NOTA: Este libro es solicitado constantemente por los lectores, pero se encuentra totalmente agotado. Es por ello que he decidido difundirlo ampliamente por Internet. Puedes enviarlo a quien quieras, imprimirlo, guardarlo en diskettes. Es de libre y gratuita difusión. Espero que ayudes a “regarlo” por ahí. Saludos
ANTICHAVISMO Y ESTUPIDEZ ILUSTRADA
Néstor Francia
BREVE ACOTACION SOBRE LA OBRA Y LA ESTUPIDEZ
Cuando me propuse titular este trabajo, actuó en mí una deformación profesional: sobrevivo haciendo publicidad. Entiendo que el título de un libro es como el de un aviso: debe ser atractivo para el público. Después de discutir con algún amigo, se nos ocurrió la frase “Antichavismo y estupidez ilustrada”. Es bastante fuerte, así que dude mucho para decidirme. A mi favor jugaron dos circunstancias. Por una parte, tres conocidos autores no han tenido empacho en llamar idiotas a una gran cantidad de latinoamericanos. Fíjese usted en la diferencia: cuando alguien es llamado idiota no le dejan alternativas, es una definición de principios. Pero cuando se habla de estupidez, no se le está diciendo a nadie estúpido, ya que todos cometemos, de vez en cuando, estupideces. Si usted miente alguna vez, no significa que sea mentiroso. De otro lado, me estoy acogiendo a la tercera acepción de estúpido que registra el Diccionario de la Real Academia Española (edición de 1970, que es la que conservo): “Estupefacto, poseído de estupor"; de donde derivo Estupor: "Asombro, pasmo". No otra cosa le ocurre a ciertos sectores ilustrados venezolanos ante el proceso de transformaciones que vive Venezuela. Están como pasmados, llenos de estupor y, en ese sentido, de estupidez. Hecha esta aclaratoria en nombre de la decencia, paso a resumir las líneas generales del ensayo.
El trabajo quiere preocuparse, sobre todo, por la contemporaneidad, pero para ello está obligado a mirar hacia atrás. Trata, pues, de escudriñar en el pasado para entrever los orígenes históricos del pensamiento ilustrado venezolano. Desde esas penumbras avanza hacia el presente, donde ensaya la disección de alguna parte del cierto pensamiento ilustrado actual en Venezuela, de cara al proceso político que se vive. Plantea lo que considero un problema ideológico básico: el enfrentamiento universal entre dos grandes tendencias, cada una con sus bemoles, corrientes y versiones: el individualismo y el colectivismo. Es, por supuesto, un libro para el debate que no pretende contener verdades definitivas, pues además soy de los que piensan tercamente que el futuro no ha sido escrito. De manera que espero sólo contribuir con mi trabajo al avance de lo que considero las propuestas más sanas y viables hacia una situación que signifique mayor bienestar y un poco más de felicidad para las mayorías. Esa es mi principal intención. Si pudiese siquiera acercarme a lograrlo, me daría por satisfecho.
Néstor Francia
SOBRE RAZONES Y HOMBRES
Parece mentira que muchos hombres cultos mantengan aun criterios que suponen la eternidad de las formas que asume la conducta humana. Por ello no debe sorprender que otros insistan en proponer lo que tendría que ser una perogrullada: los comportamientos sociales humanos dependen casi completamente del desarrollo cultural de las sociedades, de los principios establecidos por la imposición de ideas, en un proceso más o menos largo, a partir de posiciones de poder. Sobre la base de algunas características naturales e instintos humanos, se levanta el edificio del pensamiento, de la cultura, que en su alta dependencia de factores políticos y económicos van conformando el universo ideológico de la gente. Se dice que hay constantes, temas perdurables, y ciertamente podemos encontrar, en distintas épocas y civilizaciones, algunas cuestiones que sirven de trasfondo a las mitologías, al arte, a la literatura: el origen o la esencia del mundo, el individuo, el alma, el amor, la muerte. Pero la manera de abordar la mayoría de estos asuntos y de intentar resolverlos ha variado según la constitución de las sociedades y según quiénes los abordan, en el sentido del origen social de los individuos y grupos. Las ideas no escapan al eterno movimiento, a la ininterrumpida transformación de lo que existe.
Resulta fácil comprobar cómo desde los albores de la humanidad la relación con el medio y con los otros fue moldeando el ser que hoy conocemos bajo el nombre genérico de "hombre": hubo una vez un ser salvaje que se alimentaba exclusivamente de frutas y que comenzó a articular un lenguaje. Empezó a pescar, inventó el arco y la flecha, inició la caza, descubrió el fuego y pudo hacerse alfarero. Fue descubriendo las posibilidades de la naturaleza y pudo usarlas. Sus pasos no eran marcados por ideas de consumo ni riqueza, sino por la cruda necesidad. Necesidad de sobrevivir, en primer término, y de crear los instrumentos útiles para proveerse del medio. Necesidad, también, de explicarse el mundo, de conocer, de nombrar las cosas y los fenómenos. Necesidad de relatar los hechos, verídicos o no, generados por la realidad. Necesidad de aprehender el mundo, de tipificarlo y recrearlo con síntesis para expresarlo y cambiarlo. Todo ello en un proceso de relación directa con sus acciones y con el ambiente: el hombre asumía la cultura de su colectividad a través de un método natural de educación participativa, espontánea, donde se involucraba toda la comunidad, por medio de la incorporación al trabajo y a las demás actividades del grupo, cuyo interés de sobrevivir y perdurar era la principal motivación. Desde el principio, pues, el desarrollo de la cultura dependió de los intereses y necesidades del colectivo, de su trabajo, de sus convenciones. Nunca ha sido ni será un proceso individual.
Ha sido necesario irnos tan lejos y plantear estas obviedades porque de lo que se trata en este trabajo es de poner en su debido lugar el pensamiento de algunos sectores ilustrados venezolanos en el actual momento histórico que vive nuestro país. Saliéndole al paso a cualquier idea sujeta a la existencia de valores inmutables en la cultura y la sociedad humana, damos por sentado que el pensamiento político, económico, social y cultural de tales sectores tiene orígenes históricos y responde a intereses particulares de clase y de ubicación dentro de un sistema cultural específico. Presentar tales orígenes e intereses es la razón fundamental de ser de nuestro ensayo.
SOBRE EL RIGOR Y LA VERDAD
Es conveniente declarar que no somos historiadores, por lo que no pretendemos que esto sea una investigación histórica, sino más bien una aproximación a los hechos desde el punto de vista sociocultural. Deberemos, sin embargo, echar mano, someramente, a hechos históricos para darle sustento temporal a nuestras tesis. En tal sentido, usaremos términos que han sido manejados por historiadores, más allá de la bondad o no de los mismos. Las denominaciones, en este tipo de trabajo, mientras más consagradas estén por el uso, mucho mejor. Estamos conscientes de que la manera de nombrar los períodos históricos y las corrientes que a ellos acuden suelen ser fruto de la convención y muchas veces no son del todo felices. No nos queda más remedio que aceptar las más universales, pues queremos sobre todo que se nos entienda, en la medida en que no somos originales. Más bien adaptamos a las necesidades de este momento nacional, en los albores del siglo XXI, propuestas históricas y socioculturales ya presentadas por muchos antes que por nosotros. Creemos estar prestando un servicio a la comprensión del presente, y en tal sentido no somos descubridores sino organizadores de pensamientos. Del mismo modo pediremos disculpas por las probables inexactitudes y distanciamientos de la verdad. Muy lejos de nosotros la intención de pretender, como lo hacen muchos historiadores o ensayistas demasiado preciados de sí mismos, algún excesivo rigor científico en algo tan evasivo como lo es el conocimiento de la cultura humana. Establecidas estas premisas, avancemos.
SOBRE EL HUMANISMO
El pensamiento humanista contemporáneo se termina de conformar en sus elementos fundamentales con el triunfo de la Ilustración y de la burguesía, teniendo como hito histórico principal la Revolución Francesa. Es por ello que muchos historiadores hablan, sin que nos parezca del todo descaminado, de "humanismo burgués" para identificar la corriente cultural y de pensamiento dominante hasta nuestros días. Sin embargo, tal vez el adjetivo sea redundante, ya que, como trataremos de asomar, el humanismo es una corriente ideológica típicamente burguesa. No existe un "humanismo feudal" ni un "humanismo proletario" (tal como lo planteó Anibal Ponce). En ese sentido, la expresión "humanismo marxista" fue criticada por Althusser, que la considera un "asalto de la ideología burguesa al marxismo". Sin embargo, se ha hablado de otros humanismos. Para Sartre el existencialismo era un humanismo, mientras que Jacques Maritain habló del "humanismo integral". Por otra parte, el término "humanismo" se ha vulgarizado, de manera que cuando se habla de una persona humanista, para significar que posee sentimientos solidarios o positivos hacia los otros, no se está haciendo referencia a una corriente de pensamiento, sino a una significación secundaria, y por lo demás del todo aceptable y comprensible en el lenguaje coloquial, cotidiano. El humanismo, por supuesto, tiene su historia y su desarrollo posteriores a la Revolución Francesa y también sus raíces, de las cuales las más cercanas se hunden en la Edad Media. Y que nos perdone también el lector esta digresión: el humanismo es una corriente que surge básicamente en Europa, aunque tiene muchas similitudes con otras corrientes ideológicas supremacistas que se encuentran en todas las sociedades del planeta divididas en clases. La razón de esto último es clara: donde hay clases dominantes y dominadas, existe supremacismo clasista. Pero vamos hacia atrás, hacia el medioevo.
SOBRE LA ESCOLASTICA
Seguramente nuestros lectores conocen bien los principales rasgos y sucesos de la Edad Media. No obstante, haremos el ejercicio de ubicarnos de manera general en ese período, en cuyas agonías habremos de encontrar las raíces cercanas del humanismo. En la Edad Media domina el modo de producción feudal, con la Iglesia Católica organizada en torno a una estructura jerárquica que tenía como centro la figura del papado, que ejerció por mucho tiempo el dominio de las tierras de Europa gracias a su poder diplomático y sobre la administración de justicia. Sin embargo, es necesario salirle al paso a las teorías que ven en la Edad Media sólo oscurantismo y atraso. Eso no es verdad, pues las épocas históricas no son oscuras ni claras. Son más bien complejas, con distintas fuerzas en lucha. Como cualquier cosa en la vida, la historia es el producto de contradicciones diversas, que en su encuentro, crisis y resolución generan el movimiento, el cambio. En efecto, ya en la alta Edad Media, que podemos ubicar más o menos hacia la mitad de ese período, Europa conoce importantes evoluciones. Habían llegado a su fin las constantes invasiones y el continente experimentaba un crecimiento notable y el asentamiento definitivo de su población, lo cual se reflejaría en desarrollos muy positivos, como lo fue el avance de la vida urbana, del comercio a gran escala y de una cultura innovadora. En el siglo XII, por ejemplo, se sintió con fuerza la influencia de las traducciones de Bagdad y la transmisión, por ende, de importantes conocimientos a través de España, Sicilia y Bizancio. Bajo el reinado de Alfonso X el Sabio, la corona de Castilla desarrolló una cultura de síntesis entre elementos cristianos, musulmanes y judíos, que tuvo su principal expresión en la Escuela de Traductores de Toledo. Es relevante aquí constatar como esta decisiva gestión cultural de Alfonso X fue acompañada por una no menos importante gestión jurídica, que terminó de introducir en el reino el Derecho Romano, así como por una gestión económica modernizadora, que facilitó el comercio interior en su territorio con la concesión de ferias a numerosas villas y ciudades, además de establecer un sistema fiscal y aduanero, y reconocer jurídicamente al Honrado Consejo de la Mesta, que aglutinaba los intereses de la ganadería trashumante del reino.
Como se sabe, la forma de pensamiento dominante principal de la Edad Media lo constituyó la Escolástica, que imperó por mucho tiempo en las universidades y otros centros de conocimiento medievales. La Escolástica supeditó todo aprendizaje secular al texto bíblico, considerándolo como una mera preparación para la comprensión de la Biblia. Asignaba un mayor grado de verdad a la revelación divina que a las certezas de la razón humana, lo cual consagró el dominio de los teólogos en el campo del saber. Claro que esa supremacía de la escolástica siempre estuvo íntimamente vinculada a los asuntos del poder temporal. Los escolásticos eran los intelectuales del régimen, para cuyos jerarcas fungían a menudo de consultores sobre los más diversos temas, además de que no dejaban de detentar a veces cargos políticos o diplomáticos. Es justo reconocer, no obstante, que los escolásticos jugaron un importante papel en la investigación y transmisión de importantes conocimientos, que más tarde serían útiles a los adalides del pensamiento humanista e ilustrado.
SOBRE EL PRIMER RENACIMIENTO
A la sazón, la sociedad continuaba su avance. Algunos historiadores hablan del siglo XII, cuando florecen las grandes escuelas catedralicias, como "el primer renacimiento". Ya las letras antiguas comenzaban a ser reinterpretadas por hombres como Bernardo Silvestre y Juan de Salysbury (note el lector que usamos el término "reinterpretadas" y no "rescatadas", como lo hace Ludovico Silva. Ello porque, a decir verdad, los estudiosos escolásticos conocían la obra de los clásicos de la antigüedad, sólo que la interpretaban según sus propios intereses y puntos de vista). Aunque esta llama opacó su brillo al poco tiempo, no mucho después sería reencendida por la llamada "Tríada Canónica" de poetas italianos (Dante, Petrarca y Bocaccio). En el siglo XIII se sintetizaron muchos logros de siglos anteriores, mientras la Iglesia se consolidaba como la gran institución europea. A la par, las relaciones comerciales integraron a Europa y se acentuaron las actividades de los banqueros y comerciantes italianos, que se extendían por Francia, Inglaterra, los Países Bajos y el norte de Africa: se fortalecía poco a poco lo que sería el germen del capitalismo y la burguesía. Es muy significativo que simultáneamente (a finales de la Edad Media) Dante, Bocaccio y Petrarca, marcaran el inicio del movimiento humanista que tanta importancia cobraría en el futuro inmediato. Ellos contribuyeron al redescubrimiento y conservación de las obras clásicas, de tan destacado rol en el Renacimiento (no podemos dejar de señalar que los primeros humanistas fueron a menudo censurados, anatemizados y perseguidos por el poder eclesiástico). También durante este siglo hubo el impacto de varias innovaciones de origen chino, como el papel, la pólvora, la imprenta y la brújula. La Alta Edad Media se ve coronada por los logros de la arquitectura gótica y por la obra de Tomas de Aquino.
SOBRE LAS DISIDENCIAS EN LA IGLESIA
La llamada baja Edad Media, el ocaso del período, fue plena de turbulencias y conflictos. En la medida en que se desarrollaba la expansión económica y mercantil, nuevas fuerzas sociales en formación encontraban estrecho el espacio regentado por la Iglesia, los nobles y los señores feudales. En la década de 1340 Europa es devastada por la peste negra. Ya antes comenzaron a manifestarse disidencias en el seno de la propia Iglesia, dándose allí mismo las primeras manifestaciones más o menos fuertes de las tendencias individualistas que avanzaban en la sociedad, en contraposición a la masificación opresora de los dogmas religiosos impulsados por las jerarquías católicas. Muchos emprendieron la lectura personal de la Biblia, realizando sus propias interpretaciones y acudiendo a experiencias místicas enteramente personales. Otros plantearon la necesidad de regresar al desprendimiento y la sencillez de los primeros cristianos y denunciaron la corrupción y la opulencia de los jerarcas. Después de la peste negra, que incrementó la miseria entre los desposeídos, se multiplicaron los grupos de penitentes y flagelantes. Surgieron nuevos líderes, muchos de ellos con propuestas mesiánicas y la unidad eclesiástica comenzó a resquebrajarse. Todo esto condujo a la Reforma protestante y sentó las bases para las transformaciones revolucionarias que vendrían pronto en Europa.
SOBRE LA REFORMA
Uno de los hitos principales desde donde se desarrollará el pensamiento humanista lo constituye la reforma protestante, no tanto por las ideas del principal reformador, Martín Lutero, sino sobre todo por la polémica que desataría en una época de importantes convulsiones sociales. Lutero asumió algunas posturas que lo identificaban tibiamente con una corriente progresista para entonces: el individualismo. Se opuso a la distinción entre ocupaciones sagradas y seculares. Según él, los seres humanos trabajaban para sí mismos y para el mundo sin importar cuáles fueran sus ocupaciones. Todos son instrumentos de Dios, que trabaja en el mundo a través de ellos. Sin embargo, Lutero asume una posición conservadora, más bien retrógrada, ante uno de los preceptos fundamentales del nuevo pensamiento de la época: el libre albedrío. Para el reformador alemán, el libre albedrío atentaba contra la omnipotencia divina: "Dios prevé, dispone y lo opera todo según su voluntad inmutable, eterna e infalible. Este anatema anula y aniquila por completo el libre albedrío". La contraparte de estas ideas de Lutero la representaron Erasmo de Rotterdam y Melanchton, quienes se opusieron abiertamente al reformador y defendieron la existencia del libre albedrío humano. En este combate de posiciones, justo es decir que pensadores como Erasmo y Melanchton representan con mayor propiedad que Lutero el espíritu de la época. De hecho, Alemania asimila el renacimiento al margen del pensamiento luterano, más que todo con los descubrimientos científicos de Copérnico y de Kepler. Por su parte, Lutero condenó sin ambages el impulso que adquirían entonces las ciencias de la naturaleza. Juzgaba a la razón como causa de ofuscación y de error para quienes aspiraban a la salvación. Para él, la grandeza y la libertad prometidas al creyente son meramente espirituales. Exigía la sumisión del individuo al Estado, al cual consideraba una institución divina y religiosa. Afirmaba que era "injusto que un subordinado se rebele contra un tirano. No hay nada tan diabólico como un hombre en rebeldía". De manera que también en el sentido político, el pensamiento alemán de avanzada se alejará de Lutero. Los filósofos del derecho alemanes profesaron un individualismo que excluía cualquier sometimiento incondicional al poder establecido. De modo que Martín Lutero se transformó en un defensor incondicional de ese poder y se vio enfrentado a los principales representantes del humanismo, del individualismo y de todas las ideas sobre las cuales se sustentaba la floreciente burguesía en su lucha por un nuevo orden. Como vemos, la discusión que se da en torno a la reforma no es para nada despreciable. Se debatían allí los asuntos principales atinentes a la transformación que se estaba gestando en el seno de la sociedad, coincidiendo con la creciente influencia de la burguesía. El paulatino advenimiento de la sociedad capitalista, cuyo motor fundamental era esta nueva clase social, se expresaba también en el enfrentamiento ideológico entre los humanistas, aliados de la burguesía, y los representantes del pasado.
MAS SOBRE EL HUMANISMO
Ludovico Silva da noticia de que los griegos "no tenían una palabra para designar lo que conocemos como 'humanista'. Los latinos tampoco la tuvieron, aunque Cicerón y Varrón usaron mucho la voz 'humanitas', que luego fue vertida al griego de la patrística como anthropotés, que significa 'humanidad, genero humano'." (1) Igualmente refiere que A. Campana, en su estudio The origin of the word "Humanist", asienta que la palabra umanista fue introducida por primera vez en Italia hacia 1538. Nótese que el nacimiento del término es contemporáneo con el ascenso de los sectores mercantiles que originan a la burguesía. El "Humanista" se dedicaba a los studia humanitatis. Lo que distingue a estos estudios, en lo fundamental, es la reconsideración de la tradición clásica antigua. La idea renacentista del humanismo significó una ruptura con la ideología medieval. Dentro de este concepto, se concedió la mayor importancia a los estudios clásicos y se consideró a la antigüedad clásica como la pauta común y el modelo a seguir por los intelectuales y los artistas. La tradición artística griega se recuperó en el arte y en la arquitectura renacentistas. El realismo, el sentido de la proporción y los órdenes arquitectónicos griegos empezaron a aparecer en el arte europeo. ¿Es acaso casual esta mirada que se torna hacia los clásicos? En absoluto. Lo que los humanistas buscan en los clásicos es sobre todo el sustento ideológico que apuntale los conceptos que comienzan a bullir, con fuerza revolucionaria, en conjunción con la decadencia de la escolástica y del régimen feudal reinantes en la Edad Media. Según Werner Jaeger "la importancia universal de los griegos como educadores, deriva de su nueva concepción de la posición del individuo en la sociedad. Si consideramos el pueblo griego sobre el fondo del antiguo Oriente, la diferencia es tan profunda que los griegos parecen fundirse en una unidad con el mundo europeo de los tiempos modernos" (2) . Por otro lado, el arte griego se fundamenta en la representación naturista de la figura humana, no sólo en el aspecto formal, sino también en la intención expresiva del movimiento y las emociones. La impronta naturista se encuentra presente, de manera poderosa, en la filosofía de los antiguos griegos. A partir del siglo V a.c., bajo la influencia de los sofistas y de Sócrates, aparecerá una reelaboración intelectual del papel de la educación en la sociedad, que culminará con la aparición de las escuelas filosóficas, como la escuela de Isócrates, la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles. En estas últimas instituciones ya no importa solamente la formación del ciudadano y su dominio de técnicas retóricas, sino que la enseñanza y la educación se realizarán en función del ideal intelectual del conocimiento de la verdad. Es en esos aspectos individualistas, naturistas y científicos (en el sentido de búsqueda de la verdad en los hechos) donde los humanistas del renacimiento hurgan para extraer alimento ideológico destinado a nutrir la concepción del mundo que está en la base de la ideología burguesa. La vuelta a los clásicos por parte de los humanistas es un hito en la marcha hacia la reivindicación ilustrada del interés por la naturaleza, el individualismo, el rechazo a la autoridad, la valoración de la historia, el interés por la cultura y el saber.
SOBRE EL RENACIMIENTO
La historia no es, como muchos interesadamente tratan de establecer, una ciencia objetiva. La historia es una construcción interesada, una de las armas ideológicas que son utilizadas por quienes mantienen el dominio cultural, en cualquier época, para impulsar sus ideas e imponerlas a la sociedad. Por eso es que una de las más significativas rupturas renacentistas con la tradición medieval se encuentra en el campo de la historia. La historia era considerada, en la Edad Media, como una rama de la teología. Los pensadores renacentistas trataron de sacarla de esa prisión cultural y de acercarla a otras manifestaciones intelectuales, como la literatura. Los historiadores renacentistas rechazaron la división medieval cristiana de la historia, que partía de la Creación, seguía por la encarnación de Jesús, y desembocaba en el ulterior Juicio Final. Por su parte, la visión renacentista de la historia contaba también tres fases, pero muy diferentes: la antigüedad, la edad media y finalmente la edad de oro, que así llamaban al propio renacimiento. Esta precisión es muy importante, porque el pensamiento ilustrado contemporáneo cuenta la historia a su manera, y eso lo veremos más adelante de forma cruda cuando hablemos de esa historia contemporánea. La revisión de la historia, pues, fue una de las principales señales del pensamiento renacentista. En ese sentido de revisión de la historia se abordó el pasado, y más concretamente la antigüedad clásica. No se trata de que fuese una visión más o menos objetiva que la visión medieval, ese no es el asunto principal. Se trata, antes que nada, de que fue una visión interesada, una visión que representaba nuevos intereses, los intereses de las fuerzas del cambio. Esa visión del pasado grecorromano clásico y su arte se inició, sobre todo, en la Italia del siglo XIV y se difundió en Europa durante los siglos XV y XVI. Y se corresponde con el período de transformación progresiva de la sociedad feudal -caracterizada por una economía predominantemente agrícola y el dominio ideológico de la Iglesia Católica- en una sociedad de economía urbana y mercantil. Así como surgieron en Grecia, en la antigüedad, instituciones como la Academia y el Liceo, surgen en Europa las sociedades científicas, como la Academia de Lincei (1603), la cual aun perdura, y a la que pertenecía Galileo, y la Royal Society en Londres (1662). Es de notar, igualmente, que el renacimiento italiano fue un fenómeno urbano que se hizo presente sobre todo en Florencia, Ferrara, Milán y Venecia, ciudades que se desarrollaron en el período de gran expansión económica de los siglos XII y XIII. Los comerciantes medievales italianos desarrollaron técnicas mercantiles y financieras como la contabilidad y las letras de cambio y dominaron el comercio y las finanzas de Europa. Esta actividad mercantil contrastaba con la sociedad rural medieval, y su estructura era menos jerárquica y más preocupada por objetivos seculares. Los humanistas del renacimiento no eran precisamente mansos. Atacaban y condenaban a la cultura medieval y a sus concepciones del mundo, estigmatizándola como ignorante y bárbara.
El renacimiento fue una época de duro cuestionamiento a las ideas establecidas y de ebullición intelectual, sin duda el principal antecedente inmediato de los sucesos que generaron la Ilustración, la Revolución Francesa y la ciencia moderna.
SOBRE EL ORIGEN DE LA ILUSTRACION
El siglo de las luces, la Ilustración, fue un movimiento intelectual que precedió a la Revolución Francesa, en el siglo XVIII. Precisamente, el nombre de "siglo de las luces" revela ya el contenido de enfrentamiento ideológico que marcó esta etapa: era la reacción contra lo que se consideraba un período de oscuridad e ignorancia, la entrada a una nueva edad iluminada por la razón y la ciencia. La Ilustración no sólo es el origen de la ideología que domina el mundo actual en casi su totalidad. Más precisamente, se trata de esa misma ideología, que con algunos desarrollos, se sostiene en sus principios fundamentales tal como fue planteada en el siglo XVIII. En ese sentido, el pensamiento burgués ilustrado contemporáneo, que se precia de moderno, es en realidad culturalmente dieciochesco.
El movimiento de la Ilustración fue clave en el declinar del poder eclesiástico. Así mismo en él se originan muchos de los modelos sociales rectores del mundo de hoy, tal como el llamado liberalismo político y económico. La Ilustración no fue una simple evolución académica o filosófica, sino sobre todo la manifestación de las luchas políticas. En tal sentido, muchos hombres de la Ilustración tuvieron a bien definirse como miembros del "partido de la humanidad" e imprimieron y divulgaron gran cantidad de panfletos, folletos y periódicos contestatarios. Y, por supuesto, las clases dominantes respondieron con violencia y persecuciones. En la primera mitad del siglo XVIII se dio una ardua lucha de los líderes de la Ilustración contra las fuerzas dominantes. Muchos sufrieron cárcel y sus ideas y escritos fueron censurados, sin faltar, por supuesto, las descalificaciones y condenas de parte de la "Santa Madre Iglesia", que ha sido a menudo, sin duda, una de las madres más dañinas que conoce la humanidad. Sin embargo, las nuevas ideas se expandieron y se materializaron en hechos revolucionarios concretos, como la guerra y la declaración de independencia de los Estados Unidos.
Como todo el mundo sabe, la clase social que impulsará la Ilustración, la burguesía, proviene de la incipiente clase media que floreció en el siglo XVII, en las ciudades europeas (los burgos, de allí su denominación). Estos ciudadanos no eran ni siervos ni nobles. En principio fueron comerciantes y artesanos, y luego muchos se convirtieron en banqueros y empresarios. A medida que se desarrollaban las ciudades, esta clase fue ganando importancia socio-económica. De hecho, al comenzar la burguesía a tomar conciencia de sí misma, de sus intereses y del poder que iba generando, empezó a organizarse como sector de presión y a agruparse en corporaciones y gremios que defendían sus intereses ante los grandes propietarios y terratenientes. Fue, pues, la burguesía el motor principal de la revolución inglesa del siglo XVII y de las revoluciones estadounidense y francesa del siglo XVIII. Estos movimientos revolucionarios promovieron nuevos derechos políticos, así como las libertades individuales en cada uno de estos países. Otros derechos completaban ese cuadro programático, tales como el derecho a la propiedad y la libertad de mercado, una clara muestra de como tras los planteamientos políticos se nota la presencia de intereses económicos de clase.
SOBRE LA IDEOLOGIA ILUSTRADA
Ahora resumiremos las principales premisas sobre las cuales se construye la ideología de la Ilustración. El primer corpus conceptual importante de la ilustración fue, sin duda, la Enciclopedia. Según Diderot, alma y motor de la obra, la Enciclopedia se proponía "examinar todo, remover todo sin excepción y sin reservas". Nótese el radicalismo de la propuesta, propio de las épocas revolucionarias, aunque muchos se empeñen en desconocer este carácter casi natural de las revoluciones. De hecho, el talante revolucionario de Diderot ya se había expresado en numerosos panfletos filosóficos. La Enciclopedia tuvo su origen en París y se editó entre 1751 y 1772. En ella colaboraron numerosos autores y fue concebida como un compendio de todos los conocimientos. Se convirtió pronto en motivo de polémica, pues siendo sobre todo una obra inspirada por necesidades políticas, defendía sin ambages las posiciones de la Ilustración y atacaba a sus oponentes. Su contenido antirreligioso no deja lugar a dudas, así como su inclinación a colocar en el conocimiento, en la razón, en la libertad de pensamiento y en el hombre mismo la posibilidad real de la felicidad. A la Enciclopedia siguieron otras importantes obras donde se expresaba el pensamiento de la Ilustración, como el Contrato social de Jean-Jacques Rousseau, donde se exponen los argumentos de la libertad civil y se prepara también el terreno ideológico para la Revolución Francesa. Pero toda este movimiento del pensamiento no fue el resultado de la labor aislada de unos intelectuales soliviantados. Respondía a las necesidades que engendraba la prédica sobre el libre comercio y la competencia económica. En esos derroteros mundanos se incuban la defensa del individualismo, de la empresa privada y de la libertad. Sobre esos tres principios se montaría muy pronto la feroz competencia entre capitalistas, la lucha por eliminarse unos a otros tratando cada uno de hacerse más rico y de construir inmensos monopolios sobre los huesos de los obreros y aun de otros burgueses. Esos principios, que se levantaron en una situación específica y de acuerdo a los intereses de una clase social renovadora en su momento, fueron degenerando a medida en que se iban acomodando más y más a los intereses exclusivos de los sectores dominantes, hasta llegar a la situación actual, donde cada día se empobrecen en el mundo 40 familias más. Es decir, cada día hay menos individuos libres y menos propietarios. Pero de esto hablaremos más adelante. Volviendo a nuestro asunto de este capítulo, vemos como la Declaración de los Derechos del Hombre, documento programático por excelencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa, coloca el derecho a la propiedad privada en lugar prominente. Sin embargo, poco después de su promulgación en 1789, la misma burguesía revolucionaria publica un decreto prohibiendo la organización colectiva de los obreros. Comienza a quedar claro a qué derechos y a qué hombres se refería la nueva clase dominante. Otro componente ideológico fundamental de la Ilustración reside en su concepción del papel de la ciencia. Esta actitud se relacionaba de manera directa con la necesidad que sentía la nueva clase emergente de desatar las ligaduras que la Iglesia había puesto al conocimiento científico y poder impulsar así el desarrollo tecnológico que le permitiera consolidar y expandir su poderío económico y social. Doy importancia a este señalamiento porque los intelectuales ilustrados contemporáneos afirman a menudo que somos reduccionistas quienes atribuimos tanta relevancia a la división y a la lucha de clases, cuando ocurre más bien lo contrario, ya que se pretende establecer, con el pretexto de que "ha fracasado el marxismo" (teoría a la cual se le asigna, erróneamente, haber planteado la tesis de la división de la sociedad en clases, cuando más justo es atribuírselo formalmente a Adam Smith) que los avances en la investigación científica son básicamente el producto de características humanas innatas y de mentes individuales brillantes. Lejos de nosotros el tratar de desconocer el papel que juegan la naturaleza humana y los individuos, pero nunca el papel del individuo es independiente del conjunto de la sociedad o superior a la acción social de conjunto. El individuo y la colectividad son dos entidades del cuerpo social, pero es la colectividad y las relaciones entre sus integrantes lo que posibilita y condiciona la acción de los individuos, y no al revés. El individuo como ente independiente o superior a la sociedad no es más que una entelequia, un absurdo fácil de desmontar para cualquier mente abierta que quiera reconocer la realidad.
Fueron muy importantes, en la conformación de la ideología ilustrada, las academias de ciencias, de las cuales nombramos dos más arriba, de origen europeo. En Estados Unidos, un club organizado en 1727 por Benjamin Franklin se convirtió en 1769 en la American Philosophical Society, y en 1780 se constituyó la American Academy of Arts. Sin embargo, el desarrollo de la ciencia ha constituido para la burguesía más una herramienta que un principio en sí mismo. La tecnología ha sido utilizada para profundizar el dominio social de los grandes poderes económicos mundiales, para provocar la apoteosis de la empresa privada, que no es otra que la formación de los grandes monopolios multinacionales.
Los principios fundamentales de la Ilustración son el individualismo y la propiedad privada. Los derechos del hombre fueron concebidos desde el comienzo como los derechos del hombre burgués, tal como lo revelarán algunos hechos de la Revolución Francesa que veremos más adelante. Y aunque esto pareciera una verdad de perogrullo a la luz del estudio de aquella época, hay gente muy bien formada que parece confundirse al abordar los principios de la Ilustración. Un ejemplo es el inteligente ensayista Massimo Desiato, quien en un artículo de la revista Imagen, plantea que "...afirmar que el impacto de la ciencia sobre la forma de vida de los individuos ha sido hasta la actualidad mínima, equivale a decir que la cultura humanística, privilegio de unos pocos, no ha logrado distribuirse como era de esperarse. La pregunta es ¿por qué? ¿Cuál ha sido el proceso que ha impedido la realización de los ideales ilustrados? (3) Lo que parece no haber comprendido Desiato es que nunca se planteó la ilustración que la ciencia y la cultura fueran el patrimonio de todos. Muy por el contrario, desde muy temprano las acciones y las palabras del nuevo poder y de sus intelectuales dejaron muy en claro que los conceptos de "libertad" y "derechos de los ciudadanos" no se aplicaban a la inmensa mayoría de los individuos. Del mismo modo, la ciencia y la cultura se pusieron desde un principio al servicio de una nueva minoría dominante. De hecho, y como lo afirma el mismo Desiato, en cierto modo el científico sustituyó al sacerdote. Si antes éste era el elitesco dueño de la verdad por la revelación divina, ahora aquél era el amo de esa verdad gracias a los designios de la razón. Ahora bien, aun cuando el pensamiento ilustrado privilegia inicialmente el papel de la razón, lo cual conducirá a la actitud positivista, de ningún modo se amarra a este papel como su fundamento ideológico. De hecho, aunque veía a la iglesia como la principal fuerza que había esclavizado la inteligencia, la mayoría de los pensadores ilustrados no renunció completamente al pensamiento religioso. De manera que cuando surge, por ejemplo, el romanticismo a principios del siglo XIX, con su inclinación por la intuición y la experiencia subjetiva, no lo hace desde un cuestionamiento principista de la ideología ilustrada. Más bien, en algunos casos, se percibe una aplicación extrema del individualismo como criterio de vida. Con la marcada influencia de Rousseau, a finales del siglo XVIII, el sentimiento y la emoción comenzaron a competir, dentro de la misma ideología de la ilustración, contra el reino del positivismo y la razón. Movimientos como el romanticismo y el simbolismo van a jugar un papel determinante en el surgimiento europeo de las vanguardias literarias y artísticas, a principios del siglo XX. Las llamadas vanguardias van a reflejar contradicciones entre sectores de las élites intelectuales ilustradas. De hecho, algunas de ellas, como el existencialismo, el dadaísmo y el surrealismo llegan a representar modalidades realmente feroces del individualismo. Sin embargo, al enfrentarse al dominio ideológico de las tendencias positivistas, las vanguardias abren brechas en el pensamiento ilustrado y generan algunos movimientos sociales, como el movimiento beatnik, el movimiento hippie y otros movimientos libertarios aluvionales, que intentan rescatar confusamente los ideales libertarios iniciales de la burguesía, pisoteados hasta la saciedad por ella misma, en la medida en que consolidaba su poder y se enriquecía abrumadoramente sobre el hambre de las mayorías. Del mismo modo, muchos representantes de las vanguardias jugaron un papel en el despertar de pensamientos y opiniones que cuestionaban los privilegios y errores de sus metrópolis con relación al mundo mayoritario y colonizado. Inclusive, las vanguardias van a promover en las metrópolis un nuevo interés por el conocimiento de las culturas exóticas y de religiones y cultos orientalistas. Sin embargo, las vanguardias literarias y artísticas siguen siendo representantes de la ideología ilustrada y en general mantienen el mismo pensamiento elitesco y supremacista de otras corrientes del pensamiento burgués.
SOBRE EL DOMINIO DE LA ILUSTRACION
No se crea que estamos imaginando el derrumbe inmediato del pensamiento ilustrado o que algún sector de la sociedad está libre de su influencia y su dominio. Muy por el contrario, la superación de la ideología ilustrada será un proceso de siglos, precisamente porque su dominio es muy poderoso y generalizado, a pesar de que cada día es más patente su fracaso como fórmula para regular la sociedad y para acercar a los hombres a la justicia social y a la generalización del bienestar material y espiritual. Acompaña, por supuesto, todos los males del capitalismo, del cual es alma y sustento. La ideología ilustrada es dominante entre los ricos y los pobres, entre los revolucionarios y los contrarrevolucionarios, entre los comunistas y los fascistas, entre los hombres y las mujeres, entre los europeos y los latinoamericanos. En ese sentido, todos padecemos de la estupidez ilustrada que en algún momento desmenuzaremos en su patética miseria. Esto es así porque la ideología ilustrada es el fruto de la acumulación secular de formas de vida y pensamiento que han ido calando profundamente en el alma de los hombres. Desde que el hombre convirtió a su congénere en esclavo, se dio inicio al largo camino que ha conducido a la conformación y al establecimiento de la Ilustración. Es el resultado de una evolución del pensamiento clasista generado en los albores de la historia humana. Y aunque en algún momento, en las formas que asumió, representó un avance en la marcha hacia la comprensión, por parte de la sociedad, de sus posibilidades, hoy representa el pensamiento de quienes se oponen a que esa comprensión alcance escalones más altos. El surgimiento de una ideología basada en el equilibrio de los intereses colectivos e individuales, con predominio final de los sentimientos colectivistas, altruistas que anidan en los hombres, no puede ser fruto de un proceso puramente ético o intelectual. La única posibilidad de que surja una ideología de ese tipo pasa por la construcción de sociedades que paulatinamente vayan recortando la brecha entre los más ricos y los más pobres, promoviendo la equidad, la educación, el crecimiento armónico y el dominio de las ideas colectivas y colectivistas por encima de las ideas individuales e individualistas. Esto no puede ser sino un camino larguísimo, difícil, frecuentemente doloroso, con marchas y contramarchas. Pero es el único camino. Cualquier otro llevará a la humanidad a su destrucción.
DIGRESION EN TORNO A SAVATER
La fuerza y el poder del pensamiento ilustrado se hacen patentes en muchos ámbitos de la vida social, pero no podemos abarcarlos todos en este modesto trabajo. De modo que tendremos que conformarnos con ver hacia algunos pocos espacios. Tomemos, por ejemplo, algunas ideas de uno de los representantes más conspicuos del pensamiento ilustrado, individualista y defensor de la propiedad privada que se han conocido en el mundo contemporáneo, particularmente en Venezuela, hasta el punto de que hasta el Presidente Chávez lo ha citado: Fernando Savater, inteligente pensador español, idolatrado por casi todos los intelectuales venezolanos. Sus dos libros más leídos constituyen una defensa sostenida de la ideología ilustrada. Busquemos en esa fuente, para mejor entender:
"El sistema político deseable tendrá que respetar al máximo (...) las facetas públicas de la libertad humana: la libertad de reunirse o de separarse de otros, la de expresar las opiniones y la de inventar belleza o ciencia, la de trabajar de acuerdo con la propia vocación o interés, la de intervenir en los asuntos públicos, la de trasladarse o insertarse en un lugar, la libertad de elegir los propios goces de cuerpo y de alma, etc." (4) En esto creo que podemos todos estar de acuerdo. Pero hasta aquí Savater no propone nada nuevo: son, en general, las mismas propuestas que hacía la burguesía en su época de auge, el concepto de los derechos del hombre. Pero veamos hacia donde deriva esta declaración de principios de manos de Savater:
"Lo único que puedo garantizarte es que nunca se ha vivido en Jauja y que la decisión de vivir bien la tiene que tomar cada cual respecto a sí mismo, día a día, sin esperar a que la estadística le sea favorable o el resto del universo se lo pida por favor" (5)
Este tipo de contenidos abundan en Savater. Fijémonos primero en el argumento manipulador que pretende justificar el fondo injusto del planteamiento: como nunca el mundo ha sido una maravilla, podemos ser socialmente irresponsables, ya que la bondad del mundo no depende de nosotros. Los afanes colectivos no tienen, entonces, sentido. Vivir bien o mal es una decisión personal, individual. ¡Vaya! Es decir, que los niños de la calle de América Latina viven mal porque les da la gana. Seguramente son unos irresponsables que viven esperando por la estadística o que Savater les pida el favor, probablemente vía Internet. De ningún modo el drama de esos niños es una responsabilidad colectiva ¡Que vivan mal si les da la gana! ¿Cómo es posible que los latinoamericanos podamos aceptar y hasta celebrar estas ideas? Esto no es más, debo repetirlo, que la iteración de los conceptos más rancios y tradicionales de la ideología ilustrada, que encuentra en intelectuales como Savater nuevos defensores, que generalmente terminan, como lo hiciera Lutero, condenando las rebeliones de la gente contra el orden establecido e injusto que domina el mundo. Pero Savater no quiere aparecer tan descaminado, y generosamente concede la posibilidad de que algunos no pudieran aplicar sus brillantes ideas sobre la libertad individual:
"Bueno, admito que para lograr tener conciencia hacen falta algunas cualidades innatas (...) y supongo que también serán favorables ciertos requisitos sociales y económicos, pues a quien se ha visto desde la cuna privado de lo humanamente más necesario es difícil exigirle la misma facilidad para comprender lo de la buena vida que a los que tuvieron mejor suerte. Si nadie te trata como humano, no es raro que vayas a lo bestia...pero una vez concedido ese mínimo, creo que el resto depende de la atención y esfuerzo de cada cual" (6)
Savater admite, supone y concede desde el trono de su inteligencia. Admite que para vivir bien hay cualidades innatas: depende de si naces inteligente o bruto según alguna decisión divina, o de si tu madre pobre y analfabeta, que vive en un rancho insalubre del barrio La Dolorita de Petare, decidió irresponsablemente salir embarazada mientras sufría de avitaminosis. Supone (¡!) que para decidir vivir bien, la gente probablemente debería primero poder comer, vestirse, tener un techo, educarse. Es que hay gente, según Savater, que tiene mala suerte. Los que viven bien son gente suertuda, los miserables simplemente tienen mala pata. Finalmente concede "ese mínimo", el resto depende de la atención y el esfuerzo de cada cual. Con qué sutileza despacha Savater las enormes y evidentes injusticias y desigualdades sociales, de qué manera las ubica en un plano del todo secundario, en favor de sus ideas individualistas ¡Pero es que a veces se va mucho más atrás de la Ilustración, en su incurable insensatez ilustrada!
"Sólo quien ha nacido para esclavo o quien tiene tanto miedo a la muerte que cree que todo da igual se dedica a las lentejas y vive de cualquier manera" (7)
Quisiéramos solicitarle a todos los intelectuales que celebran a Savater en Venezuela que se olviden de la política, la economía y la sociedad. ¿Para qué pensar en eso? Al fin y al cabo, si la mayoría de los venezolanos se dedican a las caraotas (que probablemente son más plebeyas que las lentejas) es porque nacieron para esclavos o porque le temen demasiado a la muerte. De manera que no es responsabilidad de ustedes si ellos viven de cualquier manera. Además, si la mayoría de los venezolanos vive mal seguramente es porque son libres, pues "...no somos libres de no ser libres, ya que no tenemos más remedio que serlo" (8)
Los hambrientos, los olvidados, los desheredados, los engañados, los humillados, todos son hombres libres. Hay quien piensa, inclusive, que cuando muchos de ellos salieron a saquear Caracas el 27 de febrero de 1989, fueron perfectamente libres. Pero esto último debe ser cosa de comunistas o de "perfectos idiotas latinoamericanos", al gusto de Vargas Llosa.
Como vemos, de muchas maneras, a través de vericuetos, retruécanos y demasiado comercio de la palabra, comercio de piratas, pero comercio al fin, se defiende con inteligencia la estupidez ilustrada, con perdón del oximoron. Pero en fin, no es Savater nuestro tema. Debemos seguir adelante.
SOBRE LA REVOLUCION FRANCESA
Después de lo que puede describirse como una digresión, dedicada parcialmente a Savater, trataremos de acercarnos en algo a uno de los hitos fundamentales en el triunfo definitivo de la burguesía moderna sobre el feudalismo medieval: la Revolución Francesa. No es nada fácil abreviar conceptos en torno a un hecho tan complejo, tan difícil de despachar, tan exigente, para su cabal comprensión, de una investigación profunda, larga, especializada, que nosotros no hemos hecho. Son tantas sus contradicciones y tan fecundo fue su acontecer cotidiano, político y social, que confunde inclusive a historiadores profesionales ¡Qué quedará para los investigadores amateurs, como nosotros! Inclusive, muchos de estos historiadores burgueses y enjundiosos llegan a decir que el desencadenante principal de la Revolución Francesa no fue la lucha de clases, sino una conjunción de condiciones y factores políticos, culturales e ideológicos. Que gente estudiosa pueda decir semejante incongruencia sólo demuestra una de dos cosas, o las dos a la vez: que la historia, repetimos, está hecha según el cristal con que la ve quien la recrea, y que estamos ante un hecho de difícil comprensión por la cantidad de datos que concurren a ella. Pero si de algo no puede haber dudas, es que la Revolución Francesa fue una síntesis extraordinaria de una lucha de clases sociales intensa, que en algunas de sus manifestaciones se prolonga hasta nuestros días. La Revolución se produce después de crisis económicas periódicas y de frecuentes revueltas populares. Si fuese necesario escoger un momento detonante definitivo de la Revolución Francesa, éste debería ser la celebración de elecciones nacionales en la Francia de 1788, a lo cual accedió Luis XVI, después de que se generalizara el reclamo de que se convocarán los Estados Generales, la asamblea formada por representantes del clero, la nobleza y el llamado Tercer Estado, y que tenía más de un siglo sin reunirse. Es importante definir la conformación del llamado Tercer Estado, que supuestamente representaba al pueblo, pero que en realidad era expresión de las clases emergentes que constituirían la burguesía. De hecho, los miembros del Tercer Estado eran elegidos en reuniones de los delegados provinciales propuestos por los contribuyentes de cada pueblo o ciudad, es decir por los propietarios. Es interesante saber que, si bien los miembros del Tercer Estado solían ser abogados y funcionarios, con más frecuencia que terratenientes o comerciantes, eran sobre todo éstos últimos quienes los elegían y aquellos eran realmente sus representantes. El hecho es que durante el proceso de elecciones de 1788, circularon en Francia un gran número de panfletos y escritos que difundían las ideas de la Ilustración. Desde ese momento las grandes contradicciones de clases no hicieron sino multiplicarse en un proceso que generó una verdadera vorágine de posiciones y enfrentamientos. Los intereses de la burguesía se vieron favorecidos, por ejemplo, con las disensiones entre el clero y la nobleza, lo cual influyó en el llamado a la Asamblea Nacional Constituyente, en medio de amenazas de intervención militar extranjera y de insurrecciones populares, entre ellas los disturbios del 12 de julio de 1789, cuando el pueblo de París se rebeló en las calles hasta desembocar, dos días después, en la toma de La Bastilla, símbolo del despotismo borbón. Es fundamental determinar que estas insurrecciones populares, que incluyeron revueltas campesinas contra la nobleza, no sólo alarmaron a los monárquicos, sino también a los mismos burgueses. De hecho, la burguesía parisina estableció un gobierno provisional y organizó a la Guardia Nacional, entre otras cosas como una manera de controlar a las multitudes populares y frenarlas. A este período insurreccional se le llamó entonces el "Gran Miedo". Las clases populares más bajas, aliadas en ese momento a la burguesía, presionaron y catalizaron el desarrollo de los acontecimientos. El 4 de agosto de 1789, el clero y la nobleza renunciaron a sus privilegios ante la Asamblea Nacional Constituyente. La Asamblea decretó la abolición del régimen feudal y señorial, suspendió el diezmo y eliminó la exención tributaria de los estamentos privilegiados, introduciendo así cambios de gran envergadura en la convulsionada sociedad francesa. Poco después se produce otro acontecimiento de grandes proporciones históricas, cuando la Asamblea se dispuso a redactar la nueva constitución, cuyo preámbulo fue la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, donde se plantearon los principales ideales revolucionarios, que luego se sintetizarían en tres palabras: "Liberté, Egalité, Fraternité". La Constitución ilegalizó los títulos hereditarios y modificó los fundamentos de la legislación francesa. Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia Católica, que incluían la confiscación de los bienes eclesiásticos. El grueso de las medidas apuntaba claramente contra los privilegios de las clases decadentes, representadas por el clero y la nobleza. Pero al mismo tiempo la burguesía, en esa misma constitución, dejó en claro los límites de la revolución y la calidad de los hombres a quienes amparaban preferiblemente los "derechos humanos": el electorado, según la carta magna, quedaba reducido a las clases medias y altas, ya que establecía el requisito de la tenencia de propiedades para acceder al voto. Esto motivó gran descontento en las clases populares, que no tardaron en radicalizarse. Las contradicciones en el campo de los revolucionarios comenzaron a multiplicarse. Fue a partir de allí que se generalizaron en Francia los clubes radicales de los jacobinos y los cordeliers. De ahí en adelante, las mencionadas contradicciones dominaron el escenario de la Revolución Francesa, con la pugna entre distintas facciones radicales y moderadas: los sans-cullottes, los feuillants, el grupo del Llano, los girondinos, los montagnards, iniciaron un período de cruentas y sangrientas luchas, donde el pueblo desposeído siempre tuvo una participación determinante y entregó la mayor cuota en sangre y sacrificios. Este período fue acompañado de un escenario de convulsión internacional que tenía a Francia y a su revolución como punto de referencia, debido sobre todo a la oposición que hacía la aristocracia europea a la legislación revolucionaria y a sus efectos e influencias en el resto del continente y en las colonias americanas, donde no faltaba la convulsión política y social. Hay que destacar, por otra parte, que las tendencias radicales, como los jacobinos, siempre contaron con el apoyo mayoritario de las clases populares de Francia, que atizaban el radicalismo, desde su miseria, su hambre y su discriminación por parte de todas las clases dominantes, incluida la misma burguesía. Inclusive, el pueblo de París llegó a favorecer en algún momento al ala más radical de los jacobinos, liderada por Pierre Gaspard Chaumette, en detrimento del sector centrista encabezado por Robespierre. A la larga, las rebeliones populares fueron sofocadas por los conservadores que llegaron a dominar la Convención Nacional y hubo feroz represión contra los jacobinos y los sans-culottes. Poco a poco la burguesía y su revolución iban marcando distancia de las clases desposeídas. La nueva clase dominante empezaba a demarcar claramente los territorios del poder. Y aunque la mayoría de los líderes jacobinos fueron desapareciendo, siguieron siendo los preferidos de los desheredados en esta etapa histórica.
La Revolución Francesa introdujo significativas transformaciones en la vida política, económica y social. Abolió la monarquía absoluta en Francia y acabó con los privilegios de la aristocracia y del clero. Eliminó los fundamentos del feudalismo: la servidumbre, el derecho feudal y los diezmos. Redistribuyó la propiedad de la tierra e introdujo la distribución equitativa del pago de impuestos. Pronto Francia pasaría a ser el país europeo con mayor proporción de propietarios independientes: era el triunfo de la propiedad individual, del incipiente capitalismo, de la floreciente burguesía, de las ideas de la Ilustración.
SOBRE LOS ESCRITORES Y LA COMUNA
Tal como hemos dicho, la burguesía no tardó en apartar de su lado a los trabajadores y campesinos que constituyeron el verdadero combustible social de la Revolución Francesa. Igualmente acabamos de señalar que en la Europa pos feudal floreció el pensamiento burgués, las ideas concebidas por el movimiento de la Ilustración. Esas ideas sirvieron de marco al desarrollo conceptual del mundo intelectual pos revolucionario. Nace, a partir de los hechos de fines de la centuria dieciochesca, el intelectual moderno, cuya constitución ideológica fundamental permanece hasta nuestros días. Es por eso tan iluminador estudiar un hecho que acaeció casi un siglo después del triunfo burgués, y que asume destacada relevancia, y en el cual tuvieron singular presencia los intelectuales y escritores de entonces. Nos referimos a la Comuna de París. La Comuna fue una experiencia de gobierno popular directo, implantado por el pueblo de París durante la Guerra Franco-prusiana. El 1 de septiembre de 1870, Napoléon III se rindió a los prusianos en la batalla de Sedan. Los republicanos de París se insurreccionaron y proclamaron la III República dos días después. París capituló ante Prusia tras cuatro meses de asedio. La Asamblea Nacional debía decidir si se firmaba la paz con los prusianos según las condiciones del armisticio. La mayoría asambleísta era monárquica y partidaria de la restauración de la monarquía y se mostró de acuerdo con los términos de paz planteados por el canciller de Prusia, Otto von Bismarck. Pero los republicanos y socialistas, opuestos a esos términos, votaron por la continuación de la guerra. En este contexto, los parisinos se levantaron contra el gobierno el 17 y el 18 de marzo. Los insurrectos establecieron un gobierno denominado Comité Central de la Guardia Nacional y eligieron un concejo municipal el 26 de marzo. Este concejo fue conocido como la Comuna de París y sus miembros como los communards. Los comuneros eran seguidores de Louis Auguste Blanqui y de Pierre Joseph Proudhon y contaban con el apoyo de la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyo secretario era, a la sazón, Carlos Marx. La Comuna se orientó a lograr medidas para favorecer a los trabajadores desposeídos. El grueso del pensamiento y la fuerza de la burguesía se opuso al experimento. Durante la llamada Semana Sangrienta, entre el 21 y el 28 de mayo, las fuerzas gubernamentales dieron muerte a más de 30.000 trabajadores, detuvieron a cerca de 37.000 y condenaron a más de 13.000, antes de reducir y liquidar a la Comuna de París. Como afirma Paul Lidsky en su excelente libro Los escritores contra la Comuna, estas cifras hablan del pánico que vivió la "gente decente" ante el poder de aquellos "bárbaros" desposeídos ¿Cuál fue la actitud de los intelectuales ante la Comuna? Es muy aleccionador detenernos en este punto, puesto que aquí encontraremos una sorprendente coincidencia entre los argumentos de entonces y muchos de los que analizaremos después en la actual situación venezolana. Claro, tal como el gato único y eterno de Schopenhauer, los intelectuales burgueses del siglo XX son básicamente los mismos del siglo XVIII, como iremos demostrando. Estas actitudes siempre se harán patentes en momentos de convulsión y de transformaciones. Lo que normalmente se encuentra oculto, sumergido en la cotidianidad, brilla inocultable cuando la rutina social se rompe. Las máscaras se caen y cada quien comienza a ser lo que realmente es. Entre los escritores franceses de entonces, los únicos que asumen una posición de simpatía hacia la Comuna o que al menos condenan la represión en su contra, son Vallès, Rimbaud, Verlaine, Villiers de L'isle-Adam y Victor Hugo. Todos los demás se le oponen, la mayoría de manera virulenta. Muchos de estos escritores habían tenido participación en la revolución de 1848, para luego caer en una larga época de desilusión y acomodo al régimen burgués. Cualquier parecido con numerosos intelectuales venezolanos contemporáneos no es mera coincidencia. En su confrontación con las masas, los intelectuales franceses no podían sino manifestar su supremacismo y su desprecio por los desposeídos, la "masa inculta". Alguna vez Leconte de Lisle fue casi lapidado por la multitud, durante los levantamientos populares de 1848, y después de huir por una ventana, espetó: "¡Qué ralea sucia y asquerosa es la humanidad! ¡Qué estúpido es el pueblo! Es una eterna raza de esclavos (N.A.: ¿remember Savater?) que no puede vivir sin albarda y sin yugo. No será, pues, por él por quien sigamos combatiendo, sino por nuestro sagrado ideal. ¡Que reviente de hambre y de frío, ese pueblo fácil de engañar que pronto comenzará a sacrificar a sus verdaderos amigos!" (9). Y un año después, en una carta a Louis Menard: "¿Es parecida a la suya la lengua que hablan? ¿Cómo puede vivir, él que era el hombre de las emociones delicadas, de los sentimientos refinados y de las concepciones líricas, en medio de esas naturalezas rudas, de esos espíritus escamonados a hachazos, cerrados a toda claridad de un mundo superior?" (10).
Aquí se impone detenernos para analizar las últimas palabras citadas. Vemos en ella algunos aspectos que habremos de analizar más adelante, cuando nos concentremos en la situación venezolana actual. Uno es el del lenguaje. de Lisle es harto sincero, cuando se plantea que los intelectuales y las clases desposeídas manejan lenguajes diferentes. Sobre esto volveremos, pues esta diferenciación por el lenguaje es una de las marcas clasistas más evidentes en la Venezuela contemporánea. Luego está la consideración de la calidad de las emociones, de los sentimientos, de las concepciones. El intelectual burgués, de entonces y de ahora, se considera humanamente superior a los desposeídos. Piensa, de verdad, que sus emociones son más delicadas, sus sentimientos más refinados y sus concepciones más líricas que las del pueblo trabajador. Y esta ficción es una mercancía muy fácil de vender mientras las revoluciones antiburguesas no amenazan. Una vez que éstas lo hacen, no hay mayor dificultad para conocer la verdadera catadura de estos personajes. Sus emociones se muestran como un hervidero de odio y desprecio, sus sentimientos destilan mezquindad, pequeñez y sus concepciones pasan a enseñar todo el contenido del individualismo que les es propio: ironizan en torno a lo colectivo, defienden lo establecido, el pasado, se convierten en intelectuales formales, esquemáticos, que se repiten unos a otros como loros en su decisión de defender el orden y la ideología decadentes tratando de que encuentren nuevas formas y caminos para sostenerse y perpetuarse. ¿Que no? Sigamos adelante, citando a los franceses, que más adelante veremos como hablan hoy los intelectuales burgueses en nuestro país.
También durante los acontecimientos de 1848, Tocqueville demuestra comprensión de lo que ocurría: "Lo que la distinguió de todos los acontecimientos de este género que se han sucedido desde hace sesenta años entre nosotros es que no tenía como objeto cambiar la forma de gobierno, sino alterar el orden de la sociedad. No fue, a decir verdad, una lucha política (en el sentido que hasta entonces habíamos dado a esta palabra), sino un combate de clase" (11). Es de destacar que muchos escritores se sintieron materialmente amenazados por los levantamientos populares del 48. Temieron perder sus propiedades y sus privilegios. Este fue el caso de Vigny, el de Flaubert, el de du Camp, el de los hermanos Goncourt, el de Renan. A partir de 1848, la mayoría de los escritores franceses reconocen con claridad la diferencia que hay entre sus intereses y los de las clases desposeídas, lo cual los aleja de la acción política. Se acomodan poco a poco al orden existente, comienzan a granjearse puestos burocráticos y a cobrar pensiones del Imperio. Unos tras otros, buscan los honores, la gloria y la consideración de las élites gobernantes. El Imperio creó, inclusive, oportunidades para que los escritores se alinearan a él, mientras guardaban cierta apariencia de independencia y hasta de oposición. Uno de estos medios de absorción fue el Salón de la princesa Mathilde, sobrina de Napoleón III, en la rue de Courcelles o en Saint-Gratien. Allí los escritores se oponían tibiamente, con bromas e ironías de importancia secundaria, en nada comparables a la violenta oposición que hacían a cualquier intento de subversión verdadera del régimen. He aquí lo que asienta Edmond de Goncourt en su Journal: "¡Ah, princesa! No sabéis el servicio que habéis prestado a las Tullerías, cuántos odios y cólera ha desarmado vuestro salón, hasta qué punto habéis sido la almohadilla entre el gobierno y los que manejan una pluma. Flaubert y yo, si no nos hubieseis comprado, por decirlo así, con vuestra gracia, vuestras atenciones, vuestras muestras de amistad, hubiésemos sido, ambos, los críticos más sangrientos del Emperador y la Emperatriz" (12). ¿Cuántos salones, cuántas princesas Mathilde no hemos conocido en Venezuela, en los tiempos en que campeó a su antojo el régimen betancourista?
Es interesante transcribir la siguiente reseña de Lidsky: "cuando Gautier, Banville, los Goncourt, Flaubert, Renan, etc., se sublevan contra el burgués, no es contra el orden económico de la sociedad burguesa, sino contra las costumbres, la bajeza, el utilitarismo, la trivialidad y el conformismo del "modo de vida" burgués (...) los escritores consideran que las fuerzas sociales que se oponen a la sociedad burguesa son todavía más peligrosas" (13). Es imposible no establecer una comparación con la oposición que hicieron muchos de nuestros intelectuales burgueses al régimen betancourista. La crítica formal a los vicios de ese período, nunca consideró realmente la posibilidad de cambios profundos. Una vez que el peligro de extinción del betancourismo se hizo real ante la irrupción del proyecto liderado por Hugo Chávez, su defensa del régimen betancourista se hizo particularmente más insistente e incisiva, como veremos más adelante.
La actitud existencial del intelectual burgués es muy nítidamente expresada por Flaubert: "Yo sostengo, y esto debe ser un dogma práctico de la vida del artista, que hay que dividir la existencia en dos partes: vivir como burgués y pensar como semidios: las satisfacciones del cuerpo y de la cabeza no tienen nada en común" (14). Creerse un semidios es una postura típica del intelectual burgués, para lo cual requieren esa separación artificial entre "el cuerpo" y "la cabeza". Mirando a los demás desde las alturas de su "alma escogida" y de su "cabeza superior", considera con desprecio ( a veces abierta, a veces solapadamente) todo lo que huela a pueblo "bajo", a pueblo llano. Pero su alma y su intelecto no resisten la necesidad de que su cuerpo disfrute los privilegios económicos y egóticos que les confiere y les permite el modo de vida burgués. Louis Chevalier, en su libro Classes laborieuses et classes dangereuses, cita numerosos textos de Eugène Sue, de Jules Janin, de Auguste Barbier, de Hugo para constatar la presencia en los mismos de todo un vocabulario discriminador: " 'Bárbaros', 'salvajes', 'nómadas', estas expresiones generalmente empleadas por Sue y por Hugo, y que evocan unas y otras una raza primitiva, que viviera al margen de las personas civilizadas, no designan únicamente los habitantes de los bajos fondos y de la "gran caverna del mal", sino un porcentaje elevado de la población parisiense" (15). Baudelaire es cruel cuando celebra el apaleamiento que le propina un guardia a un republicano en un motín: "Pega, pega un poco más fuerte, pega más, municipal de mi corazón...porque en ese supremo apaleamiento te adoro y te juzgo semejante a Júpiter el gran justiciero. El hombre a quien apaleas es un enemigo de las rosas y de los perfumes, un fanático de las herramientas; es un enemigo de Watteau, un enemigo de Rafael, un enemigo encarnizado del lujo y de las bellas letras, iconoclasta jurado, verdugo de Venus y de Apolo...Apalea religiosamente los omóplatos del anarquista" (16). Por su parte, Heinrich Heine, en su libro Lutece, consagrado a París, describe con angustia la amenaza que percibe de parte de los desposeídos: "Con sus manos callosas romperán sin merced todas las estatuas de mármol de la belleza tan caras a mi corazón, destruirán mis bosques de laurel para plantar en ellos patatas...Las rosas, esas novias ociosas de los ruiseñores, tendrán la misma suerte; los ruiseñores, esos cantores inútiles, serán expulsados, y ¡ay!, mi Libro de los cantos servirá al tendero para hacer cucuruchos en los que echará el café y el rapé para las viejas del futuro. ¡Ay!, preveo todo esto, y me acomete una tristeza indecible al pensar en la ruina con que el proletariado vencedor amenaza mis versos, que perecerán con todo el antiguo mundo romántico" (17). Además de que las palabras de Heine nos hacen recordar la "tristeza" repetidamente expresada por intelectuales como Luis García Mora, Germán Carrera Damas, Rafael Arráiz Lucca o Alberto Barrera Tiszka ante el difícil proceso de transformaciones que vive Venezuela, debemos destacar el prejuicio exclusivista, supremacista, que establece que sólo la intelectualidad burguesa es capaz de producir o de generar arte o poesía, y para los trabajadores desposeídos quedan reservados las patatas, el café y el tabaco. Por cierto ¿de dónde, del trabajo de quién, creería Heine que provenían las patatas que él mismo comía, o el café y el tabaco con los que probablemente matizaba su labor intelectual? Esos prejuicios los manifiesta Renan sin cortapisas: "Es necesario un centro aristocrático permanente, que conserve el arte, la ciencia, el gusto, contra el beocismo democrático y provinciano" (18). Renan justifica estas afirmaciones con uno de los prejuicios más arraigados en el pensamiento clasista que anida en los hombres desde que la sociedad se dividió en clases: que la belleza, el amor, lo humanamente sublime están reservados para algunos elegidos en detrimento de una mayoría vil e inferior: "¡Convertir unos tras otros, uno por uno, los dos mil millones de seres humanos que pueblan la tierra! ¿Puede creerse esto posible? La inmensa mayoría de los cerebros humanos es refractaria a las verdades por poco elevadas que éstas sean...No tenemos la culpa de que así sea. El objeto de la naturaleza, hay que creerlo, no es que todos los hombres vean lo verdadero, sino que lo verdadero sea visto por algunos y se conserve su tradición" (19). No hay diferencia esencial entre estas expresiones y la matriz que trata de crear una parte de la intelectualidad burguesa venezolana, en el sentido de que hay en nuestro país un pequeño sector pensante y una mayoría que no piensa.
Un par de citas clarificadoras más, antes de entrar de lleno en lo que fue la actitud de los escritores ante la Comuna. Drieu la Rochelle habla de las manos de una muchacha hermosísima: "Cuando yo veía sus pies y sus manos, bendecía la crueldad de su familia, que desde hacía tres siglos oprimía a los indios para asegurar la perfección del ocio en unos dedos tan delicados y firmes" (20). De tal manera que en este concepto, la "Belleza" y el "alma sublime" que la percibe, son superiores a todos los hombres. Renan, por su parte, afirma: "El gran número debe pensar y gozar por delegación...La masa trabaja, algunos desempeñan por ella altas funciones de la vida; he aquí la humanidad...Algunos viven por todos. Si se quiere cambiar, nadie vivirá" (21). Este pensamiento clasista, supremacista, elitesco, sigue siendo el manejado por las élites intelectuales, particularmente en Venezuela en la actual circunstancia histórica. Por supuesto que el lenguaje ha cambiado, se ha adaptado para poder seguir diciendo lo mismo pero con nuevos subterfugios y a través de nuevos vericuetos. Eso lo vamos a demostrar más adelante. Por ahora asentaremos que este pensamiento de los intelectuales franceses es digno heredero de la ideología ilustrada, de la ideología burguesa, que fundamentándose en los criterios de los derechos individuales ciudadanos, se planteó desde un principio que el título de individuo concernía sobre todo a los propietarios, es decir a las élites. Es desde este pensamiento que los escritores franceses de aquel entonces se ensañan contra la Comuna de París, como veremos de inmediato.
MAS SOBRE LOS ESCRITORES Y LA COMUNA
Para un gran número de escritores franceses la Comuna no fue un movimiento social y político engendrado en las diferencias de clase y en la explotación y miseria de los desposeídos, sino una manifestación de barbarie y anarquía protagonizada por la "canalla", por el "populacho", por la "chusma". Este criterio lo manifiesta con claridad Maxime du Camp: "Más tarde, cuando se vea en su conjunto toda esta Comuna...se reconocerá que la política no intervino en nada. Los que la inventaron la impusieron a París y no retrocedieron ante ningún crimen para prolongarla, se llamaban republicanos: no eran más que unos ambiciosos enamorados de sí mismos y ebrios de poder" (22). Fíjense en la perspectiva conservadora, tan parecida a la que campea en la Venezuela contemporánea: los obreros revolucionarios no se levantaron contra las imposiciones de la burguesía, sino que por el contrario le impusieron a ésta una revolución que era un "crimen", además no por razones políticas legítimas, sino por ambición de poder. No obstante, la lucidez también anida en el conservadurismo. Es así como Edmond de Goncourt sí detecta el fondo del asunto: "Lo que ocurre es sencillamente la conquista de Francia por el obrero y el avasallamiento bajo su despotismo del noble, del burgués, del campesino. El gobierno se escapa de las manos de los que poseen para ir a las manos de los que no poseen, de los que tienen un interés material de conservación de la sociedad a aquellos a quienes no interesa en absoluto el orden, la estabilidad, la conservación" (23). Fijémonos en estas últimas frases del aserto. Se habla allí de un sector conservador, identificado con los propietarios, que son quienes tienen un interés material de conservar la sociedad, y por otro lado un sector de desposeídos, que son quienes no tienen nada que conservar, pues no poseen nada; quienes no defienden ningún "orden", pues han vivido siempre en el obligado desorden de la miseria; quienes no se preocupan por la "estabilidad", pues sus vidas, llenas de violencia cotidiana, penurias y carencias, es cada día inestable. Este fue el fondo político de la Comuna, y también es parte del fondo político del intenso proceso de lucha de clases que se desarrolla actualmente en Venezuela y cuyo futuro inmediato no es posible prever. También Taine define el carácter político de la Comuna: "En cuanto a la insurrección actual, es en el fondo socialista: 'El patrono, el burgués, nos explota, y hay que suprimirlo' " (24). Ernest Feydeau, lleno de odio, parece que hablara como hablan muchos hoy acerca del pueblo chavista, sin embargo define el carácter clasista del alzamiento parisino: "...A los señores obreros, por el solo hecho de que acariciaban más la botella que el trabajo, y se lavaban muy poco las manos, por no tener tiempo para hacerlo, se les ha metido en la cabeza que todo se les debía y les pertenecía sobre la tierra, y que sabían acerca de ello lo bastante, no habiendo aprendido jamás sino cada uno su propio oficio, para sustituir con ventaja a todos los gobiernos de los pueblos civilizados (...) la experiencia, el trabajo, la ciencia, la reflexión, la meditación no son nada, ni sirven para nada, que basta con ser grosero, mal educado, apestar a grasa y a tabaco, y tener todo el tiempo la injuria y la pipa en la boca, para estar considerado como un superior" (25). Dos afirmaciones de este párrafo desnudan el cuerpo ideológico que maneja Feydeau. Uno, los obreros son borrachos, sucios, groseros, mal educados y además culpables de levantarse contra la explotación y exigir que la sociedad les cancele la deuda que tiene con ellos. Dos, los trabajadores carecen de experiencia, no quieren trabajar, y lo que es peor, no reflexionan ni meditan (no piensan), pues la reflexión y la meditación (el pensamiento) son el privilegio de unas cabezas bien peinadas, inteligentes, superiores, que coronan cuerpos rozagantes, adecuadamente vestidos y acaso perfumados. Este criterio es una de las marcas de fábrica del intelectual de la Ilustración, que está vivo y coleando, por más que traten de disimularlo, en la intelectualidad reaccionaria venezolana.
El caso del poeta parnasiano Catulle Mendès es patético. En un principio reconoce la justeza de los reclamos de la Comuna y reseña que hay alegría en el acontecimiento del cual participan no sólo obreros, sino también unos cuantos comerciantes y pequeños burgueses parisinos aliados a los trabajadores: "No son únicamente federados de Montmartre o de Belleville, se reconocen bajo los quepis caras apacibles de burgueses y de comerciantes; muchas manos son blancas, no manos de obreros. Marchan en buen orden; van tranquilos y resueltos; se adivina que esos hombres están dispuestos a morir por una causa que creen justa" (26). Afirma que hay en la Comuna fuerzas vivas y nuevas que acaso haya que tomar en cuenta. Hasta abril del 71 la Comuna es para él una revolución. A partir de allí la define como un motín: "¡Ah! Al fin abrimos los ojos...no habíais endosado nuestras opiniones sino para engañarnos, del mismo modo que unos truhanes revisten la librea de una casa para penetrar en la habitación del amo y robarle su dinero. Os vemos tales como sois...no sois más que unos revoltosos cuyo objeto principal es entregarse al saqueo a favor de la confusión de la noche" (27).
Emile Zola azuza al poder constituido para que emplee la violencia contra los comuneros (no otra cosa llegó a plantear Luis García Mora en uno de sus virulentos artículos con relación a la situación venezolana): "Que mañana se dé una satisfacción al orgullo legítimo de París, que se le devuelva la libertad y la confianza de la nación, y ya veréis a París, al verdadero París, arrojar de sí la sedición, para volver a ser la gran ciudad de la sensatez y del patriotismo" (28). Más adelante veremos la variedad de voces que reclaman una restauración en Venezuela de la democracia betancourista, claro, llamándola eufemísticamente "verdadera democracia", "libertad", "sensatez", "patriotismo", etc. Finalmente, el caballero Zola celebraría los 30.000 muertos de la Comuna como necesarios: "El baño de sangre que (el pueblo de París) acaba de recibir era quizá de una horrible necesidad para calmar algunas de sus fiebres. Ahora vais a verlo crecer en sabiduría y esplendor" (29).
Para George Sand los communards son un "partido de exaltados", el "reino de los más furiosos". Esta condena se hace en nombre de la paciencia, la sensatez y la razón. Para ella, la Comuna es "el resultado de un exceso de civilización material que ha arrojado su espuma a la superficie, un día en que la caldera no tenía vigilante...son las saturnales de la locura" (30).
También Anatole France condena duramente a la Comuna. Para él se trata de un "comité de asesinos", un partido de "bribonzuelos" y un "gobierno del crimen y de la demencia". Nótese como en Sand y France aparece el concepto de la locura y la demencia. Para el intelectual burgués los revolucionarios son locos, en la medida en que no responden a "la razón", que en su lenguaje hay que asimilarla al formalismo social, al pensamiento establecido, a la consideración de los prejuicios, las deformaciones y los códigos lingüísticos de la ideología ilustrada como leyes naturales inconmovibles, tal como los escolásticos pensaban sobre la revelación por la fe.
Aun escritores opuestos a la Comuna, como Zola, tuvieron que reconocer la valentía y la entrega con que los comuneros la defendieron, aun con su vida. En esa historia de coraje jugaron un papel particular las mujeres. La Comuna es quizá la primera insurrección popular donde las mujeres reclaman y obtienen un espacio amplio en el liderazgo y en el combate. Por supuesto, el pensamiento ilustrado reaccionario no escatimó calificativos para estas mujeres desposeídas y decididas. Alejandro Dumas hijo se niega incluso a emplear la palabra mujeres para nombrarlas: "No diremos nada de sus hembras por respeto a las mujeres a quienes se asemejan...una vez muertas" (31). Catulle Mendès habla de "las amazonas de la Comuna": "Un extraño entusiasmo se apoderó de las mujeres a su vez, y he aquí que éstas caen también en el campo de batalla, víctimas de un execrable heroísmo...Nada las impresiona, nada las desalienta (...) ¿Qué furor es, pues, éste que arrastra tales furias? ¿Saben lo que hacen, comprenden por lo que mueren?" (32). Es natural que para el pensamiento de estos burgueses las luchadoras de la Comuna no fueran mujeres, sino hembras ¿No habían tildado, más de una vez, a sus hombres de animales? Es natural, también, que Mendès se extrañe de que estas "hembras" puedan comprender lo que hacen, pues forman parte de la humanidad que no reflexiona, que no medita, que no piensa. Por supuesto que el furor de los desposeídos, según esta visión, no puede ser explicado por razones de pensamiento o convicción, sino que responde más bien a la estupidez, la insania o alguna enfermedad demoníaca del pueblo. Las mujeres de la Comuna, a todas luces, fueron el primer contingente femenino que se alzó junto a los hombres para exigir sus propios derechos como ciudadanas. En ese sentido, los movimientos feministas tienen que buscar en la Comuna sus precursoras. Para los reaccionarios, las comuneras eran enfermas, promiscuas, poseídas, tal como lo expresa sin tapujos Maxime du Camp: "El sexo débil hizo hablar de él (...) Hicieron esas mujeres algo más que echar los pies por alto, lo echaron todo. Las que se entregaron a la Comuna -y fueron numerosas- no tuvieron más que una ambición: elevarse por encima de los hombres exagerando sus vicios. Fueron perversas (...) Subidas en los púlpitos de las iglesias convertidas en clubes, se descubrieron, y con su voz chillona (...) pidieron 'su lugar al sol, sus derechos de ciudadanía, la igualdad que se les niega' y otras reivindicaciones indecisas que ocultan el sueño secreto que ponían de buena gana en práctica: la pluralidad de los hombres (...) Para quien ha estudiado la historia de la posesión, no es posible equivocarse: casi todas las desdichadas que combatían por la Comuna eran lo que el alienismo llama 'unas enfermas' " (33). Por su parte Gobineau opinaba: "Estoy profundamente convencido de que no existe un ejemplo, en la historia de ninguna época ni de ningún pueblo, de la locura furiosa, del frenesí fanático de estas mujeres" (34). Locura, fanatismo. No habría pues razones políticas y sociales en la entrega apasionada de las mujeres comuneras: La revolución es una enfermedad, una insania.
Maxime du Camp en su historia de la Comuna, desconoce todas las medidas revolucionarias del gobierno de los comuneros. Y así como la ilustración venezolana acusa a la transformación en marcha de regresar al siglo XIX, du Camp afirma que la Comuna regresa a la Edad Media: "He aquí ahora a la Comuna que vuelve a plena Edad Media. ¡Es definitivo! ¡La cuestión de los alquileres, en especial, es algo espléndido! El gobierno modifica ahora el derecho natural; interviene en los contratos entre particulares. La Comuna afirma que no se debe lo que se debe y que un servicio no se paga con otro servicio. ¡Es algo enorme de inepcia e injusticia!" (35) Como vemos, du Camp no está preocupado por ningún asunto espiritual: está defendiendo intereses concretos de los propietarios y de los comerciantes, únicos poseedores, que ahogaban a los parisinos con alquileres desmedidos y deudas usureras. El terror del propietario amenazado lo encontramos de nuevo en Edmond de Goncourt: "Un anuncio color de rosa invita a los ciudadanos a apoderarse de los cuarenta mil millones que pertenecen a los imperialistas... ¡Este anuncio revela el fondo oculto del programa de la Comuna! ¿No estoy viendo ya a sus hombres sentados con sus esposas en mi bulevar y diciendo en voz alta mientras contemplan nuestras villas: 'Cuando se establezca la Comuna, estaremos muy a gusto ahí adentro' " (36).
Por su parte Zola asume la defensa de la empresa privada, molesto porque la Comuna prohibe por decreto el trabajo nocturno de los tahoneros. Según él, esto no era de la incumbencia de la Comuna: la explotación de los desposeídos sería un asunto exclusivamente privado y no público: "Uno de sus miembros, una cabeza sana extraviada en Charenton, ha declarado en vano que lo mejor era que los obreros y los patronos se entendieran entre sí" (37). Igualmente se burla de un decreto que concede igualdad de derechos a los hijos naturales: "Esto es del cómico más absurdo, y se creería que esos señores han sembrado los bastardos en su juventud, para que así confíen a la patria el cuidado de dar una madre a su numerosa progenitura" (38).
La llamada Semana Sangrienta, cuando la Comuna es aplastada en un baño de sangre, nos aporta también notable material. Edmond de Goncourt celebra la melodía del genocidio: "El toque de guerra resuena en todo París, y pronto, por encima del tambor, por encima del clarín, por encima de los clamores, por encima de los gritos: ¡A las armas! (...) ruido siniestro que me llena de júbilo y que es para París el de la agonía de la tiranía odiosa" (39).
Conmueve la imagen que presenta Mendès de los comuneros preparándose para resistir: "Todos esos hombres tienen unos rostros ardientes, decididos, bravíos. Hablan poco, no gritan" (40). El sereno heroísmo de los desposeídos contrasta aquí con la histeria criminal del refinado Goncourt. Sin embargo, Mendés muestra de nuevo su verdadera catadura cuando circulan falsos rumores de que los comuneros han incendiado el Louvre y Notre-Dame: "Eróstratos de arrabal. Sardanápalos ebrios de vitriolo" (41). Y Taine: "¡Miserables. Son lobos furiosos!" (42). Leconte de Lisle se siente aliviado por la represión: "En fin, terminó todo. Espero que la represión será tal que nada volverá a moverse, y, en cuanto a mí, desearía que fuera radical" (43). El periodista Francisque Sarcey no es menos fervoroso: "Aunque hubiera que ahogar esta insurrección en la sangre, aunque hubiera que sepultarla bajo las ruinas de la ciudad incendiada, no hay compromiso posible. Si el cadalso llega a suprimirse sólo habrá que conservarlo para los que levantan barricadas" (44). Y Anatole France: "Al fin, el gobierno del crimen y de la demencia se pudre a la hora actual en los campos de ejecución" (45). Inclusive hay algunos, como Flaubert, que se quejan de alguna debilidad de la represión: "A mi parecer, hubieran debido condenar a galeras a toda la Comuna y obligar a esos imbéciles sangrientos a desescombrar las ruinas de París, con la cadena al cuello, como simples forzados. Pero eso hubiera herido a la humanidad. Somos compasivos con los perros rabiosos, y no lo somos con aquellos a quienes han mordido" (46).
Estos intelectuales, que reclamaban para sí el privilegio de la sensibilidad, de la belleza, de la poesía y del pensamiento, se transformaron fácilmente en perros de presa de la burguesía dominante, en incitadores de atroces crímenes de guerra. Debemos agradecerles, sin embargo, la oportunidad que nos dan para desmontar toda la mitología erigida por el pensamiento ilustrado en torno a sus representantes, que pululan en las academias, en las columnas de opinión, en los estantes de las librerías, en los cocteles literarios.
Es asombroso constatar como la reacción de estos intelectuales después de la semana sangrienta, se parece tanto a la que asumieron sus congéneres venezolanos después de los sucesos del 27 de febrero de 1989. Los golpes de pecho, las tibias críticas, las recomendaciones conducentes, por cierto, a apuntalar al régimen triunfante sobre la sangre de miles de desposeídos. Dumas hijo declara que la prueba por la que Francia atravesaba resultaría en mayor bien y habla de la necesidad de austeridad y sacrificios a fin de rehacer la unidad del país, liberándose de la demagogia y de los intereses particulares y egoístas. Añade Dumas: "Ahora la cuestión se plantea de manera distinta y precisa. Hay de una parte: los que poseen, los que trabajan, los que saben. Hay de la otra parte: los que no poseen, los que no trabajan, los que no saben. Es preciso que los que poseen acudan en ayuda, por todos los medios, de los que no poseen. Es preciso que los que saben informen, instruyan, eduquen a los que no saben" (47). ¡Dios, como se parece esto al discurso de la pléyade de opinadores profesionales que pasaron uno tras otro por los programas de televisión los días subsiguientes al Caracazo!
Otra reacción interesante después de la Comuna fue la de algunos intelectuales que se envalentonaron con la victoria oficial y exigieron prever males futuros a través de conculcar ciertos derechos. He aquí la voz de Flaubert: "El primer remedio sería acabar con el sufragio universal, vergüenza del espíritu humano. Tal como está constituido, un solo elemento prevalece en detrimento de todos los demás: el número domina al espíritu, a la instrucción, a la raza y hasta al dinero que vale más que el número (...) Yo valgo muy bien veinte electores de Croisset" (48). También leamos a Goncourt: "¡Qué imprevisión! ¡Qué imbecilidad! La sociedad se muere a causa del sufragio universal (...) Por él gobierna la ignorancia de la vil multitud" (49). En la situación venezolana actual, a muchos ilustrados les gustaría endosar estas opiniones de Flaubert y Goncourt. Recuerdo otra vez a García Mora, y lo citaré en su momento: en una de sus columnas dominicales lamentaba la supremacía del voto mayoritario sobre los votos del "sector pensante". Toda la palabrería democrática de estos personajes se viene al suelo cuando la democracia es ejercida por los desposeídos. No importa que la inmensa mayoría haya votado, en los tiempos recientes, por las propuestas de Hugo Chávez. Siempre considerarán esas decisiones como ilegítimas, porque la minoría "pensante" no es la que está decidiendo el futuro. Pero hay que reconocer que el pensamiento ilustrado burgués ha aprendido, ha sabido irse adaptando y sobre todo ha logrado expresar los mismos criterios supremacistas, individualistas y exclusivistas de una manera más sagaz, disfrazando al monstruo con trajes de seda. Cuando abordemos la situación venezolana actual, haremos la disección del discurso de unos cuantos intelectuales del patio. Será un placer desnudarlos y dejarlos expuestos a la consideración de los lectores en toda su dimensión de pensadores dieciochescos y verdaderos enemigos de todo lo que huela a cambio real de protagonistas y perspectivas.
SOBRE LAS VANGUARDIAS
El pensamiento burgués nació, por supuesto, en medio de grandes contradicciones, como todo lo que nace. En la dirigencia de la Revolución Francesa, tal como afirmamos más arriba, hubo multitud de fracciones y este carácter contradictorio no amainó en los años posteriores. Por otra parte, podemos decir que la tendencia positivista fue dominante en los albores de la ideología burguesa. La adoración de la razón humana como única fuente confiable del conocimiento y la felicidad se convirtió en norma corriente. Sin embargo, pronto el modelo racionalista comenzó a convertirse en una especie de camisa de fuerza para algunos representantes de la filosofía, la literatura y el arte. En mi opinión, el surgimiento en tales circunstancias del pensamiento romántico puede ser explicado, entre otras razones, por una lucha en torno al poder ideológico entre tendencias con el mismo origen. Sin embargo esta lucha se centró sobre todo en el terreno del conocimiento y su caracterización. Recordemos que los científicos y racionalistas pasaron a ser los sustitutos de los sacerdotes en esta especie de nueva religión que conformaba el positivismo, aun imperante en muchos sentidos. Recordemos, también, que la burguesía no tuvo descanso una vez que se convirtió en clase dominante. Las revueltas obreras y populares se multiplicaban por doquier. Una parte de la intelectualidad europea, que había participado del entusiasmo ilustrador, comenzó a sentir los latigazos de la decepción, sobre todo aquellos sectores vinculados al pensamiento poético: la revolución que había venido para salvar el mundo, la panacea que llevaría a la humanidad a una utopía de igualdad, justicia y progreso, enseñaba desde el principio la cola de su terrible iniquidad estructural. De hecho, Sturm und Drang, el movimiento literario alemán considerado como precursor del romanticismo, es contemporáneo con la Comuna de París. Pero hay que señalar como hecho importante el que Sturm und Drang tiene un claro antecedente en una reconocida voz de la Ilustración, como lo fue Jean-Jacques Rousseau. Sturm und Drang comenzó a enseñar la preocupación por la emoción subjetiva y la espontaneidad del acto creativo que serían luego dos de los rasgos distintivos del romanticismo.
La corriente romántica se difunde por Europa a finales del siglo XVIII y a comienzos del XIX. Su oposición a algunas ideas iniciales de la Ilustración no puede ser confundida con una insurgencia contra la ideología burguesa, sino como una nueva manifestación de ésta. El romanticismo permanece fiel al rasgo principal de esa ideología: el individualismo. No otro fundamento tiene su predilección por la más intensa experiencia personal. El romántico propone una especie de huida temporal, hacia adelante, y plantea la utopía de la búsqueda de un porvenir divino que espera en el devenir de la humanidad. En ningún modo concibe alguna forma de rebelión fáctica contra la profunda explotación del naciente capitalismo que esquilmaba a las mayorías desposeídas. En tal sentido, el debate romántico frente al positivismo debe ser entendido como manifestación de contradicciones entre facciones del pensamiento burgués. Sin embargo, también hay que considerar que el romanticismo abre las puertas al surgimiento de diversas vanguardias filosóficas, literarias y culturales del siglo XX que han contribuido a generar respaldo a múltiples movimientos libertarios que han venido haciendo aportes a la conformación de un pensamiento colectivista moderno. En cierto modo, el romanticismo, al igual que el marxismo, que significó un cuestionamiento aun más radical y pragmático a la ideología burguesa, fue uno de los gérmenes de la transformación cultural y colectivista futura. No se trató de un movimiento colectivista, como sí lo fue básicamente el marxismo, pero su defensa de lo irracional, lo vital, lo emotivo ante el cientificismo positivista, que se convirtió en la tendencia predilecta del capital, mantuvo despierta una llama de rebeldía humana ante la crueldad inhumana de los poderes explotadores. El planteamiento del problema del conocimiento por parte de los románticos es lo que confiere a esta tendencia su carácter histórico más notable. El romanticismo afirmó que la intuición y la imaginación eran vías tanto o más válidas que la razón para conocer la realidad y acercarse a ella. La importancia de esta acción ideológica es fundamental. Al asignar a la razón y al conocimiento científico la exclusividad sobre la captura de la realidad, el positivismo creaba una barrera elitesca para favorecer todo conocimiento académicamente adquirido, sólo accesible a la clase dominante. Pero por otra parte, desconocía algunas de las armas más poderosas de la sabiduría popular, como por ejemplo la intuición y la imaginación. De manera que los románticos pusieron sobre el tapete una discusión de importancia cardinal, y por eso mismo su influencia positiva se extiende hasta nuestros días, ya que si el positivismo hubiese reinado sin obstáculos (cosa que por lo demás hubiese resultado de todas formas imposible) probablemente avanzaríamos sin remedio a un mundo de soluciones mecánicas, deshumanizadas, sometidas al arbitrio sin remedio del individualismo más feroz, donde la sociedad, manejada por mentes "brillantes" y aisladas, marcharía como un mecanismo de reloj, tan previsible y tan inorgánico. También fueron los románticos precursores de una apertura del universo intelectual europeo hacia culturas milenarias consideradas marginales y al mismo tiempo sintetizadoras de una sabiduría ancestral, acumulada a lo largo de una experiencia colectiva de larga data o enraizadas en una relación directa del hombre con su medio originario. De ese modo, los románticos contribuyeron a extender los horizontes del pensamiento occidental, dotándolo de nuevas y valiosas herramientas.
En los albores del siglo XX, comienza la eclosión de distintas vanguardias que son ramales por donde toma senda la ideología individualista. De alguna manera son la prolongación de las inconformidades que expresaron numerosos pensadores ilustrados del siglo XIX, quienes sin plantear una real ruptura con el pensamiento burgués, trataron de desarrollarlo para intentar, en la mayoría de los casos, la realización de la libertad individual como un acto separado del devenir colectivo. De hecho, la mayoría de las vanguardias, por más que algunas tuvieron escarceos con el socialismo marxista, muestran en su origen una visión pesimista del entorno asumida como razón ontológica y casi todas apuntan hacia una consideración de cualquier expectativa de salvación futura sólo con relación a la realización individual. Justo es decir que una característica de las vanguardias intelectuales del siglo XX es la insubordinación formal contra los valores de la sociedad burguesa, pero esas diferencias pocas veces se referían a los principios económicos o sociales del capitalismo. Se trata, más bien, de una evocación de la mencionada máxima de Flaubert, de vivir como un burgués pero pensar como un semidios. A principios del siglo XX insurge con buena fuerza el existencialismo, en la figura de Martin Heidegger, aunque él mismo llegó a negar su relación con esa corriente filosófica. Sin embargo sus planteamientos están, sin duda, en la línea de influencia que recogerán otros pensadores como Jean Paul Sartre. Es clara la contraposición que establece Heidegger entre el ser individual y el ser colectivo, privilegiando al individuo, dándole la prominencia en el sentido del ejercicio de la libertad, planteamiento típico del pensamiento ilustrado. La confrontación con la muerte y el "sin sentido" de la vida, es lo que puede conducir al individuo al sentido del ser y la libertad. Para Sartre esta consideración del "sin sentido" se expresa en el axioma "la vida es una pasión inútil". Este asunto del sentido de la vida es asaz interesante. Es natural que la concepción individualista termine por desconocer un sentido para la vida. Esto se debe a la distorsión, a modo de espejo, del énfasis puesto en lo individual sobre lo colectivo, lo que genera una imagen invertida de la existencia. La sola observación natural de las especies orgánicas bastaría para concluir que en toda existencia social, el ser colectivo representa un interés superior al que es representado por el ser individual. Precisamente, no tiene ningún sentido pensar lo contrario.
Otros movimientos de la primera mitad del siglo XX como el dadaísmo y el surrealismo, apuntan, en líneas generales, en la misma dirección de dar puesto capital al individuo sobre la colectividad, de modo que prolongan la esencia del pensamiento burgués, a pesar de mostrar una rebeldía, que sigue el camino de la rebelión romántica contra el positivismo y que ha servido de caldo de cultivo a movimientos más o menos transformadores que se acercan más al ideal del colectivismo. En la segunda mitad del siglo XX recibieron algo de esa influencia contestataria burguesa el movimiento hippie, el movimiento beatnik, las luchas antiraciales, el feminismo, los combates ecologistas y de otra índole civil. De modo que en cierto sentido, y a despecho de que en lo fundamental siguen representando la ideología burguesa, las vanguardias del siglo XX jugaron también un papel de avanzada.
La ideología individualista burguesa busca hoy, como hemos dicho antes, nuevas maneras de perpetuarse y de resistir ante el evidente embate del colectivismo, y sobre este tema volveremos. Por ahora asentemos que todo el pensamiento postmodernista y también las ideas sobre el fin de la historia y de las ideologías, entre otras, no son sino manifestaciones de esa intención de posponer el paulatino sucumbir del individualismo como concepción de la vida humana.
SOBRE LA ILUSTRCACION Y LA INDEPENDENCIA AMERICANA
Es hora de hacer un breve y ligero sobrevuelo al escenario de la independencia latinoamericana y la presencia en él de la ideología burguesa proveniente de la Ilustración. Durante el período colonial, América, incluyendo por supuesto a Venezuela, había seguido las pautas políticas y económicas dictadas por la metrópolis española. Sin embargo, bajo las peculiares condiciones de los territorios coloniales se desarrolló una conformación local particular, que generó sus propios caminos nacionales y sus propias clases y estamentos sociales. Es en estas particularidades donde se cuece el caldo de cultivo de las ideas independentistas. Junto a la evolución de tales especificidades, se produce la influencia del pensamiento progresista europeo, aunque debemos reconocer que las ideas de la Ilustración llegan a lo que hoy es la América Latina con bastante retraso, de la mano de patriotas hispanoamericanos que vivieron en el viejo continente. De hecho, durante los años de la guerra de independencia suramericana, las ideas revolucionarias europeas se hicieron sentir sobre todo en el campo del pensamiento político. Según el arzobispo realista Narciso Coll y Prat, la independencia promovía la creación de una "imaginaria grande Nación venezolana", gracias a la "nefasta influencia" de los libros franceses "sembrados por todas las casas y tiendas públicas, y leídos hasta del sexo devoto". Pero entre los años que van de 1810 a 1830 se nota en Venezuela una gran ausencia de pensamiento teórico propiamente dicho, salvo aquél que se vincula directamente a la guerra libertadora. Con la excepción del trabajo de Andrés Bello y una que otra obra menor, no se cuenta en ese período con textos propiamente filosóficos o literarios. Lo que sí hay, según la precisa observación de la investigadora Alicia Ríos, es un amplio corpus constituido por proclamas, discursos, arengas, cartas, diarios, historias, decretos, proyectos, leyes y constituciones que estuvo determinado más por la necesidad de acción que de reflexión orgánica. Según Ramón J. Velásquez "En la guerra interminable, Venezuela se ha acostumbrado a asociar el nombre de los nuevos generales con el gobierno de la república que se está formando, y nace una clase militar y política que será directora del nuevo país. Sustituyen a los juristas y letrados de 1811, dispersos y aniquilados en los primeros años de la guerra larga (...) Al asumir Simón Bolívar en 1813 la jefatura de la revolución, cambia su signo y la convierte en una causa popular (...) Busca entenderse con esos nuevos jefes campesinos que explican su presencia en la guerra en forma muy distinta a la que utilizan los letrados de la capital" (50).
Como hemos dicho, la ideología de la época tuvo sobre todo influencia francesa, originada en los enciclopedistas e ideólogos de la Ilustración. Desde ese punto de vista adquiere valor especial la edición del Contrato Social de Rousseau realizada en 1810 en Argentina, por obra de Mariano Moreno. Sin embargo esta influencia, como hemos mencionado, se hará sentir fundamentalmente en el terreno político, proporcionando tesis y directivas para la actividad revolucionaria. La irrupción del pensamiento ilustrado se da con mayor fuerza en América alrededor de un siglo después de la Revolución Francesa, y se asume en un principio con la modalidad positivista como dominante. En la segunda mitad del siglo XIX se da en América una notable renovación en el campo de las ciencias y se fundan una serie de instituciones positivistas: en México, la Sociedad de Historia Natural (1868), la Comisión Geográfico-Exploradora (1877) y la Comisión Geológica (1886); en Argentina, el Observatorio Astronómico (1882), el Museo de Ciencias Naturales (1884), la Sociedad Científica Argentina (1872), el Observatorio de Córdoba (1870) y la Academia de las Ciencias de Córdoba (1874); En Brasil, la Escuela de Minas de Ouro Preto, el Servicio Geológico de Sao Paulo y el Observatorio Nacional de Río de Janeiro. Mención especial merece en este sentido la Escuela de Recife, una corriente renovadora del pensamiento brasileño surgida por esa misma época. Según Silvio Romero, se trataba de "un grupo de ideas nuevas". El movimiento de Recife era claro representante del positivismo, el evolucionismo y el materialismo cientificista. Llama la atención el hecho de que años después le saliera a Brasil su propio "anti-positivismo", expresado sobre todo por la obra de Tobías Barreto, quien propició el retorno a la metafísica y evitó el monopolio del positivismo en el gran país del sur. La Escuela de Recife es considerada por algunos estudiosos como la primera manifestación orgánica y evidente del proceso de aburguesamiento social y económico proyectado en la esfera cultural y como la primera expresión coherente, en el campo filosófico, de una ideología burguesa en el Brasil. Según Agustín Martínez, el criticismo cientificista de la Escuela de Recife coincidió y fue compatible con el "ascenso de la burguesía y el predominio del espíritu urbano sobre la mentalidad vinculada al gran dominio rural". Es decir, se reproduce en América, con sus peculiaridades, la lucha entre el campo y la ciudad, entre lo rural y lo urbano, entre el feudo y el burgo, entre el latifundio (versión del feudo) y el capitalismo. América Latina accede, en el último tercio del siglo XIX, al proceso de modernización socioeconómica y a su correlato de modernización cultural. En cuanto a Venezuela, no escapa a este proceso, aunque se desarrolló con cierto retardo con relación a países como Argentina, México, Chile, Uruguay y Brasil. Sin embargo, ya en 1867 se funda la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, por iniciativa de un alemán que hizo vida en nuestro país, Adolfo Ernst. Este retraso de las ideas ilustradas para imponerse en el continente americano, al sur del Río Bravo, tiene claras explicaciones de índole económico y social. Aun a principios del siglo XIX la América Latina es parte de un régimen semifeudal, basado en el latifundio, donde trabajan esclavos de derecho o de hecho. La transformación política que sigue a la emancipación no postula ningún cambio profundo en la estructura social de los nuevos estados. La guerra de independencia es más una revolución política que socioeconómica. La administración de Páez en Venezuela, por ejemplo, fue catalogada de oligárquica. En la constitución de 1830 la categoría de ciudadano se limitaba según la capacidad económica y se consideraba conveniente mantener la esclavitud y la pena de muerte por delitos políticos. Recordemos incluso que cuando en Europa se dictaban las primeras legislaciones protectoras de la clase obrera industrial, en la segunda mitad del siglo XIX, en Venezuela apenas se decretaba la abolición de la esclavitud. Mientras en Europa se eliminaban por obra de las reformas agrarias los restos del sistema feudal, en Venezuela se mantenían situaciones parecidas en la forma de los manumitidos semi-libres y de los jornaleros o peones, siendo el campo el sector principal de la producción mercantil. Por otra parte, pervivieron grandes conflictos sociales en los años inmediatos después de la independencia. Entre 1830 y 1858, durante las presidencias de Páez, Soublette, José Tadeo y José Gregorio Monagas, se multiplicaron los asaltos a haciendas y hatos, la fuga de esclavos, las cimarroneras y las guerrillas. Precisamente, esta constante lucha de clases, sobre todo en el campo, será el caldo de cultivo de la Guerra Federal, así como el propósito de liquidar aquellos factores de la sociedad colonial que aun subsistían. La Guerra Federal, sin embargo, confirmó básicamente el estado de cosas anterior, en el ámbito socioeconómico. En la constitución de 1858 se establece la independencia de las provincias, instaurándose un sistema federal, es abolida la pena de muerte y se alcanzan algunos importantes avances en el campo de las libertades políticas: libertad de tránsito, de prensa y de pensamiento, inviolabilidad del hogar, derecho de residencia a voluntad del ciudadano, inviolabilidad de la propiedad, libertad de cultos, libertad de expresión. Desaparecido en combate el General del Pueblo Soberano, Ezequiel Zamora, el triunfo de la revolución federalista es cobrado por Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco y siendo éste último presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, se promulga la Constitución de 1864, con lo cual se sigue avanzando en el lento proceso de modernización política de Venezuela.
Cuando se introduce con fuerza el positivismo en América, entre 1870 y 1900, se instalan también las primeras formas de economía capitalista. Se considera entonces que el progreso económico impulsará automáticamente cualquier otro progreso, y surgen los primeros gobiernos fuertes identificados con el naciente capitalismo y con el positivismo, como los de Porfirio Díaz en México y Guzmán Blanco en Venezuela. Este último, desde su primer gobierno, se orienta a favorecer a la nueva burguesía comercial y a dirigir la economía en el camino de apuntalar a incipiente capitalismo nacional.
SOBRE EL AUGE DEL CAPITALISMO EN AMERICA
En los albores del siglo XX se fortalece el capitalismo en Latinoamérica. Surge, en el terreno intelectual, el auge de la corriente modernista. El modernismo coincide con un rápido y pujante desarrollo de ciertas ciudades del subcontinente, que se tornan cosmopolitas y generan un comercio intenso con Europa, llegándose a comparar con las urbes norteamericanas, y producen un movimiento de ideas favorable a la modernización de las viejas estructuras heredadas de la colonia y las guerras intestinas. En ese momento se había dado inicio a la fiebre capitalista en la América Latina. La sociedad se torna profundamente materialista, en el sentido del afán de lucro como móvil social casi único. Ocurre entonces algo muy parecido, desde el punto de vista del mecanismo sensible e intelectual, a lo que fue la reacción de los románticos ante el positivismo y el racionalismo en Europa. Los escritores de estos lares parecen volver la espalda a ese mundo lleno de valores puramente materiales. Tal como lo hicieron los románticos, los modernistas se oponen al positivismo cientificista que había llegado a reinar en América. Por ello tienden a ubicarse en los linderos del antirracionalismo, glorificando el sentimiento y el instinto. Pero, emulando una vez más a los románticos, esta diferencia intelectual no es precisamente una renuncia a los valores de la ideología burguesa que ya se había impuesto claramente en nuestros países, de mano del aun tímido, pero creciente capitalismo. Los modernistas se constituyeron en una especie de aristocracia intelectual, compuesta por una minoría elitesca y selecta, identificada con los valores del individualismo. Piensan en su patria y en el alma de su patria, pero se comportan como estetas puros, aspirando a la belleza formal y al dominio de lo simbólico. Dejan como legado, en la literatura, una obra que fue considerada renovadora en su momento y con una influencia inusual en las letras españolas, que se alimentan del verbo y el planteamiento de Darío y otros escritores modernistas del nuevo mundo. Sin embargo, y sin entrar a enjuiciar aquí la herencia literaria que hayan podido dejar a la posteridad, los modernistas no pasaron nunca de ser una típica élite, una ínfima minoría que igualmente contó con privilegios, dádivas y cargos obtenidos en la consabida ronda del intelectual burgués por los rincones del poder.
En los años de la primera postguerra del siglo XX, el intelectual latinoamericano se hace presente de una manera más protagónica en la lucha política, levantando casi siempre las banderas de la democracia, la justicia social, la libertad de expresión y la identidad cultural nacional de sus países. Desde distintas latitudes se movilizan estos sentimientos que acompañan a las luchas populares por la democratización de las instituciones y la ampliación de los espacios de participación política. Surgen entonces importantes obras literarias que plantean problemas referidos a la identidad cultural hispanoamericana, de lo cual son ejemplo el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento o el Ariel de José Enrique Rodó. Se inicia una época de oro para la clase media ilustrada latinoamericana, que pasa a jugar un papel de liderazgo en las luchas democráticas de los pueblos. Estas actitudes se vinculan, sin duda, a la irrupción de las ideas socialistas y marxistas, que prenden en buena parte de esa intelectualidad, que era testigo, además, del fracaso de modelos políticos absolutistas, militaristas y antidemocráticos. Aquellas luchas, es necesario decirlo, no se plantearon nunca la transformación del modelo capitalista, sobre todo porque este modelo era aun incipiente, en comparación con el extenso proceso de industrialización que se había producido en Europa. En Venezuela, por ejemplo, las relaciones capitalistas de trabajo habían surgido a partir de inversiones extranjeras, que trajeron moderna tecnología en las áreas de ferrocarriles, telégrafos, tranvías, teléfonos, electricidad. Había también ciertos gérmenes de capitalismo nacional, pero que se traduce en inversiones más bien reducidas en fábricas textiles, imprentas, zapaterías que están diseminadas en el territorio nacional y cuyo crecimiento es limitado y lento. Es por ello que las luchas democráticas de postguerra, como las de la generación del 28, presentan un alto contenido antiimperialista y una marcada intención de transformación política. Por otra parte, antes de la irrupción del petróleo, la economía venezolana seguía siendo marcadamente agrícola, con una amplia población campesina, y donde persistían, inclusive, algunas formas de trabajo semiesclavo, sin paga. En fin, estas posiciones de los intelectuales se ubican sobre todo en el terreno de las luchas contra el neocolonialismo, por la modernización de las instituciones y por la ampliación de los derechos políticos ciudadanos.
En pleno desarrollo de estas luchas democráticas del pueblo y los intelectuales, surge un hecho cardinal, que cambiará de manera abrupta el destino del país: la conversión de Venezuela en país petrolero. El lento proceso de conformación de una economía capitalista se acelera bruscamente con el inicio y la expansión de la industria petrolera, que genera la aparición de un proletariado petrolero numeroso y altamente concentrado, así como la extensión de los barrios pobres en las grandes ciudades y el comienzo del llamado éxodo rural. Por otra parte, y según lo asienta la investigadora Dorotea Melcher:
"…los ingresos petroleros, en permanente crecimiento, sirvieron, si necesario, para mantener la estabilidad del régimen frente a la clase obrera: el empleo de más de 40.000 obreros en obras públicas, entre enero y mayo de 1936, el salario considerable (en aquel entonces) de 5 bolívares diarios, sirvieron para aplacar el movimiento espontáneo del pueblo después de la muerte de Gómez" (51)
El advenimiento casi milagroso del petróleo divide en dos la historia política, económica, social y cultural de Venezuela. Es como una bendición que les llega a las clases dominantes, pues Venezuela se convierte en un país rentista, con una economía de débil estructura, improductiva, monoproductora, pero al mismo tiempo alimentada por este negro maná que nos fue entregado desde las entrañas de la tierra. Cuando Eleazar López Contreras, el sucesor de Juan Vicente Gómez, deja la presidencia en 1941, se han echado las bases del Estado capitalista moderno en Venezuela, cuyo posterior desarrollo sufrirá las deformaciones propias de un proceso que no fue evolutivo, sino aluvional, y en el cual el estado se convirtió repentinamente en gran monopolista de la riqueza nacional y en beneficiario de los inmensos ingresos petroleros. En esta circunstancia, las organizaciones políticas que tuvieron sus antecedentes en las luchas de la generación del 28, con Acción Democrática, el partido de Rómulo Betancourt, como principal factor, sumaron a sus planteamientos programáticos la propuesta de un desarrollo económico industrial, pero manteniendo como principal elemento diferenciador el planteamiento de un sistema político democrático y representativo. Luego, durante el gobierno de Isaías Medina Angarita, se produjo una apertura democrática, con el ejercicio de partidos políticos, incluido el libre funcionamiento del proscrito Partido Comunista, cambios jurídicos, libertad de prensa y libertad sindical, voto directo y popular para la elección de los diputados y voto de las mujeres. Las luchas populares de cerca de dos décadas, por estos derechos, daban así sus frutos. Pero aun no podía hablarse de que tales conquistas fueron estables. La inestabilidad de las instituciones quedó demostrada con la serie de hechos violentos y golpes de estado, que tuvieron su primera expresión destacada con la revolución de octubre de 1945, un golpe victorioso encabezado políticamente por Rómulo Betancourt. Finalmente, precedida de una gran convulsión política y militar que dio al traste con las conquistas políticas de los venezolanos, se estableció, en la década de los 50, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, a la cual algunos adjudican algunos logros económicos y de infraestructura, pero que prácticamente todos coinciden en señalar como un período de conculcación de las libertades políticas, de abusos contra los derechos humanos y de absolutismo presidencial. Desde el punto de vista económico, se siguió desarrollando el capitalismo monopolista de Estado, fundamentado en la renta petrolera, e igualmente cierto capitalismo privado, alimentado por la asistencia del Estado y en realidad con poca inversión productiva, concentrada más que todo en la construcción, en la manufactura de algunos productos de consumo masivo y en el comercio, con muy poco desarrollo de la producción industrial a gran escala.
SOBRE EL REGIMEN BETANCOURISTA Y LA IRRUPCION DE HUGO CHAVEZ
Antes de que entremos a analizar los contenidos ideológicos que maneja la intelectualidad burguesa contemporánea en Venezuela, nos pasearemos por el espacio que ha generado más privilegios de todo tipo para esa intelectualidad y cuya defensa asume una parte importante de sus representantes: el régimen betancourista, al cual llamo así en honor a su principal ideólogo y líder, Rómulo Betancourt. El pensamiento ilustrado al cual me refiero ha usado muchos argumentos de diverso tipo para defender esa dudosa versión de la "democracia" y para trabajar, abierta o solapadamente, voluntaria o involuntariamente, por su restauración. En tiempos recientes se han manejado dos argumentos falaces: uno es que la degradación del régimen betancourista se produjo únicamente en sus últimos veinte años, debido a la actuación desacertada de algunos dirigentes, pretendiendo así dividir esa época en un período brillante, dorado, y otro oscuro y decadente. El otro argumento plantea que la razón de esa decadencia fue el surgimiento de la corrupción y el clientelismo, frente a lo cual ubican como positivo los "grandes logros" de la "democracia". Uno de nuestros objetivos es salirle al paso a esos argumentos.
El análisis de los primeros años del experimento betancourista nos ayuda a demostrar irrevocablemente que todos los vicios y horrores de ese período tienen su origen en el país que prefiguraron Rómulo Betancourt y su entorno político en los primeros tres años del gobierno de Betancourt que van desde 1958 (ya antes de ser electo Rómulo, su proyecto comenzó a asomarse) hasta 1961, cuando es proclamada la penúltima constitución venezolana. La caída de Pérez Jiménez se produce gracias a una combinación de descontento popular, rebelión militar y negociación política. Uno de los ejes de esa negociación fue Rómulo Betancourt, como máximo líder de Acción Democrática, el principal partido de la oposición antiperezjimenista. Ya en el exilio se prefigura el posterior Pacto de Punto Fijo, que es un acuerdo de gobernabilidad firmado por un liderazgo emergente, y que por cierto excluye de entrada al Partido Comunista. Esto último es importante señalarlo, ya que Betancourt trae ya desde los Estados Unidos la decisión de someterse a los designios de la potencia del norte, en el sentido de asumir plenamente sus conveniencias geopolíticas y sus esquemas con relación a lo que debería ser el desarrollo político en el "patio trasero". Esto le granjeó el irrestricto apoyo de Estados Unidos y en general de las potencias occidentales para darle apariencia de legalidad y democracia a todos los desmanes que pronto señalaremos.
Al caer la dictadura de Pérez Jiménez se constituye rápidamente una Junta Militar. Mientras tanto, el pueblo está volcado a las calles, castigando con linchamientos a los esbirros de la Seguridad Nacional y exigiendo elecciones democráticas y justicia social. La Junta Militar es presidida por el Contralmirante Wolfgang Larrazábal y la integran los coroneles Pedro José Quevedo, Carlos Luis Araque, Abel Romero Villarte y Roberto Casanova. Estos dos últimos, sin embargo, son identificados como parte del estamento militar perezjimenizta, lo cual desata las protestas populares, que exigen el ingreso a la junta de gobierno de los miembros de la Junta Patriótica, organismo civil que dirigió la lucha interior contra el dictador, presidida por un joven periodista, Fabricio Ojeda, militante de Unión Republicana Democrática. Pero Casanova y Romero Villarte fueron reemplazados por una ostensible representación de la burguesía, con los nombres de Eugenio Mendoza y Blas Lamberti. Aquí comienza a asomar la política de exclusiones que se impone en las altas esferas del liderazgo triunfante, y que persigue aislar a aquellos factores capaces de darle un impulso aun mayor y una orientación más radical a la participación popular en la época pos perezjimenizta. Antes de las elecciones se firma el pacto de Punto Fijo, donde hacen frente común los factores políticos en ese momento comprometidos con las propuestas programáticas de Betancourt, Caldera y Jóvito Villalba, quienes son los signatarios de este acuerdo donde se comprometen a respaldar al régimen que surja de las elecciones nacionales. De esta manera se da estabilidad a la propuesta política que posteriormente dirigiría a Venezuela en las próximas cuatro décadas. El pacto de Punto Fijo es la partida de nacimiento de la partidocracia que terminará secuestrando, para su propio beneficio, las conquistas democráticas del pueblo venezolano. En este sentido, hay que salirle al paso a la conseja de que ese pacto fue tan sólo un acuerdo partidista que se rompería poco después, con la salida de URD. En realidad, el pacto fue una herramienta política de Rómulo Betancourt para legitimar su proyecto de país. La confirmación de esta orientación la veremos más tarde, al aprobarse la constitución del 61. Por otra parte, una vez que Betancourt asume la presidencia, comienza a perfilarse otra característica permanente del régimen: la violación persistente de los derechos humanos, en sus distintas variantes, así como la represión despiadada y criminal que se tradujo en centenares de víctimas, desaparecidos y torturados. Para tener una idea de cómo la intelectualidad burguesa es capaz de tergiversar la historia, a fin de asumir la defensa del régimen betancourista, veamos el siguiente aserto de Rafael Arráiz Lucca: "Pero nada más lejos que un lecho de rosas para Betancourt que su presidencia: la derecha atenta contra su vida y la izquierda le declara la guerra a muerte" (52). Quien lea esta afirmación de Arráiz de manera desprevenida, concluirá que hubo una "declaración de guerra" unilateral de parte de la izquierda, y que Rómulo no tuvo mucho o nada que ver con la espiral de violencia que se vivió en los 60. Veamos los hechos a la luz de otra manera de contar esta historia. Ya dijimos que la decisión excluyente de apartar al Partido Comunista y a otras fuerzas de la Junta Patriótica de cualquier acuerdo se traía desde los Estados Unidos. El Partido Comunista, a partir de la caída de Pérez Jiménez, se había convertido en una fuerza política muy importante, como se deduce de su alta votación en las elecciones del 58. El respeto popular por sus líderes se tradujo en el apodo de "Cantaclaro" para Gustavo Machado. El discurso algo más radical de ese liderazgo, así como las pruebas de heroísmo de los militantes comunistas durante la resistencia, le granjearon a los rojos la simpatía de amplios segmentos populares, sobre todo en las áreas urbanas. Igualmente hombres como Fabricio Ojeda lograron gran respaldo popular. Pero Betancourt y los Estados Unidos le temen a esas fuerzas, y la decisión de segregarlas se impone por encima de ese apoyo popular, que ha debido expresarse, en buena lid, con una mayor participación en los acuerdos de gobierno, ya que tales fuerzas fueron también forjadoras del mismo, y en el programa de cara a las exigencias populares. Es cierto que las fuerzas restauradoras del perezjimenizmo lanzaron en 1960 acciones rápidamente controladas y que no representaron sino escaramuzas sin éxito, como el golpe de Castro León, en abril, y el atentado de Los Próceres en junio. Recordemos que la declaración de lucha armada por parte del PCV y el MIR se produce en 1962. Ya antes el régimen betancourista había inaugurado un período de provocaciones y represión desmedida. El 4 de agosto de 1959 Betancourt, a tan sólo pocos meses de inaugurar su gobierno, ordena disolver a plomo limpio una manifestación pacífica de desempleados en la plaza La Concordia. Allí mueren asesinados Juan Francisco Villegas, Rafael Simón Montero y Rafael Baltazar González, además de quedar heridos más de 60 trabajadores, "algunos de los cuales vivieron para siempre en sillas de ruedas", tal como señala Doris Francia en su libro Los silencios de la derrota. El 11 de enero de 1960 una nueva manifestación de desempleados se congrega en La Concordia. En su marcha de protesta hacia el Palacio de Miraflores, es abaleada con el resultado de cinco muertos y numerosos heridos. Después de estos hechos, Rómulo Betancourt lanza su grito criminal, la verdadera declaración de guerra: "Disparar primero y averiguar después". Esta frase es la total negación de la democracia y la justicia, es violatoria de los derechos humanos más elementales, es delictiva, es provocadora y cerraba, por supuesto, los caminos pacíficos de la protesta popular. Y lo peor es que no fue una mera metáfora política, sino una orden para la acción policial, que ya se estaba cumpliendo y que se cumpliría con eficiencia por parte de las policías del régimen betancourista. De manera que la violación de los derechos humanos no fue una actitud aislada de funcionarios irresponsables, sino una política expresa del régimen. El libro de Doris Francia que hemos mencionado es, entre otras cosas, un inventario espeluznante de lo que fue la aplicación de esta política. La lista de desaparecidos, torturados y asesinados por la democracia betancourista cuenta centenares de casos, sin sumar masacres como la del 27 de febrero de 1989. La inmensa mayoría de esos crímenes permanecen sin castigo. Si agregamos esos muertos a los centenares de miles de víctimas producidas por el hambre, la ignorancia y la violencia que esas plagas desatan, todas ellas efecto de la desidia, la negligencia y la institucionalización de la injusticia del régimen betancourista, no hay duda de que sus dirigentes están incursos en flagrante delito de genocidio.
También muy pronto definirá Betancourt el carácter partidocrático, excluyente, clasista de su proyecto, cuando afirma, en 1960, lo siguiente, en su mensaje al Congreso Nacional: "es falaz y demagógica la tesis de que la calle es del pueblo...el pueblo en abstracto es una entelequia que usan y utilizan los demagogos de vocación o de profesión (...) en las modernas sociedades organizadas que ya superaron desde hace siglos su estructura tribal, el pueblo son los partidos políticos, los sindicatos, los sectores económicos organizados, los gremios profesionales y universitarios" (53) . Es esta posición lo que impide la organización popular por la base, no sólo en función política, sino como vía para participar activamente en la solución de sus propios problemas económicos y sociales. Esta posición genera, sin duda, el paulatino aislamiento de las élites con respecto a las mayorías, así como el clientelismo y la corrupción. No podía ser de otra manera, si se considera que el pueblo, según esa peregrina declaración, comenzó a ser AD y Copei, la CTV, Fedecamaras, los colegios de médicos, de ingenieros, etc. El pueblo son las élites, lo demás es la masa informe que sólo merece ser dirigida y, en el mejor de los casos, representada. Se trata de un concepto muy parecido al manejado después de la Revolución Francesa, en el sentido de que el pueblo eran los ciudadanos propietarios, mientras que el populacho, la canalla, no era nada. Aquí me gustaría contraponer el interesante concepto de pueblo manejado por Hugo Chávez en su discurso ante la Asamblea Nacional Constituyente, el 5 de agosto de 1999: "No todos los tiempos hay pueblo, no basta que vivan veinte millones de habitantes en un territorio (...) para que haya pueblo. ¿Cuáles serían las condiciones necesarias, esenciales, para que un grupo humano pueda ser considerado un pueblo? Al menos dos condiciones esenciales pudiéramos traer aquí a esta Asamblea (...) Una de ellas es que ese conglomerado tenga y comparta glorias pasadas, que comparta las glorias de su pasado conociéndolas (...) pero al mismo tiempo -y es la segunda condición a la que quiero referirme para que una muchedumbre sea pueblo- en el presente debe tener una voluntad común que lo una" (54). Según este concepto de Chávez, un pueblo, para poder existir como tal, debe tener una memoria, de manera consciente, así como un proyecto común. Creemos que nuestro pueblo aun no posee del todo ninguna de estas dos condiciones, pero es que esa posesión no se decreta. En nuestro actual proceso de transformaciones se intenta marchar hacia ese desiderátum, hacia la recuperación del pueblo como existencia real y participativa, para que pueda sumarse a las ingentes tareas que apenas comienzan y cuya realización no depende de ningún hombre ni partido en particular, sino del desarrollo positivo de un camino iniciado, que se presenta como la única propuesta política coherente en la Venezuela de hoy y que en medio de las naturales imperfecciones de lo que nace, apunta en la dirección correcta, tal como analizaremos mas adelante y a lo largo de este mismo trabajo.
Indudablemente, la Constitución de 1961 expresa el programa político del régimen betancourista, con su excesiva prominencia de lo partidista y su carencia de caminos que permitiesen abrir de inmediato las puertas a la participación popular, ambas fallas ampliamente superadas en la Constitución de 1999. Por cierto que el mismo día en que Betancourt le puso el ejecútese a la Constitución del 61, el 23 de enero de ese año, su gobierno dictó un decreto de suspensión de garantías. Así quedó marcado el estigma represivo del régimen betancourista.
Después de lo aquí dicho, resulta chocante como el pensamiento ilustrado que le es afecto defiende al régimen betancourista como una era de tranquilidad. Fernando Egaña sostiene que "Se echaron las bases de una democracia que, a pesar de los pesares tiene en su haber eso que Teodoro Petkoff llama la "cultura democrática", gracias a la cual (...) hemos realizado 18 elecciones populares para decidir quien manda y quien no, en cívica paz" (55). Por su parte, y asumiendo la misma defensa, Manuel Caballero apunta: "...la democracia es menos un conjunto de instituciones gubernativas, elecciones, partidos políticos, prensa libre que esa liberación del miedo" (56) y también: "...el significado, la validez y la utilidad de la democracia no provienen de un gobierno 'bueno' sino de un pueblo, de una sociedad sin miedo" (57). Bastaría con señalarle al señor Caballero, sin duda uno de los adalides del pensamiento ilustrado burgués en Venezuela, que su "democracia" sin miedo terminó por convertirnos a todos en presos, encerrados tras rejas y casetas de vigilancia, impuestos de un toque de queda permanente, en medio de fines de semana que producen verdaderos partes de guerra con las víctimas del hampa. Sin embargo, nos seguiremos refiriendo a la cruenta y antidemocrática represión política que signó estos oscuros años, la cual debería conocer muy bien este caballero, porque alguna vez fue parte de la izquierda y algún amigo debió tener que fuese asesinado, desaparecido o torturado por aquella tiranía. En el gobierno de Raúl Leoni, que muchos señalan como ejemplo de paz, se instituyó la figura del desaparecido político, adversarios apresados y cuyo paradero o destino en muchos casos aun se desconoce. En ese quinquenio se produjeron varias muertes de prisioneros políticos por causa de torturas atroces, como es el caso de Alberto Lovera, quien después de morir por torturas fue lanzado al mar encadenado a un pico, tratando de desaparecerlo. Para vergüenza del régimen, el cadáver de Lovera apareció flotando en las costas de Lecherías. Según la documentada contabilidad de José Vicente Rangel, quien es citado por Doris Francia en su libro, "cerca de doscientas cincuenta personas desaparecieron, luego de ser apresadas en la etapa de Leoni". Sin embargo, el ex-contralor Eduardo Roche Lander, otro de los defensores de aquellos años vergonzosos de régimen betancourista, es capaz de afirmar que "fuera de la democracia no hay sino degradación y sólo dentro de la democracia es donde podemos encontrarnos con las posibilidades de lo civilizado y esencialmente humano" (58). ¡Caramba, señor Roche, qué civilizado, qué humano debe ser el hallazgo de un cadáver flotando en el mar con un pico atravesado y señales de múltiples torturas!
Resulta asqueante, por decir lo menos, la superficialidad y el desprecio por las víctimas de esa represión brutal y de esa miseria del pueblo que produjeron aquellos años, que caracterizan el tratamiento que otorga a este asunto el señor Manuel Caballero. Veamos y analicemos estas perlas del cinismo y la manipulación: "Si me pongo a echar cuentas, en estos cincuenta últimos años he pasado mas sustos y he echado más carreras, he absorbido más gases lacrimógenos y llevado más coscorrones, he huido de más plomazones, tanto absoluta como relativamente, que en los diez años de gobiernos militares. Pero una vez pasado el apuro, me he echado a dormir tranquilamente. No porque el o los gobiernos no quisieran ponerme mano o algo peor, sino porque eso no me asustaba sino en su momento; pero no era ese el terror difuso, impalpable, cotidiano que se siente bajo una tiranía" (59). La absoluta superficialidad de este párrafo no debe sorprender en el señor Caballero, quien siempre ha sido un superficial sin remedio. Tampoco la perspectiva del análisis: juzga los hechos históricos según su situación personal, y no con la asistencia de los datos que provienen de la realidad del colectivo. Por una parte, Caballero minimiza, sin ambages, la represión de la democracia betancourista proponiendo una comparación con la dictadura perezjimenizta, en una especie de concurso macabro que establece preferencias según la cantidad de los muertos y la calidad de la represión. Luego asume la tranquilidad de una sociedad según sea el carácter de su descanso personal. Mientras el señor Caballero duerme tranquilamente, lo cual puede hacer pues es un privilegiado del oprobioso régimen que defiende de mil maneras, la inmensa mayoría de los venezolanos ve como languidece su miserable vida en medio de la pobreza atroz, de la violencia cotidiana, de la ignorancia, del más terrible abandono que se produjo en medio de un festín de riquezas que disfrutaron unos pocos, entre ellos este funesto personaje que sólo la mediocridad de cierta intelectualidad venezolana puede ensalzar como lo hace. Fijémonos en esta otra perla de Caballero: "No es infrecuente que, puestos a echar números y, como se dice, pelo a pelo, un gobierno democrático llegue a exhibir como triste condecoración más presos, más apaleados o más muertos que una dictadura. Eso es porque llegado un momento la tiranía no necesita ejercer la coerción física para ser obedecida: con la sola amenaza de emplearla logra paralizar la sociedad" (60). Si leemos bien esta frase, notaremos que establece que son más aceptables los asesinatos y las torturas en una "democracia" que en una dictadura. ¡Caramba, se diría que alguien que se tilda de demócrata debería pensar todo lo contrario! Porque los asesinatos y las torturas son propios de la dictadura, pero constituyen una negación patente de la democracia. Una "democracia" con 250 desaparecidos no es una democracia, ni aquí ni en ningún otro lugar del mundo. Usando su lenguaje cínico e irrespetuoso hacia las víctimas, señor Caballero, le diré que "puestos a echar números" y "pelo a pelo", esas frases suyas no son más que unas cuantas canalladas.
Estos defensores del régimen betancourista son ahora feroces en su enfrentamiento al "militarismo" del gobierno de Chávez. Pero olvidan la gran militarización que caracterizó a esa época, y que tuvo su corolario en la masacre del 27 de febrero de 1989, cuando las Fuerzas Armadas liquidaron a miles de venezolanos desarmados. Las Fuerzas Armadas fueron utilizadas todo el tiempo como perros de presa, como garantes del latrocinio, la iniquidad y el genocidio que caracterizaron a ese período. En el gobierno de Raúl Leoni, por ejemplo, se permitió que los militares hicieran de las suyas en los Teatros de Operaciones, atentando inclusive contra población civil no involucrada en el conflicto armado. Los grandes jefes militares favorecidos por el entorno político dominante, ejercieron en distintos grados la misma corrupción y las mismas jugarretas políticas de las cúpulas civiles. Por eso la insurgencia de jóvenes oficiales en 1992 no fue un golpe de estado contra una "democracia", sino una rebelión militar de signo popular contra los desmanes de una tiranía de la cual formaban parte muchos generales de las Fuerzas Armadas. El gobierno "militarista" de Chávez no sólo ha impulsado a buena parte de la Fuerza Armada a colaborar para comenzar a pagar la inmensa deuda social heredada por el Estado, sino que ha inaugurado en todas las academias y escuelas militares una Cátedra de Derechos Humanos, hecho realmente trascendente en la historia de esa institución.
Otro de los argumentos recientes es el de los "grandes logros" del régimen betancourista. Estos "logros" se contabilizan sobre todo en universidades, escuelas, hospitales, obras de electrificación, infraestructura y vialidad. La manera más simplista de despachar este argumento es decir que eso es lo mínimo que podía hacerse en un país petrolero que vivió años de supuesta bonanza. Pero el análisis tiene que llevarnos a consideraciones más profundas. La "obra" más visible del régimen betancourista es la producción de 80 % de desposeídos, la mitad de ellos en situación de pobreza atroz, además de la paulatina liquidación de la clase media. Todo ello se traduce en incultura generalizada, en mil maneras de violencia y miseria humana. Veamos, no sin horror, estas cifras de 1998: 2.900.000 familias en situación de pobreza, 40.000 niñas en prácticas de prostitución, 15,30% de desempleo, 80 de cada 100 familias habita en asentamientos urbanos y rurales al margen de los servicios básicos, 600.000 hogares carecen de agua potable, 1.400.000 hogares carecen de aguas servidas, 60 de cada 100 familias habita en zonas de alto riego geológico, el 41% de la población vive en ranchos. Por otra parte, un alto número de las tan cacareadas escuelas del régimen betancourista quedaron en situación de coma, en condiciones deplorables por la falta de mantenimiento y el abandono en que se dejó a la educación. Las cifras de repitencia y deserción escolar alcanzaron muy altas cuotas que nos colocaron por debajo de países como Tailandia, y la calidad de la educación es penosa. En cuanto a la salud, los hospitales públicos son una vergüenza donde la gente va más a morir que a sanarse, el Seguro Social se convirtió en un supernegocio para los empresarios de la corrupción y los índices de mortalidad infantil se hicieron espeluznantes. El régimen betancourista creó un país de miserables, de enfermos, de gente dominada por la violencia, la desesperanza y la muerte. Hirieron a Venezuela y la dejaron postrada, con una "democracia" de pura fachada, una verdadera dictadura donde unos pocos disfrutaron el festín petrolero a causa del sufrimiento de la mayoría. Fueron violados los derechos humanos más elementales de todos los sectores, pero sobre todo de los más vulnerables, los niños y los ancianos. El régimen betancourista es una era trágica para Venezuela y así será reconocido por la historia que nosotros, los intelectuales de estos nuevos tiempos, trasmitiremos a las generaciones futuras. Las obras de infraestructura se emprendieron de manera anárquica, a menudo dependiendo de la conveniencia de grandes negocios. En un desarrollo sin planificación real, sin proyecto de largo aliento, sin metas claras, terminamos siendo un país sin ferrocarriles, sin industria, sin sistemas de riego. Nos legaron un rancho destartalado que a duras penas podemos mantener en pie. Por eso la obra de recuperación de Venezuela es gigantesca y no puede ser realizada a corto plazo, y requiere de un esfuerzo titánico, sostenido, con heroicas dosis de constancia, de paciencia, de ensayo y error, de búsqueda colectiva de caminos y soluciones. Ahora, por primera vez, en muchos años, tenemos la oportunidad de enfrentar el futuro con un proyecto específico, pero de ello hablaremos luego. Por lo pronto es necesario poner muchas cosas y a muchas personas en su lugar, y tratar de dotar al proceso de transformación de Venezuela de un espacio de debate y pensamiento, ubicado desde el punto de vista de los intelectuales que somos afectos a ese proceso y en arduo enfrentamiento ante los representantes de la ideología de la Ilustración, de la ideología burguesa y del régimen betancourista. Sobre estos temas volveremos luego, ahora sigamos adelante.
Frente a la "democracia" formal del betancourismo, se levanta ahora la posibilidad de erigir un "Estado de derecho y justicia", como reza la Constitución de 1999. Ese estado se parecerá más a lo que el español Marcos Vásquez llama el "Estado social": "El Estado social (…) supuso una evolución frente al Estado liberal, precisamente por consistir en una crítica al formalismo de las garantías formales, la libertad y la igualdad de los individuos sin promoverlas, de forma que cada uno tenía que procurarse los medios para efectivamente ser libre e igual. Pero partiendo de situaciones desiguales, difícilmente se puede llegar a resultados iguales o igualitarios; por eso precisamente, los teóricos del Estado social defendieron que el Estado no podía limitarse a una función garantista, sino que debía tener una misión, una función prestacional o distributiva" (61). Igualmente, frente a esa "democracia" formal, que se llena de declaraciones rimbombantes mientras somete a la mayoría a la miseria, habrá que levantar el concepto bolivariano de que "El sistema de gobierno más perfecto es el que le proporciona a su pueblo la mayor suma de seguridad social, la mayor suma de estabilidad política y la mayor suma de felicidad posible". Pero para estos pensadores ilustrados, defensores del régimen betancourista, las meras formalidades son lo que constituye la democracia, así el "demos" se muera de hambre. Veamos esta joya de Germán Carrera Damas: "Más recientemente se ha confundido la democracia -es decir, un sistema sociopolítico- con un sistema de equidad social, es decir, una modalidad de organización socioeconómica. Es más se ha querido hacer prevalecer este último sentido, extensivo, sobre el primero, limitativo" (62). Este párrafo falaz y cantinflérico de una de las vacas sagradas de la manada intelectual burguesa, es tan endeble que se cae por sí solo. ¿De dónde saca Carrera Damas que la equidad social es una "modalidad de organización socioeconómica"? La equidad social, señor Carrera, es una norma de la convivencia humana original. Al haber sido violentada esta norma por la sociedad dividida en clases, se han ido desarrollando los ingentes desequilibrios que han llevado a las sociedades, a lo largo y ancho del mundo, a la dramática y peligrosa situación en que se encuentran. Si usted dice que la democracia es un sistema sociopolítico, está reconociendo en ella un componente social, a menos que usted desconozca los significados de los términos que usa. Pero es que la necesidad de ese componente social en la democracia, en tanto ésta responda a su origen etimológico de "gobierno popular", es su principal componente. De modo que su estilo a lo Cantinflas, con eso de lo "extensivo" y lo "limitativo", no es más que verborrea para decir que no importa que la gente se muera de hambre, lo importante es que haya elecciones cada tantos años y que los políticos como usted, hablen a diestra y siniestra sin aportar reales soluciones a los problemas de la sociedad. Lo cierto es, señor Carrera, que su "sistema sociopolítico" es el culpable de que 130 millones de latinoamericanos carezcan de vivienda y otros tantos vivan en soluciones habitacionales en condiciones de alto riesgo. Tal como señaló Julián Salas Serrano, Director de la Cátedra de Cooperación para el Desarrollo de Asentamientos Humanos de la Universidad Politécnica de Madrid, "Lo que ocurre en Centroamérica (y en Venezuela, añadimos hoy) es que hay muchos millones de seres humanos que no alcanzan el título de ciudadanos, son únicamente supervivientes. Supervivientes cotidianos que cada día, con o sin huracán, se la juegan con barajas que tienen demasiados arcanos de muerte" (63). Refiriéndose a los estragos de un huracán en Centroamérica, Salas Serrano nos habla también de Vargas: "Son barrios que se han generado desde la informalidad y la ilegalidad, pero con la permisividad de los gobiernos que han dejado el tema de la vivienda al albur del mercado. La gran mayoría de los muertos y desaparecidos pertenecen a familias que se apropiaron de un terreno en las zonas menos codiciadas y menos vigiladas: quebradas con grandes pendientes y alto riesgo, basurales, márgenes inundables de ríos, depósitos de relaves mineros, bajo líneas de alta tensión, laderas de volcanes…" (64). Ya refiriéndose a Venezuela y a las nuevas políticas de vivienda del gobierno de Chávez, continúa Salas Serrano: "Unos 13 millones de venezolanos –más del 50% de la población- viven en ranchos, por lo que el gobierno se planteó como principal objetivo de la política nacional de vivienda ‘…saldar la deuda social con las personas de bajos ingresos que, sin mayor asistencia por parte del Estado, construyeron una parte sustantiva de las ciudades venezolanas y padecen las deficientes condiciones de los barrios donde residen’. El plan propone ‘duplicar el aporte de la nación a la solución de la vivienda, urbanizando plenamente, a lo largo de 15 años, 84% de los barrios del país’ " (65). Si el proyecto que ha inaugurado Hugo Chávez no salda, al menos en buena parte, la deuda social, no podrá hablarse de democracia, así haya referenda y elecciones y juntas parroquiales y defensoría del pueblo y poder moral, etc. Porque como termina diciendo Salas Serrano en el artículo que hemos venido citando: "Democracia política en Venezuela, sí, sin dilación ni adjetivos. Pero también desarrollo y justicia social, para que alguna vez pueda romperse el maleficio que golpea a América Latina, y que de forma magistral expresa Carlos Fuentes: ‘Los estados democráticos en la América Latina están desafiados a hacer algo que hasta ahora sólo se esperaba de las revoluciones: alcanzar el desarrollo económico junto con la democracia y la justicia social’ " (66). Así es, señor Carrera: desarrollo económico, democracia y justicia social son tres afluentes de un solo río que ninguna perorata académica interesada podrá desviar.
Otro de los argumentos que ha usado a menudo el combo de intelectuales que defiende el régimen betancourista, es que ésta fue una época donde se privilegiaba el "acuerdo" y el "consenso", frente a una supuesta promoción del odio de clases en la circunstancia actual. Andrés Sosa Pietri pinta así esta fantasía: "Nos ufanábamos, los venezolanos, de haber construido una sociedad, si bien llena de males y problemas, al menos "igualitaria"; una nación en la que habíamos borrado las diferencias, las clasificaciones, las divisiones por razas y por castas; una sociedad en la que nos asociábamos y expresábamos con toda libertad y nadie nos insultaba por tener pareceres contrarios. Y ahora viene usted, Señor Presidente, a dividirnos entre "patriotas" y "realistas"; a resucitar ese monstruo, tan peligroso como devastador, del odio; del odio de clases y de razas; del odio hacia el que opina de manera distinta; del odio hacia el que exhibe algún bienestar material..." (67). No voy a referirme, no me parece necesario después de todo lo dicho hasta ahora, a esta afirmación de que los venezolanos habíamos construido una sociedad "igualitaria" (¡!). Más bien voy sobre este asunto del odio de clases. Es absolutamente necesario partir de un hecho que debe ser aceptado sin ninguna discusión: durante el régimen betancourista se profundizaron notablemente las diferencias de clase que ya existían. Es lo que se ha llamado "la ampliación de la brecha entre ricos y pobres". Esta realidad pretendía ser ocultada tras la figura del "consenso", es decir de la negociación política de trastienda entre las élites del régimen, con total exclusión de la mayoría de la sociedad. ¿Significa esto que no existía la lucha de clases? Por supuesto que sí existía. Un buen ejemplo de ello fueron los hechos de la semana del 27 de febrero de 1989. Es claro que esta rebelión no fue producto de un acto políticamente consciente de los desposeídos. Pero es ese mismo carácter lo que la dotó de un contenido profundamente clasista. La masa de pobres que bajó a saquear, a "cobrar la factura", lo hizo con la profunda convicción de que tenía derecho a ello, puesto que el país había sido impunemente saqueado por las élites. Saquear fue concebido por los miserables como un acto natural, propio de su situación de clase, justo para los pobres, injusto para los otros saqueadores, que genéricamente algunos señalan como los ricos, tal vez con algún error, ya que los venezolanos no suelen señalar a la empresa privada, sinónimo de "ricos" en muchos países, como responsables principales del desastre nacional, sino a la élite de los políticos, los que se enriquecieron con el erario público, o al menos permitieron ese supersaqueo por medio de las típicas componendas y "consensos" que marcaron esa época nefasta. De manera que bastaría con recordar tal rebelión de los pobres para afirmar que en Venezuela existe, desde hace mucho tiempo, una exacerbación de la lucha de clases, del enfrentamiento clasista. Pero es que la respuesta de las élites ante esos hechos es aun más reveladora de ese odio clasista. A la élite gobernante no le tembló el pulso para enviar a la calle una feroz contraofensiva armada hasta los dientes, con tanques y fusiles automáticos ligeros, armas mortíferas, y así aplastar a sangre y fuego el alzamiento. Aquí no hay para donde coger: aquellos hechos fueron la expresión patente del desprecio de las élites betancouristas hacia el pueblo. Sería porque, total, según Betancourt el pueblo no existe. Si se le mata a mansalva, no se estaría matando a nadie. Es importante la muerte de un ingeniero químico a manos del hampa, pero que mueran abaleados, a manos de una fuerza militar infinitamente superior en armamento y organización, miles de descamisados que se están llevando televisores y mantequilla, no es más que la "legítima defensa de las instituciones". Porque en aquel entonces a la mayoría de los intelectuales no les pasó por la mente que había que juzgar a Carlos Andrés Pérez y a Italo del Valle Alliegro por genocidio, tal como es propio juzgar al hampón que asesina al ingeniero. Aquí es fundamental entender que en esta posición de cierta intelectualidad se esconde una definida posición clasista y de defensa de aquel régimen. Es exactamente, aunque con variantes sobre todo formales, la misma actitud que tomaron muchos escritores ilustrados ante la masacre que acabó con la Comuna de París. Es la defensa de una institucionalidad caduca, que es responsable tanto por las causas como por los efectos de lo ocurrido el 27 de febrero y los días subsiguientes. El régimen betancourista provocó la rebelión con treinta años de represión y miseria, y luego decidió su fin en dos o tres días masacrando a los desposeídos: he ahí lo que puede llamarse odio, violencia y lucha de clases. Ahora bien, también el proceso que lleva a Chávez a la presidencia de Venezuela tiene su origen en la lucha de clases. Cuando ocurre la rebelión militar del 4 de febrero de 1992, quedó claro muy rápidamente que ese alzamiento fue visto como representativo de sus intereses por parte de los desposeídos de Venezuela. El apoyo popular a Chávez y a los militares bolivarianos se manifestó de inmediato con una ebullición popular que comenzó a cambiar el rostro político del país, y también a producir un novedoso fenómeno cultural. En los carnavales de ese año, inmediatamente después del 4F, numerosos hijos del pueblo bajo lucían sus disfraces de "Chávez". Espontáneamente comenzaron a proliferar, de manera silvestre, los grafittis que daban vivas a la nueva referencia política de los venezolanos. El 10 de marzo del 92 se produce una acción popular de amplias repercusiones: el "cacerolazo", que luego no ha podido ser imitado con éxito. Desde días antes, circularon volantes llamando a la protesta: "el 10 a las 10, vete ya Carlos Andrés". La convocatoria comenzó a regarse de boca en boca: una nueva fuerza popular estaba apareciendo. La efervescencia era tal, que el pueblo venezolano no pudo esperar hasta las diez de la noche. Ya una hora antes, una atronadora algazara de cacerolas, gritos y cohetes retumbó en todo el territorio nacional. Se produjo, inclusive, una tácita alianza de clases: las damas de La Lagunita Country Club armaron su escándalo tal como las señoras de la popular barriada del 23 de Enero. Esa protesta aceleró los hechos que llevaron a la defenestración de Carlos Andrés Pérez. La alianza clasista entre las clases medias y desposeídas se expresó nuevamente en las elecciones de 1993, donde dos candidaturas ajenas a las de AD y Copei, las de Rafael Caldera y Andrés Velásquez, acapararon más del 50% de los sufragios. Por primera vez, desde 1958, los dos principales partidos puntofijistas sufrían una derrota electoral, aunque es necesario aclarar que Rafael Caldera es uno de los representantes más conspicuos de ese pacto, pero en ese momento se había separado de Copei, y realmente accedió a la presidencia en buena parte gracias a su discurso a raíz de los hechos del 4 de febrero. El pueblo bajo y algunos sectores medios interpretaron que ese discurso se sumaba a la corriente de protesta radical que había sido detonada por la rebelión comandada por Chávez. Entre tanto, algunos errores cometidos por el mismo Chávez y por el grupo de militares que lo acompañaba, se tradujeron en cierta pérdida de popularidad para ese movimiento. Cuando la oposición del pueblo al gobierno de Caldera comienza a incrementarse, la alianza espontánea y parcial de clases entre desposeídos y algunos sectores medios encuentra expresión en una corriente de respaldo a las aspiraciones presidenciales de Irene Sáez, la joven Alcaldesa del Municipio Chacao. El pueblo consideró que Sáez representaba entonces sus incontenibles deseos de cambio, una mujer joven, independiente, con una gestión exitosa y un discurso de cambio. A todas éstas, Hugo Chávez es puesto en libertad por el gobierno de Caldera. El joven militar, ya en la calle, comienza a actuar en la tarea de desarrollar su movimiento político. Aquí es absolutamente necesario decir que su trabajo de masas empieza a desarrollarse con fuerza en el seno de las clases más desposeídas, aunque no dejó de estar presente en cuarteles y universidades, por ejemplo. Pero su caldo de cultivo fundamental fueron los barrios urbanos y los campos, donde languidecía el pueblo abandonado y empobrecido. Chávez irrumpe en el escenario electoral con un lenguaje radical de cambio, atacando sin cuartel a las cúpulas del régimen betancourista y proponiendo un programa revolucionario, con la oferta de impulsar una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva constitución, así como de instaurar un régimen enfrentado a la corrupción y capaz de generar un nuevo concepto de país. Y también, y esto es muy importante, el discurso de Chávez comienza a poner énfasis en la situación de pobreza que vive Venezuela. Con vertiginosa velocidad, las capas desposeídas comienzan a voltear su mirada hacia este líder carismático y encendido. Alejándose de Irene Sáez, los sectores más pobres que la apoyaban encuentran en Chávez una referencia mucho más creíble y confiable: un hombre que se parece a ellos, que habla su mismo idioma y comprende sus problemas: Chávez se transforma en un candidato clasista, en el candidato de los desposeídos. Esta situación pone en alerta a los representantes del régimen betancourista. Acción Democrática y Copei mueven todo su poder y sus recursos para enfrentar la ascendente candidatura de Chávez. Las élites puntofijistas se dan a la tarea de satanizar al nuevo líder. Es rápidamente estigmatizado como un dictador, un enemigo de la propiedad privada, un comunista. Se rumorea que si Chávez gana, impondrá un régimen de terror y los pobres bajarán de los cerros para apoderarse de las quintas y los carros de la clase media. Los sectores más altos de la clase media comienzan a sentirse amenazados y rompen en bloque la alianza espontánea que se había generado en torno a Irene Sáez. También buena parte de la intelectualidad burguesa ilustrada comienza a asumir la defensa abierta o solapada, voluntaria o involuntaria, del régimen betancourista y a oponerse con ferocidad a la candidatura de Chávez. Por primera vez desde 1958, el dilema electoral comienza a plantearse como una ruptura real del régimen y como una confrontación clasista. Manuel Caballero llega a afirmar que "...he dicho y repetido privadamente a quienes han querido oírme que si realmente la única oposición posible fuese entre Acción Democrática y el Polo Guerrerista, mi escogencia no tendría duda, aun si eso significara votar por Alfaro" (68). Cuando Acción Democrática, intentando mantener su amenazada vigencia, lanza la propuesta de un "pacto nacional", dentro de la manida tesis del "consenso" con la que solía protegerse el régimen betancourista, Arráiz Lucca escribe: "El comunicado de Acción Democrática publicado el 23 de enero llamando a un Acuerdo Nacional es un hecho que no puede dejarse pasar por debajo de la mesa. Además de correctamente escrito, la mayoría de las proposiciones y el diagnóstico son difícilmente rebatibles. Centrar la dilucidación de la candidatura adeca sobre la adhesión previa a un programa de gobierno, que a su vez responda a las expectativas de un pacto, es una posición seria" (69). En el mismo artículo, Arráiz habla de "los disparates reaccionarios que Chávez asoma cada vez que opina". Como se puede ver, las posiciones de Caballero y Arráiz son un sola, representan lo mismo. A propósito del entusiasmo de Arráiz ante la propuesta "consensual" de Acción Democrática, me gustaría señalar una atinada reflexión de Ibsen Martínez: "La palabra 'consenso' proferida en Venezuela suena demasiado a Copre, a Alfaro y Caldera jugando dominó en la trastienda" (70).
Desde que la candidatura de Chávez se asume como la opción de los desposeídos, el fenómeno clasista-electoral ha permanecido inmutable: entre los más pobres, Chávez capta el 70% de las preferencias electorales, mientras que la proporción se invierte cuando vamos a las clases más favorecidas. Pero además, la atmósfera política se ha impregnado de gran beligerancia clasista también porque hasta ahora el gobierno de Chávez, con su impronta social, ha favorecido de manera directa a amplios sectores de los desposeídos. El Plan Bolívar 2000 y otros mecanismos oficiales atendieron, en el primer año del gobierno de Chávez, a cerca de seis millones de personas -casi la mitad de la inmensa legión de pobres- de manera directa, por medio de consultas médicas y odontológicas, intervenciones quirúrgicas, asesoría legal, mercados populares, recuperación de barrios y otras áreas. Esta acción, más la identificación política de los desposeídos con su líder, ha mantenido la popularidad presidencial a niveles muy altos. Por otra parte, las clases medias ilustradas muestran todo tipo de resistencias al proceso de cambios, por causas diversas. Desde la incomprensión de las características propias del camino emprendido -tema que abordaremos más adelante-, pasando por el hecho de que la crisis económica sigue golpeando con fuerza a las clases medias, hasta llegar a prejuicios de índole clasista y racial: Chávez es un zambo que se ha definido a sí mismo como un "pata en el suelo" (lo que Tulio Hernández ha llamado ingeniosamente "el antichavismo estético"), y el MVR un partido de pobres y de negros (recordemos que a los adecos del 45, cuando AD se convirtió en un partido de masas, los llamaban despectivamente los "chancletúos"). Fausto Masó define con claridad el ambiente clasista que reinaba, por ejemplo, durante la campaña del referéndum aprobatorio de la Constitución Bolivariana: "...en las urbanizaciones de clase media ganaba el "no", en las zonas populares era una curiosidad (...) Un mal enfermaba al "no": el narcisismo. La mayoría de los que votaban por el "no" se miraban el ombligo, era un proyecto de clase media alta dirigido a la clase media. Los mensajes, las actitudes, los voceros, representaban una parte del país" (71). Por otra parte, El País Digital, de España, señalaba en un reportaje: "La jerarquía católica, los partidos socialdemócrata y democristiano, que gobernaron durante 40 años, la mayoría de los profesionales, medios de comunicación, empresarios y sindicalistas agrupados en los partidos argumentan abiertamente contra el proyecto constitucional del chavismo, al que atribuyen un contenido militarista, estatista, autoritario o alejado de los nuevos tiempos. Esa cerrada descarga del sector más poderoso no parece haber hecho mella entre el conglomerado social que apoya a Chávez, ese 80% de los 22 millones de venezolanos sumido en diferentes grados de pobreza" (72). Este dato no nos sorprende. Para muchos la supervivencia de la popularidad del gobierno es casi un misterio, después de lo que este medio español llama "cerrada descarga" contra Chávez. El mismo reportaje indica que "De acuerdo con el canal privado Venevisión, el espacio concedido al no en la prensa escrita audiovisual ha sido de ocho contra dos en el caso del sí. 'Casi no puedo encontrar un artículo favorable al sí para equilibrar la crónica' exageraba un corresponsal extranjero". Algunos podrán argumentar que el misterio se devela cuando se observa el uso de cadenas y programas propios de radio y televisión por parte del Presidente Chávez. Pero es que en la campaña presidencial de 1998 pasó exactamente lo mismo, cuando el candidato Chávez se vio en absoluta desventaja mediática. En una sola noche pudimos constatar que estaban en el aire, en prime time, seis cuñas diferentes contra Chávez, y ninguna de quien todavía no era presidente. Pero tal vez nos ayude a develar el misterio el referirnos a una encuesta que llegó a nuestras manos en noviembre de 1998, en la cual se investigaba por qué razones los electores votarían por determinado candidato. La encuesta revelaba que los electores de los demás candidatos argüían sobre todo razones económicas, del tipo "para que mejore la situación económica del país", mientras que los votantes de Chávez presentaron fundamentalmente razones políticas: "cambio radical"; "Constituyente"; "desalojar a adecos y copeyanos del poder". Por primera vez en mucho tiempo, los desposeídos están asumiendo una posición de consciencia política y apoyando una visión política determinada de país, a pesar de las grandes dificultades que aun persisten y persistirán por algún tiempo.
También resulta revelador ver, por ejemplo, cuál ha sido el comportamiento de los usuarios de Internet en los últimos tiempos en Venezuela. Durante la campaña del referéndum aprobatorio de la nueva Constitución de 1999, Ibsen Martínez reseñó el pintoresco caso de un internauta que proponía, por medio de un e-mail que envió indiscriminadamente, esta singular visión clasista de la agitación política en favor del "no": "vístanse de manera que no choque al público a quien van a entregar los volantes, llevándolos a comentar o pensar que ustedes no tienen nada que ver con ellos. Al entregarlos, mírenlos a los ojos, sonrían sin falsa adulación (sic) y entreguen. Si tienen preguntas, respondan honestamente y con seguridad". Esta visión clasista rayaría en lo cómico, si no revelara el profundo desprecio que cierta clase media siente por los desposeídos. Una de las expresiones más clásicas del supremacismo de cierta clase media ilustrada es la que se refiere a la consideración del lenguaje como factor diferenciador. Para referirme a este tema quiero comenzar citando esta perla de la periodista Milagros Socorro: "...el estilo cerril del gobierno, y el discurso portuario del Presidente, manifestaciones de arrabal, cuya natural consecuencia debería ser la discordia de la nación y su cortadura en dos gajos. Si del centro del poder emanan mensajes propios de la periferia de las galleras, lo natural sería que la nación, encrespada por mandatos de odio hormonal, se escindiera en dos facciones compactas azuzadas por las consignas botiquineras que enuncia el sector oficial" (73). En verdad, uno de los elementos que le han valido el éxito entre los desposeídos a Hugo Chávez es el uso de un lenguaje directo, frontal, sin subterfugios, plagado de frases y giros que suena mal a los oídos refinados de las élites, pero que establece una alta sintonía con los más pobres, que siente que está hablando uno de los suyos. Pero analicemos todo lo que puede desprenderse del agresivo párrafo de Socorro: en primer lugar, asimila con desprecio el lenguaje presidencial a expresiones que refieren, todas, a los lugares frecuentados por los pobres, a las plazas de la miseria y el abandono: "cerril": propio de los cerros donde habitan los descamisados; "portuario": propio de los puertos, se refiere al lenguaje que usan los obreros, los estibadores de los puertos; "manifestaciones de arrabal"; "de la periferia de las galleras": se refiere a los sitios donde asiste el pueblo a divertirse con las peleas de gallos: "consignas botiquineras": se refiere a los botiquines, donde los pobres beben cerveza y ron, a diferencia de los bares del este de Caracas, donde Milagros Socorro bebe whisky con gente que habla muy bien, muy cultivadamente, y por lo tanto, según ella, debe ser gente mejor. No hay duda, señora Socorro, que estamos en un país en "discordia", lamentablemente cortado en "dos gajos". Pero es que su "odio hormonal" por el lenguaje de los desposeídos está lleno de antecedentes, porque sin duda la diferenciación por el lenguaje ha sido permanente en las sociedades clasistas. En la antigua Grecia era común el uso de dos lenguas, una culta, como en el caso del dialecto ático, reservado a las clases dominantes, y otra popular. Más tarde existió una "koiné" culta y otra vulgar. En el siglo XIX se dio una lucha entre los que promovían la expansión del dialecto popular, el demótico, y quienes se oponían a esta "vulgarización", defensores del kazarévusa, que eran básicamente académicos y letrados. El kazarévusa pervivió como lenguaje dominante hasta 1917, cuando finalmente se impuso el demótico como lengua oficial. Uno de los detonantes de la rebelión del 4 de mayo de 1919 en China fue la existencia de dos lenguas bien diferenciadas, la lengua escrita y la lengua hablada. La lengua escrita se usaba tanto en la literatura como en lo administrativo y su conocimiento estaba reservado a los letrados, privilegiados de la cultura a la usanza feudal, de manera que la lucha por imponer la lengua hablada (kuan joa o pai joa, que significa "lenguaje claro" o "lenguaje diáfano") era una lucha antifeudal. Apenas en el siglo XX, las reformas lograron imponer la lengua hablada en la redacción de los textos administrativos y literarios. En la Edad Media europea la lengua culta era el latín, cuya escritura estaba reservada a los letrados. En la época en que dominó el imperio romano, en las colonias se fueron generalizando dialectos vulgares del latín, cada vez más diferenciados de la lengua imperial original. Estos dialectos seguramente "cerriles", "portuarios", "de arrabal" dieron origen a las lenguas romances, el español, el francés, el italiano, el portugués, el rumano, el sardo, el catalán, el gallego, el mozárabe, el romanche, el ladino, el friulano. Estas lenguas, nacidas en los empobrecidos vecindarios del habla popular, dieron origen a una familia lingüística a la que pertenecen hoy cerca de 500 millones de seres humanos. Esto es una demostración palpable de que el habla de los desposeídos no es en absoluto inferior al lenguaje de los académicos y los ilustrados, sino que más bien constituye una poderosa fuerza creadora que a menudo termina por imponerse sobre los usos elitescos de la palabra. Erasmo de Rotterdam, refiriéndose a estas diferenciaciones lingüísticas, refirió alguna vez que "muy pocos cristianos conocen el cristianismo, como si la verdad de la religión estuviera reservada a los teólogos y monjes. Pero el Cristo ha hablado para todos y es necesario que todos lo puedan escuchar". Cornejo-Polar nos da noticia de que "dos decenios después de la independencia del Perú, el ingenio aplebeyado de Manuel Ascensio Segura se burlaba de que en las solemnes honras fúnebres del mariscal Gamarra se hubiera utilizado el túmulo que antes sirvió para rendir homenaje póstumo a virreyes y otros dignatarios coloniales, pero escarnecía especialmente, que los epitafios hubieran sido escritos en griego y en latín, idiomas incomprensibles para casi todos los participantes en las exequias. En el fondo, si bien se mira, lo que irrita a Segura no es tanto la reiteración de ornamentaciones coloniales cuanto la persistencia de una discursividad que se dice a sí misma y no considera para nada su comunicabilidad a los asistentes" (74).
En América Latina, por cierto, ha existido de hecho una lengua escrita inaccesible a la mayoría, por los altos índices de analfabetismo absoluto o funcional. Además, los materiales culturales como libros o entradas a espectáculos tienen un costo prohibitivo, a la vez que se impone toda una subliteratura y una subcultura mediática destinada a mantener a los desposeídos en la incultura.
A estas alturas del debate en torno al párrafo de Socorro, debo recurrir una vez más a la agudeza de Ibsen Martínez: "Lo que los ricos, las pervivencias del régimen de Punto Fijo, los politólogos madrugadores e "independientes", los frailes del 12 de marzo como el padre Velazco, los voceros de ese empresariado criollo que cree en las leyes del mercado sólo si puede designar al ministro de Fomento y Comercio Exterior y las matronas de ambos sexos que conducen los programas de opinión le exigen a Chávez no es en realidad que "modere" el lenguaje "violento" y "pugnaz" (...) lo que en verdad quisieran es que no se nombre la soga en casa del ahorcado, quisieran apartarnos a todos de un estado de consciencia que ya venía ganando terreno y que definitivamente potenciaron los resultados electorales y la catástrofe natural. Un estado de consciencia que cobra expresión en el aserto de que sí somos un país pobre e irremisiblemente dividido" (75). Creo que con esta visión incontestable de Martínez podemos dar por cancelado este segmento de la discusión.
El discurso de Chávez mantiene, por supuesto, su índole clasista, ya que su proyecto tiene como objetivo principal el combate a la pobreza, y los pobres son su sustento social y su principal apoyo ante las múltiples maniobras y manipulaciones opositoras, y los evidentes signos conspirativos que exhiben algunos. Su frase de campaña de las elecciones del 2000 es elocuente: "con Chávez manda el pueblo". ¿Significa este carácter clasista que el gobierno comandado por Chávez tiene que ser excluyente con la clase media y aun con los ricos? Por supuesto que no. La lucha de intereses entre las clases es inevitable mientras existan clases superiores e inferiores desde el punto de vista socioeconómico, pero al mismo tiempo dentro de las condiciones de Venezuela y mundiales es igualmente conveniente ir marchando hacia una alianza de clases que sólo puede ser producto de un proceso que en la medida de su éxito vaya desbrozando los prejuicios y obstáculos que se oponen a la unidad mínima de intereses entre las clases, para contribuir a que el país salga del foso donde fue hundido, y además para evitar que la lucha de clases degenere en enfrentamientos violentos. Pero que el combate de clases sea violento o pacífico, no depende tan sólo de los sectores afines a los cambios. La lucha de clases es promovida insistentemente por los enemigos de esos cambios, los que embozadamente apuestan a la restauración del régimen betancourista, a veces con una virulencia francamente provocadora. Para muestra, leamos esta declaración de Rhona Ottolina: "Me declaro la primera subversiva contra el régimen comunista de Chávez. Lo combatiré de frente (...) Sólo hay dos formas de devolver la institucionalidad al país, a través del voto y con la sangre. Lamentablemente tendremos que ir a un enfrentamiento sangriento, si no logramos recuperar el orden con las elecciones" (76)
La aspiración restauracionista del régimen betancourista que se detecta en las opiniones de Ottolina, cuando habla de "devolver la institucionalidad" y de "recuperar el orden", se hace patente en diversos sectores de la oposición al nuevo régimen, y refuerza la necesidad de mantener la índole clasista del proyecto liderado por Chávez, para garantizar su defensa. En la Declaración de los Obispos de Venezuela ante las elecciones, la jerarquía católica habla de la tarea de que "las instituciones democráticas recuperen su credibilidad y capacidad de acción honesta y eficiente" (77). Por su parte, el jesuíta Michel De Viana afirma: "El principal responsable de este caos perturbador (...) es Hugo Chávez. En los últimos años, en Venezuela se han quebrado todas las normas y todas las instituciones, y el proceso revolucionario ha servido para justificar un nefasto régimen de transición que supone que las reglas no existen y que cualquier cosa es posible. Pues bien, lo que ha terminado imponiéndose aquí es la ley de la selva, la ley del más fuerte, la ley de guerra (...) El camino hacia la restauración de las reglas de juego y la sana convivencia democrática es complicadísimo...y casi nunca pacífico" (78). Y también Joaquín Marta Sosa, glosando un artículo de Carrera Damas: "Los rasgos que deben conquistarse o recuperarse para que esa marcha (de la democracia) continúe y supere los atascos críticos, serían los que siguen: que la clase política recupere la habilidad para reformular y mejorar lo logrado..." (79). Continuamos con la lectura de una declaración de Francisco Arias Cárdenas (El Universal, 26/6/2000), quien fuera el candidato emblemático del betancourismo en las elecciones presidenciales del 2000 (y quien es, sin duda, un renegado, ya que participó en la rebelión militar del 4F contra el régimen betancourista): "La única forma que tenemos para rehacer un sistema de libertades y de democracia es verdaderamente el voto". Finalmente, el Capitán de la Guardia Nacional Luis Eduardo García Morales, quien se convirtió en un recurso desesperado del antichavismo en las elecciones del 2000, y que fue sacado con pinzas de la misma estructura militar, se responsabilizó por una declaración de una supuesta "Junta Patriótica Venezolana" donde se propone la conformación de una Junta de Gobierno y se afirma que "...la misión primordial de la Junta de Gobierno es la restauración del régimen irrevocablemente democrático y sus instituciones" (80). La intención restauradora, que es de origen clasista en cuanto aspiración de sectores beneficiarios del régimen derrocado, puede verse acompañada de amenazas de violencia, como en las declaraciones de Ottolina y De Viana. Este aspecto de la lucha de clases es insoslayable. Hasta el momento de redactar estas líneas, la violencia ha podido ser conjurada. Que el actual proceso transformador pueda continuar desenvolviéndose en paz depende, en mucho, de que mantenga la impronta clasista y que los desposeídos lo sigan apoyando y defendiendo, ojalá que con una mayor incorporación de otras clases y sectores, a medida que la situación avance. Por supuesto, el análisis de la conformación de las clases sociales y de las luchas de intereses entre las clases no puede ser visto de manera dogmática ni sujetos a ninguna receta pre-fabricada. Pero es igualmente inaceptable que se atribuya la incidencia de la lucha de clases a la voluntad de un hombre, o que se piense que la lucha de clases es algo del pasado, un invento del marxismo o de Hugo Chávez, mucho menos en un país como Venezuela, donde las diferencias de clase son abismales, hasta el punto de que todo el mundo sabe que hemos estado al borde de un nuevo estallido social. Tal vez las clases dominantes deban más bien agradecer a Hugo Chávez que no se hayan desbordado las aguas hasta ahora.
Que buena parte de las élites culturales beneficiarias del régimen betancourista lo defiendan y aspiren a su restauración no debe sorprendernos. En el área de la administración de la cultura se han sentido con apreciable precisión los conceptos elitescos y excluyentes propios de ese régimen oprobioso. Por supuesto, muchos hombres de cultura, queriéndolo o no, han asignado diversos méritos a la política cultural del betancourismo. Tulio Hernández expresa que "si en algún campo el sistema democrático creado en 1958 ha sido revolucionario y ha dotado al país de instituciones y de servicios que antes sencillamente no existían, ese ha sido el campo cultural (...) Buena parte de la institucionalidad cultural moderna: fundaciones, orquestas, museos, premios, televisoras educativas (...) que existen en el país ha sido creada en estos últimos 41 años" (81). De manera que Hernández asigna carácter revolucionario a la creación de instituciones y servicios culturales, a pesar del carácter de los mismos, que el mismo autor señala: "...en la Constitución del 61 se manifiesta una idea de la cultura asociada a una idea difusionista y patrimonialista de la gestión cultural, hoy absolutamente superada (...) El "fomento" y la "protección" eran las ideas tradicionales que, para la época, se tenían sobre las responsabilidades del Estado" (82). Lo cierto es que el concepto de la gestión cultural del betancourismo no tiene nada de revolucionario. Repitiendo los esquemas tradicionales, esa gestión promueve una cultura excluyente y al mismo tiempo mediatizadora, en primer lugar del mismo hacedor de cultura. En ese sentido, las instituciones culturales se transformaron en una verdadera molienda de las conciencias críticas. Tal como afirma Arráiz Lucca "De acuerdo al sueño de Betancourt, Caldera gana las elecciones de 1968 (...) Desde allí inicia una política de pacificación (...) el programa es un éxito y comienza la izquierda cultural venezolana a integrarse paulatinamente al sistema que tanto combatieron" (83). La institucionalidad cultural del betancourismo actuó como un factor político, como una manera de complacer a un sector de la sociedad que en los primeros años del régimen había resultado al menos incómodo. Pero por otra parte, la gestión cultural betancourista reafirmó y profundizó la tendencia excluyente en el arte propia de la sociedad clasista. En un interesante artículo, el crítico venezolano Perán Erminy enuncia algunas de las claves que permiten comprender nuestra aseveración: "La negación más completa de la democracia y la libertad en el arte venezolano es la que se produce permanentemente con la aplicación masiva y generalizada del principio de exclusión. Se trata de la misma exclusión que todo el mundo entiende y que muchos lamentan cuando provoca el fenómeno creciente y alarmante que es la marginalidad económica" (84). Y también: "La marginalidad artística está constituida por las artes y los artistas excluidos del sistema artístico oficial, ortodoxo, que impera hegemónicamente en el país (...) Tal vez lo peor de este principio de exclusión es que se emplee todos los días en todas partes. Lo aplican sistemáticamente de un modo deliberado y consciente, todos los museos ateneos, escuelas de arte, críticos, investigadores, artistas, curadores, promotores culturales, funcionarios del arte, instituciones culturales, etc. Y lo aplican con la mayor severidad y rigor. O, mejor habría que decir: con toda la ferocidad posible y con la mayor inhumanidad. Sin que nadie proteste nunca, ni oponga la menor reserva" (85). En estas últimas palabras vemos como de manera evidente el concepto social que se maneja para el arte y la cultura padece de las mismas carencias y deformaciones propias de todas las ejecutorias del régimen betancourista: elitismo, exclusión, representatividad ilegítima y sectaria, autoritarismo. Definitivamente, en el área cultural, para el betancourismo, el pueblo no existe. Lo peor es que, según lo establece Erminy, no se trata de una actitud aislada de los dirigentes culturales, sino de una conducta asumida como natural, cotidianamente, por todos los circuitos e instituciones que gerencian o ejecutan las políticas culturales. Tal como el hombre del pueblo bajo se apropia del individualismo burgués, lo hace suyo y lo ejercita dentro de su ámbito particular, sin darse cuenta de que de ese modo no hace más que alimentar su propia esclavitud, también el artista y el gestor cultural hacen suyos los criterios excluyentes y elitistas y los defienden como cosa natural e inevitable: el arte sería un privilegio particular de las élites, pues los desposeídos carecerían de sensibilidad humana. O se pretende que los pobres son incultos, lo cual suele ser verdad. Lo malo es que la actitud elitista a secas no hace sino contribuir a que esa incultura del pueblo se prolongue, haciéndose así menos factible una de las grandes posibilidades del arte: dignificar, sublimar la vida humana y elevar su calidad espiritual. Cuando el artista o el hombre de cultura aceptan pasivamente los criterios excluyentes, o los defienden con argumentos clasistas, apelando a supuestos valores o condiciones eternos que hablan de "espíritus privilegiados", no hacen sino contribuir, consciente o inconscientemente, a prolongar la tiranía espiritual que oprime a los hombres desde hace miles de años. La vinculación entre las premisas del betancourismo y sus políticas culturales también se asoman en las palabras de Moisés Moleiro: "El clientelismo hace la gestión cultural dependiente de los cenáculos partidistas y ello entraba la organización de los esfuerzos y perturba los indispensables aspectos formativos que dicha gestión de la cultura tiene (...) Por ser en exceso respetuosa (la gestión cultural) de los privilegiados y sus fueros, éstos se llevan la parte del león en los subsidios y "aportes" otorgados" (86). Clientelismo, dependencia de la partidocracia, reparto del botín petrolero entre una élite privilegiada, con la figura del subsidio: ¿se trata o no de un aparato y una gestión culturales claramente identificados con el régimen betancourista? Igualmente la tragedia del arte y la cultura en Venezuela ha tratado de ser ocultada bajo e manto de la supuesta "democracia". Veamos esta interesante opinión de María Luz Cárdenas: "Quizás en ese espacio de preguntas se establece nuestra primera falacia: la del aparente acceso de todos para todo, la de pensar inocentemente que todos tenemos acceso a todo lo que los artistas fabrican porque todo puede ser visto, exhibido y vendido, independientemente de su 'mayor o menor interés y calidad' cuando, en realidad, no sucede así porque el verdadero acceso del público -la anhelada "mayoría democrática"- a la obra arte y a lo que él mismo decida como arte, se encuentra absolutamente pre/determinado, reglamentado y dominado hegemónicamente por los mecanismos burocráticos de administración cultural -incluyendo a la crítica de arte y los circuitos expositivos- y los mecanismos de aceptación en el mercado (...) ¿realmente es posible hablar de 'decisiones libres' por parte de un público (...) que debe pasar por una cantidad de instituciones mediadoras a la hora de construir sus propios gustos con respecto a lo que quiere como arte?" (87). Sin duda una de las grandes falacias del régimen betancourista es la de la "democracia" en el sentido de las supuestas decisiones libres de los ciudadanos. Cuando vamos a las realidades, como en este caso del arte, la tan cacareada "libertad" no es más que una apariencia, una ilusión, que ni siquiera se hacía realidad cada cinco años cuando la gente iba votar, pues es sabido que los partidos y los políticos betancouristas se hicieron expertos en la trampa electoral y en el escamoteo de votos para amañar sus elecciones. Sólo la irrupción de un líder de gran arraigo popular, en una situación de crisis generalizada, y con el apoyo de las Fuerzas Armadas, hicieron posible superar la tiranía del "acta mata voto" y desalojar al betancourismo del gobierno. A regañadientes, el puntofijismo aceptó la victoria de Chávez, con la esperanza de que la oposición radical, el saboteo a la gestión y la probable merma de la popularidad del nuevo presidente los restauraría tarde o temprano en las riendas del Estado. Estas intenciones del betancourismo no han amainado. Su resistencia será larga y tratarán de inventar cada vez métodos nuevos para dar al traste con el proceso transformador. Uno de sus enclaves principales, hay que decirlo, es la cultura y, sobre todo, algunos sectores ilustrados burgueses que libran una batalla casi cotidiana contra el nuevo régimen. Como afirma Ibsen Martínez: "Hay un poeta caraqueño que provee un acabado "textbook case" que ilustra la regla: antes de noviembre del 98, su articulismo nos brindaba un acusado interés por Emily Dickinson, Ida Gramcko, Derek Alcott o Angel Miguel Queremel. nuevas aproximaciones a los poetas de la generación del 18. O tersas impresiones de sus muchos viajes como gerente cultural de varias administraciones del antiguo régimen. Ahora el hombre se nos ha vuelto un feroz hagiógrafo de Rómulo Betancourt, un constitucionalista hecho en casa y deprisa y que característicamente chilla su becario "¡no!" desde el extranjero. Si el articulista suele redondear sus piezas de opinión con emplazamientos dilemáticos, con desencanto del pueblo, con pronósticos apocalípticos y mucho civilismo heroico, si cita con frecuencia a Pocaterra y pone de ejemplo a Carnevali, puede afirmarse sin temor a errar que es un damnificado de la Cuarta República" (88). Por supuesto, el régimen betancourista tuvo el tino de generar, para sus artistas subsidiarios, toda una red de exposición mediática, toda una farándula cultural, con sus premios y sus periodistas y sus vitrinas, de manera de reproducir aquel salón de la princesa Mathilde, donde los intelectuales de la burguesía francesa vendían razonablemente su alma al diablo. He aquí lo que nos dice Gabriel Zaid: "Lo importante de la presentación de libros es la presentación, no la lectura. Lo importante es el montaje teatral de un acto que sirve para adquirir presencia en la vida social, pagando anuncios y generando noticias en los periódicos, la radio y la televisión" (89). Y además: "Si el texto maravilloso se publica sin ningún ruido social, no es noticia para la prensa (...) Por el contrario, un texto decepcionante, pero firmado, publicado, presentado, por personas e instituciones con poder de convocatoria social, sale en los periódicos y en la televisión" (90). Y, para terminar con Zaid: "El periodismo cultural se ha vuelto una extensión del periodismo de espectáculos" (91). De manera que la cultura del betancourismo y sus gestores han convertido todo esto en una especie de mueca, en un asunto de mercadeo más que de arte. En un ambiente tanto o más fatuo que el del "starsistem", se decide qué es arte y qué no lo es, qué se lee y qué no se lee. Se trata de la socorrida fórmula de las roscas y los centros de poder, de un sistema profundamente antidemocrático, hipócrita y dañino.
Este panorama que hemos presentado del arte y la administración cultural en Venezuela no es particular de nuestro país. Es un fenómeno mundial, que deriva precisamente de un concepto determinado de sociedad, de la ideología individualista y supremacista de la burguesía, de la mercantilización capitalista de todas las relaciones y actividades humanas, incluidos el arte y la cultura. Como dice Perán Erminy "más grave aun es el funcionamiento de las roscas de Nueva York, capaces de imponerle un tipo de arte a los Estados Unidos y, peor aún, al mundo entero, con muy pocas protestas y controversias" (92). De manera que esta concepción manipuladora, dictatorial de la cultura, es otra deformación de la tan elogiada globalización, aunque de este monstruo hablaremos más adelante. Es digno de notar como estas mismas deformaciones se reflejan en el campo de la ciencia: "¿No es cierto acaso que en esos centros de desarrollo científico se habla cada vez más de las mafias de las citas, las cuales practican, por ejemplo, el emblemático 'tú me citas y yo te cito'? ¿No es verdad también que los esquemas numerológicos de cierta complejidad se han prestado aquí para torcer en algo los números de manera de ser consecuentes con las relaciones de amistad, parentesco y otras? ¿Por qué no instauramos entre nosotros normas jerárquicas de más simple y honesta aplicación, más acordes con nuestro grado de desarrollo?" (93).
La degradación de la cultura en el régimen betancourista y sus signos clasistas y supremacistas no son sino la consecuencia natural de la ideología que representaba ese régimen, la ideología individualista y supremacista de la burguesía. Ahora nos tocará presentar ante los lectores cómo estos contenidos ideológicos se manifiestan diáfanamente en la intelectualidad burguesa venezolana de índole betancourista.
SOBRE EL INDIVIDUALISMO
Para remitirse a la base del pensamiento burgués contemporáneo, vamos a recurrir primero que nada a uno de sus principales ideólogos de habla hispana, el español Fernando Savater, verdadero gurú de la intelectualidad burguesa criolla, que adora y promueve sus ideas individualistas en torno a la ética y la política. No es de extrañar, ya que el individualismo es el concepto más caro a las clases dominantes venezolanas y a los intelectuales favorecidos por ellas, quienes han asumido el modelo de pensamiento norteamericano y europeo de mayor cariz burgués, y lo han hecho suyo, de modo desembozado o con distintos subterfugios. Esta primera frase de Savater que voy a transcribir valdrá la pena analizarla en detalle: "La idea básica del capitalismo no es el servicio a otros hombres privilegiados (todos somos iguales) ni al conjunto social, sino el interés que mueve a cada cual a procurar su propio provecho para sí mismo y para los suyos. Pero al buscar cada cual ganancia para sí, las sociedades se enriquecen en su conjunto de modo notable; el afán de ganancia se ha demostrado un estímulo para el desarrollo de las industrias, favorece las nuevas invenciones que hacen el trabajo más productivo y la vida más cómoda, mientras que la competencia entre los productores aumenta la cantidad de lo producido, abarata su precio y sofistica la calidad" (94). Vamos por partes: en primer lugar, debo agradecer a Savater la ayuda que me presta cuando da por sentado que la idea básica del capitalismo es el individualismo, ya que esto, dicho por mí, seguramente sería catalogado como un "dogma" por algunos dolientes del propio individualismo. Pero como quien lo dice es Savater, para la mayoría de ellos deberá ser santa verdad. Luego Savater convierte al individualismo en una premisa de la riqueza de las sociedades, con toda seguridad confundiendo la riqueza de unos pocos, muy pocos hombres en el mundo, con la pobreza de la mayoría, la inmensa mayoría de los hombres. Hablar de "riqueza social" así, sin más ni más, es propio de los pocos privilegiados que disfrutan tal "riqueza". Muy por el contrario, durante el capitalismo es verdad que se han desarrollado grandes inventos y avances tecnológicos de gran magnitud, así que todos deberíamos vivir mucho mejor. Pero no es así, precisamente porque ese desarrollo tiene como fundamento la competencia atroz entre capitalistas por explotar mejor los recursos del mundo, incluidos los eufemísticamente llamados "recursos humanos", y aprovecharlos para el enriquecimiento personal, de modo que este aspecto supuestamente positivo del capitalismo, se contradice con la situación de casi toda la humanidad, donde campean el hambre, la incultura, la violencia, la infelicidad y la muerte. Claro, probablemente Savater compara las economías clásicas capitalistas, como la norteamericana o la japonesa, por mencionar sólo dos, con las ineficientes economías del capitalismo de estado que, bajo el nombre de "socialismo", se apoderó de las repúblicas del este de Europa, tema que trataremos después. De todas formas, en todas estas sociedades contemporáneas, se libra la lucha entre el individualismo y el colectivismo, entre el absurdo mundo burgués y la aspiración a mundos mejores. Cuando el mismo Savater afirma que los movimientos y luchas sociales han evitado que las condiciones laborales sigan siendo las mismas de hace ciento cincuenta años, lo dice como halando esa sardina para el sartén de la burguesía, como si no supiera que la mayoría de esas luchas han sido enfrentamientos, precisamente, contra las condiciones que impone el orden burgués, y muy a pesar de ese orden, que no vacila en masacrar a los desposeídos si las cosas se les ponen muy difíciles de controlar. Las luchas sindicales, étnicas, femeninas, raciales, anticoloniales forman parte de un movimiento natural de la humanidad hacia el concepto lógico del colectivismo, que es el camino a recorrer, claro que paso a paso, y no a saltos. Un movimiento desde el capitalismo hacia el real "socialismo real", y no el falso "socialismo real" que se apoderó de los primeros experimentos revolucionarios que emanaron de los planteamientos iniciales contra el individualismo burgués, a fines del siglo XIX y principios del XX. No es de extrañar, por otra parte, que Savater exponga de esa manera su concepción del mundo, porque también, al igual que otros pensadores burgueses, mide la libertad individual según su situación particular, como si él fuera el único individuo sobre el planeta, o el semidios de Flaubert, o la medida de todas las cosas. Según Savater "los individuos tenemos dos maneras de formar parte de los grupos sociales, que suelen darse por separado, pero a veces se dan juntas (...) Podemos pertenecer al grupo y podemos participar de él" (95). Esta supuesta libertad de los individuos para escoger su relación con el grupo la fundamenta el pensador español en otra falsa premisa: "El individuo participa en un grupo porque quiere y mientras quiere, no se siente obligado a la lealtad y conserva la suficiente distancia crítica como para decidir si le conviene o no seguir en ese colectivo" (96). Como cualquiera puede ver, el "individuo" aquí tiene un nombre y una vida muy precisa: se llama Fernando Savater y es un escritor español que es invitado frecuentemente a dictar conferencias que le son bien pagadas y a las cuales él puede ir o no, ya que es libre de pertenecer o no, de ser leal o no y de comer shashimi o no. Usando los argumentos de Savater, tendríamos que concluir que el joven Johnatan Fernández, que vive en el barrio Los Canjilones de La Vega y vende coca en los alrededores del mercado de San Martín, donde ha sido hecho preso hace dos horas, no es el "individuo", ya que no debe creerse que pertenece al grupo de los detenidos de paso en los calabozos de la cárcel de Cotiza porque quiere, o que es medianamente capaz de decidir si le conviene o no seguir en ese colectivo. Ahora bien, invierta usted el espejo y mire la realidad tal cual es: Johnatan es tan individuo como Savater, pero son dos individuos muy diferentes, ya que no existe tal "individuo" en abstracto, tal entelequia como la que nos pretende vender el pensador español. Todo individuo es una persona de carne y huesos, con una situación particular, vinculada siempre a una relación específica con la sociedad. De esa relación depende su grado de "libre albedrío" (recordemos a Lutero y a Erasmo); Savater es un buen burgués y Johnatan un descamisado. Savater es un universitario y Johnatan un analfabeta. Savater es profesor y Johnatan drogadicto; Savater nació y creció en una nación europea y Johnatan en esta especie de traspatio que ha sido Venezuela. El individuo Savater es Savater, allá él y lo felicito. El individuo Johnatan es un esclavo de cuna, un individuo sin opciones, un condenado por la sociedad injusta donde nació y creció. Claro que no es libre, así que no cabe en la categoría de "individuo" de Fernando Savater. Los "individuos" son por naturaleza creativos, capaces de crecer y aprender y ser razonablemente sanos. Pero no son absolutamente libres jamás, sino que dependen siempre de las condiciones de la vida colectiva. No es que el colectivo no dependa también, en cierto grado, de cada individuo, pero lo hace de una manera infinitesimal, en una relación inversamente proporcional a la dependencia contraria. Es sintomático que Savater y otros pensadores como él se empeñen en que el gran debate ideológico contemporáneo lo protagonizan el individuo y el Estado: "Los dos grandes protagonistas del torneo político moderno: el individuo y el Estado" (97). Esto es otra falacia. El verdadero y profundo debate se da entre el individualismo y el colectivismo, y muchas veces también entre el individuo, como categoría, y la sociedad, y sobre ello volveremos más adelante con más razones. Por ahora baste con decir que, precisamente, el Estado atrofiado, opresor, omnipotente es una de las manifestaciones más evidentes del dominio clasista, ya que un Estado fuerte ha sido utilizado desde hace siglos, de diversas formas, para que una parte de la sociedad pueda establecerse como superior a los otros componentes sociales y oprimirlos por medio de la fuerza de ese Estado. Pero al igual que sucede con las diferencias sociales, el Estado no puede ser borrado de un plumazo. Para Savater, pues, la sociedad no existe. Existen sólo individuos aislados, solitarios, de un lado, y el Estado del otro. Pero creo que esta deformación de la realidad no es inocente. Al final el retruécano se aclara: "...ahora yo quedaría muy bien si te dijera que lo deseable es buscar un perfecto equilibrio entre individuo y Estado, dando a cada cual lo suyo y no permitiendo abusos, y así todos contentos, amén. Pero ya te advertí al comienzo que no pienso ser neutral, de modo que (...) tomaré partido. A favor de...a favor del individuo, claro" (98). Savater casi acierta al principio, tal vez falla por uno o dos palmos. Ya que en realidad la existencia de los individuos (nos gusta más así, en plural) y la del colectivo (la sociedad) deberían marchar hacia un punto de equilibrio, donde ambas manifestaciones de la humanidad ocuparan el espacio que les corresponde, con prominencia, por supuesto, de lo colectivo. Pero ahí están los dos palmos de error para Savater: ningún equilibrio es perfecto y la lucha ideológica es entre individualismo y colectivismo, y no entre individuo y Estado. Entre nosotros, los mismos pensadores que le temen y se oponen con rabia al proceso de cambios que está en marcha en Venezuela, suelen ser adalides en la defensa del individualismo. Germán Carrera Damas sale a batirse a favor de "...el ejercicio individual de la soberanía, que sólo es compatible con la libertad individual, o sea la esencia irrenunciable de la democracia" (99). No vamos a seguir discutiendo si la "libertad individual" es o no la esencia de la democracia, lo interesante ahora es señalar la esclarecedora coincidencia de este equipo mundial de ideólogos burgueses. He aquí Arráiz Lucca cumpliendo su parte: "Queda claro que la creación de un Estado liberal se funda sobre la base de los derechos individuales, en contraposición a las pretensiones del Estado absolutista, y, así como el Estado liberal surge a expensas de la erosión del poder del monarca, las ideas del estado mínimo frente al Estado máximo tienen, hoy en día, una total vigencia" (100). Por supuesto que al hablar de "Estado mínimo", Arráiz se refiere a la economía de "libre mercado" (donde sólo son "libres" los grandes monopolios transnacionales) y la vincula, qué más puede esperarse, a los "derechos individuales" que ubica como base del "Estado liberal". Los eufemismos de Arráiz no pueden ocultar de ninguna manera sus coincidencias con Savater, Carrera Damas, Norberto Bobbio y tantos otros de la misma cofradía del pensamiento individualista burgués, defensores a rajatabla de la llamada "economía de libre mercado", es decir de esta versión contemporánea y atroz del viejo capitalismo que se impuso al declinar la sociedad medieval. Pensadores dieciochescos he dicho. Lo cierto es que el concepto de "libertad individual" disfraza el egoísmo que está en la base de la cultura burguesa. El hombre egoísta, cuyas metas en la vida son el éxito individual, la fama y los privilegios personales, trata ferozmente de acarrearse todos estos "bienes" juntos, o algunos de ellos al menos. Y es éste el hombre que es útil y necesario al gran capital internacional, sépanlo o no quienes sustentan el tipo de pensamiento que hemos descrito.
SOBRE EL SUPREMACISMO
He dicho que el gran fundamento de la ideología burguesa es el individualismo. Es, si se quiere, su marca de fábrica. Aunque los individuos siempre han existido y existirán, es en la sociedad dividida en clases donde comienza a perfilarse la deformación especular que va cediendo el papel dominante, en la esfera ideológica, al individuo, en detrimento del rol dominante que cumple, en la realidad, el colectivo social. Esta deformación alcanza su máximo grado con el advenimiento del capitalismo y de la sociedad burguesa, que se declara, abiertamente, individualista. Pero he aquí que la ideología individualista refuerza otros usos de pensamiento que les son propios a las clases dominantes de siempre. Uno de los más importantes es el supremacismo intelectual, la creencia de que los intelectuales y técnicos burgueses constituyen un estrato superior de la sociedad. Dicha "superioridad" se la daría el uso privilegiado de la razón, la inteligencia y el pensamiento. Como vimos claramente en el análisis del pensamiento burgués en Francia frente a la Comuna de París, el pensador burgués desprecia profundamente a los desposeídos, quienes según su criterio son irracionales, escasos e ignorantes. En este último término juega la común confusión entre conocimiento académico y conocimiento en general. Es decir, la falacia de que el único conocimiento posible es aquel que es provisto por la razón formal y por la educación universitaria o técnica, en detrimento de otras vías de conocimiento igualmente válidas, como la experiencia vivencial, la intuición y la imaginación. El supremacismo de las clases dominantes, heredado por la burguesía, es tan antiguo y está tan expandido, que los propios dominados y despreciados suelen asumirlo y sentirse inferiores. En situaciones revolucionarias como la que vive Venezuela, los desposeídos comienzan a tomar consciencia de sí mismos, de su fuerza, de su independencia social, y a liberarse del cepo ideológico de las clases dominantes. Se recrudece entonces la lucha de clases en la sociedad y las diferencias de clase se hacen evidentes. Muchos de quienes cantaban loas al pueblo adormecido durante el régimen betancourista, y que después de cada proceso electoral ensalzaban el "civismo" y la "madurez democrática" de los venezolanos, ahora tildan al pueblo de irracional y no pensante. Este prejuicio supremacista tiene, por supuesto, sus representantes en las grandes metrópolis occidentales, quienes son admirados y difundidos de manera activa por los pensadores burgueses del patio. Veamos, y analicemos, esta joya de uno de los grandes gurús contemporáneos del pensamiento individualista, Norberto Bobbio: "Me limito a llamar la atención sobre la frecuencia, intromisión e insistencia de las manifestaciones de masas en las que el individuo pierde la propia personalidad y se identifica, se pierde, se anula en el grupo: en lugar de hablar, grita; en lugar de discurrir, insulta; en lugar de razonar, expresa el propio pensamiento en el estilo primitivo del eslogan; en lugar de actuar, se agita y hace gestos rítmicos con el brazo extendido" (101). Desmenucemos este canto: lo primero es que las manifestaciones de masas son una "intromisión". Lo que Bobbio llama "masas" no es más que la mayoría de los hombres, los que no tienen voz. De manera que, en todo caso, quien se entromete en lo que hacen los hombres es Bobbio. Pero para el burgués la medida de las cosas es él mismo, su individuo, y cuando mucho su clase social. ¿A cuenta de qué va el señor Bobbio a establecer que su estilo de vida acomodado, "moderado", refinado es el correcto? Luego afirma Bobbio que en las manifestaciones masivas el individuo pierde la propia personalidad y se anula en el grupo. La respuesta a esta falsedad debe ser vinculada a otra afirmación del pensador italiano, según la cual es condenable que los manifestantes griten e incluso insulten, voceen consignas y muevan sus brazos rítmicamente. Tilda todo ello de "primitivo". En cuanto a esto último, tendría razón, si no fuese porque con toda seguridad el cognomento de "primitivo" tiene en su boca connotaciones despectivas. De hecho era común que los guerreros tribales tuviesen cánticos y gritos diversos que los ayudaban a mantener coherencia grupal en la batalla, así como a darse ánimos o convocar a los dioses para ser más fuertes y arrojados ante el enemigo. No es muy distinto lo que hacen los pueblos oprimidos contemporáneos. El señor Bobbio omite, no puede sino omitir, el hecho de que los pueblos oprimidos normalmente carecen de voz. El señor Bobbio, el individuo Bobbio, tal vez puede darse el lujo de no gritar (¡quién sabe como será en su casa!), porque es un escritor europeo, cuyos libros son publicados de a miles, es invitado a charlas y tiene seguidores que multiplican su voz y escriben artículos laudatorios. Pero el individuo, pongamos, Jefferson Rodríguez, que vive en Los Flores de Catia, en el paupérrimo oeste de Caracas, tiene una sola manera de hacerse oír: juntarse con otros individuos como él, armar berrinche, gritar consignas, lanzar al aire, eventualmente, más de un insulto y mover rítmicamente sus brazos para darle más fuerza a su voz y a su grupo. No lo hace para anularse, sino todo lo contrario, lo hace para existir, para tener voz, para ser escuchado, para influir en la política y en la vida de la sociedad. No tiene otros canales ni otra manera, no le han dejado otras opciones. Lo más seguro es que si algún día existiera en Venezuela una democracia participativa, verdadera, aun así de vez en cuando Jefferson tendría que juntarse con otros Jeffersons y gritar. Y si alguna vez la "masa" se equivoca, pues tiene derecho a hacerlo, tal como lo tiene, y lo usa ampliamente, el señor Bobbio, a quien nadie debe impedirle escribir, a pesar de que a menudo describe el mundo al revés. En Venezuela, las manifestaciones de supremacismo burgués han abundado en los últimos tiempos. Veamos que nos dice Luis García Mora, en referencia al referéndum de diciembre del 99: "El voto del "no" aunque no gane, por ser el voto cualitativo, del sector pensante (el sector que mueve los países), seguirá presente, y no puede ser excluido" (102). De manera que en la perspectiva democrática de García Mora hay dos tipos de voto: uno es el voto "cualitativo" (que se refiere, por supuesto, al voto de él mismo). Este voto "cualitativo" sería mejor, más valioso, tendría más calidad, que el voto cuantitativo, es decir el voto de la mayoría, que por supuesto sería un voto inferior, puesto que esa mayoría es inferior, ya que de hecho, según García Mora, no piensa, pues él habla claramente de la existencia de un "sector pensante". Este periodista, que reedita las lamentables ideas de los escritores ante la Comuna, se vende a sí mismo como un adalid de la democracia y contra el totalitarismo. Sin embargo, su pensamiento clasista es totalitario, fundado en la falacia de que una élite minoritaria no sólo es la única que piensa, sino además la que "mueve los países". ¿Sabrá el señor García Mora que la barra donde reposa el whisky que se bebe es el producto del trabajo de millones de hombres, de madereros, carpinteros, trabajadores de la industria química, transportistas, constructores y un larguísimo etcétera? ¿Sabrá García Mora que los conocimientos humanos no son sino el producto de la acumulación de una extensa experiencia que viene desde los hombres de las cavernas? ¿No es esta clasificación del voto algo muy parecido a aquello que se impuso, inmediatamente después de la Revolución Francesa, de que sólo los propietarios eran ciudadanos y tenían derecho a sufragar? Para García Mora, el "sector pensante" es el que piensa como él, y el que no piensa como él, pues no piensa en absoluto. Si unimos cabos notaremos fácilmente que eso es lo típico del individualismo burgués: la medida del mundo es el "individuo", y el individuo soy yo. Tal pensamiento atiza la lucha de clases, la alimenta, la promueve, mucho más, en mi opinión, que cualquier discurso de Hugo Chávez. Otro pensador de este combo, José Luis Falcón Guzmán, se refiere al hecho de que el discurso "antillano" de Chávez "...Obedecerá probablemente a un frío cálculo electoral de ganarse a los descamisados a la causa del "sí", ya que quien critica el proyecto es básicamente cierta élite pensante del país" (103). Otra vez la "élite pensante" frente a la mayoría irracional, compuesta por unos animales incapaces de articular pensamientos. El inefable Manuel Caballero nos sigue dando argumentos: "Hay quienes dicen que los venezolanos no quieren un dictador, sino un gobernante con autoridad. Pero es muy difícil que ese matiz, de un fino academicismo, pueda ser percibido por la mayoría, y sobre todo por la mayoría engolosinada hoy con su nuevo caudillo (...) el autoritarismo es un instinto y la democracia una cultura" (104). Ya pudimos conocer en otro segmento de este libro la catadura de la "cultura democrática" del señor Caballero, pero vemos como aquí trata de crear una contradicción entre instinto y cultura. Lo primero que habría que defender es al instinto como hermosa y utilísima facultad humana. Aquí Caballero, no obstante, asimila el instinto popular a cierta animalidad, a la supuesta irracionalidad de una masa carente de "cultura democrática". Mi instinto me dice que Caballero se refiere a la cultura "democrática" betancourista, a la cultura autoritaria de la exclusión y la represión. Quirós Corradi no se queda atrás en esta segmentación que ahora ocupa importante centimetraje en las columnas de estos opinadores de oficio: "La emergencia de un nuevo liderazgo joven de la sociedad civil, básicamente de la clase media, nos permite apostar a que, en un futuro no muy lejano, podrá convertir el voto emocional de la mayoría de hoy en un voto pensante y racional. Esperanza que se fortalece al saber que entre la clase media el "no" triunfó con 56% de los votos contados" (105). El mérito de este párrafo de Quirós reside en el establecimiento de una clara tendencia clasista. Quirós está diciendo lo mismo que García Mora y Caballero, pero de una manera más franca. El "sector pensante" sería la clase media profesional, especie de élite que podrá lograr en el futuro, según Quirós, el milagro de que la masa ignara piense y sea un poco racional, de manera que comience a votar como la clase media, tal como lo hacía en el pasado. Da por cierto este columnista el supuesto de que el voto de las mayorías venezolanas, en los años recientes, es meramente "emocional". Pero resulta ser que el voto por Chávez en el 98 fue el voto más racional, en la medida en que fue el voto más expresamente politizado, el único que respondía a la aceptación de una plataforma política específica. El voto antichávez tuvo pocos componentes racionales, fue un voto "anti", un voto negativo, un voto sin propuestas. Eso lo demuestra el hecho de que el principal beneficiario de esa votación irracional, Henrique Salas Römer, desapareció del protagonismo político, junto a su partido, inmediatamente después de las elecciones. Habría que decirles a estos voceros de las élites que sus galimatías y retruécanos mentales, usados para defender la ideología burguesa y la restauración del régimen betancourista, son sin duda pensamiento, pero no pensamiento superior ni mucho menos: están muy lejos de serlo. Es más bien pensamiento anacrónico, atrasado en por lo menos dos siglos yendo para tres. Siguiendo con esta ofensiva clasista que se dio en medio de la campaña electoral referendaria de la nueva Constitución de 1999, vemos como en la versión digital del diario conservador español El País se traduce la fuerte tendencia supremacista que se hizo sentir en Venezuela: "El grueso de sus votos (de Chávez) radica en los pueblos y barrios marginales de las ciudades. Los sondeos anticipan que el voto de "cantidad" se impondrá al voto de "calidad" (106). Y también "Los análisis críticos sobre su proyecto no llegan a la población de ingresos más bajos (...) su precaria formación les impide comprender los elaborados razonamientos empleados por economistas, políticos o académicos invitados a desarrollar su posición favorable al no" (107). Si leemos con cuidado ésta última aseveración del diario español, notaremos como se deja colar la sutil manipulación, en el sentido de que los "elaborados razonamientos" de las élites intelectuales seguramente eran atinados pero los desposeídos estaban impedidos para comprenderlos debido a su "precaria formación". Sin embargo, El País ignora que este texto constitucional fue ampliamente difundido y que era común ver a la gente del pueblo leyéndolo en el Metro, en las busetas, en las esquinas. El pueblo venezolano pudo discernir que esta Constitución es básicamente excelente, y por supuesto imperfecta, y que la oposición de las élites no era constitucionalista ni "racional", sino más bien de índole política, una nueva manifestación del antichavismo aberrante de esas élites.
Como todos sabemos, el 15 de diciembre de 1999 llovía a cántaros en prácticamente toda Venezuela, presagiándose la dolorosa tragedia que enlutó nuestra Navidad. Quiero cerrar estas reflexiones sobre el supremacismo excluyente de los ideólogos individualistas, con una nueva cita de nuestro amigo Ibsen Martínez: "La mañana del miércoles, un número indeterminado de "sifrinos por el no" descorrió sus cortinas y, al ver que el cielo seguía cayéndose a mares, dieron en telefonearse los unos a los otros.
-¡Los "cerruchos" seguro que se rascaron anoche y no van a ir a votar porque está lloviendo!
(...) La "corrida" telefónica del miércoles en la mañana estaba en congruencia con las manifestaciones más características que la Internet pudo ofrecer a un estudioso de nuestro proceso político en los días inmediatamente anteriores al referéndum (...) En especial para un estudio de las actitudes excluyentes, supremacistas, egoístas y negadoras de la realidad de esas capas que, no se sabe por qué, se ha convenido en llamar las 'elites' nacionales" (108).
La superioridad de los intelectuales burgueses es uno de los grandes mitos creados en el esquema de dominación ideológica. Ningún hombre es superior a otro, en ningún sentido, porque haya estudiado más. Esto último tal vez pueda incidir en que el hombre sea particularmente útil a la sociedad en trabajos de índole especializada. Del mismo modo, una mayor formación cultural puede contribuir a que el hombre amplíe sus horizontes existenciales, pueda comprender mejor algunos procesos ontológicos y humanos, pero no necesariamente será así. Mucho más importante para la sociedad es un hombre que respalde las opciones políticas y sociales de avanzada, así no sea culto, que un especialista reaccionario, opuesto a las transformaciones y hundido en sus atrasados prejuicios de clase. Es más sabio y más útil a los hombres, a la sociedad, al futuro, un obrero consciente, que comprenda las características de un momento histórico y actúe en consecuencia, que un intelectual burgués estancado, narcisista, amarrado a su mezquino mundo de abstracciones, obstruyendo los cambios y promoviendo el conformismo y el retroceso.
SOBRE EL ECONOMICISMO
Otro tema que ha sido martillado una y otra vez en Venezuela para atacar el proceso de cambios, es el económico. Bandas de sesudos economistas recorren los canales de televisión pontificando sobre la necesidad de planes económicos. Son, en general, partidarios declarados o vergonzantes de la economía de "libre mercado" y agitan el fantasma de la globalización como quien muestra al niño la palmeta. Son también, muchos de ellos, conocidos beneficiarios del antiguo régimen, donde fungieron en cargos públicos o como "asesores". Otros, simplemente, tienen años dictando recetas que a todas luces no han funcionado. Casi todos, con contadas excepciones, gritan "¡comunismo, populismo, estatismo!" cada vez que alguien menciona, vinculándolos a la planificación económica, los términos redistribución de los ingresos, inversión social y regulaciones estatales. A todos se les puede repetir la afortunada frase de Savater: "Lo que me preocupa es sospechar que los economistas saben de economía pero lo ignoran casi todo sobre soluciones" (109), o esta otra de José Luis Vethencourt: "Detrás de la racionalidad del dinero -y en general de la economía- se esconde con gran frecuencia la más brutal de las irracionalidades" (110). Nosotros no somos expertos en economía, pero como la cohorte de intelectuales burgueses que hemos nombrado en estas páginas se empeña cada vez más en hacerle coro al combo gris de los economistas mediáticos, repitiendo como loros lo que sospecho no conocen muy bien, nos sentimos autorizados a emitir algunas humildes opiniones, respaldadas por experiencias reales, computables -no por teorías- que hemos podido conocer a través de algunas lecturas de gente bastante neutral y autorizada.
Lo primero que cabría decir es que la economía venezolana fue dejada en estado de postración por el régimen betancourista, a pesar de los ingentes recursos que éste manejó. No solamente por los altos índices de desempleo y de pobreza atroz, por la debilidad de nuestro signo monetario, por la profundidad y extensión de la recesión y la crisis generalizada, sino sobre todo por la angustiante situación de un país que carece de la infraestructura mínima para su despegue, por lo cual la recuperación económica no va a ser cosa de pocos años. Por ejemplo, el tejido industrial venezolano cuenta con poco más de 12.000 establecimientos manufactureros, lo cual es menos de la mitad de países como México y Colombia: somos reos del petróleo. A pesar de la existencia de planes, desde 1970, que hubiesen permitido dotar al país de una infraestructura de riego, imprescindible para la salud de la agricultura, hoy tan sólo contamos con 200.000 hectáreas con sistemas de riego. De manera que para que haya recuperación de la agricultura, habría que levantar primero esa infraestructura de riego. En cuanto al transporte, no ha sido posible acelerar la construcción de una red ferrocarrilera, que haría nuestra economía mucho más competitiva y capaz. Tampoco se han aprovechado las grandes posibilidades del transporte fluvial. En fin, como en todo lo demás, el régimen betancourista dejó esta otra gran cicatriz de una economía no sólo altamente trastornada, sino además en condiciones muy difíciles para su recuperación. Sin embargo, los genios de la economía mediática insisten en sus mismos esquemas, refiriéndose a soluciones que siempre ponen el acento en las posibilidades del "libre mercado" y dejando en la cola, casi como una concesión, los asuntos atinentes a lo social, como son, por ejemplo, la redistribución del ingreso, la salud y la educación. Pero el error estriba en que no puede haber recuperación económica primero y recuperación social después, sino que se trata, necesariamente, de un proceso simultáneo. En un interesante artículo de Francisco Rodríguez, profesor de economía de la Universidad de Maryland, se afirma que "Justamente el éxito de los países asiáticos fue el de solucionar los problemas distributivos a través de verdaderas reformas agrarias en los años sesenta, sólo a partir de ese momento fueron capaces de experimentar las altas tasas de crecimiento que le ganaron el nombre de "el milagro asiático" (111). Justamente por ello hay que decir que el anuncio de una Ley de Tierras y la lucha contra el latifundismo que libra el actual gobierno venezolano, son medidas correctas que apuntan a favorecer la necesariamente lenta recuperación económica. En esto último hay que insistir, pues los genios de la economía y la oposición impenitente a Chávez, reclaman del gobierno lo que no es posible en ningún caso: recuperación económica en uno, dos o tres años. En lapsos tan breves sólo es posible que veamos signos de que se marcha en la dirección correcta. El gobierno ha estado enviando varias señales en ese sentido, con su honda preocupación por lo social, su responsabilidad en responder a la deuda laboral, su reconocido esfuerzo en el área de la educación, donde llegó a acuerdos salariales con los maestros, después de muchos años de conflictividad, y generó, sólo en el primer año de gestión, un aumento en la matrícula escolar contabilizada en 600.000 niños.
En apoyo a la opinión del profesor Francisco Rodríguez, queremos referirnos a un importante artículo que lleva las firmas de Nancy Birdsall, Vicepresidenta Ejecutiva del Banco Interamericano de Desarrollo, quien fuese directora del Departamento de Investigación de Políticas del Banco Mundial, y de Bernardo Kliksberg, Coordinador del Instituto para el Desarrollo Social del BID, y quien se desempeñó como director del Proyecto Regional de las Naciones Unidas para América Latina de Modernización Estatal y Gerencia Social. Estas dos voces autorizadas plantean en su trabajo una comparación entre las economías del Sudeste Asiático y América Latina, donde destaca el importante papel que jugaron las políticas redistributivas y educativas en el lanzamiento de esas exitosas economías asiáticas. A tal respecto, los autores afirman que "La visión de la educación como un factor definidor en el crecimiento de la productividad nacional y de las posibilidades de participación competitiva exitosa en los mercados internacionales, enmarcó en toda su trayectoria los esfuerzos de los países del Sudeste Asiático. Los resultados y la experiencia creciente a nivel internacional, indican la certeza de dicha visión. La educación es una forma fundamental de acumulación de capital" (112). Quisiera que los genios criollos de la economía tomaran nota de esta última afirmación: "La educación es una forma fundamental de acumulación de capital" (113). Quisiera que la próxima vez que hablaran de los planes económicos de Venezuela, hicieran una pausa en sus predicciones tan apocalípticas como interesadas, y recordaran la cifra que ya dijimos: 600.000 nuevas matrículas en apenas un año, una gran inversión, fundamental, hacia la acumulación de capital, hacia la recuperación económica de Venezuela, o la de 500 escuelas bolivarianas fundadas en 1999 y otras 1.500 planificadas para arrancar en septiembre del 2000. Claro que los mencionados autores también asignan importancia a la conformación de condiciones macroeconómicas estables, lo cual tampoco es fácil en la Venezuela de hoy, pero que marcha también por caminos alentadores, con avances en la disciplina fiscal, con intentos, que deben ser intensificados, para aumentar la eficiencia en la recaudación, con una asertiva política monetaria, aun en medio de los grandes desequilibrios heredados. Pero siguiendo con el planteamiento del artículo mencionado, tenemos que, siempre refiriéndose a aquellas economías asiáticas: "El esfuerzo ha tenido un carácter universalista, ha ido hacia el conjunto de la sociedad tratando de dar un 'salto nacional' en la materia. En el conjunto del sistema educativo han priorizado fuertemente los niveles de educación primaria y secundaria en las asignaciones de recursos públicos con relación al nivel superior (...) Corea invierte en educación actualmente cerca del 10% del Producto Nacional Bruto" (114).
Por otra parte, leemos en el artículo de Birdsall y Kliksberg esta afirmación: "Según lo demuestra la experiencia de los "tigres", un alto grado de equidad en la distribución del ingreso es favorable para el crecimiento porque el crecimiento debe generarse desde abajo" (115). Nuevamente un aserto que deben aprender nuestras cabezas parlantes de la economía: "el crecimiento debe generarse desde abajo", porque como siguen diciendo estos dos autores: "El crecimiento debe basarse en parte en el ahorro y la inversión de las familias pobres y en el aumento de la productividad de sectores y trabajadores de un nivel bajo de productividad" (116). Como vemos, esto es muy difícil de lograr en Venezuela, pero por ahí es el camino, aunque sabemos que tardará unos cuantos años. Las políticas crediticias y el control de las tasas de interés bancarias que viene impulsando poco a poco el gobierno venezolano, son ejemplos de medidas que apuntan en esa dirección acertada. Por supuesto: "Esto fue más fácil de lograr en Asia Oriental -donde el grado de desigualdad en el ingreso era bajo- que en América Latina, donde la desigualdad en el ingreso es muy notable" (117). No es éste asunto de la desigualdad, en ningún modo, un aspecto menor o secundario dentro de la planificación hacia una economía recuperada y fuerte: "En el centro del 'milagro asiático' se hallan procesos que han ido en dirección a la reducción gradual de los desniveles sociales" (118). Si vemos los caminos de las políticas públicas de la Venezuela de hoy, podemos notar como es falso que no marchemos en una ruta atinada de recuperación económica, si nos comparamos con lo ocurrido en Asia: "Las distancias entre el 20% superior y el 20% inferior de la estructura de distribución de los ingresos son del orden de 4.3 a 1 en Japón, 7.9 a 1 en Corea y de 3.6 a 1 en Taiwán. Esto se produjo a través de diversos instrumentos como la reforma agraria, los programas de vivienda pública, la inversión en infraestructura rural, y una educación básica difundida de alta calidad. Un eje central fue una política activa de promoción de empleo, y de apoyo a las exportaciones intensivas en empleo. Diversas políticas públicas se concentraron en crear oportunidades para la mejora de la productividad de los pobres, y su integración a la economía" (119). Por supuesto que en Venezuela tendremos que encontrar caminos propios, pues debemos atender a nuestras peculiaridades. En el caso del empleo, por ejemplo, sucede que hay un amplio sector de los desempleados que prefieren seguir dedicados a la economía informal, de índole básicamente comercial, por dos razones: los salarios son muy bajos, por lo que se gana más vendiendo destornilladores y condones en una esquina de Caracas, y se han acostumbrado a no depender de jefes ni de horarios. La mayoría de los buhoneros viven tan bien o mejor que cualquier obrero no calificado. No es fácil, pues, incorporar a una gran fuerza como ésta al trabajo industrial, productivo. En todo caso "Los resultados corroboran los múltiples cuestionamientos actuales a la idea que vinculaba estrechamente mayor desigualdad con ampliación de la acumulación y aumento del crecimiento (...) La sensación de 'crecimiento compartido' que surgió del mejoramiento de la equidad, estimuló fuertemente las tasas de rendimiento laboral. Los avances para el conjunto de la población en educación, salud y nutrición, potenciaron la productividad global de la economía" (120).
La confusión, intencional o no, de inversión social con "populismo", es una de las armas que manejan los genios del "libre mercado" para atacar las políticas sociales del Estado. El populismo se fundamenta en las dádivas, el subsidio, la caridad social. Entretanto, la inversión social es reproductiva, como en el caso de la inversión del Estado en salud y educación. A este respecto nos dicen Birdsall y Kliksberg: "Uno de los consensos básicos que ha generado la experiencia de los países del Sudeste Asiático, es la creencia colectiva en la necesidad nacional de dar alta prioridad a los gastos dedicados a potenciar el capital humano de la sociedad, como educación, salud y nutrición. Si bien hay cambios en ese sentido y América Latina está reconociendo la importancia de responder a estas necesidades, ha tenido alta difusión en la región la visión del gasto social como un "consumo" sin tasas de retorno claras (...) Esta visión de la intervención social como consumo, no es concorde con lo que se sabe crecientemente sobre su papel multiplicador en términos de desarrollo. Los programas de educación, salud y nutrición bien administrados son inversiones en las habilidades, productividad y futuros ingresos de las personas" (121).
Los funestos personajes que gritan "¡comunismo, populismo, estatismo!" cada vez que se habla de inversión social, no sólo están equivocados, que sería lo menos grave, ya que casi todos tienen años diciendo lo mismo y la mayoría de los venezolanos les ha dado la espalda. Lo peor es que estos personajes tienen influencias en círculos de inversionistas, tanto nacionales e internacionales. Su actitud acomplejada, que hace que se tapen el rostro y volteen hacia Europa y los Estados Unidos cada vez que huele a pobre y a políticas sociales, causa mucho daño a Venezuela y retrasa nuestras posibilidades de recuperación. Olvidan, o quieren olvidar, la oscura realidad que nos obliga a una política del Estado que, además de ejercer la natural, necesaria y conveniente acción reguladora, dirija gran parte del gasto público al fomento de planes de vivienda, de salud, de educación y de nutrición. No hay ninguna posibilidad de crecimiento en medio de la atroz desigualdad en la cual vivimos: "Se ha visto que una de las claves del desarrollo del Sudeste Asiático fue la reducción de las brechas de desigualdad, que favoreció la estabilidad política y económica, y trajo múltiples impactos positivos para el crecimiento. América Latina en cambio fue aumentando las brechas y se presenta actualmente como la región del mundo con los mayores niveles de desigualdad (...) La desigualdad latinoamericana supera incluso a la de Africa y es marcadamente mayor a la asiática" (122). En este mismo sentido, el director de la División de Desarrollo Social de la CEPAL, Rolando Franco, declara que "América Latina tiene la peor distribución regional de la riqueza del mundo" (123). Calcula que en la región un 25% de la población acapara un 70 ó 75 por ciento de la riqueza. Agrega Franco que la pobreza en nuestros predios aumentará si los gobiernos no preparan educativa y técnicamente a la población. "Si las naciones de la región no ofrecen educación adecuada, probablemente la globalización no cree oportunidades de salir de la pobreza" (124). De manera que la fórmula que presentó Hugo Chávez apenas inaugurado su gobierno, y que definió como S2E (una molécula de economía y dos de políticas sociales), es básicamente correcta, más allá de la metáfora química. Esta orientación del gobierno tiene que mantenerse, en medio de las correcciones y replanteamientos a que haya lugar, ya que no hay otra vía posible para la recuperación económica de Venezuela. Pero hay que señalar además, que esa propuesta del gobierno ha contribuido enormemente a la paz social en el último año, otra condición necesaria a la recuperación. Tal como afirma el profesor Francisco Rodríguez "Los logros de este gobierno en mantener la situación social bajo control han sido nada menos que milagrosos. Las recientes iniciativas del gobierno -la compra de terrenos invadidos para repartirlos a familias sin vivienda y el anuncio de un plan creíble para pagar los pasivos laborales- han demostrado capacidad de atender a las demandas de los sectores más pobres, evitando la exacerbación de los conflictos distributivos. Lo que es más, el gobierno ha sido capaz de atender estas demandas al mismo tiempo que ha mantenido disciplina fiscal y ha logrado una baja sustancial en la inflación. Es justamente la credibilidad ganada a través de estas iniciativas la que le permite mantener bajo control los aumentos salariales sin generar una ola de protestas populares" (125). Deberemos sumar a estas precisiones de Rodríguez, el hecho de que el Plan Bolívar 2000 ha atendido directamente, en un año, a más de 4 millones de venezolanos ubicados en los segmentos más pobres de la población.
No hay duda de que la orientación económica fundamental del gobierno de Chávez se enmarca dentro de los conceptos que convirtieron a los países del Sudeste Asiático en economías fuertes. Oigamos al presidente: "Contra el monopolio de la riqueza como dogma, enfrentemos la democracia económica, un concepto de igualdad, de libertad, de justicia, de empleo, de seguridad social, para cubrir las necesidades básicas del ser humano. Eso es lo más importante de un modelo político, de un modelo económico" (126). Y, de manera acertada y terminante, agrega en otro lugar: "Si no hay revolución en la educación, no hay revolución en nada" (127).
La visión neoliberal de la economía, que pretende minimizar el papel del Estado hasta situarlo casi en una posición de "juez de línea", juez de segunda, y maximizar el papel del mercado, no es sino una versión de la ideología burguesa aplicada al pensamiento económico. La lógica del capital, que confunde acumulación de riquezas con crecimiento económico, lleva a plantear un esquema según el cual, de manera errónea, se pretende que el desarrollo económico es una condición para acabar con la desigualdad, puestas las cosas en ese orden. Por lo tanto, el resultado de esas políticas, que ha sido el de ampliar las brechas entre países ricos y países pobres, y entre seres humanos ricos y seres humanos pobres, es presentado como positivo porque los indicadores macroeconómicos de ciertos países muestran cifras de crecimiento, del todo engañosas en cuanto a la resolución de los problemas mundiales, pues tal crecimiento es sólo aplicable a la exigua minoría rica o acomodada, mientras los desposeídos aumentan en número y aumenta el hambre y la miseria, así como las guerras intestinas y la conflictividad en general. Pero a esta ideología económica, el destino del colectivo no le quita tanto el sueño, como la permanencia de las fórmulas que esa misma ideología aplica y defiende. Uno de los ejemplos más palpables de cómo la burguesía y sus ideólogos, a nivel mundial, asumen la defensa de esas tesis fracasadas y decadentes, es la deificación de la llamada globalización.
SOBRE LA GLOBALIZACION
La globalización es el fenómeno económico, social y cultural generado por la expansión mundial de los grandes monopolios económicos transnacionales, ligado a rápidos avances tecnológicos, sobre todo en las áreas del transporte, la informática y las telecomunicaciones, que ha tendido al establecimiento de un mundo donde las fronteras y circunstancias nacionales particulares están cada vez más inmersas dentro de la acción y el devenir de la humanidad planetaria. El fenómeno de la mundialización de la sociedad humana es inevitable, pero resulta que ese proceso se ha desatado en medio de una situación mundial crítica signada por graves desequilibrios causados por la manera en que el capitalismo internacional concibe esa globalización. Todo lo que ha sido la consuetudinaria actitud de los monopolios en las naciones, no hace sino reproducirse, como un hongo venenoso, en lo que podríamos llamar "la nación planetaria". Así pues, vemos como la globalización, hasta ahora, no ha hecho sino ahondar las brechas entre países ricos y países pobres, y entre unos pocos, muy pocos, seres humanos ricos y una abrumadora, aterradora mayoría de seres humanos pobres, sobre todo en países ubicados en América Latina, Africa y Asia, precisamente los que más han sufrido la dominación colonial y neocolonial en los últimos siglos. Lo cierto es que mientras en Venezuela, por ejemplo, 8 de cada 10 ciudadanos viven en la pobreza, muchos de ellos en el límite de lo que se llama pobreza atroz, un centenar de corporaciones acaparan el 75% del comercio global, y cinco transnacionales (General Electric, Ford, Royal Dutch/Shell, General Motors y Exxon) ganaron 670.900 millones de dólares durante 1999. Cerca del 44% de ese capital no fue facturado en sus países de origen. Lamentablemente, las extraordinarias posibilidades que la globalización puede ofrecer a la humanidad, están siendo acaparadas para su beneficio por factores políticos, económicos y culturales privilegiados de la sociedad capitalista, individualista, para seguir dividiendo a los hombres en seres riquísimos y seres pobrísimos, al tiempo que intentan generalizar una cultura decadente, excluyente, llena de atentados diversos contra la dignidad y los valores humanos más necesarios hacia la búsqueda del verdadero bienestar de los hombres. Es la globalización neoliberal que tanto defiende la intelectualidad burguesa contemporánea. Afortunadamente, ya se levantan importantes corrientes mundiales que no están dispuestas a aceptar pasivamente el secuestro de las actuales posibilidades de comunión humana por parte de un sistema social y cultural individualista que se siente fuerte, pero que en el fondo está condenado a muerte, como si fuera un musculoso fisioculturista que comienza a ser consumido por el cáncer. Es otro mundo, el mundo de los 50.000 manifestantes que se reunieron el 30 de noviembre del 99 en Seattle para protestar contra la globalización monopolista, de las manifestaciones de enero del 2000 en Davos, Suiza, de las concentraciones del 16 y del 17 de abril frente a la Asamblea del Fondo Monetario Internacional en Washington. Es el mundo de los bloques regionales de naciones, que buscan hacer contrapeso contra la intención de establecer la hegemonía de una sola potencia en el planeta. Es el mundo de las luchas sur-norte, de la unidad de las naciones pequeñas y expoliadas para impedir ser aplastadas por el concepto de dominación que los monopolios pretenden imponer. Es parte del actual terremoto mundial que conducirá a la construcción de sociedades donde prive el interés colectivo, y donde las grandes potencialidades que viven en cada individuo, se pongan, principalmente, al servicio de las colectividades, y no de minorías o individuos aislados. Es parte del largo camino, seguramente de siglos, hacia la transformación cultural que echará finalmente por tierra el mito de que los hombres somos individualistas por naturaleza, y de que nuestra libertad individual es más importante y necesaria que nuestro compromiso colectivo. Y es precisamente en el ámbito cultural donde los intereses ocultos en la versión neoliberal de la globalización, se hacen más terribles por ser menos discernibles. En un excelente artículo publicado en Le Monde Diplomatique con la firma de Ignacio Ramonet, titulado sugestivamente "Un delicioso despotismo", el autor afirma que "Se domina mejor si el dominado permanece inconsciente. Los colonizados y sus opresores saben que la relación de dominación no se basa únicamente en la supremacía de la fuerza. Pasado el tiempo de la conquista llega la hora del control de los espíritus. Por este motivo, para todos los imperios que desean permanecer, la apuesta a largo plazo estriba en domesticar las almas" (128). Refiriéndose a este afán de dominación cultural de los Estados Unidos y su cultura individualista, continúa Ramonet: "En el plano geopolítico, Estados Unidos se encuentra ubicado en una situación de hegemonía, como ningún país ha conocido jamás. No solamente es la primera potencia nuclear y espacial, sino también marítima. Es el único Estado que posee una flota de guerra en cada uno de los océanos y en los principales mares del globo y que dispone de bases militares de reavituallamiento en todos los continentes" (129). Bien, suponemos que esto tranquiliza bastante a nuestros intelectuales burgueses que, no sabemos si por sinverguenzura o por ignorancia, viven cantando loas a la globalización capitalista, en un armónico coro dirigido por gente del talante de Mario Vargas Llosa, este aristócrata que a menudo rumia su frustración política escribiendo artículos altaneros y dirigiendo dardos a diestra y siniestra contra los intereses de los latinoamericanos. Entre tanto, sus propios intereses parecen estar bien cuidados, por ahora, por las flotas de guerra norteamericanas dispersas en el mundo y dispuestas a bombardear los campos planetarios, o al menos a disuadir con la vitrina de su fuerza, allí donde esté amenazada la "democracia" de los monopolios. Según Ramonet, el Pentágono dispone de unos 31 millardos de dólares únicamente a título de investigación militar, más de 6 veces el presupuesto de defensa de España. Sus fuerzas armadas, además, pueden identificar, seguir y oír todo en cualquier medio, en el aire, en la tierra o bajo el agua. Así mismo, los Estados Unidos cuentan con una vasta red de agencias de información y espionaje, con la Central Intelligence Agency (CIA), la National Security Agency (NSA), la National Reconnaissance Office (NRO), la Defense Intelligence Agency (DIA). Esta red emplea a más de 100.000 personas y sus espías están presentes todo el tiempo y por doquier, y no roban solamente secretos diplomáticos y militares, sino también industriales, tecnológicos o científicos. Y también mantiene la superpotencia del norte un peso decisivo en las instancias multilaterales como la ONU, el G-7, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), la OTAN y otras. Pero por si fuera poco, los Estados Unidos se han asegurado también la dominación en el campo científico y succiona cada año a decenas de millares de cerebros del resto del mundo que acuden a sus universidades, laboratorios o empresas. Igualmente reinan en las finanzas. Su PIB representa casi 60 veces el de España, el 83% de las transacciones de divisas se hace en dólares. El poderío económico norteamericano intimida a todos los agentes de la esfera económica mundial y son comunes sus amenazas permanentes a otros países con restricciones económicas, bloqueos y sanciones. Sin más ni más, la globalización tal como se ha concebido hasta ahora transcurre bajo la égida totalitaria y autoritaria de una superpotencia y de un grupo de supercorporaciones monopolistas. La globalización, tal como existe, es la vía para que se siga imponiendo un imperio sobre el resto del mundo, al que sólo le queda resistir de múltiples maneras para que este tiburón no se engulla finalmente a todos los peces. Ignacio Ramonet, al constatar que Estados Unidos es también la primera cyberpotencia, que domina las innovaciones tecnológicas, las industrias digitales, la Web, que posee los gigantes de la información (Microsoft, IBM, Intel) y los líderes de Internet (Yahoo, Amazon, AOL), se hace una pregunta y él mismo se responde: "¿Por qué no suscita mayores críticas o resistencias una superioridad militar, diplomática, económica y tecnológica tan aplastante? Porque, además, Estados Unidos ejerce su hegemonía en el campo cultural e ideológico" (130). Y continúa, en tal sentido, el articulista francés: "En innumerables campos, Estados Unidos se ha asegurado el control del vocabulario, de los conceptos y del sentido. Obliga a referirse a los problemas que crea con las palabras que él mismo propone. Suministra los códigos que permiten descifrar los enigmas que él mismo impone. Y dispone a estos efectos de una gran cantidad de instituciones de investigación y de "depósito de ideas" (think tanks), en los que colaboran miles de analistas y de expertos, que producen información sobre cuestiones jurídicas, sociales y económicas en una perspectiva favorable a las tesis neoliberales, a la globalización y a los medios de negocios. Sus trabajos, generosamente financiados, son mediatizados y difundidos a escala mundial" (131).
Ramonet lanza una importantísima advertencia al mundo y desnuda el cuerpo tenebroso de la globalización imperial. Advierte, por ejemplo, que mientras los Estados Unidos no compra en el extranjero más que 1% de las películas que consume, inunda al mundo con producciones de Hollywood, telefilms, dibujos animados, videoclips, comics, para no hablar de los modelos vestimentarios, urbanísticos o culinarios: "El templo, el lugar sagrado en el que se desarrolla el culto a los nuevos iconos es el mall, la galería comercial, catedral erigida a la mayor gloria de todos los consumos. En este lugar de fervor comprador se elabora una misma sensibilidad a través de todo el planeta, fabricada por logotipos, stars, canciones, ídolos, marcas, objetos, carteles, fiestas (...) Todo esto acompañado de una retórica seductora de la libertad de elección y de la autonomía de los consumidores, machacados por una publicidad obsesiva y omnipresente" (132).
Por otra parte, otro gran mito quiere ser construido en medio de la adoración a la globalización capitalista: el mito de la "democracia de Internet". Nuevamente debo citar a Arráiz Lucca, quien en uno de sus artículos dominados por la obsesión antichavista, hace esta evaluación absolutamente superficial de la red (Internet): "...el emblema de esta nueva etapa histórica, de la que estamos viviendo su infancia, es la red. Y ésta es, como espacio simbólico, un sitio naturalmente democrático. Su trama es la confluencia de millones de líneas que entran en contacto unas con otras y entran y salen de infinitos centros de distribución. Más aun, cada punto integrante de la red es un centro, y cada punto es un destino (133). Hay dos evidentes falacias, o errores, que adornan este párrafo. La primera es aquella que afirma que la red es un espacio naturalmente democrático, confundiendo potencialidades con realidades. La otra es la que se refiere a una mutiplicidad de centros. Esta segunda falsedad se sustenta en la primera: como Internet es por naturaleza un espacio democrático, pues cada terminal es un centro: yo sería, por ejemplo, desde mi limitado correo electrónico (ya que no poseo página Web) tan poderoso, tan "centro", como Yahoo. Ahora bien, el asunto no sólo estriba en el hecho de que los pocos usuarios de Internet no estamos incorporados a una distribución realmente democrática de la información por ese medio, sino que hay otras precisiones: por ejemplo, en 1999 más de una cuarta parte de los estadounidenses usó la red, mientras que en el sur de Asia lo hizo apenas el 1% de la población. Tal como opinan con justeza Robert O. Keohane y Joseph S. Nye Jr. en "Foreing Policy": "La mayoría de las personas del mundo de hoy no tienen teléfonos; cientos de millones viven como campesinos en aldeas remotas, con apenas ligeras conexiones con los mercados mundiales o de flujo global de ideas. En realidad la globalización viene acompañada por brechas crecientes, en muchos aspectos, entre ricos y pobres. Esto no implica ni homogeneización ni equidad" (134). A decir verdad, de los 6.000 millones de habitantes del planeta, sólo 400 ó 500 millones disponen de Internet, es decir menos del 10%, y la inmensa mayoría de esos usuarios están ubicados en países del llamado primer mundo. Por otra parte, el 80% de los que tienen Internet pertenecen al sector socioeconómico medio y alto. Pero además vemos como el flujo fundamental de la información que circula en Internet es controlado una vez más por las corporaciones y portales de índole comercial, que dirigen sin duda ese tráfico, además de que igualmente intervienen aquí los laboratorios de información, contrainformación y generación de ideología que tienen su sede, principalmente, en los Estados Unidos. El investigador francés Dominique Walton opina: "Todos dicen que Internet es un espacio de libertad. Que, gracias a ella, gracias a todo lo que podemos comunicar con ella, lograremos una especie de emancipación. Y, en realidad, la única lógica en Internet es la del comercio" (135). Pero veamos qué interesante para nuestro estudio resulta esta otra afirmación de Walton: "Con Internet hay un cambio técnico evidente, pero el modelo cultural de comunicación en el que se inscribe existe desde el siglo XVI, y es el modelo individualista. Internet es simplemente un progreso de este modelo" (136). Esto me parece asaz importante, porque le sale al paso a esas ideas que adjudican cualidades "naturales" a la Internet, como si ésta fuera una especie de animal que apareció de repente, incontaminado, desde las profundidades de la tierra o desde las alturas del cielo. La Internet nace y se está desarrollando bajo el dominio de la cultura individualista, y tiene muy poco de "democrática". Lo que pasa es que una vez más nuestros pensadores burgueses adjudican a la democracia valores absolutamente formales, separados de las realidades humanas más llanas y contabilizables. Viven pensando en sus abstracciones más bien inhumanas, a veces por mezquindad, a veces por conservadurismo irremediable, a veces por crasa ignorancia.
La Internet es, obviamente, un gran avance tecnológico. No abrigo ninguna duda de que es y será de gran utilidad para la humanidad. Pero no será nunca una herramienta democrática mientras el mundo no acceda a una real democracia en todos los órdenes. La Internet no será democrática mientras la mayoría de los hombres esté sometida al yugo del hambre y de la ignorancia. No será democrática mientras no derrotemos, después de un largo proceso que tenemos todos por delante, que implicará a nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros bisnietos, a nuestros tataranietos, mientras no derrotemos, digo, al capitalismo como sistema político y económico, y al individualismo como ideología y fundamento de la cultura. El proceso indetenible de unidad planetaria pasará, sin duda, por el tamiz de las grandes batallas que libra y librará la humanidad, con el norte que señalarán los liderazgos transformadores y los desposeídos, por un mundo colectivista y verdaderamente democrático.
SOBRE EL SOCIALISMO
La lucha por transformar la sociedad capitalista en sociedad socialista y a la cultura individualista en cultura colectivista ha pasado por demasiados altibajos, equivocaciones, dogmatismos, injusticias, derrotas. Esto ha envalentonado a los ideólogos individualistas burgueses, que imaginan la eternidad de su decadencia. Su ecuación es simple: se derrumbó el socialismo, así que el capitalismo es el fin del cuento. De ahora en adelante crecerán los monopolios, el "libre" comercio hará a los hombres felices, después, digo yo, de que salgamos de un buen número de pobres gracias a los milagros de la desnutrición y las guerras. ¿Es esto cierto? ¿Qué nos está demostrando la realidad?
Lo primero que se debe establecer es que hay mucha confusión acerca de lo que es el socialismo, sus orígenes, su desarrollo, su experiencia y su situación actual. Antes de referirme a la vinculación, muy estrecha, entre socialismo y colectivismo, voy a tratar de contribuir a la dilucidación de algunas interrogantes en torno a la cuestión del socialismo.
Muchos, erróneamente, ubican el origen del socialismo en las ideas marxistas. Sin embargo, el mismo Marx señala como primer recuerdo de una tendencia socialista a Tomás Moro (siglo XVI), con su reino de Utopía, la isla donde todos trabajan, la tierra es de pertenencia colectiva y la tolerancia está generalizada (aunque, paradójicamente, existe la esclavitud). Hay incluso quienes opinan que el cristianismo, en sus inicios, fue una tendencia socialista. A fines del siglo XVIII, en Francia, durante los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa, surge el "babuvismo", en honor a su gran representante, François Nöel Babeuf, quien defendía la colectivización de la tierra y de los bienes, así como la absoluta igualdad económica de todos los ciudadanos, y que además propuso la supresión de la propiedad privada mediante la confiscación y la abolición del derecho de herencia. Babeuf fue fusilado en 1796, después de participar en la fracasada Conjura de los Iguales tratando de derrocar al Directorio, el órgano ejecutivo del gobierno republicano francés creado en 1795. A pesar de que conozco las propuestas de Babeuf sólo por referencias, y no dejo de sospechar el anacronismo de sus planteamientos en tal época, no me cabe duda de que, en lo esencial, éstas eran ideas de índole socialista, ya que planteaban la socialización de los bienes. Poco después, a principios del siglo XIX, algunos intelectuales radicales provenientes de la Ilustración comienzan a usar el término socialismo, dentro de una actitud crítica ante la Revolución Industrial. Ejemplos de ello son Saint-Simon, que profesó una doctrina igualitaria, y Charles Fourier, quien propuso una organización cooperativista de la sociedad. Un caso interesante es el del empresario británico Robert Owen, quien es considerado por muchos el padre del cooperativismo y que llegó realizar ensayos limitados de sus ideas colectivistas. A todos ellos los unía la convicción de que el capitalismo era esencialmente injusto e ineficaz, pues enriquecía cada vez más a los ricos y empobrecía cada vez más a los pobres, así como la opinión de que la fuerza y la unión colectiva podían llevar al mundo hacia un verdadero bienestar para todos. Owen llegó a plantear conceptos que hoy tienen absoluta vigencia, como el de que con mejores condiciones de vida de los trabajadores, las empresas se hacen más productivas. Todos se opusieron al criterio capitalista de dar prioridad a los logros individuales y a los derechos privados en detrimento del bienestar colectivo.
Finalmente surgieron, en la segunda mitad del siglo XIX, Carlos Marx y Federico Engels, quienes le dieron una alta estatura política e histórica a las ideas socialistas. Su planteamiento político central se fundamentaba en que la sociedad está dividida en clases y que el enfrentamiento entre las clases es el principal motor de los cambios sociales. En la era del capitalismo, proponían, la lucha de clases principal se libraba entre la burguesía capitalista y el proletariado industrial. Estas clases alcanzarían alianzas con otras clases sociales, pero serían ellas quienes liderarían la batalla, que conduciría inexorablemente a la dictadura del proletariado. Es con estas ideas que se ha identificado principalmente el socialismo, sobre todo después de que en la primera mitad del siglo XX, los partidos marxistas jugaron gran protagonismo político mundial y hubo revoluciones marxistas exitosas en importantes países, como por ejemplo Rusia (que conformó después la Unión Soviética) y China. Es por lo tanto comprensible que muchos piensen que socialismo es lo mismo que marxismo, lo cual no es verdad. Y no lo digo porque no sienta un gran respeto por Carlos Marx, quien fue un erudito, un hombre positivo para la humanidad, que entregó su vida a sus ideas y que no se limitó a escribirlas y a difundirlas, sino que luchó en la calle tratando de defenderlas e impulsarlas (algunas de esas ideas, por cierto, conservan vigencia, otras son anacrónicas). Lo digo porque el socialismo no es una doctrina, ni una filosofía, ni siquiera un movimiento político. El socialismo es una tendencia socioeconómica mundial, con múltiples variantes y componentes, muy dinámica y en el seno de la cual se ha librado un largo debate propio de todo aquello que busca los caminos para acelerar su concreción frente a lo que comienza a dar muestras de caducidad. La tendencia socialista propone, en los términos más generales, que la sociedad debe enrumbarse hacia formas de propiedad que den primacía a lo colectivo, de manera que, de forma paulatina, todos los hombres se conviertan en propietarios, es decir que todos accedan a los bienes que la sociedad produce. El proceso que puede conducir a este resultado, y en esto coincido con Marx, sólo puede ser producto de la combinación de varios factores entre los cuales juegan decisivo papel los cambios en las relaciones de producción, el desarrollo de las fuerzas productivas y las transformaciones culturales e ideológicas. Es decir, los cambios en la manera en que se relacionan los hombres que trabajan en la sociedad (lo cual es fundamental para definir la forma de distribución de los bienes), el desarrollo de los recursos y herramientas de trabajo, de manera que la sociedad sea capaz de producir bienes masivamente a costos razonables, y las transformaciones en la manera de concebir el mundo, y el papel de la sociedad y de los individuos en él.
De manera que el socialismo es, en resumidas cuentas, una tendencia colectivista, enfrentada al capitalismo, el cual representa una tendencia individualista. Está demostrado que estas dos tendencias no son químicamente puras y que las fronteras que las separan no pueden definirse con alambres de púas. En el seno de ambas tendencias, en sus manifestaciones orgánicas, se expresan también las tendencias contrarias. No hay en la actualidad ningún partido o grupo político importante que sea cien por ciento colectivista, así como no hay ninguno que sea cien por ciento individualista. El modo de producción predominante, no obstante, es el capitalista, así como la tendencia mundial predominante es la socialista.
Volviendo al desarrollo del socialismo como tendencia histórica, vemos como ya en la Primera Internacional fundada en Londres en 1864, se presentan las primeras diferencias notables en el pensamiento colectivista de la época, al enfrentarse las ideas de Marx con las del anarquista ruso Mijail Bakunin. Casi todos los partidos de tendencia socialista asumieron entonces el planteamiento marxista, con importantes excepciones como el movimiento laborista de los países anglosajones, y también otras como las de algunas organizaciones anarquistas que se asentaron en España e Italia y posteriormente en Sudamérica. Otros partidos que se declararon socialistas, aunque no marxistas, fueron apareciendo, como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que fue fundado en 1879. Es interesante constatar como después de la Segunda Internacional Socialista, en 1890, los socialistas plantean, por una parte, objetivos estratégicos, básicamente vinculados a las propuestas de Marx y del Partido Socialdemócrata Alemán, referidos a la toma revolucionaria del poder pero también objetivos socialistas susceptibles de ser alcanzados dentro del capitalismo, a fin de hacer avanzar la consciencia socialista en los ciudadanos. Es interesante conocer algunos de estos objetivos parciales, como por ejemplo el sufragio universal, que se oponía por tanto al planteamiento individualista del voto excluyente, reducido a los propietarios. Otro objetivo era la igualdad de derechos de la mujer, que favorecía la ampliación de la participación humana tanto en los beneficios como en el destino de la sociedad. También se proponía la lucha por reivindicaciones laborales, como la jornada de ocho horas y la libertad de asociación. En el futuro, los socialistas tomarían caminos diferentes. Por un lado florecieron los partidos marxistas, por el otro los partidos socialistas no marxistas, como el Partido Laborista inglés, fundado en el año 1900, el cual adoptó algunos años después un programa favorable a la propiedad colectiva. Coincidiendo con los albores de la revolución bolchevique en Rusia, surgieron en Europa otros partidos laboristas, como en los Países Bajos y Noruega, partidos socialdemócratas en Suecia y Alemania, partidos socialistas en Francia y en Italia, Partido Obrero en Bélgica. En casi todos estos países se fundaron también partidos comunistas. Los partidos socialistas no marxistas jamás renegaron de sus objetivos socialistas como solución final, pero decidieron convertirse en partidos reformistas, dentro del planteamiento de ir logrando reivindicaciones y cambios dentro del capitalismo para evolucionar hacia estructuras con prominencia del colectivismo, aun dentro del sistema burgués. No se plantearon la revolución violenta, como lo programaron muchos partidos marxistas, sino la evolución social hacia situaciones de justicia. Estas reivindicaciones incluían los sistemas de protección social, que hoy funcionan con bastante tino en casi toda Europa, ya que fueron asumidos inclusive en los programas de partidos conservadores y demócratacristianos. Igualmente, los socialistas no marxistas le dieron gran importancia al papel regulador y supervisor del Estado en la economía, así como al control de los servicios públicos. Por otra parte, los gobiernos europeos dirigidos por partidos socialistas no marxistas se alinearon con los Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría (también lo hicieron durante la Segunda Guerra Mundial, pero de esta alianza también participó la Unión Soviética), básicamente por dos razones: las económicas, ya que sus economías estaban muy vinculadas orgánicamente a la de la potencia norteamericana, y las políticas, pues favorecían las normas de la democracia liberal, como el pluralismo político, la libertad de asociación política y la independencia de los poderes públicos. Sin embargo, importantes minorías dentro de esos partidos sostuvieron posiciones contrarias a los Estados Unidos y a sus propios gobiernos, sobre todo en temas atinentes a la relación con los llamados países en vías de desarrollo. También hay que recordar el movimiento de apertura política que comienza a cobrar fuerza, a fines de los años 60, en los partidos comunistas europeos, el llamado eurocomunismo, que comienzan a distanciarlos de la hegemonía soviética sobre este tipo de organizaciones. Por otra parte, la mayoría de los partidos socialistas europeos han concluido en la necesidad del desarrollo de formas de economía mixta, sin abandonar el papel regulador del Estado. Inclusive está en boga la llamada Tercera Vía, la cual, al margen de cuál vaya a ser su futuro, lanza a una buena parte de los partidos laboristas, socialistas y socialdemócratas de Europa por un camino declarado hacia un mayor colectivismo. Entre tanto, en Asia, Africa y América Latina, la tendencia socialista ha desarrollado cierta fuerza, en muchos casos ha sido claramente dominante, como en China, Vietnam, Camboya, Argelia, Angola, Cuba y otros países, o ha estado al frente de movimientos de independencia nacional como en el caso del Congreso Nacional Africano de Suráfrica. En América Latina, los partidos socialistas más fuertes, tal vez exceptuando a Cuba, donde el Partido Comunista ha gobernado por más de cuarenta años, han sido los partidos socialdemócratas. El pensamiento socialista dirigió en nuestros países, también en Venezuela, las luchas por las reformas democráticas, las libertades políticas, el sufragio universal, los derechos de la mujer. América Latina no escapó a la presencia del pensamiento socialista en medio del proceso particular de modernización capitalista tardía que se desarrollo por acá. Sin embargo, muchos logros de estas luchas fueron conculcados por un estamento político que hizo de la corrupción y el clientelismo su bandera definitiva, alejándose paulatinamente de los ideales socialistas. En ese sentido, se utilizó la bandera del papel del Estado como regulador de la actividad económica y como administrador de las empresas y servicios públicos, en función del enriquecimiento de las castas políticas y empresarios beneficiarios de esos manejos. Mientras los partidos socialistas no marxistas gobernantes en países de Europa lograban importantes logros en el área social e impulsaban a toda la sociedad, inclusive a sectores conservadores, por esos derroteros, a pesar de la persistencia de muchos problemas, en América Latina el Estado se convertía en la gallina de los huevos de oro para una clase política que traicionó los ideales de justicia social propios de las tendencias socialistas y provocó situaciones de injusticia y de conculcación de los derechos humanos verdaderamente intolerables. Cada vez más, los partidos socialdemócratas latinoamericanos se convirtieron en promotores pragmáticos de un individualismo feroz, de las formas más primitivas del capitalismo, que en Venezuela se reflejaron en la frase sarcástica de "a mí no me den, a mí pónganme donde haiga". Como vemos, el panorama de las tendencias socialistas, desde su nacimiento, es muy complejo, muy difícil de atrapar en ningún dogma, en ninguna fórmula. No hay duda de que es el camino principal por donde transita la humanidad, pero es un camino lleno de espinas, nada fácil de recorrer. No lo ha sido en el pasado, no lo es en el presente ni lo será en el futuro, sobre todo porque las formas del capitalismo y las ideas del individualismo aun campean en la sociedad. Esta contradicción entre el capitalismo y el individualismo como estructuras establecidas dominantes y el socialismo y el colectivismo como tendencias humanas dominantes generan grandes conflictos de todo tipo en todo el planeta, cuyos desarrollos no es posible predecir. Lo único que puede establecerse es que sólo quedan dos caminos: o se imponen paso a paso el socialismo y el colectivismo, o la humanidad será destruida por la anarquía, el caos y la insustentabilidad que producen el capitalismo y el individualismo. Pasemos ahora a un punto álgido de esta discusión: ¿qué pasó en aquellos países del llamado "socialismo real"?
SOBRE EL SOCIALISMO REAL
La primera revolución de tendencia socialista victoriosa fue la Revolución de Octubre en la Rusia postzarista. Lenin y los otros líderes revolucionarios rusos trataron de hacer realidad los postulados marxistas e instaurar un régimen que pusiera en práctica la dictadura del proletariado. Para ello se apoyaron en dos formas de organización que en principio son contradictorias: por un lado, un partido político, el partido de los bolcheviques, férreamente centralizado en sus instancias de dirección, a pesar de que manejaron el concepto del "centralismo democrático" que sugería la discusión por la base de los lineamientos, pero al mismo tiempo su cumplimiento obligatorio una vez que fuesen aprobados por la dirección partidista. La otra forma de organización eran los comités de obreros, campesinos y soldados, los soviets, una fórmula con marcado carácter socialista y uno de los primeros intentos para que los ciudadanos desposeídos tuviesen organismos capaces de influir en las decisiones públicas. Se me antoja que estas dos formas de organización, aun conviviendo, son contradictorias porque todo partido político es sectario por naturaleza. Esto no significa que un partido político no pueda ser necesario o útil, y hasta imprescindible en algunas circunstancias, pero el partido siempre representa los intereses de un segmento específico de la sociedad, nunca los de la sociedad en su conjunto. Es necesario establecer que ese tipo de contradicciones existen, y merecen ser atendidas de manera que las estructuras partidistas no ahoguen el desarrollo democrático de las formas directas de poder que puedan construir los ciudadanos. En la medida en que los partidos políticos se abroguen el papel de sustituir la acción de los ciudadanos, en lugar de servir como expresión política de tendencias sociales, no será posible avanzar hacia formas estables realmente socialistas y colectivistas. Lo cierto es que el socialismo ruso-soviético alcanzó grandes logros en sus primeros años, permitiéndole a la Unión Soviética (fundada, realmente, en 1922) recuperarse de los efectos de las guerras y convertirse, a la sazón, en la segunda potencia económica y militar del planeta. Sin embargo, la contradicción entre el papel del partido de gobierno y el de las organizaciones sociales poco a poco fue resolviéndose a favor de la estructura partidista y perpetrándose el secuestro de la sociedad y todas sus instancias políticas por parte del partido comunista. A esto contribuyó la particular situación mundial. En primer lugar, la Unión Soviética fue colocada en aislamiento por las poderosas fuerzas del capital internacional que dominaban el resto del mundo, y luego acaeció la Segunda Guerra Mundial, que obligó a los soviéticos a establecer una economía de guerra y generar una situación política acorde, lo cual favoreció la concentración de poder en las cúpulas del partido. Poco a poco, la jerarquía soviética fue degenerando hacia la conformación de una burguesía monopolista, enriquecida a partir del dominio sobre un poderoso Estado esencialmente capitalista, en la medida en que el grupo en el poder comenzó a acaparar todos los beneficios de la producción económica, mientras se deterioraba la situación de los trabajadores desposeídos. Este grupo, además, al no contar con contrapesos políticos visibles en la sociedad, se sostuvo por mucho tiempo sobre la base de una represión selectiva y despiadada que aplastaba cualquier signo de oposición. Sin más ni menos, el Estado soviético se convirtió en una de las manifestaciones más salvajes e injustas del capitalismo contemporáneo. Finalmente, la restauración capitalista se consumó cuando las políticas de apertura que planteó Gorbachov, respaldadas por el pueblo soviético opuesto al monopolio del Partido Comunista, poco a poco fueron desembocando en el régimen capitalista de Yeltsin, el cual, por cierto, no tardó en mostrar los típicos conflictos de este tipo de régimen. Justo es decir también que como potencia mundial, Rusia ejerció una dominación semicolonial no sólo con relación a las naciones que conformaban la URSS, sino también hacia los llamados países del Este, principalmente Alemania Oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y Rumania (Yugoslavia siempre mantuvo cierta independencia, aun cuando era aliada de la URSS), donde existían igualmente cúpulas degeneradas que se beneficiaban de las prebendas de la potencia imperial que sojuzgaba a sus países. En todos estos países, como por un efecto dominó, fue restaurado el capitalismo. Las lecciones que pueden ser extraídas del fallido experimento soviético son fundamentalmente las siguientes:
1. El socialismo no es un proceso mecánico atado a ningún dogma, doctrina o esquema en particular. Se trata más bien de una tendencia colectivista, que necesita aprender de sí misma, de la gente, de los intrincados procesos sociales donde se desenvuelve, para encontrar sus caminos en cada circunstancia específica.
2. El futuro del socialismo y el colectivismo no debe fundamentarse en el predominio absoluto y hegemónico de un partido político, mucho menos de sus cúpulas jerárquicas.
3. El alimento principal del socialismo es la participación directa de los ciudadanos, y no su representación por un grupo más o menos esclarecido de "revolucionarios profesionales". La representatividad es necesaria, pero reducida a sus propios límites y no como camisa de fuerza de la sociedad.
4. Las tendencias socialistas están intrínsecamente obligadas a respetar y defender los derechos humanos y las libertades políticas.
5. El socialismo no es una materia concreta que usted puede moldear y poner en un lugar y olvidarse del asunto. Por mucho tiempo convivirán en el mundo el capitalismo y el socialismo, el individualismo y el colectivismo, con marchas y contramarchas, avances y retrocesos. Es una situación de lucha, de encuentro entre opuestos, que genera circunstancias nuevas a cada momento. En esta lucha nada está escrito, nada es definitivo, nada es certeza, salvo el carácter último y esencial de las dos corrientes del pensamiento humano que se enfrentan: el individualismo y el colectivismo.
Todas las tendencias y experiencias socialistas están en proceso embrionario y de aprendizaje. La experiencia soviética, y su fracaso, fue como una escuela. Otras escuelas, para sus protagonistas como para todos los demás, han sido experiencias como la cubana y la china, por citar dos ejemplos. Cada error, cada fracaso particular, no significa ni significará la definitiva derrota de las tendencias socialistas. Muy por el contrario, estas tendencias están vivas y rozagantes, y se expresan de mil maneras, sobre todo en el avance de la participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos y en las luchas que se libran por doquier contra el neoliberalismo y el capitalismo monopolista transnacional. En cuanto a la participación de los ciudadanos, las formas que asume son diversas pero no hay duda de que se encuentra en franco crecimiento. Un buen ejemplo de ellos son las Organizaciones No Gubernamentales (ONG’s), que han crecido 20 veces desde 1960 al nivel internacional. Sólo en los Estados Unidos hay dos millones de ONG’s, de las cuales 70% se ha fundado en los últimos 30 años. Las ONG’s proliferan en todos los países. En la India, por ejemplo, más de un millón de grupos independientes participan en proyectos de desarrollo. Por todas partes surgen grupos de interés, grupos de electores, asociaciones civiles. El reclamo de mayor participación política es una de las reivindicaciones más frecuentes por parte de los ciudadanos. De manera que son claros los signos de que las tendencias colectivistas se están fortaleciendo y constituyen una fuerza que hará sentir su impronta en la historia universal de los años por venir.
SOBRE EL COLECTIVISMO Y LA SITUACION VENEZOLANA
En el proceso político venezolano actual, irrumpen de manera desordenada, aluvional, las fuerzas colectivistas, en una situación donde predomina esta tendencia ideológica. Y así como no debe confundirse socialismo con marxismo, igualmente es erróneo confundir el proceso de cambios con lo que se ha dado por llamar, genéricamente, "el chavismo". En todo caso, vayamos a lo que queremos denominar como los tres puntos de ruptura a partir de los cuales se crean las condiciones para que se aceleren las transformaciones políticas que estamos viviendo: el punto de ruptura económica, cuyo momento álgido puede ubicarse en el llamado Viernes Negro, en 1983. El punto de ruptura social, cuyo momento definitorio acaece el 27 de febrero de 1989, y el punto de ruptura político, que se asoma el 4 de febrero de 1992. Estos son los tres momentos de eclosión de la crisis que venía incubando el régimen betancourista. El hecho de que el punto de ruptura económico anteceda en varios años a los otros dos puede tener como alguna explicación que en el país no había, para el momento del Viernes Negro, ninguna expresión social ni política capaz de capitalizar la evidencia de la crisis en función de cambios reales inmediatos. Casi todo el tramado social y político estaba copado por el betancourismo, con sólo mínimas expresiones orgánicas de la oposición verdadera, la oposición en función de la ruptura del régimen. Los principales partidos políticos, los sindicatos, los gremios, las cúpulas empresariales, los poderes públicos, todo hacía posible que, a pesar del descontento popular que seguía incubándose, el régimen siguiera mostrándose muy fuerte en los escenarios político y social. El 18 de febrero de 1983 sobreviene el Viernes Negro, que dejó al desnudo el artificio montado en torno a la economía venezolana. Los desequilibrios fiscales, la insolvencia del Estado, la debilidad de la moneda, la inorganicidad de la economía, los críticos índices macroeconómicos, todo quedó al descubierto y el país entró en una etapa de profundización acelerada de la crisis económica, que no hizo desde entonces sino desarrollarse y catalizar las contradicciones, unido ello a la simultánea crisis moral donde cada vez más se destapaban los estragos de la corrupción y del clientelismo. En 1988 gana las elecciones, para un segundo período, Carlos Andrés Pérez. Este sería el penúltimo gobierno electo del betancourismo. El régimen excluyente y represivo que había dominado en los últimos 40 años comenzaba a hacer aguas de manera acelerada. Es en esa situación que hace explosión, el 27 de febrero de 1989 y los días subsiguientes, la crisis social represada. El hambre, la miseria, la violencia, el abandono de años cobra cuerpo en ese hecho, extraordinario por varias razones. En primer lugar, el estallido de los desposeídos se produce sin ningún liderazgo político que lo encauce. Se trata de un desbordamiento clasistamente puro, una factura que pasa el pueblo pobre venezolano de manera directa, sin gestores ni representantes. Es un "¡Se acabó, esta vaina es mía!". Desde el punto de vista del desarrollo de la crisis, el 27 de febrero es un fenómeno de alta calidad, pues a partir de allí el pueblo venezolano, como han dicho muchos, toma la calle para no regresar. El carácter de las manifestaciones reivindicativas de los sectores más desfavorecidos cambia totalmente, imponiéndose nuevas formas de lucha, como las tomas masivas de locales oficiales, la frecuente interrupción del tránsito vial con presencia de masas, el desafío enardecido y callejero que derrota al miedo. Sin embargo, la irrupción de esta fuerza social a partir de la eclosión del 27 de febrero, no termina de obtener una referencia política: no se percibe un camino ni un liderazgo para el cambio. Las luchas de los desposeídos son conculcadas por las mismas voces de siempre, desde los sectores conservadores que pretenden adelantar cambios gatopardianos creyendo que de esta manera podrían conjurar los peligros del "perraje" rebelde, pasando por cierta izquierda intelectual más bien acomodaticia, cuyo paradigma es Teodoro Petkoff, hasta llegar a la ultraizquierda políticamente inepta que frecuentemente se convierte en abortadora de las posibilidades populares. Entretanto, y ante el desconocimiento de la mayoría de los venezolanos, se producen movimientos en el seno de las Fuerzas Armadas, donde las tendencias colectivistas han tenido cierta fuerza desde muchos antes. De hecho estas tendencias se manifestaron de distintas maneras a partir de la muerte de Gómez: en el gobierno de Medina Angarita, en el derrocamiento de Pérez Jiménez, en la incorporación de muchos oficiales a la fallida lucha armada contra el betancourismo, en el Porteñazo, en el Carupanazo. La expresión más fuerte de este sector, durante los años finales del betancourismo, es el llamado Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, comandado por un grupo de oficiales donde destacan, entre otros, Hugo Chávez Frías y Francisco Arias Cárdenas. Es desde este movimiento de donde habría de surgir la chispa que produjo el estallido de la crisis política. Algunos olvidan, o no quieren recordar, lo que era Venezuela antes del 4 de febrero de 1992. Aquel país aletargado, desesperanzado, latoso, con un pueblo rumiando su inconformidad pero sin ninguna vía para encauzar sus deseos de una transformación radical. En la madrugada del 4 de febrero todos nos vimos sorprendidos por la rebelión militar. El pueblo venezolano pasó del estupor a la exaltación. Y ahí está una de las claves de aquel acontecimiento: derrota militar, victoria política. La referencia política popular, el canal para los cambios radicales había nacido. En apenas tres breves minutos, y en las palabras de un jefe militar derrotado, preso y fatigado, los desposeídos de Venezuela reconocieron al nuevo líder que estaban esperando. Sólo sería cuestión de tiempo para que este nuevo liderazgo, en medio de aprendizajes y fluctuaciones, culminara su victoria política de esta etapa con el ascenso de Chávez a la presidencia de la República, el 2 de febrero de 1999. ¿Qué significa esta victoria? ¿Qué está ocurriendo en Venezuela?
Las fuerzas del cambio, las verdaderas, en el sentido de aquellas que se han venido oponiendo al régimen betancourista a fondo, y no aquellas otras que sólo han planteado cambios formales y no conceptuales, están actuando en Venezuela desde antes de la irrupción de Chávez en el escenario. La acción de estas fuerzas, con todo y que estaban desorganizadas y atomizadas, había obligado a la introducción de tímidos cambios en la estructura del Estado, aunque siempre mediatizados y adaptados a la conveniencia del poder. Es el caso de la descentralización. La intención de generar diversas instancias de poder local elegidas directamente por los ciudadanos, refleja sin duda un avance de las tendencias colectivistas de la sociedad. Sin embargo, la descentralización en Venezuela se convirtió de inmediato en la vía para la creación de nuevos feudos de poder, de nuevas roscas y tribus, ahora multiplicadas por centenares. Es indicativo de esto la creación de nuevos municipios que no tienen ninguna posibilidad actual de autofinanciarse. Otro hecho significativo es la escasa participación popular en tales instancias locales. Durante la campaña electoral del 2000, uno de estos típicos opinadores de profesión se quejaba de que al separarse las elecciones, y dejar aparte la selección de los organismos municipales y parroquiales, se produciría una abstención record en esos comicios locales. Este real desinterés de los ciudadanos por lo que tendría que ser tan importante para ellos, como son los órganos colectivos en municipios y parroquias, no hace sino decirnos que estos organismos, que esta descentralización, sólo representan hasta ahora cambios formales, y que en ningún modo los ciudadanos tienen más poder, sino que, en general, la descentralización iniciada por el betancourismo ha generado aun mayor corrupción e ineficacia, porque ahora tenemos pequeños reinos, incapaces de unirse para el desarrollo de proyectos nacionales, sin desmedro de los intereses locales particulares. Sin embargo, el triunfo electoral de Chávez en el 98 significó la primera gran victoria política de las tendencias colectivistas en la época contemporánea. Esto por varias razones que entramos a detallar. La principal se refiere al programa del régimen que lidera Hugo Chávez.
El planteamiento central de Chávez, desde el punto de vista político, se refería al proceso constituyente, una de cuyas fases principales es la Asamblea Constituyente. Las asambleas constituyentes generan, en realidad, programas que se plasman en las constituciones. Ese programa define el carácter del poder público, el destino de los derechos humanos individuales y colectivos, el tipo de relaciones económicas que se promueve. Muchas veces se dijo que en la Asamblea Constituyente de 1999 se reproducían vicios del pasado, lo cual es cierto, ya que ello resulta inevitable. Ese es el sentido que tiene la palabra "proceso", aunque la misma no sea del agrado de nuestro amigo Ibsen Martínez. Según la escueta y fundamental acepción que le otorga el diccionario, un proceso es la "serie de fases de un fenómeno" o "la evolución de una serie de fenómenos". La concreción de un proyecto político, la renovación de las estructuras y, sobre todo, de la ideología y la cultura ciudadana de una sociedad no dependen de decretos. La pervivencia de algunos vicios del régimen betancourista seguirá siendo parte de lo que ocurre, al igual que la incidencia de la ideología individualista en factores del nuevo poder. En el nuevo poder también hay corrupción, personalismos e incluso estupidez. No se puede evitar. Por eso resulta inútil juzgar lo que pasa al nivel de la chismología política, con el método de la mirada puesta en el pie de la montaña y no en su cima. Por ello es importante remitirse al documento programático, que es donde se plasma la esencia del proyecto político. Que ese programa se realice o no dependerá de muchos factores, pero es él quien define el carácter de la propuesta. El análisis de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es lo que define la tendencia liderada por Chávez como colectivista y, por lo tanto, insertada dentro de las expectativas y los caminos de la verdadera modernidad política mundial. Aquí se hace necesario acotar que no existe el programa perfecto, así que seguramente la nueva Constitución presentará inconsistencias, imperfecciones y contradicciones. De nuevo es necesario apuntar al corazón, a la esencia del asunto: lo cierto es que en sus lineamientos fundamentales y en el espíritu presente en la inmensa mayoría de su articulado, estamos en presencia de un documento con extraordinarias incorporaciones de índole colectivista. Fijémonos en la Constitución del 61, cuyos postulados y espíritu se corresponden con la concepción de democracia impulsada por sectores del socialismo moderado mundial, hay también elementos colectivistas, muchos menos que en la nueva Carta Magna, pero los hay. El problema es que ese programa no sólo no se cumplió, sino que sus aspectos menos convenientes, aquellos que servían para apuntalar la partidocracia, el clientelismo y la exclusión, fueron los que se llevaron fundamentalmente a la práctica. En todo caso, si comparamos las definiciones del Estado en ambas constituciones, percibimos ya los avances del nuevo texto en cuanto a sus planteamientos colectivistas. La Constitución del 61 expresa, en su artículo 3, que "El gobierno de la República de Venezuela es y será siempre democrático, representativo, responsable y alternativo". La Constitución del 99, en su Artículo 2, establece que "Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia" y luego en el Artículo 6: "El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables". Aquí es clave la definición del Estado como democrático y social, pues se agrega un cognomento definitorio del carácter colectivista del proyecto, que establece una gran diferencia entre el Estado democrático liberal, con la democracia formal, y el llamado Estado de bienestar, que implica la lucha por la democracia social, por el Estado de derecho y de justicia, que es el aspecto principal de la democracia. Y lo mismo puede decirse de los calificativos del tipo "participativo", "descentralizado" y la posibilidad de revocar los mandatos. Otros muchos artículos de la Constitución del 99 conservan ese espíritu, como el 62, que se refiere al protagonismo popular, o el artículo 70, donde hay referencias específicas a instancias como el referendo, el cabildo abierto, la asamblea de ciudadanos y ciudadanas, la autogestión, la cogestión, las cooperativas, la empresa comunitaria. O el artículo 124, que garantiza y protege la propiedad intelectual colectiva de los pueblos indígenas. Es importante constatar que en cuanto a las formas de organización colectiva, la Constitución no sólo reconoce su pertinencia, sino que además prevé su fomento y su protección.
De alguna manera, las luchas del pueblo venezolano en el futuro inmediato tienen que fundamentarse en la necesidad de que el programa expresado en a Constitución del 99 se realice. En el momento en que estamos por concluir la redacción de este trabajo se ha producido la contundente victoria del proyecto liderado por Chávez en las elecciones del 2000, donde ha sido relegitimado el presidente para un período de 6 años y los factores políticos que lo respaldan se han puesto al frente de 15 gobernaciones de Estado y de la Alcaldía Metropolitana de Caracas y de otras importantes como la del Municipio Libertador de Caracas, e igualmente han logrado mayoría en la Asamblea Nacional y en la mayoría de los Consejos Legislativos Regionales. Con esta relegitimación entra el proceso de transformaciones en una nueva etapa, que deberá caracterizarse por el impulso de realizaciones que vayan dando cumplimiento paulatino al programa del nuevo régimen. Dos elementos asoman como fundamentales para que se avance en esa dirección. Por una parte, la aceleración de las políticas sociales y económicas que tiendan hacia la recuperación en estas áreas. Las bases para ello se han venido adelantando en los primeros dieciocho meses de gobierno. Muchos hechos así lo señalan: el incremento de la cesta petrolera venezolana; la creación del Fondo de Estabilización Macroeconómica, excelente iniciativa, que le permite al Estado venezolano, por primera vez en muchos años, contar con un notable ahorro de recursos que pueden utilizarse ahora en el fomento de planes de inversión social y reproductiva; el aumento de sueldos para los trabajadores en un promedio de 44%, lo cual apunta en la dirección correcta de ir disminuyendo la brecha en la distribución del ingreso, sobre todo porque se ha dado junto a un efectivo control de los índices inflacionarios; el control del gasto público; el aumento de las reservas internacionales; el movimiento positivo de las tasas de interés, que ha incidido en la baja de la tasa de morosidad crediticia; el sensible aumento del Producto Interno Bruto; los logros en asistencia social del Plan Bolívar 2000 y otros programas; el incremento, en 300%, de los créditos agrícolas; el aumento en los sistemas de riego, calculado en un 10%. Desde este piso mínimo que ya está construido, se requiere el despegue de la Constituyente Económica, que es la propuesta más importante que surge de la primera cadena nacional de Hugo Chávez en su nuevo mandato, realizada el 2 de agosto. Algunos han querido minimizar la importancia de este proceso de consultas, y hasta lo han ironizado. Señalan, por ejemplo, que es una exageración la intención de realizar 500.000 encuestas en tal sentido. Pero es que esta propuesta interpreta cabalmente el espíritu de la Constitución. Además, la experiencia de países como Japón testimonia la justeza de esta vía. En tal sentido, Nancy Birdsall y Bernardo Kliksberg, expertos del BID, del Banco Mundial y de las Naciones Unidas informan que el proceso de consultas en ese país fue estratégico para el milagro económico, añadiendo: "Las estrategias de largo plazo, orientadoras, devinieron en el Japón en amplios debates en los que participaron el gobierno, las empresas privadas industriales, los bancos, las universidades, los medios de difusión, los trabajadores la pequeña y mediana empresa, los consumidores. Personas de las más diversas disciplinas y experiencias estuvieron englobadas en esos debates (...) Se podrá argüir que los costos implicados pueden ser altos, y que el tiempo insumido puede ser significativo. Estos hechos reales parecen de limitada importancia frente a los logros obtenidos en términos de claridad en la agenda nacional, concertación de grandes sectores, bases sólidas para una acción conjunta y visión común de metas" (137). A la luz de esta experiencia, la idea de una Constituyente Económica es el anuncio estratégico más importante en esta nueva etapa del proceso de transformaciones. Otros anuncios, por supuesto, complementan la intención, como los que se refieren a la concreción de los fondos de pensiones mixtos, la inversión de 500 millones de dólares para la creación de cooperativas productivas en las ciudades y campos, cajas de ahorro y asociaciones de comunidades (otro hito en la realización del programa constitucional), el programa especial de financiamiento a la agricultura, el plan de desarrollo turístico, el programa de concesión de activos del Estado, las medidas de incentivo fiscal para empresas que generen empleos, el programa temporal de comedores populares y la creación de zonas especiales de desarrollo, entre otros. El otro elemento fundamental de esta etapa es el que se refiere a la necesidad de profundizar los aspectos democráticos, sobre todo aquellos que se refieren a la participación ciudadana, el fomento de las redes sociales y las acciones asociativas y autosugestionarais de la población. Uno de los grandes peligros del proceso de cambios es que sea secuestrado por nuevas cúpulas políticas, que ya empiezan a asomar en el seno de algunos de los factores organizativos que respaldan ese proceso. En una nota aparecida en el semanario Quinto Día, hay una referencia al sociólogo alemán Roberto Mischels, quien formuló la "ley de hierro de la oligarquía", según la cual toda organización política tiende a caer en manos de un pequeño grupo de personas, independientemente de su orientación ideológica. El estudio de la historia de los partidos políticos parece confirmar esta teoría. Sin embargo, no es posible negar que los partidos ejercen una función importante en el ajedrez político, sobre todo por su capacidad para expresar concentradamente las tendencias que actúan en la sociedad. En el actual proceso de transformaciones de Venezuela han jugado un papel insoslayable organizaciones como el MVR, el MAS y el hoy venido a menos PPT, entre otras. Pero, como se sabe, todo partido político es necesariamente sectario, en el sentido de que, precisamente, representa intereses sólo parciales de la sociedad. Dentro de la posibilidad de un futuro socialista, colectivista, el partido político no puede colonizar la sociedad, como ha sido la costumbre. En buena parte, los fracasos de algunos experimentos socialistas se deben al sectarismo de los partidos rectores, y a la tentación de convertirse en muro insalvable que separa al Estado de los ciudadanos. De modo que el gran apoyo popular que mantiene el proyecto liderado por Chávez, debe convertirse en organización popular estructuralmente independiente de los partidos de gobierno, aunque no es posible, por ahora, pensar que los partidos no ejerzan su influencia en las mismas. Es por ello que la llamada Constituyente Económica y el fomento de cooperativas, asociaciones, cajas de ahorro y otras formas de organización económica popular han de jugar también un papel político, en el avance hacia formas colectivistas de poder y de acción.
El proyecto que está al frente de la Venezuela contemporánea significa un gran cambio cualitativo en el país. Sigue avanzando en medio de grandes dificultades. No sólo las inherentes a la terrible situación económica y social heredada, sino sobre todo las de carácter político, en un escenario donde actúan fuerzas restauradoras del viejo régimen, muchas de ellas con intenciones obstruccionistas, o agazapadas soñando con una salida violenta e inclusive planificándola. El señor Carlos Andrés Pérez ha dicho, en una entrevista reciente realizada por el periodista Carlos Croes que "En Venezuela, con Chávez, la solución tiene que ser violenta; en Venezuela, desgraciadamente, habrá sangre" (138). Acotemos que allí habla un experto en esto de derramar sangre. Está también la incomprensión de muchos sectores ilustrados, por varias razones que pueden actuar en conjunto o aisladamente: algunos de estos sectores son, sencillamente, "viudas" del antiguo régimen, otros están impedidos de comprender y compartir lo que ocurre porque sus cabezas piensan con los mecanismos de la ideología individualista y supremacista de la burguesía, aun otros no son tan cultivados como pretenden o lo son de manera caótica, por lo cual desconocen los desarrollos de las tendencias históricas y no pueden ver en perspectiva, sino que actúan en base a mitos atávicos o a detalles secundarios.
Al no existir ningún dogma capaz de dirigir los pasos de la sociedad, nos encontramos en una situación de expectativas y de caminos aun no desbrozados. Hay quienes han querido ver en la definición del proceso liderado por Chávez como bolivariano, un estigma dogmático. Si interpretamos este asunto con la visión que se manejó, por ejemplo, en la aplicación del marxismo, caemos en error. Con el marxismo se pretendió establecer una receta para el socialismo, un esquema de validez universal, muchas veces completamente extraño a la idiosincrasia de los pueblos. En el caso del bolivarianismo, creemos que se trata más bien de una impronta moral, de una figura de la cual se rescatan sobre todo valores morales y éticos como la constancia, el trabajo, el espíritu indomable de lucha, la aspiración integracionista continental, la capacidad de entrega total a un objetivo y a una esperanza. Una figura que constituye un mito nacional mayoritario, incorporado inclusive a la iconografía religiosa del pueblo. Una referencia histórica, más que un sistema de ideas, aunque parte de su pensamiento conserve alguna vigencia, así como, naturalmente, otra buena parte es anacrónica. Bolívar es para los venezolanos el equivalente de Guillermo Tell para los suizos o Juana de Arco y Napoleón Bonaparte para los franceses. Pero si aun aceptáramos la conveniencia de una discusión sobre la figura de Bolívar y la conveniencia de convertirlo en el símbolo de las transformaciones, éstas mantendrían su propiedad y su valor histórico.
También es necesario reconocer que en Venezuela no se ha instaurado, con Chávez, un sistema socialista. En las actuales condiciones de Venezuela y del mundo, no es posible romper de manera abrupta la organización capitalista de la economía, a menos que se pretenda asumir una vía de violencia e incertidumbre. El pensamiento socialista contemporáneo acepta la posibilidad de la evolución pacífica, paulatina y a largo plazo de las formas socialistas y colectivas de la organización social. Acepta también un criterio de expansión del colectivismo en el cuerpo social, de una metástasis cuyos desarrollos no pueden ser enteramente previstos. Algunos sectores extremistas de izquierda critican la intención del gobierno de Chávez de establecer acuerdos con el gran capital nacional e internacional, a fin de acelerar la recuperación económica. Estas posturas dogmáticas olvidan que existen formas del capital en Venezuela capaces de asumir actitudes patrióticas, en el sentido de contribuir a una mayor justicia social y al logro de una mejor realidad económica para el país. Y también que en el mundo globalizado se han generalizado las alianzas donde participa el capital transnacional, ya que la mundialización de la economía no sólo lo permite, sino que además lo recomienda, sin necesidad de que esto signifique una merma de la soberanía. Ya se sabe que el mundo no transcurre en blanco y negro, sino que presenta innumerables colores. Por tanto es bueno aclarar que cuando nos referimos a una lucha esencial entre individualismo y colectivismo, estamos hablando menos de política que de la naturaleza de la sociedad humana. El egoísmo y el altruismo son dos fuerzas básicas que actúan en todos los hombres. La búsqueda de un equilibrio, por cierto naturalmente contradictorio, entre esas dos fuerzas, de manera que se complementen y se enriquezcan mutuamente, es el gran desafío de la humanidad contemporánea.
El pensamiento colectivista venezolano apoya mayoritariamente el proceso de cambios liderado por Chávez, y respalda este liderazgo. El deber de los intelectuales que evaluamos esta situación en positivo incluye la actitud crítica y vigilante. Nada está garantizado, ya que el futuro no existe sino en potencia. Tenemos un pasado que es necesario reconocer y un presente lleno de aristas, fuerzas en pugna, inconformidades, pensamientos en ebullición y en formación. Estamos en una etapa sumamente creativa de nuestra historia, llena de movimientos cotidianos. Nada está escrito. Pero la mayoría de los venezolanos está apoyando al único proyecto de país capaz, por ahora, de sustituir al régimen odioso que está en trance de muerte. Una propuesta colectivista, justa, inteligente está sobre la mesa. El deber de la crítica es perfeccionarla, pero también defenderla de sus enemigos y sus detractores.
NOTAS
1) Silva, Ludovico. "Sentido del humanismo marxista" en Clavimandora. Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1992.
2) Jaeger, Werner. Paideia. FCE. México, 1971.
3) Desiato, Massimo. "La contrailustración como forma de vida" en revista Imagen, Nº 30, feb-mar 1998. Caracas
4) Savater, Fernando. Etica para Amador. Ariel. Bogotá, 1998.
5) Ibid.
6) Ibid.
7) Ibid.
8) Ibid.
9) Lidsky, Paul. Los escritores contra la comuna. Siglo XXI. México, 1971
10) Ibid.
11) Ibid.
12) Ibid.
13) Ibid.
14) Ibid.
15) Ibid.
16) Ibid.
17) Ibid.
18) Ibid.
19) Ibid.
20) Ibid.
21) Ibid.
22) Ibid.
23) Ibid.
24) Ibid.
25) Ibid.
26) Ibid.
27) Ibid.
28) Ibid.
29) Ibid.
30) Ibid.
31) Ibid.
32) Ibid.
33) Ibid.
34) Ibid.
35) Ibid.
36) Ibid.
37) Ibid.
38) Ibid.
39) Ibid.
40) Ibid.
41) Ibid.
42) Ibid.
43) Ibid.
44) Ibid.
45) Ibid.
46) Ibid.
47) Ibid.
48) Ibid.
49) Ibid.
50) Velásquez, Ramón J., en "Recuento" en Historia mínima de Venezuela. Fundación de los Trabajadores de Lagoven. Caracas, 1993.
51) Melcher, Dorotea. Estado y movimiento obrero en Venezuela. Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1992.
52) Arráiz Lucca, Rafael en "Las tareas de la imaginación" en Comprensión de nuestra democracia. Contraloría General de la República. Caracas, 1998.
53) Citado por Doris Francia. Los silencios de la derrota. Edición del autor. Caracas. s/f.
54) Chávez, Hugo. Discurso ante la ANC. Caracas, 5/8/99
55) Egaña, Fernando en "El comandante en su laberinto". El Nacional. Caracas, 23/12/99.
56) Caballero, Manuel en "Carta a un joven desilusionado que detesta la democracia" en Comprensión de nuestra democracia.
57) Ibid.
58) Roche Lander, Eduardo en "A manera de presentación" en Comprensión de nuestra democracia.
59) Caballero, Manuel. Ibid.
60) Ibid.
61) Vaquer, Marcos en "La garantía constitucional de la autonomía de la cultura" en Cultura, democracia y constitución. Monte Avila/CONAC. Caracas, 1999.
62) Carrera Damas, Germán en "La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia: doscientos años y un balance alentador" en Comprensión de nuestra democracia.
63) Salas Serrano, Julián. "Muertes y soluciones anunciadas" en El Nacional. Caracas, 6/1/2000.
64) Ibid.
65) Ibid.
66) Ibid.
67) Sosa Pietri, Andrés. "¿Por qué No?" en El Universal. Caracas, 4/12/99.
68) Caballero, Manuel. "El dilema del votante adeco" en El Universal. Caracas, 22/11/98.
69) Arráiz Lucca, Rafael. "El pacto" en El Nacional. Caracas, 1998.
70) Martínez, Ibsen. "De doctores y plebeyos" en El Nacional. Caracas, 8/1/2000.
71) Masó, Fausto en "El método del discurso" en El Nacional. Caracas, 18/12/99.
72) El País Digital. Madrid, 14/12/99
73) Socorro, Milagros. El Universal. Caracas, 11/12/99.
74) Cornejo-Polar, A. en "La literatura hispanoamericana del siglo XIX" en Esplendores y miserias del siglo XIX. Monte Avila/Equinoccio. Caracas, 1994.
75) Martínez, Ibsen en "Marronier". El Nacional. Caracas, 26/12/99
76) El Nacional. Caracas, 23/06/2000.
77) Declaración de los Obispos de Venezuela ante las elecciones. Caracas, 21/5/2000.
78) El Nacional. Caracas, 21/5/2000
79) Citado por Marta Sosa, Joaquín en "Sin Estado la gobernabilidad democrática es imposible" en Comprensión de nuestra democracia.
80) Quinto Día. Caracas, 30/6 al 7/7/2000.
81) Hernández Tulio en Cultura, democracia y constitución.
82) Ibid.
83) Arráiz Lucca, Rafael en "Las tareas de la imaginación" en Comprensión de nuestra democracia.
84) Erminy, Perán en "Antidemocracia y poder contra el arte" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997.
85) Ibid.
86) Moleiro, Moisés en "La indócil realidad cultural" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997.
87) Cardenas, María Luz en "Cada uno para sí y Dios contra todos: las falacias de la libertad" en revista Imagen Nº 100-120. Caracas, febrero 1997.
88) Martínez, Ibsen en "La ira de Carrera Damas" en El Nacional. Caracas, 2/1/2000.
89) Zaid, Gabriel en "Organizados para no leer" en El Nacional. Caracas, 9/1/2000.
90) Ibid.
91) Ibid.
92) Erminy, Perán en "Antidemocracia y poder contra el arte" en Imagen Nº 100-120.
93) García Sucre, Maximo en "La historia dura dos siglos" en revista Imagen Nº 8.
94) Savater, Fernando. Política para Amador. Ariel. Barcelona, España, 1997.
95) Ibid.
96) Ibid.
97) Ibid.
98) Ibid.
99) Carrera Damas, Germán en "Oye, soldado, oye" en El Nacional. Caracas, 15/05/2000.
100) Arráiz Lucca, Rafael en "Norberto Bobbio, el sexagenario de la lucidez" en El Nacional. Caracas, 14/1/2000.
101) Bobbio, Norberto. La duda y la elección. Paidós. Barcelona, España, 1998.
102) García Mora, Luis en "Al límite". El Nacional. Caracas, 12/12/99.
103) Falcón Guzmán, José Luis en "Política ficción: gana el No" en El Nacional. Caracas, 13/12/99.
104) Caballero, Manuel. El Universal. Caracas, 19/12/99.
105) Quirós Corradi, Alberto en "El referéndum" en El Nacional. Caracas, 19/12/99.
106) El País Digital. Madrid, 14/12/99
107) Ibid.
108) Martínez, Ibsen en "Internet no sube cerro" en El Nacional. Caracas, 18/12/99.
109) Savater, Fernando. Política para Amador.
110) Vethencourt, José Luis en "Neutralidad ética de la economía" en Cultura Universitaria, Nº 110.
111) Rodríguez, Francisco en "Por qué Chávez" en El Nacional, Caracas.
112) Birdsall, Nancy y Kliksberg Bernardo. "América Latina y el Sudeste Asiático: notas para una reflexión abierta" en revista Asuntos Nº 3. PDVSA. Caracas, mayo 1998.
113) Ibid.
114) Ibid.
115) Ibid.
116) Ibid.
117) Ibid.
118) Ibid.
119) Ibid.
120) Ibid.
121) Ibid.
122) Ibid.
123) "CEPAL: América Latina requiere de mejoras educativas" en El Nacional. Caracas, julio 2000.
124) Ibid.
125) Rodríguez, Francisco en "¿Por qué Chávez?" en El Nacional. Caracas.
126) Chávez, Hugo. Discurso ante la ANC. 5/8/99.
127) Chávez, Hugo. Discurso ante el Encuentro Nacional de la Constituyente Educativa. 4/12/99.
128) Ramonet, Ignacio en "Un delicioso despotismo", tomado de Le Monde Diplomatique, publicado en El Nacional. Caracas, 25/6/2000.
129) Ibid.
130) Ibid.
131) Ibid.
132) Ibid.
133) Arráiz Lucca, Rafael en "La Red" en El Nacional. Caracas, julio 2000.
134) Keohane Robert O. y Nye Jr., Joseph s., en "El precio de la globalización es la incertidumbre" en Foreing Policy, publicado por El Nacional. Caracas, 14/5/2000.
135) Página 12, Buenos Aires. Publicado por El Nacional. Caracas, 28/5/2000.
136) Ibid.
137) Birdsall, Nancy y Kliksberg Bernardo. "América Latina y el Sudeste Asiático: notas para una reflexión abierta" en revista Asuntos, Nº 3. PDVSA. Caracas, mayo 1998.
138) Quinto Día, Nº 1999. Caracas 4-11/8/2000.
INDICE
Breve acotación sobre la obra y l estupidez…………………………………………………2
Sobre razones y hombres…………………………………………………………………...3
Sobre el rigor y la verdad…………………………………………………………………...4
Sobre el Humanismo………………………………………………………………………..5
Sobre la Escolástica…………………………………………………………………………6
Sobre el primer Renacimiento………………………………………………………………8
Sobre las disidencias en la Iglesia…………………………………………………………..9
Sobre la Reforma………………………………………………………………………….10
Más sobre el Humanismo………………………………………………………………… 11
Sobre el Renacimiento…………………………………………………………………….13
Sobre el origen de la Ilustración…………………………………………………………..15
Sobre la ideología ilustrada………………………………………………………………..16
Sobre el dominio de la Ilustración…………………………………………………………21
Digresión en torno a Savater………………………………………………………………22
Sobre la Revolución Francesa…………………………………………………………… 25
Sobre los escritores y la Comuna………………………………………………………… 29
Más sobre los escritores y la Comuna……………………………………………………..37
Sobre las vanguardias……………………………………………………………………..46
Sobre la Ilustración y la independencia americana………………………………………..51
Sobre el auge del capitalismo en América………………………………………………...55
Sobre el Régimen Betancourista y la irrupción de Hugo Chávez…………………………59
Sobre el individualismo……………………………………………………………………94
Sobre el supremacismo………………………………………………………………….99
Sobre el economismo…………………………………………………………………..107
Sobre la Globalización…………………………………………………………………116
Sobre el Socialismo……………………………………………………………………123
Sobre el Socialismo Real………………………………………………………………130
Sobre el Colectivismo y la situación venezolana………………………………………134
NOTAS…………………………………………………………………………………147