Algunas voces de la derecha, recogidas específicamente por El Nacional, se han pronunciado contra la existencia del Museo de Arte Popular, en formación desde hace dos años y que ya cuenta con una importante colección.
Al parecer no carecen de quintacolumnistas en los propios predios institucionales.
Como quiera que, en cierto sentido, soy responsable de haber impulsado fuertemente la idea de un Museo Nacional de Arte Popular, quiero exponer y argumentar mi punto de vista.
Quienes se oponen, dicen que ese Museo no debería existir por dos razones básicas: Por una parte, porque el propio arte popular está cuestionado como concepto, pues que lo que hay son artistas. Unos buenos, otros regulares, otros malos. En segundo lugar porque, de esos artistas, los “buenos” ya estarían representados en la Galería de Arte Nacional y, entonces, ¿para qué crear otro museo?
Voy a referirme a esos dos argumentos pues hasta ahora todavía no he leído u oído ningún otro diferente. En realidad creo que, en el fondo, lo que demuestran es, una vez más, una irreductible visión de élite.
Comencemos preguntándonos si existe el Arte Popular.
Hay efectivamente quienes lo niegan.
Pero esto me recuerda a la anécdota de Diógenes el Can que, asistiendo a una lección de otro filósofo que decía que no existía el movimiento, simplemente se levantó y se puso a pasear.
Decimos nosotros: ¿No existe el movimiento? ¡Ah! ¡Y esto qué es?
¿No existe el Arte Popular? ¡Ah! ¿Y esto que está allí, que, en Venezuela, brilla con gran fulgor en toda partes, que tiene tal vitalidad, que recoge visiones y vivencias tan particulares, qué es? Eso a lo que, ciertamente, es tan difícil ponerle nombre, pero que es reconocible e importante porque nos salta por donde quiera, ¿qué es?
Ese arte tan relacionado con la comunidad y al mismo tiempo tan personalizado y que puede llegar a ser mucho menos monocorde que la mayoría del arte académico o culto (al cual tampoco sé como nombrarlo) ¿qué es?
No hay que ser flojo. Hay que estar atento, hay que buscar y procurar, pues el que busca encuentra. Yo insisto en que el Arte Popular, por llamarlo de alguna manera, está lleno de tantas sorpresas y de tal grado de creatividad auténtica, profunda, misteriosa a veces, insospechada, que es una fuente de emoción inagotable.
Pero además suele tener una relación con la geografía, con la vida en común, con la poética de lo cotidiano, con las manifestaciones culturales de la diversidad, que constituye, o puede constituir, al mismo tiempo que un aporte individual, un testimonio del espíritu colectivo de un lugar y un tiempo.
Entonces, si existe y si es tan rico, múltiple y vital, ¿por qué no mostrarlo en su especificidad? ¿Por qué no concederle un espacio propio? ¿Por qué tal mezquindad de la élite, que lo coloca en su casa pero no quiere mostrarlo en los ámbitos del reconocimiento?
Sopesemos ahora el otro argumento de la derecha, el de que los artistas populares “buenos” ya tienen su espacio en la Galería de Arte Nacional. He ahí, si cabe, un argumento más tramposo que el anterior.
Nos preguntamos. ¿Por qué puede haber espacios propios para la Estampa y el Diseño, o para el Arte Contemporáneo, o para Arturo Michelena, por nombrar tres casos reales, pero no para el Arte Popular? Es difícil entender esto. Tal argumentación nos llevaría, por reducción al absurdo, a la existencia de un único Museo: la Galería de Arte Nacional, pues, por definición, contendría todas las manifestaciones de arte que se produjesen en nuestro país. (O tal vez dos, diría alguien, para tener una Galería de Arte Internacional también).
¡Qué falta de sentido de las cosas! ¡Qué esquematismo el de la derecha y sus quintacolumnistas! Es evidente, sin mayor necesidad de explicación, que cuantos más museos, mejor para un país y para la cultura. Y que la Galería de Arte Nacional, lo que debería ser es el gran museo síntesis de todo nuestro espléndido universo artístico.
¿En el fondo de qué se trata? Se trata de que a la derecha le molesta que el pueblo inunde con su poder creador los espacios del arte reconocido. Se trata de impedir en los escenarios públicos del arte, la presencia viva de las clases populares y su capacidad de propuesta, salvo que sea filtrada en base a méritos bien individualizados y despojados de su sediciosa carga colectiva. Se trata de no reconocer, una vez más, que este pueblo está en revolución profunda.
Felizmente, ni siquiera vale la pena preocuparse. Porque nuestro pueblo, revolucionario, aprende y nos enseña cada día más. No se dejará desalojar de ningún ámbito conquistado.