El Presidente Hugo Chávez convocó a los revolucionarios a radicalizarse.
No es la primera vez que el líder de la Revolución Bolivariana lanza emplazamientos de esta naturaleza. Toques de clarín, alertas y llamamientos urgentes a la conciencia patriótica, nacionalista y revolucionaria. La turbulencia que vivimos no exige menos. No hay duda que vivimos un momento estelar. Estamos avanzando a pasos de gigantes, pero igual estamos asediados desde afuera y desde adentro. Los enemigos internos, identificados con esa suerte de sarcófago móvil que es la “Mesa Unitaria Democrática”, no encarnan otra cosa que los esfuerzos de un sector de la derecha para no caer en el vacío. Son los estertores del Pacto de Punto Fijo, los retazos del carmonazo. Y otros que no tienen empacho y apuestan al magnicidio de una manera flagrante, como el caso del periodista Petkoof, antiguo Ministro de Caldera y otros, de tan baja ralea, que no vale la pena nombrarlos. La guerra mediática se ha intensificado con visos de surrealismo. Los enemigos externos ya sabemos que no descansan y sabemos dónde operan y qué buscan. Por eso radicalizarse no es llenarse la boca de palabras radicales (y convenientes) y comenzar a despotricar a diestra y siniestra asumiendo poses de súper revolucionario de oficina, especie que abunda en este proceso, como dice mi amigo y camarada Néstor Francia en sus reportes. Esa especie puede confundir, porque es fácil verla con vestimenta roja rojita, pero tiene el corazón turbio. El propio Presidente lo ha dicho: el pueblo no quiere dirigentes de oficina que se ufanan de serlo. La participación y protagonismo son los motores del pueblo, el cuerpo vivo de la revolución, su musculatura lisa, como decía Alfredo Maneiro.
Radicalizarse
no puede ser más de lo mismo. La burocracia hay que darle con un mazo,
con la fuerza contundente del poder popular que es indetenible y es
el verdadero proceso del pueblo, que es intenso y pugnaz. Ya basta
de corderos disfrazados de lobo.