Temas que se impone reiterarlos, una y otra vez…

La batalla contra la corrupción y el sabotaje no debe tener tregua

Los esfuerzos por descubrir y sancionar a los corruptos hay que potenciarlos cada día con mayor voluntad y decisión. Allí no puede haber tregua. Es una confrontación que hay que darla minuto a minuto y ante las instancias que sean, por más poder que estos sujetos puedan tener.

Debe quedar bien claro que no sólo son corruptos aquellos que directa o indirectamente están involucrados por sí, o a través de terceros, en actividades que comprometan el pulcro y transparente manejo de los dineros y bienes públicos, sino los que de manera abierta o solapada sabotean el cumplimiento de las metas y programas que se ha trazado el gobierno nacional, en cualquiera de sus instancias, para el logro de sus fines: el bienestar y la satisfacción del colectivo en general, en el marco de una democracia auténtica, participativa y protagónica que garantice a plenitud la equidad y la justicia social.

Tenemos que terminar de entender que esa batalla no solamente le corresponde librarla al gobierno, sino a todos los ciudadanos y ciudadanas del país y, en especial, a las organizaciones populares, dado que se trata de graves epidemias cuyo único antídoto sólo está en la fortaleza moral de un pueblo y en su capacidad ética para contrarrestarlas con éxito.

No hay que olvidar que detrás de un burócrata corrupto hay, necesariamente, quien o quienes desde afuera se han confabulado con él para incurrir en el hecho irregular y con respecto a los actos de sabotaje, su primer y mayor responsable es la tolerancia que campea en muchas instancias, debido a una complicidad muchas veces abierta o por efecto de una gerencia que maneja por cobardía la tesis de que “el mundo es muy pequeño” y quizás ese funcionario que yerra, mañana pueda estar arriba.

Ahora bien, todas esas conductas aberrantes son mucho más factibles que sean detectadas, sin mayores dificultades, por el ciudadano del común y más aún por los colectivos organizados, debido a que las mismas afectan en lo inmediato y por regla general, la calidad y eficiencia de los servicios que se prestan desde la institución que fuere. Así mismo, porque quienes son sus directos responsables, se les hace muy cuesta arriba ocultar, por ejemplo, una súbita prosperidad económica, pues la vanidad y la necesidad de ser cada día mejores (económicamente) que el otro (la llamada competencia), son “cualidades” intrínsecas ambas del ser social capitalista, que los impulsan más bien a exhibirla tanto como `puedan (nuevos carros, nueva vivienda, etcétera…). De otra parte, hay que tener muy en cuenta que tal y como ocurre con el catarro, ese tipo de “progreso económico” no es posible disfrazarlo o taparearlo como decimos en criollo, y para quienes somos meros espectadores, sólo lo vamos a entender, las más de las veces, como producto de actuaciones absolutamente irregulares.

El presidente Chávez no ha desperdiciado oportunidad alguna para exigirle a todo su equipo de gobierno, desde el funcionario de mayor jerarquía, hasta el de más bajo rango, que hay que estar muy vigilantes para garantizar el pulcro manejo de los recursos y bienes del Estado, así como el buen desempeño burocrático. Igualmente, les ha exigido extremar los controles y castigar con todo el peso de ley a quienes se les ocurra transitar por los caminos del lodo y la desvergüenza, exigiendo y cobrando comisiones aquí o acullá, o actuando a la libre y sin concierto con la línea gubernamental.

oliverr@cantv.net


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Iván Oliver Rugeles


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