Recuerdo cuando Edgard Moreno Uribe me brindó la primera oportunidad de escribir en el añorado Diario de Caracas, libre y sin recomendación. Y fue algo de la historia de la Biblioteca Nacional lo que escribí, y enseguida comenzó la música a hacerse espacio en el periódico, tal y como mi madre se lo había hecho en mi alma. Y EAMU cómplice, hasta que un día la redacción conoció el rostro de muchacha de quien hoy escribe evocando. Y Miriam Freilich jalándome para ‘Caracas a Diario’ y Enrique Rondón alentándome, y Miyó Vestrini emitiendo un halago que aún hoy retumba en mi responsabilidad tecleada: “sabes escribir en emergencia, muchachita”.
Y recuerdo las decenas de conversas plenas de café y cervezas con hombres que marcaron este paso. “Venga, mija, que le vamos a contar cosas para que nadie la engañe” y entonces Carlos Jorquera (del Chile de Allende) y José Suárez Núñez (de la Cuba de Batista) me hacían relatos musicales donde el Tropicana se unía a Víctor Jara sin problemas, mientras mi inolvidable Carlos María Gutiérrez, me respondía acerca de aquella primera entrevista que concedió el Che Guevara en la Sierra Maestra, y que se la concedió a él, del equipo fundador de Prensa Latina. A él, que tuvo la osadía de recomendar mis días en Cuba a Fernández Retamar…
Todos acariciaban mi corto cabello, negro entonces y, como duendes, volcaban el cofre de sus tesoros vivenciales en mis ganas de periodista aprendiz, dueña nada más de mis sueños y mi sonrisa.
El viejo Polo me entregaba originales de sus ‘travesías de la imaginación’ y pajarito Estévez sus consejos en verso.
Y cómo no acordarme (parafraseando a Alí) si me da por escribir cada vez que me acuerdo…
Manuel Felipe Sierra me retaba “a ver” si en verdad sabía de Toña La Negra y Jesús Romero Anselmi competía con Laurentzi Odriozola en eso de la poesía hecha canción alimentando mis arcas de vivencias ajenas, mientras se fumaban los cigarrillos de todos.
Un poco más allá Víctor Manuel Reynoso me hacía llegar hasta El Nacional para hablarme de mi dilecto Goyeneche, El Polaco, (que hoy comparto con Roberto Malaver) y para entregarme “Sur” en un casette. Tiempos de Luis Alberto Crespo pujando en “Feriado” para dar cabida a los orishas y a la salsa, y del hombro apuntalante de Aquilino José abriendo espacios que parecían imposibles. Como los que después abrió Heberto Castro, con afecto, en El Globo.
En aquellos días, aún con debates políticos y gremiales candentes en su seno, la vida en el Colegio Nacional de Periodistas y en el Sindicato de Trabajadores de la Prensa, era activa, solidaria, enriquecedora. “Cuartilla”, “Prensa Libre”, “Mujer y comunicación”, Luis Alfredo Gómez, Víctor Suárez, Cándido Pérez, Ángel Méndez, Helena Salcedo, Cristina González, Desirée… las campañas nocturnas para pintar paredes… Fue entonces cuando a Mario Villegas se le ocurrió aquello de “Los periodistas y la salsa”, foro y música con entrada libre en el Cine Prensa, que era una delicia, con el valor agregado del bar al lado.
Cómo no recordar el inicio de las acciones, cuando apareció aquél hombre para decirme bajito: “Mija, yo quiero que me hagas el favor de indicarme quién es Lil Rodríguez, si sabes quien es…” y esta negra, coloradísima, confesando: “Soy yo, profesor”. Y Jesús Rosas Marcano sacando de aquél desgastado maletín montones de recortes (mis notas) y cerros de papeles (sus notas), y cual muchacho contento comenzando una sabrosa conversación de vida que prosiguió en las escalinatas del Teatro Nacional, él feliz y medio prendido. “Mija, siéntese acá conmigo para hablar un rato…”, y las escalinatas recibiendo mi traje rojo y las miradas de todo el que salía del teatro ó pasaba frente a él. Y el poeta feliz declamando las líneas que pensaba que luego escribiría para El Diario de Caracas. Imposible que Dios no acompañara tanta humanidad serena, tanta vocación por la vida y su mejor paisaje. “Mija, no vuelva a escribir ‘tan sólo’; quite ese tan, que ya ‘sólo’ es demasiado para cualquiera…”
Cómo extraño los ojos sabios de Jesús Rosas Marcano, y cómo su manera dicharachera de amar, que para él era lo mismo que escribir, que compartir, que comunicar, siempre desde el afecto por lo dicho y hecho.
“Soy feliz metido entre mi piel/ vivo como un as de corazón”, y mientras tanto echándole bolas a “Glo Glo”, dedicado a los niños, como antes le echó a “La Ventana Mágica”, que más que revista era gloria de letras menudas, canciones y leyendas.
Y hoy es Día del Periodista, y Jesús Rosas Marcano no se aparta de mi mente, que si conocerle ya era una fiesta del alma, escucharle era recibir la oración por todos. Y heme acá dedicando a estos hombres y mujeres que ayudaron a labrar mi camino con los suyos este premio vestido de música y colores…
Mis viejos amigos y maestros, los ya idos, jamás le quitaron al periodismo la sensibilidad. Lo vistieron con ella, porque sólo ella permite ver claro los senderos de un pueblo. Eso fue lo que me enseñaron con esfuerzo cotidiano, con anónima vehemencia, con tangos, estribillos y clave, verso a verso. De esa lección es el premio en pentagrama que hoy marcan estas letras.
Y cómo no acordarme, si me da por escribir cada vez que me acuerdo...
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