Manuel Rosales lucía como todo un macho cuando, en aquel momento de gloria, frente a numerosos adeptos y jerarcas contrarrevolucionarios llegados a Maracaibo para insuflarle ánimos, espetó ante los medios sometidos a la feroz censura gubernamental el osado reto: “¡Chávez, eres un cobarde!”.
La bravata provocó una cerrada ovación retransmitida en vivo y en directo a toda la república y a otros territorios liberados, donde imperan el libre mercado y el debido proceso de enriquecimiento. De inmediato el paladín del Zulia, ex candidato del Comando de la Resistencia y otros grupos temerarios, hizo mutis y pasó a la clandestinidad.
La oposición quedó desconcertada. Cuando se disponían a librar la batalla del puente sobre el lago y defender centímetro a centímetro el puerto y el aeropuerto regionales, su líder máximo desapareció de la escena, dejando a la grey zuliana y al gobernador bisoño en la más triste orfandad.
Las razones para esconderse fueron tan diversas como lógicas. Primero transmitieron una grabación que contenía sus instrucciones para repartir relojes y sumas de dinero entre editores y aliados de alcurnia. Luego lo citaron a la Asamblea Nacional para humillarlo a base de preguntas capciosas. El Ministerio Público lo conminó a declarar en un tribunal de Maracaibo y de inmediato el proceso fue cambiado a Caracas para hacerlo sufrir más. Finalmente, en una misma noche, un vehículo siniestro pasó varias veces frente a su casa en actitud sospechosa, lo cual fue la gota que desbordó el vaso.
Sus consejeros le dijeron, como a Juan Charrasqueado: “Cuidate vos, que ya por ahí te andan buscando. Son muchos hombres y ni los paramilitares van impedir que te agarren”.
Él quiso afincarse en el Zulia, o sea, enconcharse en una de sus fincas, pero tarde o temprano podrían localizarlo. Fue entonces cuando se decidió que debía asilarse.
“Vos te vais y yo me lanzo para la alcaldía”, le comentó su esposa para consolarlo.
En Perú lo recibieron sin grandes muestras de alegría. Por lo pronto tiene visa de turista y puede visitar Machu Pichu y otras zonas del imperio donde reinaba aquel famoso mocho que llamaban el Manco Cápac.
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