Son 11 años de control de cambio en nuestro país en el marco del proceso revolucionario. Esta medida nace, después del golpe de Estado y el genocida paro petrolero aplicado por la oposición venezolana junto a interés trasnacionales, como una política pública que impediría la fuga de capitales y permitiría aumentar las reservas internacionales, además de impedir la inflación de los precios de los productos de consumo masivo de nuestro país.
Efectivamente todo esto se logró en los primeros 7 años, con altos y bajos. Pero en los últimos 4, y aún más en los últimos 2 años, los objetivos para lo cual se estable el control de cambio no se han logrado. Ante esto, las visiones neoliberales, dentro y fuera del gobierno, así como las opositoras han iniciado una campaña de ataque, no a las causas estructurales de la actual situación económica del país, sino al “control de cambio” como si per se fuese un instrumento “del demonio” que ha pervertido y deformado a la economía venezolana.
El “control” por parte del Estado es la esencia de cualquier Estado moderno, sea liberal o no, ya que excepto los “anarquistas”, toda la teoría política gira en torno a como hacer un Estado más eficiente, y eso pasa por reconocer el rol del Estado, así sea un Estado mínimo, como un ente con capacidad y deber de intervenir en los asuntos políticos, sociales y económicos de un país. Por tanto, la satanización a los controles es un contrasentido de aquellos que aseguran defender la necesidad de un Estado eficiente. “El problema no es del niño llorón sino de la mamá que lo pellizca”, dice parte del refranero popular, entonces: el problema no es el control de cambio, sino el gobierno que es ineficiente y corrupto en aplicarlo.
En Venezuela, el sector privado es parásito, y esto no lo afirmo por pretender descalificar a la burguesía venezolana, es una realidad concreta. Sólo el 2% de las divisas del país las produce el sector privado, y para aquellos que gustan afirmar que esto es culpa del control de cambio, les recomiendo que chequeen el histórico de la participación del sector privado en la generación de divisas para el país.
Es el petróleo, cuya industria está nacionalizada desde 1976, la que produce el 98% de las divisas del país. Todos los dólares que se utilizan para importar los alimentos, vestidos, calzados, etc. Y que los burgueses y “grandes empresarios” usan, los ha producido el Estado.
Entonces, con una situación de amplia vulnerabilidad como lo es la dependencia, producto de la amplia capacidad de la burguesía venezolana de ser dueños de los medios de producción pero de no ser capaces, ayer y hoy, de ponerlos a producir para el desarrollo del país, ¿Tiene algún sentido tomar las divisas de todos los venezolanos y entregárselas a quienes han demostrado no saberlas utilizar? Parece que no.
Pero por otro lado, quien tiene el legítimo derecho de disponer de las divisas ya que las produce, el Estado, con una fuga de capitales calculada en 160 mil millones de dólares en 11 años de control de cambio, con la denuncia de una estafa incalculable en el año 2012 en el proceso de asignación de divisas a través del Sitme y Cadivi, y que aún hoy, según denuncia de Marea Socialista y Punta de Lanza, sigue pero ahora en Cencoex, ¿Será capaz de administrar correctamente las divisas de nuestro país? Parece que la respuesta es: tampoco.
Pero, ¿El problema es el control de cambio, o es la ineptitud de quienes deben garantizar que se aplica de manera correcta, pulcra y transparente? ¿Qué podemos hacer?
Estoy seguro que debemos empezar por el principio: exterminar la impunidad a través de una auditoria pública con expertos no gubernamentales ni privados, incluso con trayectoria internacional si es posible, apoyados por comisiones del Poder Popular y de la contraloría social, que nos digan que fue lo que pasó con los dólares asignados que hoy no se ven reflejados en la calidad de vida de los venezolanos y con base en los resultados y bajo el Estado de Derecho, sancionar de manera ejemplarizante a todos los responsable, incluso incautando sus capitales mal habidos.
Por otra parte, necesitamos no un “sacudón” sino un “golpe de timón” en los equipos y la dirigencia política, que no sólo tengan buenas intenciones, sino que tengan capacidad real de ser eficientes y eficaces en la formulación y aplicación de políticas públicas en el control de cambio y en todo lo demás que hoy nos afecta concretamente, sólo hace falta una real voluntad política y un proyecto claro.