En días recientes he leído repetidamente una frase que me perturba: "dudar es traición" ("Nuestra Invicta GNB mantiene la lealtad absoluta a la patria y la revolución ¡DUDAR ES TRAICION!" o "Dudar es traición ¡Leales Siempre traidores nunca!", esta última con la firma de la DGCIM).
La frase proviene del estamento militar y de la boca de funcionarios públicos que antes fueron policías o militares, como en los casos de Diosdado Cabello y Freddy Bernal. Por supuesto, todos tienen derecho a decir lo que les venga en gana, mientras no difamen, e incluso a repetir hasta el cansancio las frases hechas del mundo oficial. Tal libertad de expresión me asiste también, razón por lo cual debo decir que la frase en cuestión es una traición al conocimiento, a la ciencia y a la historia. Para mí gusto, se debería decir: "no dudar es traición".
Las virtudes de la duda han sido ponderadas por grandes pensadores a lo largo de la historia. Para Shakespeare, "la duda modesta es llamada el faro de los sabios". Francis Bacon afirmó que "Si un hombre comienza con certezas, terminará en dudas; pero si se contenta con comenzar con dudas, terminará en certezas". Y Paulo Coelho: "El fanatismo es la única salida a las dudas que no cesa de generar el alma del ser humano". Según Aristóteles, "La duda es el principio de la sabiduría". Cierro este párrafo con un proverbio chino: "Profundas dudas, profunda sabiduría; Pequeñas dudas, poca sabiduría".
René Descares se hizo la pregunta de si es posible un verdadero conocimiento entendiendo por tal aquel del cual no podemos tener la menor duda de su claridad. A partir de esto se establece la duda metódica como herramienta al permitirle dudar de todo cuanto existe
En el renacimiento la duda fue guía de grandes mentes que promovieron el desarrollo de aparatos de observación y medición (del tiempo, del ángulo, de la distancia, del peso, etc.), por parte de precursores como Copérnico, Kepler o Galileo, cuyas observaciones, particularmente astronómicas, escrupulosamente anotadas y medidas, entraron en contradicción con las enseñanzas de la Iglesia romana.
De esta actitud de duda surgirá gradualmente la duda científica: las verdades de la Iglesia, por definición, son verdades reveladas y, por tanto, aceptadas. Sin embargo, en el siglo xvii, fue necesario mucho trabajo por parte de grandes personajes del humanismo para sacar del corpus religioso ciertas verdades que no tenían ninguna relación ontológica con la religión. En el centro de múltiples debates, las disputas en torno a la astronomía y la cuestión de si la Tierra o el Sol estaban en el centro del universo son las más conocidas y publicitadas.
La ciencia nace, por tanto, de esta confrontación entre las observaciones de los hombres de ciencia, la publicación de estas medidas (como las tablas periódicas de los planetas) y, inicialmente, de las verdades que la Iglesia había integrado en su enseñanza durante casi mil años, pero que, de proceso en proceso, luego de riñas, disputas y polémicas, conducirá a la separación de lo que concierne a la religión y lo que los hombres de la época llamaban filosofía natural, y que nosotros llamamos ciencias.
a duda, asimismo, puede emplearse como una herramienta para acceder o acrecentar el conocimiento, bien sea científico o filosófico. Como tal, la duda es un instrumento de indagación y cuestionamiento que parte de la aceptación de un estado inicial de ignorancia para el abordaje metódico de aquello sobre lo que nos interrogamos. En este sentido, la duda es fundamental para determinar la validez de un conocimiento
Fue Bertrand Russell quien dijo que la filosofía es siempre un ejercicio de escepticismo. Aprender a dudar implica distanciarse de lo dado y poner en cuestión los tópicos y los prejuicios, cuestionar lo incuestionable. No para rechazarlo sin más, sino para examinarlo, analizarlo, razonarlo y, por fin, decidir.
La filósofa y catedrática catalana Victoria Camps, en su libro Elogio de la duda (Arpa. 2016) deja algunas frases valiosas sobre el tema de la duda, a saber, entre otras: "Anteponer la duda a la reacción visceral. Es lo que trato de defender en este libro: la actitud dubitativa, no como parálisis de la acción, sino como ejercicio de reflexión, de ponderar pros y contras". "Lo que mantiene viva y despierta a la filosofía es precisamente la capacidad de dudar, de no dar por definitiva ninguna respuesta". "Dudar, en la línea de Montaigne, es dar un paso atrás, distanciarse de uno mismo, no ceder a la espontaneidad del primer impulso. Es una actitud reflexiva y prudente (…) la regla del intelecto que busca la respuesta más justa en cada caso". "La filosofía, el conocimiento, procede de personas que se equivocan. La sabiduría consiste en dudar de lo que uno cree saber".
El teólogo alemán Georg Hermes asienta que "el punto de partida y el principio fundamental de toda ciencia, y por tanto también de la teología, no es sólo la duda metódica, sino la duda positiva. Uno sólo puede creer lo que ha percibido como verdadero a partir de fundamentos razonables, y en consecuencia debe tener el valor de seguir dudando hasta que haya encontrado fundamentos fiables que satisfagan a la razón. El danés Sorgen Kierkegaard pensaba que creer es al mismo tiempo dudar.
Si no existiera la valiosa herramienta de la duda, aún creeríamos que la tierra es plana, o que nuestro planeta no se mueve y todos los cuerpos celestes giran a su alrededor ("eepur si muove).
Yo entiendo que los políticos se suelen creer amos de la verdad, de hecho uno de sus trabajos es convencer a los otros de sus convicciones, mas yo no formo parte de esa lista.
Las ideologías totalitarias, como el nazismo o el socialismo del siglo XX, siempre han pretendido ser dueñas absolutas de la verdad, y además que todos acepten tal despropósito. Yo, particularmente, dudo permanentemente, y por lo tanto sé que puedo equivocarme, y de hecho he cometido muchas equivocaciones en mi ya larga vida. Dudar y equivocarse no son traiciones, sino honda lealtad al golpeado género humano.