Hay suficientes razones para pensar y repensar la preparación de la nueva Ley Orgánica del trabajo. Esta nueva Ley Orgánica debería de tratar y resolver uno de los aspectos centrales y contradictorios de una economía capitalista y agregar vías prácticas para que esa solución abra nuevas alamedas a lo que hemos denominado Socialismo del Siglo XXI.
Muy en el fondo, esta nueva ley debería “podar” iniciativas que tienen como objeto fortalecer al capital, valorar al trabajo como el más importante factor generador de riqueza y no darle al Estado la posibilidad de convertirse directa e indirectamente en un aliado del capital o una forma para construirle una especie de canal de retorno al sistema capitalista que existe hoy en Venezuela. Será una Ley fundamental para el proceso y ello implica llevarla muy pacientemente, pero bajo el signo de un debate público permanente porque ello pudiera servir como elemento formativo para fortalecer la conciencia de un sector que aparece con colores muy pálido dentro del proceso bolivariano.
He oído y leído que en la Ley Orgánica del Trabajo debería aparecer la retroactividad de las prestaciones y la reducción de la Jornada laboral como dos aspectos emblemáticos de ese proyecto y me he preguntado con dudas y mucha ignorancia en este tema: ¿Es la retroactividad lo esencial en este proyecto? ¿Es la reducción de la jornada laboral una exigencia del socialismo del siglo XXI? ¿Se tiene claro el compromiso que la nueva sociedad reclamara en el ámbito de la producción y la productividad? ¿La reducción de la jornada laboral resuelve o afianza la cultura que ha imperado en Venezuela?
Regresar al sistema de la retroactividad es muy importante, pero no estaríamos dando un paso firme en la ruta hacia al socialismo del siglo XXI, porque esto sería simplemente rescatar una reivindicación o derecho que había en Venezuela. Es colocarnos en la Venezuela antes de Caldera II y de Petkoff como ministro de CORDIPLAN y vergatario para colocar la inflación en un nivel por sobre el 56% en promedio en la gestión. La retroactividad de las prestaciones rescata una reivindicación importante, pero no agrega mucho valor en eso de crearle un perfil al socialismo del siglo XXI.
Idealmente el socialismo del siglo XXI será un escenario societario con un sistema que abra espacio para que los hombres y mujeres tengan momentos para crecer como personas y desarrollar todas sus potencialidades. Eso no se discute ni hay certeza de cómo sería eso posible. Esta propuesta por ahora, es simplemente un hermoso ideal que ha de contrastarse con una realidad y una cultura, que se mueve bajo el signo del facilismo, la viveza criolla y “ganarse la vida” con el menor esfuerzo posible.
No creo que la reducción de la jornada laboral sea un aspecto emblemático del socialismo del siglo XXI, porque ese transito debe tener claro un compromiso hacia toda la sociedad, no únicamente para los que tienen capacidad de compra y eso probablemente imponga en sus primeras etapas valores que nos permita plantearnos superar una cultura que ha estado sembrada en Venezuela. En este caso, si vale la pena pensar en un sistema productivo cuya razón de ser sea la posibilidad de satisfacer las necesidades de las personas, que es muy distinto a la lógica que predomina en el capitalismo que se orienta específicamente a la satisfacción de las necesidades artificiales y reales de los sectores que tienen capacidad de compra. En el capitalismo la lógica no es producir únicamente para vender. Es importante vender, pero para el capital lo esencial es ganar. No importa si hay pobreza, hambre y necesidades primarias no satisfechas; lo importante es Vender y GANAR. Esa lógica impone un modelo productivo que llega hasta ignorar las necesidades primarias y elementales.
Si observamos ahora todos los planes que se elaboran para liquidar esta esperanza, es muy ingenuo pensar que ese transito hacia el socialismo del siglo XXI no tendrá resistencia en el campo de la actividad productiva. Hoy observamos como el acaparamiento y la especulación son parte de ese proyecto desestabilizador y eso nos ofrece argumentos para imaginarnos las estrategias que pueden desarrollar los desestabilizadores para liquidar esta esperanza.
Pienso entonces como mucha ignorancia sobre el tema de la Nueva Ley Orgánica del trabajo, que esta ley debería redimensionar los siguientes aspectos:
1) Valorar el trabajo como factor fundamental en la generación de riqueza. No el sentido de formular una declaración que así lo reconozca, sino en la definición de pautas que la Ley contenga.
2) La anterior premisa abre caminos para atender un aspecto relevante y que tiene relación con el esquema de participación e inserción de los trabajadores en el nuevo modelo productivo. Cómo se concretara la democratización de los medios de producción.
Hay un hecho que debe ser también valorado en esta posibilidad de una reducción de la jornada laboral. El burocratismo es una realidad que pesa y le resta posibilidades al proceso. A pesar de las nuevas normativas, este proceso está “vivito y colendo” y hay que preguntarse: ¿la reducción de la jornada laboral reduce o complica este mal?
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