Los días 7 y 8 de julio de 2004, contra todo pronóstico, el Mercosur realizó en Foz de Iguazú su reunión del Consejo del Mercado Común N° 26 y la Cumbre Presidencial N° 13. Este cónclave marcó el inicio de una nueva etapa. Primero, porque demostró que sobrevivió a sus varias muertes. Segundo, porque pasó de cuatro Estados a 9 nueve, incluyendo a la segunda economía del continente, México, y al principal productor, reservorio y exportador de petróleo, Venezuela. Juntas, estas nueve economías constituyen el 87% del PBI latinoamericano y caribeño.
Tercero, porque el Mercosur tiende a adoptar una estrategia defensiva para acomodarse, aunque sea parcialmente, frente a la agresiva política mundial del imperialismo norteamericano desde 2001. Es defensiva en lo político y en lo comercial. Eso explica la aceptación del ingreso de Venezuela como asociado y las inmediatas negociaciones con México para que se integre. Excepto los gobiernos de Paraguay y Perú, más proyanquis y pro ALCA, los otros 7 países tratan de convertir al G-20 como un refugio gremial ante los imperios.
Si el Mercosur ha sobrevivido a tres crisis mortales en 14 años, y aún le quedan fuerzas para seducir, no se debe a algo misterioso. La explicación hay que buscarla en la nueva realidad internacional, abierta con la semiderrota del ALCA, la urgencia del gobierno venezolano de recostarse en el sur para alejarse del norte, la necesidad mexicana de respirar aires distintos al NAFTA, el copamiento yanqui de Centroamérica mediante el CAFTA (el “pequeño ALCA”) y la mansedumbre genuflexa de la Comunidad Andina.
Este renovado interés por el accidentado Mercosur está determinado por el descomunal peso de la economía y el Estado de Brasil, verdadero eje de los negocios y la geopolítica hemisférica de los últimos años.
Entre crisis y crisis, el bloque ha firmado pactos, acuerdos y convenios con más de 20 países, celebrado negociaciones con economías tan importantes como India, la Unión Europea, la Comunidad Andina, Estados Unidos, Rusia y China. Todo eso entre 2002 y el primer trimestre del año 2004.
Como si quisiera mostrar la vitalidad de sus poderes seductivos, 5 Estados le han guiñado el ojo y se han integrado en calidad de socios no plenos, u observadores. Nos referimos a Bolivia y Chile, que acordaron sumarse en la fórmula “4+1” (Acuerdo de Complementación Económica), en 1995 y 1996 respectivamente. Perú se integró por la misma vía en noviembre del año 2003. Venezuela se sumó el 7 de julio de 2004 como nuevo asociado 4+1 y México ocupará un asiento rotulado con esta enseña: “Miembro Observador”.