Con el nombre de San Fernando de Ospino, a mediados del siglo XVIII, entre los ríos Ospino y Acarigua, aquel espacio geográfico de numerosos hatos se transforma en villa, con una concentración poblacional significativa de blancos, pardos, negros libres y negros esclavos, desplazando el poblamiento indígena del lugar de misión, conocido como San Juan Bautista de Ospino desde 1713. Un año como el de 1778, cuando el obispo Mariano Martí levanta información de pueblos, villas y ciudades, en Ospino habitaban 190 esclavos, 30 negros, 1174 pardos, 425 aborígenes y 1012 blancos. Tres décadas más tarde, con el surgimiento de la guerra de independencia, su población se reduce en más de un cincuenta por ciento. Por allí también pasó el ejército libertador y son famosos en Ospino los años 1813 y 1814 tras la heroica participación de sus lanceros en diversas escaramuzas, además del establecimiento de un cuartel general entre sus límites, donde figuran por ejemplo las sucesivas batallas de Ospino, enfrentamientos militares que van más allá del período independentista y se repiten durante la guerra federal, convirtiéndose Ospino así en una villa heroica del actual estado Portuguesa. Fue esta Villa de San Fernando de Ospino, tan famosa en la historia, la cuna de la familia que trae al mundo a nuestra Jóvita Nieto. Por eso uno se imagina a Jóvita viviendo en otros tiempos, el de los bailes de bambuco y zambullidora tan diferenciados de las rígidas contradanzas que se conocían en los hatos de ese llano de Venezuela doscientos años atrás, uno la imagina cerca de algún rancho, limpiando un terreno y preparando una palizada para hacer un salón de baile con piso de tierra humedecida, uno la imagina montando los bailes de fandango y dándole alabanzas al Libertador como era propio en aquel ambiente de revolución:
¡Mi general Bolívar! por Dios te pido,
Que de tus oficiales me deis marido!
¡Mi general Bolívar tiene en la boca
Un clavel encarnado que me provoca!
Estos versos que un legionario británico (el Capitán Vowell) obtuvo en 1817, al presenciar una despedida de los ejércitos libertadores en el llano, en algún momento de algarabía pudo escucharlos Jóvita, heredera de la gracia gitana de su tierra, creadora de bailes y de cantos y de toda inventiva del arte inspirada en su paisaje nativo.
En la finca de El Palotal, donde ella nació, su padre Juan Antero Delgado tenía muchos caballos, asnos, cerdos, reses, gallos y gallinas, y uno de los primeros cantos que escucharía en su infancia son esos cantos de ordeño que todavía recuerda. Su propia madre María Isidora le enseñó desde muy pequeña cómo se ordeñaba una vaca, y cómo se preparaba la leche para hacer el suero, la cuajada, el queso, pero también aprendió Jóvita en esa finca cómo se curaba el ombligo de los animales si les caía gusanos, cómo se mataba, se raspaba y se pesaba un cochino y cómo se sembraba y se recogían los plátanos, la yuca, el quinchoncho, las caraotas y otros tipos de granos, o cómo se cocinaba el pan dulce y el salado en el horno de tierra que se había fabricado en lugar, o simplemente cómo se preparaba el casabe. Ella sabía llamar a los caballos por sus nombres, El Rompelínea, El Guacharaco, El Turpial o la yegua María Laya y también sabía de niña como prestarle cuidado a las gallinas chacas y a las patas plumúas y cómo cuidar a los animalitos más pequeños, las palomas rabo blanco, las palomas chocolateras, los turpiales y otros pájaros. En fin, esa fue su primera escuela, donde nunca faltó la preparación del picadillo, uno de los más famosos platos del llano, la particular sopa espesa de la región cocinada en leña, porque esa comida preparada en abundancia era fundamental en las fiestas, en la parranda, en los bailes, que aprendió a organizar junto a su madre María Isidora Nieto y a sus hermanas mayores, Rosa Virginia y Juana Isabel.
DE FIESTA EN FIESTA.
“A mi mamá le gustaba mucho hacer las fiestas en mi casa, por eso es que yo también salí fiestera y también canto en las parrandas. Mi mamá le hacía promesas a San Antonio, a la Virgen del Carmen, a José Gregorio Hernández, a la Virgen de Coromoto y se valorizaban los santos y las vírgenes con música, toques de cuatro, bandola, y arpas, bailes y parrandas, a todos les hizo mi mamá sus altares y me enseñó a mí a hacerlos, porque yo era la hija menor, yo era la toñeca y dormí con mi mamá hasta los doce años y con ella aprendí a hacer el café y el desayuno en la madrugada, además de los velorios y los altares adonde llegaban invitados velorieros de todas partes para cantar salves toda la santa noche y después salir al camino real a jugar la batalla en homenaje a San Antonio. Mi mamá hacía décimas, mi mamá cantaba, pero además era una gran bailadora de joropo y mi papá Juan Antero Delgado un gran músico y ellos dos se iban tres días y tres noches de un sitio a otro a tocar y a cantar y nos llevaban a nosotras pequeñas y si nos daba sueño nos colgaban las hamacas en el lugar de la fiesta, entonces nosotras las hermanas acostadas en las hamacas, mi papá tocando y mi mamá bailando con sus primos y sus compadres, porque todos éramos familia y antes se respetaba mucho. Así pasé yo mi infancia, de fiesta en fiesta por esas orillas del río Guanare…”
LOS PASOS VISIBLES DE UN MARAVILLOSO PAÍS
“..Después que yo aprendí con mi madrina Cecilia y mi madrina Angela Garrido a bailar el joropo escobillado, a media orilla y a punta de dedo me dediqué a observar el baile de nosotras y las costumbres de las aves y de otros animales y yo misma aprendí a sacar mis propios pasos, primero fue el paso de la garza, yo le puse ese nombre, lo planifiqué en mi mente cuando vi en los esteros de Camaguán la forma en que caminan las garzas cuando está llegando el verano y ellas atrapan a los peces, se alimentan de bocachico, y cuando se van a tragar el pez dan un paso muy especial, yo lo ensayé y lo ensayé y así fue que monté el paso de la garza y gané el Festival de Villavicencio en Colombia. Luego me dediqué a observar la figura del tuqueque y aprendí el paso “tutequeao”, que es un paso que se lleva con los pies, pero pegando las cabezas del bailador y de la bailadora mientras se están moviendo. Después fue el paso de la danta, que viene de ese animal que tiene mucha carne y le pesa mucho el cuerpo para moverse y cuando se va a sentar se mueve para los lados hacia adelante y hacia atrás, eso lo observé yo y preparé los pasos del baile de la danta regulando hacia atrás como si se sintiera el propio animal y quisiera sentarse, así es el paso, y después otro paso que es muy elegante y que lo aprendí viendo a dos toros pelear en la sabana, cuando se ponen frente a frente, cacho con cacho y se mueven hacia adelante y hacia atrás como en un círculo buscando la cabeza del otro para tumbarlo, así mismo monté yo ese baile a punta de dedo, frente con frente y moviendo los pies como si quisiera repasar la letra U. Siguen muchos otros que he inventado, como la vuelta picurera que se inspira en el picure cuando está comiendo caruto, o la vuelta de campana que se baila de media orilla, o la zambullida del pato guiriri que es muy pícaro y que está inspirado en los gestos del pato varón acosando a la hembra, o el de cacho y muela que lo saqué del momento en que un jinete en el llano le tira una soga a la vaca y el lazo le agarra el cuello y la quijada a la vez. Hay otros, como el de la soga abierta, también inspirado en las faenas del llano y el de la bandera, cuando el bailador lleva bien acosada a la bailadora y le hace dar vueltas como si se tratara de izar una bandera y la mujer tiene que dar muchas vueltas. Todos esos pasos los he aprendido en el llano observando a la naturaleza y yo digo que es una verdadera lástima que ahora se ponga otro ritmo a los bailes y a esa juventud que se lleva a los festivales no se les enseña a investigar y no saben ni entienden lo que es verdaderamente el respeto a este tipo de arte, así es como ha ocurrido lo contrario y el joropo del llano se ha distorsionado…”
ESTA JÓVITA VIAJERA LLAMADA LA PÁJARA
Hace más de tres décadas que conocemos a Jovita del Carmen Nieto. Nuestro primer encuentro sería en Cumaná y después repetidamente en Caracas, Bolívar, y en distintos lugares del llano, incluida su casa en Guanare, donde siempre nos ha dado muestras de gran hospitalidad, que es parte de lo que aprendió desde niña. Jóvita ha recorrido toda Venezuela y en otros países como Colombia, Italia, Estados Unidos y algunos de la región del Caribe ha obtenido distintos reconocimientos y el natural aplauso de la gente que ha admirado su arte de gran bailadora. Una de sus experiencias de mayor intensidad la compartió junto a nuestro grupo musical Un Solo Pueblo, al cual se integró plenamente por casi una década. Ella nos cuenta que fue de allí, de la inventiva de sus integrantes de donde surgió el nombre Pájara para bautizarla con el acento de sus ríos dulces y de su tierra y de sus animales que le inspiraban en todo lo que hacía, entre otras cosas bailar como un ave, bailar de todo, un gabán o una chipola donde ella es implacable, porque es en esa mezcla de emoción y relincho, es donde se reconoce la destreza de los bailadores. Ella se luce en el golpe de la chipola con señales de vals o zapateados o escobillados entre los siete pasos donde volantea y de la misma manera se luce cuando arremolina sus faldas si hay un buen gabán recio. Así es Jóvita, pero ha parado el baile por un rato y en mayo de 2017 al cruzar tantos años la tenemos en el piso 14 del hospital militar acompañada en Caracas del inseparable Armando, su único hijo varón. Doy vueltas a esta escritura que sale de la claridad con la que siempre me habló para decir quién es ella por si hay algún venezolano que no la conozca todavía. Quizás estemos hablando de la única bailadora viviente más conocida del verdadero joropo llanero en nuestro país.
Jóvita Nieto, bailadora de Joropo. Cortesía Centro de la Diversidad Cultural Credito: Rafael Salvatore |
Jóvita Nieto. Cortesía Centro de la Diversidad Cultural. 2012 Credito: Rafael Salvatore |