El viejo modelo sindical surgido al calor de las luchas contra el capitalismo y que ha venido degenerando hasta llegar a una condición donde la militancia se ejerce signada por el estímulo material, se agota junto al sistema capitalista.
En la actual fase de transición al socialismo ese modelo corrupto ya no tiene vigencia y tiene que ser sustituido por un modelo de organización nuevo, donde el estímulo sea el moral, el del compromiso con la patria socialista que estamos construyendo.
Las luchas obreras en este momento histórico que vivimos y donde se requiere cada día de un mayor grado de conciencia, de fortaleza ideológica, deben tener una nueva direccionalidad, para entender porque el estímulo material, es un factor con el que debemos lidiar, pero que como rémora del pasado debemos dejarlo atrás y darle paso al estímulo moral, que como lo sostuvo el Ché Guevara en sus disertaciones sobre el socialismo, es el punto de partida para la construcción de una nueva sociedad y hacía el cual tenemos que avanzar.
El Estado socialista solo puede construirse y sostenerse con la conciencia revolucionaria. Recordemos al Panita Alí, cuando en su canción necesaria dijo: “La inocencia no mata al pueblo pero tampoco lo salva, lo salvará su conciencia y en eso me juego el alma”. La conciencia en las trincheras del socialismo; es lo que la fe es para el religioso. Sin fe no hay religión que valga. Sin conciencia no hay socialismo posible.
Porque es la conciencia la que nos enseña que el estímulo moral, vale mil veces más que el material.
Es la conciencia la que nos señala que las luchas meramente reivindicativas, crematísticas, es el opio, con el cual el sindicalerismo ha adormecido a la clase obrera para desviarle de su objetivo que tiene que ser la conquista del poder.
Es la conciencia la que nos repica al oído, que no hay peor enemigo en la construcción del socialismo que el estímulo material, como único motor en el cumplimiento de nuestras obligaciones en las áreas de trabajo.
En el socialismo el trabajo no puede ser cuantificado desde el punto de vista económico exclusivamente, sino desde el punto de vista de la repercusión moral que puede tener en el entorno, que le lleve a sumarse a la tarea, pero no como una obligación por la presión social, o por el salario que devenga, sino como algo vivo, algo que nos sale desde lo más profundo de nuestra conciencia proletaria.
Cuando ejercemos el trabajo como estímulo al avance de la revolución su práctica deja de ser odiosa y esclavista, para convertirse en alegría, en orgullo, en fe de lo que estamos haciendo por un mundo nuevo pleno de libertades, donde se tenga de cada quien según sus capacidades y a cada cual según sus necesidades. Donde impere la solidaridad, la igualdad ante la sociedad, el respeto por el otro.
Cada cual debe realizar su tarea histórica independientemente de su manera de pensar.
La nueva sociedad, el hombre nuevo, la nueva república solo será posible en la medida que alcancemos la unidad con conciencia, independientemente de las discrepancias que en un momento dado podamos tener con alguna forma de ver las cosas. Las incomprensiones, las malquerencias no nos pueden distraer frente al mandato histórico de la revolución.
La tarea histórica para alcanzar la construcción del socialismo, necesita también de nuevas organizaciones, nuevas formas de lucha.
La organización y la lucha sindical tienen que ser reorientadas. En estos momentos las presidencias, las secretarías y demás formas organizativas de la representatividad se quedaron obsoletas.
Debemos ir hacia los colectivos de trabajadoras y trabajadores, donde no tengamos jefas, ni jefes gremiales, sino vocerías, a través de las cuales por mandato de las asambleas populares, como máxima autoridad el colectivo haga sus planteamientos ante la instancia correspondiente, donde las negociaciones unilaterales en “representación” de trabajadoras y trabajadores sean proscritas como vicios del pasado.
La aptitud frente a las empresas del Estado, en transición hacía la gestión de corresponsabilidad entre Estado y clase obrera, no puede ser la misma, que frente a la empresa privada. No podemos presionar a una empresa en transición para que cumpla todas las demandas que por populismo nos coloquen en un pliego conflictivo los titiriteros que buscan protagonismo a través de las trabajadoras y los trabajadores.
Necesario es la reflexión desde nuestra conciencia, evaluar la situación de la corporación y del país nacional para desde esa óptica, discutir las propuestas que vamos a llevar a los voceros de la empresa estatal, que en este caso no son patronos sino facilitadores de un proceso de entendimiento.
La situación mundial a la que no escapa Venezuela, nos indica que más allá de las apetencias económicas, personales, se impone es la lucha colectiva por preservar los puestos de trabajo y meter el hombro a la carreta del socialismo, que como afirmaba el Ché: “No es una sociedad de beneficencia, no es un régimen utópico basado en la bondad del hombre como hombre. El Socialismo es un régimen al que se llega históricamente y que tiene como base la socialización de los beneficios fundamentales de producción y la distribución equitativa de todas las riquezas de la sociedad, dentro de un marco en el cual haya producción de tipo social”.
Por eso camaradas, tenemos que dar la discusión sobre la organización sindical necesaria en estos tiempos de revolución, para ponernos a tono con el mandato histórico, porque junto al modelo capitalista se agota el viejo modelo sindical.
(*)Periodista
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