10 de enero de 2018.- El mes de enero de este nuevo año 2018 no fue recibido con el entusiasmo de otrora, y es que en el país caribeño, lamentablemente, se vive lo que se denomina hiperinflación. Los venezolanos han tenido que hacer milagros para poder alimentarse. Ya en diciembre, muchos eran los comentarios que se escuchaban en la calle sobre la incertidumbre que significa pensar qué llevar de comida en enero a sus familias “cuando se acabara el aguinaldo y la confusión del mes de diciembre”.
La triste noticia del vigésimo aumento de salario desde que Maduro es Presidente
El último día del difícil año 2017, el Presidente de la República, Nicolás Maduro, anunció el aumento de 40% del salario mínimo junto a un incremento a 61 unidades tributarias en la base de cálculo del bono de alimentación. La noticia fue recibida con preocupación y desdén por muchos de los que viven únicamente de su trabajo “No es que uno no necesite ganar más, pero aquí lo que hace falta es que se controle el aumento de los precios de alimentos, medicinas, ropa, vestidos. Es inaguantable la situación. Comprar los alimentos se ha hecho imposible. Un cartón de huevos es mucho más caro que el salario mínimo anterior. Aun no hemos cobrado el primer aumento de este nuevo salario y ya uno sabe que es insignificante. Aquí tenemos una hiperinflación de más de 2.600% no sé cómo vamos a hacer. Yo, en mi caso, compré el sábado en una feria de hortalizas baratas y me bandeo con las caraotas que había guardado. Carne, no puedo comprar; pollo, mucho menos. Estoy comiendo papa con caraotas. Así de simple y pensar que todavía me falta para la quincena que con aumento y todo no me llega a los 150.000 Bs”, cuenta su testimonio Yubitza Maldonado, secretaria en una escuela dependiente del Ministerio de Educación.
En este sentido, varios economistas han explicado que el aumento salarial es solo nominal, es decir que aumenta la cantidad de bolívares que se reciben por el trabajo, pero disminuye de manera considerable los bienes y servicios que se pueden adquirir con el salario.
“Yo he comprado comida haciendo milagros. Con el aguinaldo mío y con los (aguinaldos) de mi mujer. Con unos trabajitos que hice por ahí. Todo lo que he hecho de dinero es para la comida. A mi comunidad no llegó el pernil. Yo no esperaba el pernil para la cena navideña, lo esperaba para resolver algo de proteínas en enero. Aunque sea comiendo cochino. Enero lo he resuelto con yuca, papa, granos. Yo me pregunto qué sentirá la gente del gobierno cuando tienen a gran parte de su pueblo viviendo de esta manera. Yo también me quiero ir de este país, pero con qué plata me voy, no tengo ni para el pasaje por tierra”. Este testimonio lo presenta en el primer grupo focal de este año, Elvis Trejo, trabajador de la administración pública y habitante de la parroquia Sucre de Caracas.
Carnet de la Patria y bonos del gobierno: Apartheid político
Algunos analistas ya han calificado la política clientelar que lleva a cabo el gobierno del Presidente Maduro como apartheid político, basado en el hecho de que solo dirige sus esfuerzos a sus “adeptos” a través del carnet de la patria. Asimismo mantiene una política clientelar en medio de una crisis sin precedentes. Más allá de las bolsas del CLAP que ofrecen a precios “solidarios” y los aumentos salariales, las cuentas no dan. Cada uno de estas “decisiones” lo que tratan de esconder es un terrible drama social. Este es un reparto sin contraprestación de servicio. Lo que se ha impuesto es simplemente el hecho del pago por el voto, el pago por el silencio. Es una forma de repartir las migajas por las cuales el gobierno pretenden controlar a quienes posean el carnet. Es el instrumento de una nueva forma de control social de visos claramente totalitaristas. Las preguntas que saltan cada vez que el gobierno “reparte” sus dádivas son: ¿Cuál es el fundamento legal del uso del carnet y de los “beneficios” que de él se obtienen? ¿Qué partida presupuestaria respalda esta política? ¿Dónde, cuándo y por quiénes fue aprobada? ¿Cómo se hace en medio de esta crisis para mantener esa política clientelar? ¿Cuándo, entonces, se hará la urgente y necesaria inversión social, la importación de alimentos, medicinas y bienes básicos para la totalidad de la población venezolana?
“Yo nunca había comido tanta yuca en mi vida. Es más, yuca con grano es algo que no pega. Pero algo tenemos que comer. Uno hace la yuca en puré, en arepas de yuca, pero el problema es que no se puede comprar la proteína. Cuando compro huevos los estiramos con los pocos vegetales que uno puede comprar: chayota, calabacín, berenjena y ese tipo de alimentos. La cosa está que arde. Yo no quiero al gobierno, pero sin embargo me han dado los bonos del carnet de la patria. Por donde vivo me hago el que estoy con el gobierno, pero en el fondo es una humillación. Por supuesto que los 500 mil no alcanzan, pero yo con eso y la bolsa del CLAP he resuelto parte de la comida que le debo llevar a mi familia a la mesa. Mi hija mayor que estaba en la universidad se tuvo que salir para trabajar y ayudar en la casa. Eso me tiene frustrado. Cuando me dieron el bono fue que pude comprar un poco de pollo porque uno extraña comer con su pedazo de pollo, de carne o de pescado. Aquí el que no está enchufado o no tiene un familiar afuera que mande algo de plata está más que jodido. En diciembre pensábamos "qué va a pasar con nosotros en enero". Somos un país empobrecido por un gobierno que pretende seguir en el poder”, esta afirmación la hace Juan Pérez, nombre ficticio porque pidió estar en el anonimato por temor a represalias.
Comer: la preocupación que más ocupa al venezolano actual
No es extraño escuchar que el tema que más se escucha entre los venezolanos es el referido a la situación en general, pero con más hincapié en el tema de los alimentos, tanto por la dificultad por conseguirlos, como por el alto costo de los mismos. Una de las salidas ha sido que un familiar que esté fuera envíe dinero como pueda para que su familia pueda, por lo menos, comer tres veces al día. Muchos han tenido que reducir la cantidad de comida que consumen o, simplemente cambiar drásticamente su patrón alimentario. Lo cierto es, que la venta de la fuerza de trabajo en la República Bolivariana no alcanza para llevar el plato a la mesa tres veces al día.
"Nosotros en mi casa somos tres: mi mamá (que tiene una pensión), mi hijo de cuatro años y yo que soy maestra y trabajo en dos lugares. Estamos comiendo porque mi esposo está en Chile trabajando y nos manda dinero desde allá, si no, no sé cómo estaríamos haciendo. A veces uno piensa que por esta crisis la familia se ha dispersado. A veces pienso en que tendré que irme a Chile para poder vivir con mi esposo y mi hijo como corresponde, pero también pienso ¿ con quien se queda mi mamá? ¿Qué voy a trabajar allá? Yo no quiero trabajar limpiando pisos después que aquí tengo mi profesión y una vida como maestra. Así que estoy en tres y dos“. Nos manifestó Verónica Berbesí, maestra de 36 años de edad.
“Trabajé toda la vida como enfermera, por eso hoy tengo mi pensión del seguro social y dos jubilaciones, mi esposo una jubilación y una pensión, pero estamos enfermos. Comemos por dos razones fundamentales: una, es que hemos priorizado el tema de los alimentos por encima al de las medicinas; la otra, simplemente porque comemos menos, todo contado. Hemos bajado de peso muchísimo. Comemos menos proteínas, menos de todo. Hasta la manera de cocinar ha cambiado porque ahora yo no aliño los granos, le hecho un polvo maggie y ya. No puedo comprar ajo, ají, pimentón…simplemente no puedo”. Dice con tristeza Nancy Marcano, enfermera jubilada de 73 años de edad.
“En mi casa estamos haciendo lo siguiente: le damos desayuno a los niños que son dos. Allí nos la arreglamos pero ellos sí desayunan. Nosotros no, con suerte solo a veces, tomamos café sin azúcar. Lo que hacemos es almorzar. Allí hacemos milagros: granos, arroz (cuando hay), yuca y papa. La cena es una especie de feria de la yuca. Solo comemos arepas cuando nos viene la bolsa del CLAP. Con eso es que nos ayudamos y les damos leche a los niños. La verdad es que me la paso con dolor de cabeza, creo que es el hambre. Ya estoy demasiado delgada. Los papeles se invirtieron: cuando veo a una gordita me da como envidia (risas)”. Así lo cuenta Magaly Verdú, comerciante de 32 años.
La sociedad del “rebusque”
La imposibilidad de adquirir los productos de la canasta alimentaria con el salario ha hecho que muchas personas busquen otro empleo o, simplemente, busquen otros ingresos con actividades informales. La explosión de la masa monetaria en circulación, sumada a la reducción de los bienes en el mercado que ha traído la caída de la producción e importación, provoca un desequilibrio entre la abundancia de dinero nominal y la escasez de productos, que ejerce presión sobre los precios y destruye el poder de compra de los ciudadanos.
“Aquí en Caracas, como sea, uno consigue, se rebusca, hace un trueque, estira la platica, come dos veces nada más…. ¿Será que el gobierno no piensa en el pueblo?. Ellos están gordos y nosotros flacos, bajando cada vez más de peso. La verdad es que esto es tan insoportable que a veces pienso en agarrar un autobús e irme a trabajar a otro país para poder mandarle a mi familia. Yo hago de todo, trabajo y me rebusco. A nada le digo que no, porque el sueldo no me alcanza”. Tal es el testimonio de Edwin Pinto, de 43 años de edad.
“En mi casa se come porque yo soy una mujer guerrera. Compro auyama que da miedo y hago una olla de crema de auyama o compro pata de pollo con alguna verdura y hago una sopa con un poquito de monte y con lo que consiga por ahí. Si compro pollo, lo haga desmechado con calabacín y con lo que encuentre y con el carapacho hago sopa. Sopa, verdura, granos. Ligo la harina de maíz con yuca y hago bollos o arepas. Estiro la bolsa del CLAP, que no me alcanza más de una semana y eso que somos cuatro nada más. Yo hago milagros, vengo de cocinar toda la vida y de una familia bien pobre, por eso es que sé cómo hacer para que los míos coman y se alimenten. Por supuesto entre mi esposo, mi hija y yo tenemos cuatro salarios mínimos, porque mi esposo buscó un trabajo de noche para poder redondear el sueldo. Yo vendo hielo y cigarros en la casa, aparte de mi trabajo para poder redondear también. Eso sí, para que te voy a mentir. No salgo ni a la playa, ni me divierto, ni nada. La verdad es que ando aburrida de esta monotonía de resolver la comida” nos cuenta Zulay Lucena de 44 años de edad.