Tentaciones, incentivos y lealtades

El tema de la corrupción es resbaloso, extenso y complicado. Es el que más se presta a la hipocresía y la "paja". Lo han usado, o mejor dicho, manoseado, en este país, adecos, copeyanos, perezjimenistas, comunistas, urredistas, escuálidos, chavistas, etc. Es el discurso por excelencia de los fariseos que, como se sabe, eran los judíos que se preciaban de ser los más rigurosos en el cumplimiento literal de la ley de Moisés, y por eso fueron objeto de los sarcasmos de uno que redujo toda esa pomposa religión al mandato del amor.

Los pensadores clásicos de la filosofía política moderna (Montesquieu, Rousseau), de donde Miranda, Bolívar y demás próceres extrajeron casi la totalidad de su pensamiento, ya caracterizaban la corrupción como un flagelo que había que combatir "como sea", giro muy usado hoy en día. Aleccionados por la caída del Imperio Romano, esos pensadores situaban la corrupción como un enemigo temible que había que aniquilar "por amor a la Patria". Claro, aquí en Venezuela se hacen discursos echando mano de la "lealtad a Chávez" como estímulo para desarrollar esa lucha, quizás porque se aprecia que un concepto como "Patria" ha terminado por ser demasiado abstracto y hay que darle una encarnación concreta, personal, para poder estimular los afectos. El problema es que el Comandante igual despierta amores y odios apasionados. El combate contra la corrupción debiera convocar a todos los y las venezolanas, sin excepción, amen u odien a Chávez. Por ello habría que rescatar el pensamiento de Bolívar en lo que tiene de Ilustrado: el amor debe ser a la Patria, para poder combatir la corrupción.

Pero por eso es difícil abordar el tema. Es la intersección entre la moral, la ética y la política, justo en un momento histórico (la modernidad) en que esas esferas se separan. Ya venían separadas desde el renacimiento según Maquiavelo, quien subrayó que las conveniencias del Príncipe (el hombre de acción tras el poder) se situaban más allá de cualquier moral revelada por un dios que ya se estaba disipando en el aire. Rousseau por ello propone un sustituto: el amor a la Patria, una "religión", pero civil, laica, política. Se trataba de arrancarle el tema a los sermones de esos supuestos "santos", los curas, que igual cometían montones de tropelías, perversiones y corruptelas, siempre prevalidos de ser guardianes de la moral y las buenas costumbres. Hay un muy sabio dicho popular que señala "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces".

¿Cómo podríamos arrancar al tema de un abordaje "moralista", o sea, hipócrita? El camino ya está señalado: la corrupción es un asunto político, no tanto por la "maldad" de los individuos, sino porque lo posibilita el poder que se concentra. Desde el siglo XVIII se sabe con claridad que la discrecionalidad, el despotismo, el autoritarismo, hacen comparsa con la corrupción. Por eso hay tanta propuesta de "equilibrio de poderes" y "respeto a la ley" en el pensamiento político moderno, para contrarrestar esa asociación nefasta del poder con la corrupción. La concentración de la fuerza y el poder le ofrecen al funcionario muchas tentaciones e incentivos a corromperse. Estas tentaciones sólo pueden contrarrestarse si hay una fuerte opinión pública crítica y unas instituciones autónomas que se controlen entre sí. Dicho en el lenguaje de hoy: si hay verdadero poder popular. La lealtad (a la Patria o al Comandante) no es suficiente, porque es fácil que degenere en simple complicidad entre los participantes del festín del poder.

Las tentaciones del poder y los incentivos de la corrupción, son muchos. Si no hay instituciones fuertes y leyes que se respeten, el funcionario déspota está tentado, no sólo de hacerse de unos reales (millones de dólares) y el disfrute de los bienes del estado, sino también, y más peligroso si se quiere, a ser cada vez más déspota, autoritario, a concentrar cada vez más poder en sus manos. Esta es la tentación autoritaria.

Las características mediáticas, de espectáculo, que tiene hoy en día la política, generan la tentación a la magia: la propensión a sustituir la realidad por palabras, adjetivos o nombres. Así, hay desde areperas hasta empresas y casas "socialistas" que lo son únicamente porque se les nombra así. Igual que hay ministerios que son del "Poder Popular" sólo porque se llaman así. Se llama "revolución" un conjunto de decisiones de mero sentido común, como esa de que las empresas nacionalizadas se vendan entre sí sus insumos y no los importen, que lucen extraordinarias por la improvisación prevaleciente hasta ese momento y desde hace años. La tentación mágica en Venezuela se ve potenciada por las mañas rentista: todo tiende a resolverse a realazos, sin seguimiento ni control de las inversiones millardarias, administradas por familiares o amigos. Y esto ha sido así antes, durante y después de Chávez.

Disponer del poder, en esta "sociedad del espectáculo", crea la ilusión de que apareciendo todos los días en TV, unas tres o cuatro horas diarias, se adquiere, no sólo la confianza de la gente, sino también un carisma que despierte el frenesí en las masas. El "ejemplo" de Chávez se asume aquí con placer, porque está el ego involucrado. Así hemos tenido "presidencias mediáticas" en estos 18 años. Es la magia de la TV que ya habían saboreado Renny Ottolina, Marcel Granier, Ricky Martin, Carlos Andrés Pérez, el propio Chávez: aparecer a toda hora, hablando informalmente, dando a conocer hasta gustos juveniles, echando chistes, mentando la madre, bailando, cantando, preparando bebidas lácteas, manejando vehículos, etc., equivale a hacerse "uno más de la familia". Maquiavelo decía que el Príncipe debía buscar el amor y el temor del pueblo; y si no lograba el amor, bueno era obtener el miedo. La TV crea la ilusión de que puede lograr cualquiera de las dos cosas.

El discurso político se infla, pero cualquiera que haga un poquito de psicología casera, puede sospechar que, detrás de tanta frase rimbombante, de tanto "país potencia", de tanta "victoria popular", de tanto "carnet de la Patria" (que se presenta sorprendentemente como un logro), incluso de tantas "revoluciones" y "radicalizaciones", de tanta invocación al Comandante, hay algo, el sentimiento de una carencia, una sobrecompensación a una falla sin fondo, porque se ha caído en la tentación y hay un grillito molesto que debiera haberse callado con el manotazo que ya se le dedicó.



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Jesús Puerta


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