Me enteré del caso porque tengo una camioneta Cherokee Limite modelo 93 y como ustedes pueden ver, ya tiene una edad avanzada. Aunque se conserva bien, sus 18 años de uso me han hecho visitar algunos establecimientos de piezas y partes para vehículos ubicados a lo largo y ancho de la ciudad.
Un amigo al referirse a los carros viejos decía: “Llega el momento en que uno sin ser mecánico sabe de qué se dañan. Algo así como las madres y sus hijos recién nacidos. Los bebés no hablan, pero ellas los entienden perfectamente apenas les escuchan el llanto”.
“Y fieles como no tienen idea”, comentaba. “Yo me la paso quedado en mi Malibucito, pero subo a una novia nueva y me puedo ir hasta China que no se queja por nada; de regreso a casa de pronto y se apaga frente a mi mujer abriéndome la puerta, pero delante de la hembra ¡jamás!, es todo un varón”.
Ahora, pensando en la camioneta creo que mi amigo tiene razón, con la diferencia de que mi vieja Cherokee pareciera que me hubiese cogido odio; se ha puesto como las mujeres “cuaimas”, no puede escuchar hablar de dinero, porque al otro día no quiere prender y hay que gastarle plata “y sin haber de dónde”, como decía mi abuela.
Pero lo cierto es que en estos días me vi en la necesidad de acudir a una venta de repuestos, y al entrar un hombre compraba un collarín, presentaba como muestra el deteriorado y suministraba las características de su carro.
El vendedor sale seguro de que tiene el reemplazo. Va revisa y regresa con la pieza. Saca el collarín de la caja, lo levanta, lo observa detalladamente y lo compara con el averiado del comprador.
-Este es, dice sin necesidad de usar el vernier
-Cuánto vale?, pregunta el cliente.
-Son 700.
- ¡¿700?! ¡¿Cómo?! ¡Preguntaba por el que no está enchapado en oro!
-700 bolos, confirma el vendedor.
El hombre bajó la cabeza en medio de un balbuceo y se pasó las manos por la cabeza sin siquiera escatimar en que destilaban aceite. Miró al vendedor con el cabello apelmazado y brillante y dijo: “chico este collarín que te traigo de muestra es nuevo, no tiene un mes de montado y ya se dañó, fíjate como tiene la pinturita. Perdí la obra de mano del mecánico y lo que me costó. Ya llevo de gasto 2 mil bolos y el carro sigue para’o”.
“Voy a ver qué puedo hacer por vos”, dijo el vendedor y se plantó frente a una computadora y comenzó a teclear.
El cliente aprovechó para tomar su cartera y contar el dinero, luego se metió la mano derecha en el pantalón y extrajo unos billeticos de cinco y de dos arrugaditos. Con la otra revisó entonces el izquierdo con tanto afán que al halarla el bolsillo le quedó volteado y colgando, sin embargo, al piso no cayó ni polvo.
Después de practicarse una severa requisa, se colocó la cartera en la axila izquierda para sujetarla con el brazo mientras ordenaba y contaba los billetes. En eso se escuchó la voz del vendedor: “te lo dejo en 500 pues, no puedo hacer más nada”.
“¡Dale!”, asintió el comprador.
Un gesto verdaderamente humano del vendedor, pero más allá del agradecimiento, no podemos obviar el hecho de que si el collarín se podía expender en 500 y no en 700, 200 Bsf. menos, qué porcentaje le estaban aplicando inicialmente al repuesto, porque todavía con la rebaja debió tener buena ganancia, más cuando los venezolanos sabemos que en este país, comerciante bobo se muere chiquito.
La
ventas de repuestos automotrices son, verdaderamente, un caso para el
rigor y la justicia del Gobierno revolucionario.