En estos tiempos electorales, es más fácil ser en Venezuela un pesimista que proclamarlo, porque lo que se recomienda es ser optimista y pensar que vienen tiempos mejores. Son días en los que el mercado de las ilusiones se abre de par en par, los vendedores presentan sus ofertas vociferando y presentando sus ventajas en la relación socioeconómica precio-valor. Los compradores son conocidos técnicamente en este mercado como "electores" y vulgarmente como "pueblo", generalmente con el añadido de un calificativo, como "valiente", "soberano", "hermoso", "noble" y pare usted de contar. La verdad es que en todo el mundo las cosas son así: las elecciones son un espectáculo, en el más clásico sentido del término. Los espectadores, ocupando sus puestos, observan a los protagonistas de la función esperando que llegue el día de la subasta, que en nuestro caso es el 28 de julio próximo. Entonces se sabrá quién vendió mejor su paquete de promesas y esperanzas. Yo miro los malabares del circo con desconfianza e incredulidad, aunque sin sorpresa, porque soy un pesimista, como he dejado dicho de un tiempo a esta parte.
Cuando comencé a pensar este artículo, imaginé aderezarlo con informaciones que ya he presentado antes, a partir de investigaciones sobre el calentamiento global, los efectos de la emisión de gases de invernadero, la deforestación, la desertificación, la acidificación de los océanos, la extinción de especies, la descongelación del permafrost, el aumento del nivel del mar, la contaminación plástica, etcétera, etcétera. A eso pensaba sumarle algunos datos sobre las 60 guerras que desangran al mundo, el hambre, las miserias, las desigualdades, los fracasos de las utopías, el peligro del armamentismo nuclear, la decadencia cultural y otras especias. Pero desistí de ese esfuerzo, pues ya es hora de tomarme un descanso de tales afanes que considero inútiles, pues no creo que pueda hacer nada para evitar lo inevitable, es parte de ser un pesimista, un hombre sin esperanzas sobre el destino de la humanidad. No me siento deprimido por ello, aunque por momentos me ataca un remoto dolor pensando en la suerte de las generaciones futuras. Pero me alivia mi talante religioso: que se haga la voluntad de Dios (o de la naturaleza, si el lector es ateo) ¿Quién soy yo para oponerme a esos designios, más que un efímero mortal?
El tiempo, la experiencia y el estudio me han llevado a la conclusión de que todos nosotros, los humanos, somos los presos de un ramillete de familias multimillonarias que son los dueños de esta cárcel privada, custodiada por los alcaides o carceleros que son los políticos, los administradores de la riqueza, acaso presos también, presos privilegiados. Tenemos miles de años tratando de escapar, pero hoy la cárcel arde, hace aguas, sus paredes crujen, su aire envenenado nos asfixia.
Un breve inventario trágico: ha habido inundaciones devastadoras en Madrid, un madrileño ha dicho, acaso profetizando el futuro: "Ha parecido el fin del mundo"; en Afganistán, en un solo fin de semana, las aguas desbordadas causaron más de 100 muertos; el sur de Brasil ha vivido una situación crítica, con más de 120 muertos y dos millones de damnificados; un lugareño afirmó que "prácticamente todo los ríos muestran crecidas"; en Andalucía una borrasca, la pasada Semana Santa, obligó a cancelar las procesiones y cortar carreteras; hubo al menos 70 muertos por inundaciones en Kenia y más de 40 muertos y 75 desaparecidos tras el desbordamiento de un lago glaciar en el Himalaya indio; al menos 23 soldados murieron después de inundaciones súbitas en el norte de la India; Nueva York entró en caos por las lluvias más intensas en los últimos 70 años; un equipo de rescate encontró cientos de cadáveres en una playa de Libia arrasada por las inundaciones; crecía el temor por la expansión de enfermedades en ese país tras las inundaciones que han causado 11.300 muertos; Ocurrió un rescate extremo en China tras las lluvias torrenciales del ciclón Doksuri; las inundaciones en Italia dejan ya trece muertos, decenas de desaparecidos y 13.000 evacuados; Al menos 6 muertos y 19 desaparecidos fue el saldo de las graves inundaciones en Filipinas; un balance reciente arrojó 75 muertos y más de 12.000 viviendas destruidas por las inundaciones en Sudán; las peores lluvias en 80 años en Corea del Sur dejaron al menos 8 muertos y el mismo número quedó de devastadoras inundaciones en Kentucky.
Mientras las lluvias y las inundaciones golpean a mucha gente en distintos lugares del mundo, en otros el calor abrasador origina grandes daños. Se rompieron récords de temperatura en el verano de este año en varios países, los más afectados han sido Portugal y España, elevando a "extremo" el riesgo de incendios y causando la muerte de más de seiscientos habitantes por las olas de calor. Irán rebasó los 52 grados centígrados, China los 40, Italia perdió su montaña más alta de los Dolomitas considerada una de las zonas naturales más importantes de Los Alpes, pues el deshielo causó una avalancha de nieve, hielo y rocas que ocasionó con ello la muerte de once personas, y África alcanzó los 48 grados centígrados, excediendo la más alta temperatura registrada desde hace 40 años. Más de 1.300 peregrinos musulmanes murieron por el calor en el camino hacia la Meca.
La temperatura global sigue aumentando mes a mes, y mayo de 2024 fue el duodécimo mes consecutivo más cálido a nivel mundial desde que existen registros, según ha informado el Servicio de Cambio Climático (C3S) de Copernicus, el componente de vigilancia del clima del programa espacial europeo.
En concreto, la temperatura media global del aire en superficie fue 0,65 grados superior a la media de 1991-2020, para mayo. La temperatura media mundial de los últimos 12 meses (junio de 2023 a mayo de 2024) es la más alta desde que hay registros, al situarse 0,75 ºC por encima de la media de 1991-2020 y 1,63 ºC por encima de la media preindustrial de 1850-1900. Asimismo, mayo fue 1,52 ºC más cálido que la media estimada para este mes entre 1850 y 1900.
África occidental se enfrenta a la peor ola de calor que se recuerda, además de una preocupante sequía. Una ola de calor agobió en febrero pasado al Cono Sur, desatando alertas por temperaturas extremas e incendios forestales en algunos países y según los pronósticos los termómetros saltarían por encima de los 40 grados centígrados durante varios días.
En pleno verano austral, alertas por persistente calor sofocante rigen en zonas de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Brasil, desencadenando o atizando incendios forestales, perjudicando la producción agrícola y provocando advertencias de salud.
"¡No podemos más!", exclamó en Montevideo, Daiana García, de 34 años, que cumple su jornada laboral en la calle atendiendo reclamos por el suministro de agua. "Este calorón me mata", dijo a la agencia AFP.
La sensación térmica fue hasta de 48ºC en Paraguay. En Uruguay el termómetro marcó entre 38ºC y 41ºC.
En Argentina, la canícula tuvo registros de más de 40ºC, y mantuvo a 21 de las 24 provincias bajo alerta. En Chile hubo Incendios y los termómetros estuvieron cerca de 40ºC.
Todos los investigadores serios del cambio climático afirman que estamos cada vez más cerca del punto de no retorno para que este fenómeno se haga irreversible y nos condene a habitar un planeta donde sobrevivir será cada vez más difícil. Lo que estamos viendo es solo el comienzo del Apocalipsis, apenas suenan las trompetas que lo anuncian.
Lo peor es que nosotros, las personas simples, los que no tenemos millones ni poder político, los que somos prisioneros del modelo depredador, consumista, extractivista que rige por doquier, no podemos hacer nada al respecto. Podríamos sembrar un árbol, limpiar una laguna, reciclar basura. Así sería posible purificar en algo nuestro entorno inmediato y darnos individualmente mejor calidad de vida, pero nuestra influencia en la situación global sería poco menos que nula. Estamos en manos de los poderosos del mundo, los dominantes, y estos no piensan en nosotros los presos. A los políticos les preocupa sobre todo el poder y no están dispuestos a ponerlo en peligro por tomar medidas extremas e impopulares. En la película "En las profundidades del Sena" (Sous la Seine, Xavier Gens, 2024) la alcaldesa de París, junto a su asesor, se niega a tomar medidas impopulares para evitar muertes ante un desastre advertido por científicos. Uno de estos dice, lapidariamente: "son políticos". Es el mismo planteamiento de la excelente producción cinematográfica "No miren arriba" (Don’t look up, Adam McKay, 2021), que comenté en un artículo anterior.
En cuanto a los multimillonarios más encumbrados, no están dispuestos a sacrificar sus grandes ganancias para salvar el hábitat humano. Ni unos ni otros van a cambiar, ambos sectores son un subproducto humano de la milenaria civilización fracasada que tiene como fase superior y más perniciosa el capitalismo, que nos arrastra a todos, en su fracaso (al igual que la fallida y no realizada utopía socialista), hacia el colapso final.
En Venezuela, los temas del ambiente y del cambio climático son absolutamente secundarios en el debate electoral, seguramente porque no dan tantos votos como lo económico y lo social. El fárrago programático del PSUV, llamado "Plan de la Patria", coloca el tema medioambiental como último en la cola, con un inventario de vaguedades inocuas. Pasa más o menos lo mismo con el programa ("Venezuela Tierra de Gracia") del otro factor polarizado del proceso electoral en curso. Existe un supuesto "Partido Verde" que juega sobre todo un papel de acompañamiento a la campaña de Nicolás Maduro (de hecho, es un invento del PSUV, como otros movimientos pret-á-porter del gobierno chavista). A estos engendros "ecosocialistas" se les llama "sandías" en España (es decir, patillas: verdes por fuera y rojos por dentro, o sea comunistas con caparazón ecológico).
Entretanto, los hechos justifican el pesimismo. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2021, realizada en la ciudad escocesa de Glasgow, a las que asisten unos cuantos Jefes de Estado, hubo importantes de ausencias, como la de Xi Jinpimg, el presidente de China, el país que genera las emisiones de gases de invernadero más grandes del mundo, lo cual hizo menos probable, según expertos, que la conferencia resultara en algún acuerdo significativo. China emitió 2.912 millones de toneladas de dióxido de carbono en 2020, más del doble que Estados Unidos, que le sigue en el segundo lugar con 1.286 millones de toneladas.
Es paradójico que las 26 cumbres anuales sobre el clima, antes de la de Glasgow, fueron patrocinadas por empresas de combustibles fósiles, lo cual les permitió tener gran influencia en sus decisiones. No olvidemos que las empresas petroleras invierten 200 millones de dólares anuales para bloquear las medidas de lucha contra el calentamiento global. Solo la Shell invierte en ese rubro 49 millones de dólares anuales.
La COP28 se llevó a cabo en Dubai, en 2023. Mucho antes del comienzo de la COP27, los Emiratos Árabes Unidos comenzaron a trabajar para limpiar su reputación internacional; para este fin contrataron agencias de relaciones públicas y cabildeo, incluidas Akin Gump Strauss Hauer & Feld y FleishmanHillard, para promocionarse como los anfitriones de la COP28. En mayo de 2015, el presidente de la COP28, Sultan Al Jaber, quien se convirtió en el centro de las controversias, fue acusado de intentar blanquear su imagen pagando a usuarios de Wikipedia para que limpiaran su página. Un usuario de Wikipedia reveló que ADNOC le pagó, mientras que Masdar le pagó a otro para controlar la narrativa en Wikipedia. La presidencia de Al Jaber en la conferencia sobre cambio climático COP28 contradijo la decisión de su empresa de expandir la producción de combustible fósil en la compañía de perforación ADNOC. La organización de derechos humanos Amnistía Internacional expresó preocupaciones, afirmando que "Sultan al-Jaber no puede ser un mediador honesto en las conversaciones sobre el clima cuando la empresa que lidera planea causar más daño climático".
Entretanto, la izquierda mundial, incluidos los "partidos verdes" ecosocialistas, proclaman a viva voz: "No cambiemos el clima, cambiemos el sistema". La idea de que el capitalismo es causa de todos los males es contraria a la realidad: el capitalismo no es causa sino consecuencia de todos los males acumulados en la larga y deleznable historia de la humanidad. El capitalismo es la fase superior de la civilización fracasada, es un cáncer terminal y metastásico de esa civilización. La idea de que para conjurar el cambio climático primero se debe superar el capitalismo y desarrollar el socialismo es parte de la cualidad utópica del pensamiento humano. El socialismo es una hipótesis seductora, una entelequia, un deseo voluntarista ¿Es posible el socialismo? Tal vez sí ¿Es probable? No por ahora. En primer lugar, la variopinta izquierda socialista no se pone de acuerdo sobre cuál es la vía para derrocar al capitalismo y además, lo que es más difícil, sobre cómo construir su utopía una vez que accede al poder. Pero hay algo más cuesta arriba: el capitalismo es aún demasiado fuerte para pensar que tiene alguna fecha próxima de caducidad. De acuerdo a la duración histórica del esclavismo y el feudalismo, el capitalismo es muy joven, se ha instaurado hace menos de 300 años, siendo que el esclavismo, como modelo económico dominante, surgió desde los albores de la historia, hace alrededor de 5.000 años, y comenzó a declinar aproximadamente en el año 500 d.C., manteniéndose sus rezagos por mucho tiempo más. El feudalismo perduró durante toda la Edad Media, desde el siglo VI hasta el siglo XVIII, es decir alrededor de 1.200 años. En la actualidad, el capitalismo está mostrando gran capacidad de resiliencia y adaptación, superando los experimentos marxistas en Rusia y en China, en el siglo XX, y obligando a varios intentos socialistas del siglo XXI a reinsertarse en el modelo predominante del capital. De manera que quien plantee que el cambio climático solo será revertido si se instaura el socialismo, practica una forma de negacionismo, o en todo caso quiere arrimar la sardina a las brasas de sus intereses políticos pragmáticos inmediatos.
Recuerdo ahora aquella célebre frase de Hugo Chávez en el sentido de que "mientras nosotros (los líderes mundiales) andamos de cumbre en cumbre, los pueblos andan de abismo en abismo". Esto es lo que ocurre con las COP de la ONU. Los incesantes e inútiles debates de estas cumbres recuerdan a los manifestantes que protestaban en Glasgow, quienes voceaban una consigna significativa: "bla, bla, bla". La supuesta lucha contra el cambio climático se ha convertido en muchas palabras y pocos hechos.
Mientras el mundo arde y se ahoga, cada quien sigue en lo suyo. El puñado de multibillonarios contando sus billetes, los políticos contabilizando sus votos y nosotros acumulando nuestras penas. Estamos al borde del abismo y a punto de dar un paso al frente.