirá con un fallo admonitorio en el sentido de que el muro es ilegal. Eso no cambiará nada.La posibilidad real de un acuerdo político (y de una vida decente para la población de esa parte del mundo) depende de EEUU.

* Noam Chomsky, profesor de Lingüística del Massachusetts Institute of Technology, es autor de Hegemonía o supervivencia: Estados Unidos en busca de la dominación del mundo.
The New York Times Op-Ed.


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