8 julio 2013 - Atilio Borón acaba de ganar la octava edición del Premio Libertador al Pensamiento Crítico que otorga el Gobierno venezolano. Lo hizo con su obra América Latina en la geopolítica del imperialismo. Pero este sociólogo y politólogo argentino también podría ganar –si existiera– un premio al pensamiento ácido, en especial cuando escribe artículos como uno de los más recientes en el que compara a Europa con la puta de Babilonia, por la actitud de los gobiernos que le negaron acceso a su espacio aéreo y sus aeropuertos al presidente de Bolivia Evo Morales. “Es un episodio bíblico –explica– y se refiere a una mujer que se prostituyó con los reyes de la Tierra”.
—Pese a todos los progresos, es obvio que en América Latina sigue existiendo una mentalidad proimperialista muy acendrada, al menos en sus estatus quo. Por ejemplo, la oligarquía colombiana habla de pensar en grande cuando se refiere a la posibilidad de integrarse a la OTAN. ¿Podrán las fuerzas progresistas superar el peso muerto de ese pensamiento reaccionario?
—Soy optimista al respecto. Creo que lentamente se ha logrado ir erosionando esa mentalidad proimperialista, colonial, que durante mucho tiempo caracterizó a la opinión pública y a la dirigencia política de América Latina. En ese sentido, pienso que es clave la gran misión que llevó a cabo el presidente Hugo Chávez, quien levantó las banderas que había enarbolado Fidel Castro en la década de los 60 y 70. El papel de Chávez fue fundamental porque, por diversas razones, la influencia de Cuba había decaído sensiblemente. Con el gobierno del presidente Chávez comienza a producirse un cambio significativo y ahora, sin caer en triunfalismos, podemos confiar en que, si seguimos trabajando a fondo, la visión antiimperialista se va a arraigar en América Latina. De hecho, creo que eso ya se aprecia. Por ejemplo, las opiniones con respecto a los presidentes norteamericanos antes eran mayoritariamente admirativas, las élites políticas latinoamericanas los presentaban como unos héroes. Ahora se aprecian unas posturas mucho más críticas.
—Frente a la integración latinoamericana-caribeña con enfoque antiimperialista, hay una respuesta de la derecha con un bloque comercial, la Alianza del Pacífico, que ha comenzado a cumplir funciones de contrapeso político a la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). ¿Cómo vislumbra usted el futuro de esa confrontación?
—Yo veo que la Alianza del Pacífico es fundamentalmente una alianza político-militar, aunque se le pretenda presentar como meramente económica. Su objetivo principal es erosionar el bloque de países suramericanos y específicamente la Unasur. Eso lo acabamos de ver en la reunión de Cochabamba, pues no participó ninguno de los presidentes de los tres países de la Alianza (Colombia, Perú y Chile, que son miembros, junto a Costa Rica y México). La ausencia de Perú tiene un agravante y es que ese país desempeña la presidencia pro témpore de la Unasur y, por tanto, debió ser quien convocara la reunión para discutir el caso de la violación a los derechos del presidente Evo Morales. Ollanta Humala no ejerció su rol de presidente temporal de la Unasur y cometió con ello una gravísima transgresión. Quedó demostrado que su visión de los asuntos internacionales está subordinada a Washington. Lo que debió ser una cumbre de presidentes de la Unasur se convirtió en apenas un encuentro de algunos presidentes. Esto habla de la influencia perniciosa que la Alianza del Pacífico ejerce sobre los procesos de integración de América Latina. Estados Unidos no tolera esa integración, la considera lesiva para sus intereses nacionales. La reunión de Cochabamba fue saboteada por Washington a través de sus aliados en la región, tal como lo denunció, con otras palabras, el presidente ecuatoriano Rafael Correa. Él se refería principalmente a Humala, que estaba apenas a una hora de vuelo de Cochabamba, porque el presidente de Colombia, (Juan Manuel) Santos, tenía la excusa de que se encontraba en Suiza. La lógica de la Alianza del Pacífico es debilitar la integración de los pueblos latinoamericanos y Humala cumplió con la orden directa de Washington. En cuanto a (Sebastián) Piñera (presidente de Chile) no hay mucho que decir: él siempre obedece las órdenes de Washington y nada más.
—¿El episodio del avión presidencial boliviano es una advertencia acerca de hasta dónde están dispuestas a llegar las fuerzas imperiales para demostrar quién manda en el mundo?
—Sí, es un mensaje mafioso, porque muy bien pudieron negarle el plan de vuelo al avión del presidente Morales, pero lo dejaron despegar para luego poner en peligro la seguridad de esa nave. Una cosa es que a usted le adviertan en tierra que no lo van a dejar pasar por el espacio aéreo de un país y otra, muy distinta, es que lo hagan cuando ya está en el aire y se está quedando sin combustible. Eso demuestra el grado de la preocupación que tiene EEUU de que el señor Edward Snowden cuente todas las fechorías, crímenes, tropelías y delitos cometidos por la Agencia de Seguridad Nacional. Por eso les dio la orden a las naciones de Europa de tratar así a Evo Morales, causando una crisis internacional mayúscula, aunque hay que decir que el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, no se ha dado por enterado y no hizo ninguna declaración. Ese señor solo actúa cuando la Casa Blanca se lo ordena. En este caso le dijeron que se quedara callado ante una violación brutal de la soberanía.
—¿Qué importancia le otorga actualmente la élite de Estados Unidos a América Latina? ¿La tesis del patio trasero ha cambiado o se mantiene?
—Tienen un concepto muy complicado, una mezcla de desprecio hacia nosotros y una irresistible atracción por nuestros recursos naturales. Por una parte, nos consideran racial y moralmente inferiores. Aunque se cuiden de decirlo, lo demuestran con su comportamiento. Prevalece la tesis del patio trasero, algo feo, sucio, que es preferible que nadie lo vea. Claro, que esta es la visión de la élite estadounidense, no la del pueblo, que en última instancia es también víctima de la explotación de esas élites. El Comandante Chávez siempre insistió en que hay que diferenciar entre pueblo y gobierno. El salario mínimo de un trabajador de EEUU es hoy igual al de 1979, hace 34 años que no se aumenta, mientras la clase dominante se ha enriquecido como nunca. Esos trabajadores son aliados nuestros porque son un pueblo explotado por la misma burguesía que explota al resto del mundo y que si hubiera vida en Marte, también se las arreglarían para explotar a los marcianos. En suma, nos desprecian, pero saben que la mayor reserva petrolera del mundo está en Venezuela, y que 80% del litio, un mineral estratégico para las telecomunicaciones, está en América Latina; y que la mitad de la biodiversidad y del agua dulce está en América Latina.
NO AL PACHAMAMISMO
—Usted dice que en América Latina hay un debate entre pachamamismo y extractivismo. ¿Cuál de los países cree usted que ha manejado mejor el balance?
—Es difícil decirlo, aunque creo que Venezuela, Ecuador y Bolivia han hecho un gran esfuerzo por lograr un justo punto de equilibrio entre la defensa de la madre tierra (el pachamamismo), de los recursos naturales y la necesidad que tenemos de aprovechar esos recursos. El pachamamismo, en sus versiones más extremas, nos lleva de vuelta a la época de las cavernas, porque tendríamos que dejar de producir electricidad y de construir casas de ladrillo, por ejemplo. Es un planteo que no tiene ninguna seriedad, algo retórico, efectista, que no enfrenta los problemas reales. Tenemos casos como el de Ecuador, cuya población se duplica cada 25 años y si no aprovecha los recursos de manera responsable y prudente, condena a esa población a vivir en peores condiciones que las actuales. Lo mismo pasa con Venezuela, que en 30 años tendrá más de 50 millones de habitantes y si no se hace un uso racional de los recursos naturales, esa población estará sentenciada de antemano. Yo rechazo la división que algunos compañeros de la corriente pachamamista pretenden establecer entre la naturaleza y la sociedad. Yo creo que la sociedad humana forma parte de la naturaleza y la salvación de la naturaleza debe incluir la preservación de la sociedad humana. A veces se plantea un debate muy injusto. Dicen que los gobiernos de Ecuador, Bolivia y Venezuela son hipócritas porque hablan de revolución, pero siguen explotando el petróleo, el gas, el litio… ¿Pero, qué quieren que hagan, cómo atender los problemas de la gente más pobre sin tocar esos recursos? Lo que se debe hacer es evitar la explotación capitalista, que es predatoria y derrochadora, pero se pueden aprovechar los recursos para que la población viva mejor.
LOS ENOJADOS BRASILEÑOS
—En su afán de control global, la élite hegemónica ha creado nuevos mecanismos de supresión de gobiernos y liderazgos nacionalistas, antiimperialistas, contrahegemónicos. Uno de ellos es atizar rebeliones populares que comienzan en las capas medias y luego toman cuerpo entre los pobres. Visto lo ocurrido en Brasil, ¿corren los gobiernos de izquierda de Latinoamérica el riesgo de ser derrocados por sus propios pueblos?
—Lo de Brasil no es algo asimilable con otras protestas, como por ejemplo las que ha habido en Argentina contra el gobierno de Cristina. En primer lugar porque la composición racial de los manifestantes evidenciaba la presencia importante de sectores populares. No es gente que quiera una vuelta a la derecha y el neoliberalismo, sino que estaban realmente muy enojados por el hecho de que los grandes beneficiarios de la gestión macroeconómica de los gobiernos tanto de Lula (Da Silva) como de Dilma (Rousseff), han sido los bancos. Esto lo dijo el propio Lula, cuando lamentó que el esfuerzo para que millones de personas salieran de la pobreza haya significado también el enriquecimiento brutal de los bancos. Bueno, pues esa gente que ahora tiene una situación un poquito mejor, ve cómo la mitad del presupuesto nacional va al servicio de la deuda pública y enormes porciones se están gastando en los Juegos Olímpicos y la Copa del Mundo. Eso produjo una oleada de indignación que de alguna manera significa el inicio de un nuevo ciclo de luchas populares. Pero esas luchas no tendrán como objetivo derrocar al gobierno de Dilma, sino instarla a que avance por una vía más radical en cuanto a la redistribución del ingreso, más control estatal sobre la actividad económica, es decir, por una vía más parecida al fenómeno chavista que a los gobiernos neoliberales.
Contra el consumismo, educación
Educación. Tal es la medicina que Atilio Borón recomienda para el virus de la mentalidad capitalista que, a su juicio, afecta muy especialmente a Venezuela.
El intelectual argentino ha estado varias veces en el país y ha podido comprobar el conflicto existente entre las ideas socialistas y nuestra tendencia al individualismo, el egoísmo y el consumismo exacerbado.
“Eso se resuelve en un proceso de largo plazo, basado en un intenso esfuerzo de educación popular -puntualiza-. Venezuela es un país que ha estado sometido brutalmente a la hegemonía cultural del imperialismo norteamericano. Yo diría que más que ningún otro y eso no se puede cambiar de la noche a la mañana, se debe hacer lentamente, enseñándole a la gente por qué el consumismo es, en realidad, un vicio y genera contradicciones que perjudican a toda la sociedad”.
Borón cierra su reflexión en tono anecdótico: “He visto en Caracas a compañeros que son genuinos revolucionarios, pero están obsesionados por cambiar de teléfono celular cada seis meses y eso demuestra lo acendrada que está la cultura del consumismo, incluso en cuadros revolucionarios. Eso es comprensible porque ha habido, desde hace al menos cien años, un proceso de adoctrinamiento mercantilista que promueve el consumo desenfrenado. La salida es la educación de las clases populares… porque en el caso de esos a los que Chávez llamaba los pitiyanquis, no hay nada que hacer, esos son irrecuperables”.
¡Peligro!, imperio en decadencia
Con una licenciatura en Sociología de la Universidad Católica de Buenos Aires, un máster en Ciencias Políticas por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, de Santiago de Chile, y un doctorado, también en Ciencias Políticas, por la Universidad de Harvard, Estados Unidos, Atilio Borón ya tendría autoridad suficiente para opinar. Pero más allá de sus títulos, lo autoriza su vida, porque ha sido un hombre consecuente con sus ideas, que debió vivir en el exilio, en México, entre 1976 y 1984, la noche más oscura de su Argentina.
Con el surgimiento de liderazgos y procesos de avanzada en la América Latina del siglo XXI, Borón salió del claustro de la Universidad de Buenos Aires, donde es profesor titular, para participar activamente en los principales debates de este tiempo, entre ellos la situación y perspectivas de las fuerzas imperiales aquí y ahora.
-Solía decir el presidente Chávez que el imperialismo estadounidense está ya en declive y que en este siglo se registrará su desaparición. ¿Usted qué cree?
-Chávez tenía razón. En mi libro demuestro cómo ha habido una decadencia irreversible del imperialismo norteamericano. Pero, claro, eso no significa que se vaya a acabar en pocos años ni que el proceso vaya a ser pacífico. Sostengo la tesis de que los imperios se vuelven más violentos en la fase de decadencia. El imperio francés nunca fue tan sanguinario como cuando libró su última gran guerra, en Argelia; el imperio británico nunca fue tan sanguinario como cuando tuvo que combatir a los nacionalistas de la India; el imperio español nunca fue tan sanguinario como cuando intentó impedir la independencia de sus colonias americanas. En su fase de declinación, todos los imperios se vuelven más virulentos y EEUU no será la excepción.