Son muchos los indicadores que nos señalan la posible pérdida del efecto sorpresa en el venezolano de nuestros tiempos. Tanto daño ha causado el amarillismo periodístico y la impunidad en nuestros compatriotas que tales escándalos se asumen como normales...o casi normales.
El diario deja de vender si su última página no está ensangrentada. En consecuencia, es normal ver en los diarios locales, por ejemplo, noticias de accidentes, fallecidos, atracos, secuestros o delitos que ocurren en otros estados y ciudades, si en su sede no ha ocurrido absolutamente nada. No es exagerada la angustia de algún director de diario o jefe de la última página que no termina de cerrar la edición en espera de los muertos o del accidente del día. “¡Dios mío, ni un muertico!”, parece ser la exclamación rutinaria en esos pasillos a la hora de ordenar la impresión.
El diarismo, la tv y la comunicación tradicional sembraron vientos y ahora cosechamos una tempestad que se traduce en violencia. La costumbre se hizo ley. Primera página para la politiquería y última para los muertos y accidentes. Los avances y éxitos deportivos, culturales, investigativos, y sociales son relegadas a breves notas. Dogmatismo comunicacional. Ley del mercado. El mundo patas arriba. Tanto han realzado el antivalor que lo convirtieron en sencilla y llana normalidad.
Todo lo anterior como marco para afirmar que el venezolano de hoy no se sorprende ni se impacta, cuando nuestros funcionarios aparecen desde un inmenso galpón repleto de leche en polvo, papel toalé, aceite, arroz, azúcar y otros productos de la dieta básica, informando en vivo y en directo el sensacional hallazgo.
Aunque la esperanza es lo último que se pierde, y nosotros jamás la hemos perdido, todo parece indicar que a pesar del inmenso esfuerzo que pudiera estar haciendo el Presidente Maduro y todo el alto gobierno, estamos en presencia de una transversalidad entre quienes quieren hacer justicia y defender al pueblo y otros intereses, contradicciones, vicios, componendas, deslealtades y pare de contar.
La viveza mal entendida. La picardía tergirversada. El oportunismo en esencia y el avance desmesurado de los antivalores. La ganancia enfermiza para quienes el enriquecimiento económico es éxtasis terrenal. Son los que todo lo acaparan y todo lo pretenden secuestrar. ¡Cuidado con nuestros sueños!
Entonces, la guerra es contra la antiética y la desenfrenada voracidad capitalista. La guerra es contra el funcionario que decidió hacerse el loco frente al delito y le está haciendo tremendo daño a los pininos de la Revolución Bolivariana. La guerra es para apoyar a quienes están actuando honestamente. No bastará la noticia de descubrir galpones y más galpones llenos de alimentos, donde no se encuentra ni el vigilante, si en el día a día de nuestros ciudadanos los inescrupulosos del sobreprecio le asaltan su salario y le hacen pesada la vida. Vaya usted a saber, quién es el gato y el ratón, en este campo minado.