Puede que lo estén. A algunos incluso se les nota en el rostro. Tanto a los aparentes autores intelectuales como a los materiales. Puede que lo hagan por sed de poder, o de dinero, o por programación psicológica, pero aún así tendrían que tener ya su toque. Los ingenuos, si cabe el beneficio de la duda, puede que al principio actuaran movidos por una noble creencia, o por un miedo tan infundado como enorme. Quienes con toda certeza hoy deben exhibir en sus reuniones una risa que, como dice Héctor Lavoe, no es de loco, son los dueños de las marionetas. Ellos sí saben lo que hacen. Tienen calculado con frialdad métodos, costos y consecuencias. Puede que se equivoquen, pero lo hacen con toda racionalidad. La del que juega con vidas, capitales o ejércitos como con metras. Tienen estimado incluso el tiempo en que el país estaría sumido en dolor y tristeza, en caso de que se alcen con el ansiado botín. Por muy irracional que parezcan sus ejecutantes, y por más que el daño inmediato lo
resienta en primer término su propio sustrato social, político y electoral, los titiriteros sí saben lo que hacen. Ellos no están peleando por ganar unas elecciones, ni un referendo, sino por el poder real. Están en guerra y actúan en consecuencia. Por eso las encuestas los tiene sin cuidado. Así han actuado siempre que están en juego sus intereses. Por mucho menos han hecho cosas peores, aquí y un poco más lejos. El libreto es el mismo, pero corregido. Las vidas de chavistas y escuálidos no les importa. Es como la de shiítas y sunitas, serbios y croatas, árabes e israelíes, niños guerrilleros o niños paramilitares. El tiro les puede salir por la culata, pero por un barril de petróleo parecen dispuestos a todo. Se dicen amigos de unos, pero son enemigos de todos. ¿O es que alguien todavía lo duda?
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