Se aproxima la Cumbre de Las Américas, a celebrarse del 17 al 19 de abril en Puerto España, Trinidad y Tobago, y crece la interrogante acerca de las propuestas que presentará Barak Obama a sus homólogos de América Latina y el Caribe que lo distancien claramente de su abominable antecesor.
Absorbido en los poco más de dos meses que lleva en el cargo por los demoledores efectos domésticos de la crisis económica internacional estallada en Wall Street y el pantano de dos guerras coloniales, el presidente estadunidense, que aunque es inteligente conoce poco el mundo, depende mucho en política exterior de sus colaboradores. Al sur de su frontera algunas posturas provocan dudas sobre la real voluntad de cambio de su administración. Son inquietantes los brulotes de Hillary Clinton contra Hugo Chávez y las actividades injerencistas de diplomáticos yanquis contra los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa, tres mandatarios muy respetados y populares en la región. También la insolente arremetida antimexicana.
Es un error fatal ilusionarse con que Obama pueda cambiar la esencia imperial del sistema pues aun si quisiera ni el enorme poder de su cargo se lo permitiría, pero cabría esperar que como al parecer intenta con Rusia e Irán, diseñe una proyección hacia sus vecinos a tono con la honda crisis de hegemonía de Estados Unidos y el nuevo clima político en su otrora traspatio, donde crece la conciencia política y la voluntad transformadora de los pueblos, numerosos gobiernos ya no le son incondicionales y se ha afianzado como nunca la unidad e integración. Washington parecería no comprender estos cambios, que Obama percibirá en la cumbre de Trinidad y Tobago. Así lo evidencian las declaraciones sobre Cuba de su vice Joseph Biden en la llamada Cumbre de Líderes Progresistas efectuada en Chile –extraño popurrí- como en la que sostuvo con presidentes y altos funcionarios de los gobiernos centroamericanos. Si de veras Obama quiere sostener un diálogo constructivo con sus homólogos del hemisferio, no basta que su administración intente una retórica más discreta en las formas que su belicosa antecesora si no los trata con el respeto que merecen los iguales.
Cuba no asistirá a la Cumbre de las Américas pues fue excluida en 1962 de la OEA, instrumento de la política imperial hasta hoy, que es su convocante. Pero ello no impedirá que allí se cuestione frontalmente su ausencia y la prolongación del criminal bloqueo, condenado reiteradamente por la abrumadora mayoría de los miembros de la ONU y, con especial énfasis, por la 1ª Cumbre de América Latina y el Caribe celebrada en Brasil en diciembre de 2008. La cálida acogida tributada entonces a Raúl Castro, incluyendo el ingreso de la isla en el Grupo de Río, dejó muy claro el sólido prestigio de que goza en el ámbito latino-caribeño. En lo que va de 2009 nueve jefes de Estado o gobierno de la región han visitado La Habana, mientras Costa Rica y El Salvador –este en la voz de su presidente electo Mauricio Funes-, los únicos que no lo habían hecho, han anunciado que restablecerán relaciones diplomáticas con ella.
Más allá de su impacto en la relación bilateral con Cuba no hay nada que Estados Unidos pueda hacer para crear confianza en un cambio de política hacia América Latina y el Caribe que no sea el levantamiento del bloqueo. El Legislativo de Washington ya dio un modesto paso en esa dirección al derogar el presupuesto que permitía restringir los viajes y las remesas de los cubanoamericanos –una promesa de Obama en campaña- y ya se han presentado iniciativas bipartidistas en ambas cámaras que eliminarían la inconstitucional prohibición a los estadunidenses de visitar Cuba y relajarían las severas limitaciones a la venta de productos a la isla. Quedan muy lejos del fin del bloqueo pero, de aprobarse y recibir la sanción de Obama, serían un avance en la dirección correcta.
No obstante, es el presidente quien lleva la voz cantante en política exterior y Obama ha despertado esperanzas que explican la expectación existente sobre su presencia en Puerto España. Se acerca para él la hora de la verdad. Sólo si anunciara medidas importantes encaminadas a normalizar las relaciones con Cuba logrará mitigar la amarga herencia dejada por Bush y otros gobiernos anteriores al sur de la frontera y abrir un nuevo capítulo en los vínculos con los vecinos del sur. Le quedan dos semanas para decidirlo.