El alza del costo de la vida

El alza de los precios y la baja de los salarios es una evidente contradicción. Se exige constantemente mejores sueldos y salarios y los bienes de consumo y servicios en general se encarecen. He aquí la falta de armonización entre el capital y el trabajo que trae como consecuencia el aumento de los déficits de nuestra producción.

Las estadísticas son elocuentes en el particular y el dinero que fluye de las arcas del Tesoro nacional y va a manos de la burocracia, reconcentra un poder monetario en grupos de personas que se apartan de la actividad constructiva para vegetar ante el menor esfuerzo pero con mayor ingreso a percibir. Esta desarticulación del trabajo establece una competencia imposible de mantener por la especulación fuera de control del comercio y la industria, la clase trabajadora al encontrarse con los costos de elaboración en alza continua y las exigencias del trabajador al no ver satisfechas sus exigencias de salario, da la espalda, y desaloja la institución privada para ingresar en las instituciones públicas.

Estamos ante una emergencia económica equivalente a un proceso de depresión, agravado por las imprevisiones palpables del gobierno y la conspiración de los empresarios que sin pensar en los males que producen a la situación financiera, político-económico del país, continúan en las series de reformas teóricas que minan la confianza del pueblo, al pretender ejercer una represión moral en los sectores dirigentes y crear la psicosis del odio en contra de los opositores de esos proyectos.

No se quiere reconocer que se trata de un sistema y no de un aspecto particular del problema. La economía obedece a reglas expuestas a las circunstancias derivadas de las urgencias, y por ello la reforma que contempla solamente un ángulo de la cuestión, lo que produce a la larga es un mal mayor, pues si en beneficio de una de las partes se anula el otro factor, se pierde la energía y no se logra una conclusión justa.

Consideremos el siguiente ejemplo: se quiere combatir el costo de la vida y conjurar los efectos inflacionarios. Como punto de partida se subió el valor del dinero (dólar) circulante y al producirse la contracción se exigió que el trabajador en otras actividades bajase regularmente a desempeñar funciones ajenas a su especialidad, es decir, la reducción del salario que acompaña a la escasez, para confrontar inmediatamente el crecimiento de la demanda al confundir peligrosamente la situación y desquiciar la capacidad de poder adquisitivo de los trabajadores, ante el problema de tener que pagar mayor cantidad de dinero para sustentar a su familia, que el percibido por su fuerza de su trabajo.

Pero esto no termina en el camino de las exigencias. El trabajador se transforma en elemento dispuesto a la insurgencia civil, al reclamar constantemente un jornal mayor para pedir a gritos que se detenga el costo de la vida. Y una vez satisfechas sus aspiraciones se encuentra con la paradoja de tener mayor cantidad de dinero en sus manos pero menor capacidad adquisitiva para comprar.

Esa ilusoria conquista es voceada por la demagogia. La realidad nos enfrenta a la necesidad de modificar las concepciones que nos llevan a la confusión, para evitar el estallido de los conflictos sociales. El costo de la vida depende del acuerdo entre el capital y el trabajo, entre el Gobierno, el empresario y el trabajador, frente al dominio de las previsiones y de la justicia social, y lo más sensato es callar por cobardía al no expresar públicamente lo que en la órbita privada se comenta libremente.

Nuestros problemas son de índole organizativa, de comprensión humana, como esa alza continua de los precios de los artículos de primera necesidad a causa del dinero caro (dólar) y lo defectuoso de la producción. En una palabra el desequilibrio entre el capital y el trabajo que anula la iniciativa creadora en perjuicio de la colectividad.

Duele profundamente la insistencia en estos temas que conducen a perpetuar ese sentimiento pesimista que alienta la convicción de que nada se puede hacer para modificar la situación actual. Las críticas formuladas podrían cesar, también la discusión tendría ocasión de silenciarse, si ello beneficiase el restablecimiento de las finanzas públicas y el poder adquisitivo del pueblo. Pero si una de las partes —gobierno y burguesía— con suficiente capacidad para conciliar los intereses y devolver la confianza al pueblo, se muestran tercamente intransigentes ante las opiniones de los círculos calificados, el sacrificio de aquella renuncia sólo serviría para llevar a los amigos del sectarismo, a la más alta cumbre de la soberbia.

El alza de los precios, la industria de puertos, y la desorganización de la producción son facetas contradictorias del pleito del capital y el trabajo frente al costo de la vida, pues sus voces, con razones distintas, se pierden en el tremendo laberinto de las incomprensiones.

 

¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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