Parafraseando al celebre cineasta, Luis Buñuel, quien realizó la obra
cinematográfica “E discreto encanto de la burguesía” para demostrar el
vacío e intrascendencia de las costumbres y veleidades burguesas,
podemos afirmar que para los dirigentes de Primero Justicia en su
afanosa carrera por el enriquecimiento rápido la corrupción se ha
convertido en una virtud que esconde un discreto encanto.
La mejor demostración de esta veleidad justiciera la pudimos ver la
semana pasada cuando la desvencijada MUD, liderizada por Primero
Justicia, convocó a los medios de comunicación para ofrecer una
explicación sobre las andanzas del último héroe de la corrupción,
Richard Mardo, quien fue presentado como un ardoroso paladín de la
justicia y la caridad.
No fue necesario estar cerca para apreciar la escena. Gracias a la
acuciosa transmisión de globovisión, Venezuela pudo ver a Richard
Mardo convertido en un quijote de la caridad pública. Ante las
contundentes evidencias de las acusaciones presentadas en su contra,
este ciudadano (rodeado de dirigentes de la MUD y Primero Justicia)
explicó que todos los recursos que recibía de empresarios y
contratistas los utiliza para resolver problemas de la gente. La
caridad justifica la corrupción y en Primero Justicia solo hay
corruptos bondadosos fue el mensaje de fondo. Igual que los capos de
los carteles de la droga en Colombia.
Esta conducta es reiterada, anteriormente un señor empresario admitió
públicamente que “si especulamos, pero damos empleo…”. Otro apareció
en amena conversación extorsionando a un empresario y hoy se sienta en
la Asamblea nacional como representante popular. Lo peligroso es que
los órganos de justicia no han aplicado las sanciones de rigor y la
gente comienza a sospechar que la impunidad tiene muchos tentáculos.
Tampoco es necesario estar cerca para percibir la convergencia de
negociados, tráfico y procedimientos indecorosos que se mueven en esa
densa madeja de intereses indecorosos que se conoce como Primero
Justicia, una organización con una filosofía de derecha que está
desplazando organizaciones tradicionales para liderizar la oposición.
En esa madeja de complicidades de todo género está el discreto encanto
de la corrupción.
El tratamiento de la corrupción sirve para medir el grado de madurez
política de cada país. En Venezuela el pueblo se ha percatado del
rostro indecente de Primero Justicia y la MUD, no hay reunión social o
familiar que no tenga este tema como parte de la conversación y al
abogar por castigo para los culpables surge la interrogante: ¿Qué
pasará si no se toman decisiones ejemplarizantes? y la gente recuerda
la predica del Comandante Chávez: “Es necesario castigar la corrupción
caiga quien caiga”.
Este caso debe trascender el escándalo público y servir para
demostrar que la corrupción es una conducta que se corresponde con la
ética de un modelo de acumulación de capital que languidece, pero se
resiste a morir. Esa conducta debemos combatirla sin tregua en todos
los terrenos para poder avanzar hacía un nuevo modo de producción que
determine nuevas relaciones sociales de producción.
A nadie sorprende cuando estos personajes aparecen convertidos en
profetas de salón con cartelitos que anuncian mentiras y otros,
sudorosos e histéricos, denunciando corrupción. Inmediatamente, la
gente lo asocia con el ladrón perseguido que grita “allá va el
ladrón…” para confundir a los transeúntes y despistar al perseguidor.
Ya la gente sabe que Primero Justicia se ha convertido en una especie
de cofradía de cleptócratas por ser una organización que nació de la
corrupción y el comportamiento de sus dirigentes demuestra que su gran
sueño es asaltar el poder para saquear el erario público.
Nos reconforta saber que este caso puede servir para que el pueblo
trabajador se apropie, definitivamente, del rostro indecente y conozca
el comportamiento degradado de los proto-hombres de la oposición y la
empresa privada que dictan cátedra desde el podio de su insania moral.
Sanciones ejemplarizantes harán que florezca la risa brava de la
Venezuela decente… de lo contrario estimularemos el escepticismo.
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