Genealogía del ser americano

La tríada literaria de la identidad sudamericana

Una tríada narrativa emerge en el siglo XIX, creciendo, expandiendo sus frutos por todo el continente sudamericano. Tríada que viene a representar un punto de partida de la larga historia del hecho americano; emergencia de una identidad que surge ante la conformación de un nuevo mundo.

El título con que caracterizaron los críticos este hecho es muy significativo; le da una connotación especial, casi mitológica: “La primera novela....” y luego le añaden el apellido: hispanoamericana, antiesclavista, indigenista. Especificaciones temáticas que nos remiten al centro de nuestra problemática identitaria. Tenemos así, entonces, una tríada de la identidad sudamericana expresada en la novela.

Estas narrativas están representadas en espacio, tiempo y autores por: el mexicano José Fernández de Lizardi (1776-1827) con su novela “El periquillo sarniento” (1816). La poetiza cubano-española Clotilde Gómez de Avellaneda (1814-1873) y su novela “Sab” (1841); la peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909) con “Aves sin nido” (1889). Obras que emergen en momentos históricos precisos del siglo XIX, cuya manifestación antropológica serán las razas; principalmente la india, la negra, la blanca; que como material amalgamado, formará aquello de lo que está hecho el hombre americano.

“No heredamos una lengua, tuvimos que apoderarnos de ella”; decía Willian Ospina, el colombiano que ganara el premio de novela Rómulo Gallegos, con su novela de corte histórico, “El país de la canela”, en el 2009. Se refería a la palabra como fenómeno fundador de realidad, tomando como referencia a Juan de Castellanos, poeta que a lo largo de 30 años escribió y describió este continente en un largo poema.

Juan de Castellanos no escribió para la corte y sus cortesanos; su modelo, su estilo no podía ser aceptado por aquellos escritores que lo hacían para la corte. Su palabra, su poesía no cabía entre esos hombres cultos. Castellanos necesitó golpear, fracturar el lenguaje para poder registrar en la palabra escrita lo que era esta tierra. En ese lenguaje no se podía expresar chinchorro, anaconda, curiara, hamaca, guacamaya.... Era la creación en la fractura de un lenguaje que se hacía imperativo para nombrar la vida de este continente; imperativo para la fundación de una realidad imperante, emergente. Resurgimiento del ser frente a la naturaleza, gestación de la identidad americana.

La palabra, y en especial la palabra escrita, contiene el acto de representación de un mundo propio, un mundo que se funda y se constituye en el hecho de nombrar. Ya Wittgenstein (1889-1951) lo había planteado: “Lo que no puede nombrarse no existe”; por tanto; el hecho de la parición de una narrativa que nos expresa como sudamericanos blancos, indios, negros, viene a representar la expresión, la salida de un proceso político, social, ideológico, que se vino gestando en nuestra historia americana.

La aparición de una literatura, en un primer momento denominada hispanoamericana y luego sudamericana, con su actual mayoría de edad, viene a representar la evidencia “clara y distinta” de la conformación de un pueblo como entidad cultural, con su expresión social, política, ideológica. Podríamos decir que este hecho tiene un carácter extraordinario, es de una profunda significación histórica, en tanto que hecho social, filosófico, que se le pueda reconocer a un pueblo.

La cultura emerge como proceso de pueblo y en tanto que tal se le alimenta, se le cultiva. En este sentido, si bien es cierto que el siglo XX sudamericano es la expresión de lo que se gesto en el XIX; así el camino recorrido por nuestra literatura ha sido un proceso complejo, tortuoso y difícil que implicó e implica definiciones en tanto que pueblos nuevos. Somos pueblos en formación, sin demasiada tradición literaria y en muchos casos subordinados al canon Occidental estético literario.

Situándonos frente a estos tres momentos históricos, que tiene que ver con nuestra literatura, nos encontramos que como puntos referenciales son indicadores de los elementos del proceso por donde cruzó y cruza nuestra «palabra» y la reflexión sobre nosotros y nuestra identidad.

Con Lizardi el hecho literario nace en el marco de la lucha contra el colonialismo español; pasa por una fase del periodismo y luego como literatura. Surge aquí la paradoja que la novela fue el vehículo para hacer pasar ante la censura de la inquisición las ideas libertarias y reformadoras. En el “Periquillo Sarniento” encontramos el planteamiento de la utopía social moderna.

Con la Avellaneda convergen la vida en la Cuba de los esclavos y la España del romanticismo de mitad del siglo XIX. Una visión desde dentro y a distancia de la realidad social cubana, y por qué no, de la hispanoamericana, es con la que ve nuestra autora. Otro factor importante al contexto lo encontraremos en las actividades del grupo de la Tertulia Literaria de Domingo del Monte, cuyos vínculos con el movimiento anti-esclavista Ingles, fue un factor impulsor de la dinámica literaria anti-esclavista desarrollada en el período.

La expresión indigenista nace mucho más tarde, se da en el Perú con Clorinda Matto de Turner. El contexto político social viene marcado por una profunda frustración que dejara la derrota en la Guerra del pacífico contra Chile, con la consecuencia de pérdida de territorio. El clima estaba marcado por el imperativo de recuperación de la dignidad patria y la reconstrucción a través de un proyecto político ideológico que produjera el modelo de una sociedad fuerte, estable y estructurada modernamente. El indio, que conforma la mayoría de la población fue a la guerra sin saber por qué ni por quién peleaba y moría. Este contexto de posguerra es el de la novela “Aves sin nido”. El indio segregado, como la mujer marginada y la educación como eje de un proyecto reformador que los incluyera será el planteamiento de nuestra autora.

Tres contextos históricos, tres autores, tres primeras novelas sudamericanas que representa un punto de partida (entre otros) para la comprensión de nuestra identidad sudamericana. El siglo XX no será más que los desarrollos de estas expresiones de nuestra identidad, enmarcados en un mundo donde la expansión imperialista como desarrollo del capital y su contraparte con la revolución rusa que hace emerger al proletariado mundial, representará el marco de desarrollo de nuestro proceso identitario, en busca de la construcción de una sociedad con los rasgos de nuestro cultura americana.



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Luís Enrique Villegas


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