Una vez más, el Presidente Hugo Chávez llamó la atención de todas y todos este 13 de abril de 2009, en razón del séptimo aniversario del rescate –por parte de las masas populares- del hilo constitucional que en mala hora fue temporalmente interrumpido por marionetas criollas del imperialismo gringo. Lo hizo en par de ocasiones: desde el Cuartel Cipriano Castro en primer lugar y luego desde la tribuna habilitada frente al Palacio de Miraflores, escenario de la movilización que humildes hombres y mujeres de la Patria protagonizaron hace siete años.
De nuevo, Chávez Frías aludió a la urgente profundización de la revolución y al entierro de los vicios que aunque son propios de estructuras del pasado, emergen aún hoy con vigencia alarmante. Y si el Presidente obliga a la retoma de estos principios, es sencilla y llanamente porque los mismos no han sido del todo asimilados por quienes están en el deber de hacerlo.
Está consciente el Primer Magistrado que buena parte de sus gerentes inmediatos evidencian una conducta poco ética y escasamente militante cuando de administrar recursos se trata; sabe que más de una remodelación de oficinas ha respondido más a la necedad de ministros o ministras que a necesidades reales; debe sospechar que la adquisición de equipos o ultra costosísimos mobiliarios fijos y rodantes han tenido como meta el favorecimiento de individualidades que con el cuento del uso de la boína roja pretenden apoderarse de un cuestionable derecho a amasar mal habida fortuna.
Es hora pues de que el gobierno, el alto gobierno, le haga caso al Presidente Hugo Chávez. No basta con decirse revolucionario. También hay que parecerlo y lo más importante: serlo.