12 Abr. 2011 - Editorial del diario El Universal 12 de abril de 2002
Pudo evitarse
Los trágicos acontecimientos del día de ayer resultaron una profecía auto cumplida. Lamentablemente, el saldo de numeroso inocentes muertos y heridos pudo evitarse si tan sólo las instituciones y todos los poderes públicos del país hubiese estado a la altura del clamor de la población mayoritaria de venezolanos, que durante meses insistía en buscar infructuosamente respuestas, de estas mismas instituciones, a lo que era a todas luces una reiterativa conducta de violación de muchos de los principios consagrados en nuestra Constitución y en la Carta Fundamental de los Derechos Humanos de la ONU, por parte del Gobierno Nacional.
La sociedad civil fue llevada hasta el límite por el Presidente y sus más cercanos colaboradores, quienes llegaron a despreciar el inmenso significado de una marcha de más de un millón de venezolanos que, sin contar el interior del país, pacíficamente pretendían ejercer su sagrado derecho a la protesta. Se vieron las repudiable imágenes de siniestros personajes vinculado al régimen disparando a mansalva contra indefensos ciudadanos. La escalada armada de los círculos bolivarianos iniciada desde septiembre del año pasado ya ha sido denuncia, hasta el cansancio, ante todos los poderes públicos. Sin embargo, éstos nunca cumplieron con su obligación de ser garantes de la legalidad en Venezuela.
Esto pudo evitarse, si tan sólo, las instituciones cívico-militares, desde el primer día, hubiese dado debida respuesta a la sociedad venezolana. Cualquier nueva etapa, de la vida política de nuestro país, debe necesariamente pasar por una renovación integral y absoluta de todas estas instituciones y sus funciones. Todos los responsables, comenzando por el ex jefe del Estado, tendrán que responder ante todos los venezolanos y la ley por sus acciones y omisiones. Sin estas responsabilidades no puede haber reconstrucción nacional.
La libertad es el valor más preciado del individuo. Lo sucedido ayer lo demuestra. ¡Vayamos a ella!
Editorial de El Nacional
Caracas, 12 de abril de 2002
Los muertos de Hugo
Ya sabíamos de sus problemas mentales, también conocíamos que no era un hombre precisamente valiente y tendía a acobardarse en los momentos de combate, pero lo que en verdad ignorábamos, aunque lo presentíamos, era su falta de escrúpulos a la hora de ordenar a sus partidarios disparar contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas, y acribillarla sin compasión desde las azoteas cercanas a Miraflores, a manos de sus francotiradores bolivarianos muy bien entrenados en tierras extranjeras.
Con ese acto miserable y cruel usted cometió el peor de sus errores políticos y la mayor traición contra su patria, que le dio una oportunidad de dignificarla democráticamente y que, por el contrario, ha preferido mancillarla con esta masacre de gente inocente, cometida a la luz pública y que intentó esconder tras una cadena oficial, y luego con la suspensión de la señal de varias plantas de televisión.
Usted, que intentó hacer una carrera militar sin mayores resultados, porque nunca fue un oficial brillante ni talentoso, ha terminado por enlodar el uniforme y la institución que le dio una oportunidad en la vida: sin la Fuerza Armada usted no sería nadie, y ahora le paga esa oportunidad que le dieron desprestigiándola de la peor manera posible: cobijando a generales corruptos sólo porque son sus amigos, y ahora haciéndola cómplice de una masacre contra civiles desarmados. Con razón usted quería hace dos meses celebrar el 27 de febrero, esa fecha oscura y siniestra de nuestra vida democrática. Ya tiene usted su matanza, si es eso lo que le hacía falta a su currículum, la del 11 de abril (el 11-A), y puede festejarla en conjunto con Carlos Andrés Pérez, quien le entregó el sable que usted acaba de desenvainar cobardemente, sin dar la cara, desde las azoteas oficiales.
Dicen que la historia eleva o entierra a los hombres: a usted le ha reservado una fosa al lado de los mandatarios de Venezuela a los cuales se les menciona por sus atrocidades: bastó un día para que se le recuerde para siempre como el responsable de la masacre del 11 de abril. No es nada agradable pasar a la historia recordado no sólo por los familiares de las víctimas que usted mandó a matar, sino como el Presidente que resultó ser un vulgar matón de personas inocentes.
Mientras usted, Presidente, pretendía secuestrar la libertad de información, con una cadena inexplicable, en la cual trató de disimular inútilmente lo que ocurría a pocos metros de donde estaba hablando sin coordinación mental, el pueblo pacífico de Caracas era masacrado sin piedad, con decenas de muertos y heridos. A las víctimas del 4 de febrero, usted sumó la tarde de ayer otro balance trágico. Fueron los manifestantes que en disfrute de un derecho constitucional, se hicieron presentes para velar por la democracia y por la libertad de su país.
En la historia de las tortuosidades más primitivas de poder quedará registrada esa cadena, en la que usted permanecía impávido e indiferente, mientras un asistente le pasaba pequeñas notas informándolo de lo que sucedía en la calle. Quedará como un testimonio de su desprecio a la gente y al país. Usted pensó, erróneamente, que nadie se enteraría del episodio, pero una vez más cayó en sus propias redes. No sabía que, simultáneamente, la televisión trasmitía en la otra media pantalla las escenas más trágicas del desenlace de la marcha más impresionante y más multitudinaria que se vio nunca en Caracas.
Sus desmanes dictatoriales no se detuvieron allí. Ayer se le cayó su última máscara: decidió sacar del aire a los canales de televisión, Venevisión, Radio Caracas, Televen, CMT y Globovisión. Los amenazó con suspenderles sus licencias como si fuera el propietario del Estado, y como si Venezuela fuera una jungla. Usted no sólo ha violado las leyes venezolanas, sino que además viola (y no será impunemente) convenios internacionales del sistema hemisférico: se ha puesto al margen de la ley venezolana y al margen de la ley internacional.
La gigantesca marcha de ayer jueves tuvo como propósito reivindicar los derechos de la democracia venezolana, puesta en peligro por un régimen autocrático. Quienes marcharon de manera tan ejemplarmente pacífica, abogaban por el respeto a la gente de Petróleos de Venezuela, por el respeto a sus gerentes y trabajadores, y contra la politización de la gran corporación. Poseído por la soberbia y la inconsciencia, usted retó a todos los venezolanos, amenazó a toda la gente de PDVSA y se obstinó, hasta los últimos minutos, en mantener a la junta de incapaces que envió allá para tomar el ente petrolero.
Su obsesión le cuesta a Venezuela incalculables pérdidas morales y materiales; ha desacreditado a nuestro país como proveedor confiable y ha perturbado toda una industria vital para nuestro pueblo. Nunca se había visto en esta tierra tanta demencia.
La soberbia suya ha ensangrentado la ciudad de Caracas. En la cadena se mostró indiferente. Formulando promesas desordenadas, sin ton ni son, con el único propósito de engañar y ganar tiempo, mostró una vez más su total alejamiento de la realidad. Masacre como la de ayer tarde no se había visto jamás en esta ciudad. Nuestro pueblo está malherido. Nuestro pueblo exige que sus derechos sean respetados y que los culpables sean duramente castigados. La sangre de tantas víctimas clamará por siempre.
Editorial del Diario TalCual
Caracas, 12 de abril de 2002
Chao Hugo.
Con mucha pena, causada en decenas de hogares venezolanos, y sin ninguna gloria, se acabó el régimen de Hugo Chávez. El arrogante Hugo Cadena, que disfrutaba anunciando su retiro para el año 2021, ha sido derrocado apenas tres años después de su espectacular ascenso al poder en olor de multitudes y rodeado de la esperanzada expectativa de los venezolanos. Hasta el final vivió en el delirio que lo mató y su última acción de gobierno fue verdaderamente criminal. Esa cadena de la tarde de ayer, grotesca, realmente kafkiana, fue deliberadamente realizada para cubrir la información sobre la masacre que los matones y francotiradores de Bernal perpetraban. Dada la emboscada montada a la manifestación, es obvio que Chávez sabía perfectamente que mientras hablaba sus hombres estaban asesinando a mansalva a decenas de compatriotas. Fue una acción de infamia sin antecedentes en la historia contemporánea del país.
Culminaron así tres años francamente desastrosos, durante los cuales un demagogo incompetente, sin visión alguna de país, embaucó a los más pobres y humildes de nuestros compatriotas, jugando con su justificadísima ansia de justicia, manipulándola para construir un poder personal y personalista, barnizado con una retórica balurda supuestamente revolucionaria, que no hizo otra cosa que dividir al país en nombre de nada. Todo su discurso era aire, gas, puras pendejadas reiterativas, que se fueron desgastando irremediablemente, al calor de una gestión llena de improvisaciones y corrupción. Su peor enemigo fue él mismo. Hizo todo para caer. No hubo torpeza que no cometiera, error en que no incurriera. El propio Chacumbele.
Restañar las heridas que deja el chavezato no va a ser fácil, pero reconciliar a los venezolanos es una prioridad. Los problemas sociales del país son espantosos y los más pobres de nuestros compatriotas deben saber que su suerte estará en el centro de las políticas nacionales del inmediato futuro, para que sus desgracias no sirvan nunca más de pedestal a aventureros y demagogos.
Esta no es una hora de venganza sino de justicia. Los responsables de los asesinatos de ayer deben ser encontrados, para someterlos a juicio, comenzando por el propio Chávez. Los ladrones que acumularon fortunas obscenas, que saquearon el tesoro nacional, no pueden quedar impunes. Pero docenas de personas que de buena fe acompañaron a esta empresa demencial y que no tienen responsabilidad de sus disparates ni de sus robos, no tienen que pagar culpas de otros. Menos todavía puede pasarse factura a aquellos venezolanos que aun habiendo desempeñado cargos importantes en el gobierno, al apartarse de este contribuyeron significativamente a su erosión y descomposición.
Aquí no hay manera de resolver institucionalmente el cambio político habido. Vicepresidente, presidente de la Asamblea, presidente del Tribunal Supremo no sobreviven al colapso del chavezato. Esa línea de mando institucional murió con el régimen. Ya se verá como se resuelve el problema de las formas, pero la Junta de Gobierno tiene un único y fundamental cometido: conducir al pueblo venezolano a decidir prontamente el gobierno que se quiere dar para restablecer la continuidad democrática asentada en la voluntad popular. Porque a este pueblo maravilloso que somos nadie puede ni podrá arrebatarle su indomable voluntad de ser y permanecer libre por siempre.
Editorial de El Nacional
Caracas, 13 de abril de 2002
Retos y cómplices
La renuncia de Hugo Chávez a la Presidencia de la República ha sido un episodio de significación histórica, no sólo por las circunstancias en que se llevó a cabo sino por las posibilidades que se le abren a todos los venezolanos. Chávez tuvo el infortunio de malinterpretar sus funciones como jefe del Estado, y en lugar de actuar como representante de todos los sectores de la sociedad, se obstinó en dividir a los venezolanos. No tuvo éxito en sus prédicas, como fue demostrado el 11 de abril, cuando un gran río humano recorrió las grandes avenidas de la ciudad, desde el Parque del Este hasta el centro.
Sin embargo, tal vez sea prudente no desechar las posibilidades de que esa siembra de odios no haya dejado semillas que conviene prudentemente considerar. No para discriminar, sino para identificar los problemas que pudieran estimular los antagonismos sociales. En el país existe una situación de pobreza y de enormes dificultades de empleo, sanidad y educación, y atenderla es un compromiso ético y político de primera prioridad. Esto no se plantea sólo como consecuencia de la renuncia de Chávez a la Presidencia: como debe recordarse, ese fue el asunto central del acuerdo de gobernabilidad presentado al país por la CTV y Fedecámaras unas semanas atrás.
Afortunadamente, no se tiene que partir de cero. Varias instituciones se han venido preparando con seriedad y persistencia, a través de métodos multidisciplinarios, y existen proyectos y estudios que permiten ponerlos en práctica con la urgencia que todos compartimos. Esos proyectos pueden ser base o punto de partida para una acción del Estado, enriquecidos si fuere preciso por quienes a su vez han venido trabajando en el acuerdo de gobernabilidad.
Esta es una de las tareas que nos espera. Fue entendido así por la CTV y por Fedecámaras, y por todos los sectores que concurrieron en el gran acuerdo que se presentó al país y que fue descalificado por los chavistas, ocupados exclusivamente en robar el erario público y de disfrutar de las ventajas del poder de una manera grosera y ostentosa. No pocos de ellos salieron de la pobreza de la noche a la mañana, y se mudaron a lujosas viviendas en el este de la ciudad, compradas en dólares.
Desde luego que no habrían podido actuar con tal impunidad si los poderes públicos no hubieran sido reducidos a la sumisión y complicidad más abyectas. Nunca la Fiscalía o la Contraloría se habían arrodillado no sólo frente a un mediocre Presidente de la República como Chávez, sino ante cualquiera de sus empleados más cercanos, de la manera como hicieron estos dos funcionarios, indignos de la confianza que los venezolanos depositaron en ellos.
Ni qué decir, por supuesto, del Poder Electoral, verdadero mercado persa donde se compraban y vendían elecciones al mejor postor; ni del «defensor del puesto», que así ha terminado por ser calificado sarcásticamente el representante de esta nueva institución que tantas esperanzas, en su momento, levantó entre la población. De estas iniciativas apenas ha quedado el engaño y la frustración.
Ha hecho bien el nuevo presidente Pedro Carmona Estanga en prescindir, de un plumazo, de estos esperpentos institucionales, devaluados ética y moralmente por la escasa gallardía con que sus representantes ejercieron el cargo. Mención especial merece el fiscal, quien horas antes de caer Chávez, ya se proponía ante las cámaras de la televisión como su posible sucesor. Valga decir, no se había muerto el esposo y ya le quería proponer matrimonio a la viuda en ciernes.
A excepción de los chavistas, que son los únicos que justifican (o tratan de acusar cobardemente a otros) de la masacre del 11 de abril y que no les duele para nada la muerte de un reportero gráfico, a quien se le disparó sólo porque cargaba una cámara en sus manos y eso lo identificaba como periodista, el resto de Venezuela sabe qué clases de pillos ejercía el poder en este país.
Ahora vienen con el cuento cínico, tal como lo dijo ayer el fiscal, del «golpe militar» para ocultar la responsabilidad de Hugo Chávez, al ordenar a sus colaboradores que se disparara a mansalva contra mujeres, niños y jóvenes desarmados.
Los criminales son, según el representante del Ministerio Público, quienes marcharon pacíficamente por las calles de Caracas y no los francotiradores del gobierno que desde los edificios públicos, como lo demuestran los videos de la televisión, mataron con saña y alevosía a gente inocente. Esos asesinos tienen hoy sus cómplices entre nosotros. Eso es intolerable.