El plebiscito victorioso del 15 de febrero causó alegría en todas partes del mundo. Se sabía que era un hito trascendente para la Revolución Bolivariana, y por eso la oposición al proceso de cambios que vive el país hizo todo lo posible para derrotar este proyecto que fortalecería a las fuerzas revolucionarias en Venezuela. La más firme convicción apostaba por el triunfo contundente, y así se obtuvo. Honor y gloria, pues, para el bravo pueblo venezolano que supo discernir entre la verdad y la mentira de tanta campaña sucia divulgada por los predominantes medios de comunicación privados.
Era la Revolución Bolivariana lo que se tenía y tiene que defender y preservar, y se logró en forma general que todos los revolucionarios venezolanos estuvieran donde se esperaba que debían estar, acompañando a su pueblo y haciendo lo que debían en su defensa. Así se probó la fuerza del Partido Unido Socialista de Venezuela, y así debe proseguir su marcha unitaria para los procesos futuros de profundización del proceso revolucionario, según anunciaba Chávez la noche de la victoria.
Es conocido que todo cambio lastima intereses, principalmente los ilegítimos de las oligarquías. Las revoluciones deben gestar cambios continuos para no quedar empantanadas en el lodo que sus enemigos lanzan en medio de su camino victorioso. Pero como expresó Chávez, Venezuela es una sola y todas las clases sociales son parte de ella y pueden vivir en armonía, siempre que se acepte que en la república reine la justicia social, la equidad y la libertad. Un proceso participativo, inclusivo y justo no daña derechos legítimos de nadie, y sí otorga derechos a las masas más preteridas de la nación en los anteriores regímenes.
Por eso fue lindo que los redimidos, la mayoría del pueblo venezolano, todos los hombres y mujeres que han sido alzados en hombros por la Revolución Bolivariana, impulsaran, a su vez, a la revolución para que pueda continuar su obra de redención humana, y disfrutaran el triunfo sanamente con la vista esperanzada fijada en los años futuros. Con ellos se ha contado y se contará en los próximos años de consagración de Chávez y de las fuerzas revolucionarias para convertir a Venezuela en un ejemplo de la política del socialismo del siglo XXI.
Si alguien se preguntara o no entendiera por qué el pueblo venezolano ama al Presidente Chávez y quiere que pueda proseguir al frente de los destinos del país, ya se le debe y puede responder que simplemente porque él ama al pueblo venezolano y ha demostrado que está dispuesto a morir por defenderlo. Su compromiso y su juramento de consagrarse o consumirse toda su vida por la defensa del pueblo y de la patria, así lo demuestra.
Por eso hoy las virtudes de los revolucionarios y del pueblo de Venezuela es fiel reflejo de las de su Presidente, Hugo Chávez.
Si los revolucionarios suaves o blandengues han sido siempre bien vistos por las clases privilegiadas, pues son tomados como burbujas de jabón y perecederas en el escenario político, los revolucionarios radicales y verdaderos son vistos con encono, resentimiento visceral y motivo para echar sobre ellos todas las vilezas inimaginables. Pero nunca podrán, cuando se trata de una revolución verdadera, divorciar al pueblo de sus líder y seguidores auténticos.
Todos los riesgos que puedan surgir en la marcha de la Revolución Bolivariana, es necesario saber dónde están para vencerlos. Chávez anunció algunos e insistió en la estrategia para derrotarlos y superarlos. El desarrollo de la obra revolucionario, en el estadio en que hoy está Venezuela, tiene que ser a marcha forzada y con pie firme en consecución de las metas que la realidad política y social requiere el país.
El voto que definió los destinos del país, no sólo para hoy sino para el futuro, no se descuidó y bastó para el triunfo. No obstante se requiere que ese 30 por ciento de abstenciones en la pasada elección sea rescatado para la participación activa en el futuro y ningún ciudadano pierda ese derecho por no ejercerlo. El voto por el sí reafirmó la voluntad de que se puede y se quiere mantener las conquistas y aspirar a mucho más en el futuro.
Ante el egoísmo de quienes quieren o quisieran anclar al país al pasado, azuzando miedos, hay que recordar una vez más que el egoísmo es la nota de los tiempos antiguos, es la mancha del mundo y ha alimentado las riquezas ventrudas de los enemigos de la revolución.
El pueblo venezolano, como hijo de Bolívar, debe tener presente que el humanismo y el desinterés, esa generosidad del alma pura, que ha demostrado el proceso revolucionario bolivariano, son el signo dominante de los tiempos nuevos que vivimos en Latinoamérica, y que para alcanzar esa meta definitivamente se requiere la unión de todas las fuerzas, lo cual significa hoy y siempre vida y victoria.
Hoy el camino de Venezuela está más despejado. La Revolución líder en Latinoamérica en estos momentos tiene fuerzas suficientes para labrar su propio destino y contribuir a la unidad y fortaleza del resto de los países de América Latina y del Caribe.