Los Obispos, los Curas y la Menudencia del Pecado de Masturbación en mi Adolescencia

De joven, pero especialmente en los primeros años de mi adolescencia, el tema de la sexualidad era recurrente en el grupo y en esas conversas, nunca dejaba de asomarse una situación que siempre fue (y aún lo es hoy) una especie de misterio, porque a esa edad y en una comunidad muy tradicional y con muchos “muros” en ese aspecto de la vida, uno no entendía qué cosa era eso del celibato eclesiástico y las razones por las cuales los curas nos decían: “No hagan esas cosas, porque es pecado”. En el futuro  de cada  uno de nosotros, se descartaba cualquiera opción de ser ”monaguillo”, porque a esa muy temprana edad con lo vigoroso que es la naturaleza sexual de un adolescentes y considerando los que nos decía el cura del pueblo, uno se imaginaba a Dante diseñando una sexta u octava paila para nosotros. Todos teníamos un lugar asegurado en esa sexta u octava paila.

Ustedes amigos lectores, se imaginan a esa muy temprana edad, nadando en las contradictorias aguas del sermón del cura y del agua que utilizamos en los  baños de nuestras casas en Margarita, que por lo general estaban hacia el “fondo”. Uno, generalmente salía del baño deprimido y con un cargo de consciencia muy grande, porque justo al salir de aquello, se acordaba de lo que le decía el cura: “No hagan o practiquen ese pecado”. Uno sin querer y sin saber, se iba volviendo ateo, porque no lograba explicarse que algo tan natural en la vida de una persona se concibiera como un pecado y frente a esa circunstancia; el ateísmo era una opción para no llevar cargo de conciencia y actuar con plena libertad.

Trato ahora  de resetear nuestro disco duro para drenar un poco ese remordimiento que teníamos guardado, porque a pesar de habernos justificados (ya hombre) esas conductas con alguna lectura de Freud  y la asesoría de un amigo psiquiatra; Dante siempre estaba ahí recordándonos, que tenemos una octava paila esperando por nosotros para pagar las culpas de los pecados en el baño.

¿A qué viene todo esto?

Toda esta situación viene, no por una cosa que apenas estemos descubriendo ahora porque ya teníamos una ligera intuición. Es natural, es sencillamente natural la sexualidad y el sexo en el hombre y la mujer. Nadie, pero ningún persona, por más cerquita que esté de Dios tiene la fuerza y la capacidad para soportar una sequía o un verano tan prolongado y eso de “guardar perfecta castidad”[1] por toda una vida, es simple y sencillamente un acto de los tantos actos irracionales y antinaturales a los cuales la iglesia ha incurrido en su trayectoria con unas consecuencias dramáticas para cientos de miles de hombres, que ayer fueron niños y durante esa etapa de sus vidas, fueron utilizados o violados por obispos y curas a los cuales les reprimieron un acto tan natural. Los niños parecían ser las víctimas perfectas porque esa “oscuridad” en la cual vive la iglesia en muchos asuntos, se presta para que un ser,  aparentemente cargado de muchos buenos valores, descargue su situaciones reprimidas con otro, que por vivir en un etapa de inocencia, posiblemente le aseguraba el silencio y continuidad de una práctica que seguramente ha recorrido  toda la existencia de la iglesia. No es cualquier pecado, abusar (y sexualmente) de un niño que probablemente sienta que eso no es normal pero no tiene la suficiente  fuerza física para evitarlo.

Todo esto viene también,  porque esa institución que dice ser muy humana e integrada por obispos “muy humanos”, vive una profunda crisis de valores. No es fortuito o un hecho sin importancia, que hayan por lo menos 500 mil casos conocidos de niños que ayer fueron violados por obispos y que hoy transitan (como persona) la vida con un lunar, que seguramente los atormenta y que en nada se parece al sentimiento que nos embargaba cuando nos masturbábamos  en el baño y al rato venía  el consejo del cura del pueblo: “No hagan eso porque eso es pecado”. En todo el mundo por las informaciones disponible, hay cientos de miles de seres que ayer fueron  niños y hoy, como hombre viven ese trauma de haber sido violado por un obispo o cura.

evaristomarcano@cantv.net



[1] Confieso que a mi edad, tengo dudas, muchas dudas sobre la institución de celibato. No sé si un obispo o un cura tiene sexo o práctica su sexualidad, pero parece o mantengo esa intuición que ese “guardar castidad” es un gran acto de hipocresía.


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Evaristo Marcano Marín


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