Más de seiscientos ciudadanos iraquíes han sido asesinados brutalmente en un par de días en Faluja, 243 de ellos son niños y otros dos mil pobladores resultaron heridos gravemente por la operación yanqui de castigo. 600 cadáveres en una población de 600.000 habitantes.
Esta es, sin duda, la medicina de los poderosos para con los pueblos que no se someten. Una receta que indica que en este mundo ya no hay lugar para la racionalidad, porque así lo imponen los señores de la guerra, los Adelantados del fundamentalismo más antiguo, el más letal: el de Occidente.
Seiscientas vidas han quedado segadas tras los bombardeos. Cayeron despedazados tras las oleadas de aviones y tanques norteamericanos. Bajo las balas de la democracia pacificadora, allí, en Faluja. Niños descuartizados, jóvenes con su cuerpo hecho girones por las esquirlas de explosivos "inteligentes" y la brutalidad de la metralla. Decenas de fieles musulmanes achicharrados por las llamas provocadas por el napalm. ¿Cuál era su culpa?: rezar en una mezquita, que a la vista de los hombres de la nueva Cruzada fascista se convirtió en un objetivo militar.
Pensar es peligroso, rezar es peligroso, vivir es peligroso, allí, en Faluja
Hospitales alcanzados por los morteros de quienes abogan defender la libertad de los iraquíes, escuelas que han desaparecido del mapa, y la infraestructura de esta ciudad mártir, que acaba de ser destruida por completo.
No olvidarlo. Esta es la cultura que impone Occidente. Ayer, hoy y siempre.
Entre esos seiscientos cuerpos mutilados corría a borbotones, hasta que llegó el invasor, la vida y la esperanza, pero también la rebeldía, que finalmente quiso impedir que se mancillara la soberanía de un pueblo que no acepta ponerse de rodillas ante el ocupante.
¿Nosotros, no haríamos lo mismo si nos tocara ser Faluja?
Seiscientas mujeres, seiscientos ancianos, seiscientos hombres de trabajo -hasta que llegaron ellos-, seiscientos jóvenes y adolescentes, seiscientos niños. Son tantos que sólo con nombrarlos, acongoja. Sin embargo, parecen no valer nada para el mundo de esa jauría asesina que aún después de la masacre intenta sostener un discurso, unas razones, una excusa.
Esta enorme cantidad de seres humanos que hoy ya no existen en Faluja parece ser distintos a otros muertos tan muertos como ellos. Pongamos por caso, los de Madrid, sacrificados por el horror de respuesta un 11-M. Los de Tel Aviv, cuando la resistencia palestina decide ejercitar la venganza a tanta muerte y tanta afrenta sufrida. O los de otros rincones inhóspitos del mundo occidental.
Pareciera que hay, gracias a la hipocresía general, muertos de primera en este mundo de cuarta. Muertos que inspiran al Papa a convocar a sus creyentes para enfrentar al terrorismo (¿nunca al Terror de los Estados opresores, Santo Padre?), pero que no le mueven un pelo al jerarca de Roma cuando los caídos son iraquíes, afganos, o inocentes corderos de un Tercer Mundo que estalla por donde se lo mire.
Muertos con amplísima cobertura mediática, con manifestaciones multitudinarias de congoja, donde marchan codo a codo los legionarios de la guerra que invaden países y masacran poblaciones enteras, con las víctimas de sus decisiones despóticas de ir a la guerra para seguir acumulando riquezas.
Faluja y Bagdad hoy, Kabul ayer, Belgrado antes. Palestina siempre, comoVietnam, Corea, Argelia, Panamá. Es el reparto equitativo del horror en nombre de la civilización de las trasnacionales, codiciosas hasta el hartazgo.
No más muertos por culpa de la locura desatada por los gringos, sean estos yanquis, ingleses, italianos o españoles. Podría ser una consigna de la hora para millones de ciudadanos de todos nuestros países, pero serían palabras sin sentido si no las convertimos en acción.
No más hipocresía a la hora de contar y propagandizar los muertos de un lado y minimizar y ocultar los muertos del otro, como si realmente hubiera diferencias dentro de la tragedia compartida. De lo contrario: ¿con qué fórmula podríamos impugnar aunque lo hagamos- las porciones de terror que cada tanto nos tocan en desgracia, en este sector de la trinchera. ¿Con qué argumentos decirle a los "otros" que no nos hagan lo mismo que ellos cotidianamente sufren - ¡243 niños asesinados en Faluja! - gracias a la bestialidad de quienes dicen representarnos?
Faluja, sus gentes, sus resistentes heroicos, tienen el derecho ganado de que se termine esta sensación de hipnosis colectiva donde nosotros mismos, los que queremos, defendemos y apoyamos al valiente pueblo de Iraq, a veces somos ganados por una parálisis tan inexplicable como peligrosa para nuestro futuro. ¿O es que nos estamos acostumbrando al genocidio?
Si no reaccionamos hoy, cuando nuestros pueblos se conviertan en Faluja, por obra y gracia de la ambición de criminales de guerra de la talla de Bush, Blair, Berlusconi, Aznar o Sharon, mañana será demasiado tarde.
FALUJA. Repitamos ese nombre, y hagamos de él un símbolo de rechazo planetario al imperialismo más brutal que recuerde la historia de la humanidad. Ese que se revuelve en Washington entre los gritos de terror de sus victimas.
Como Nagasaki e Hiroshima: FALUJA. Debe marcar un antes y un después en nuestra condición de seres humanos.
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