Del país profundo: La pasión venezolanista de Francisco Carreño

Mientras el caraqueño Juan Liscano, después de culminar estudios en Europa, a los 24 años de edad empezaba a recorrer el país para documentar la música tradicional venezolana y darle forma al gran archivo sonoro de nuestras regiones, de manera similar, un hombre enamorado de la isla de Margarita y de todo el Oriente, nacido en Porlamar un 9 de marzo del año 1910, venía practicando también, verbo a verbo, la exaltación de la sabiduría de los pueblos. Eran las andanzas de Francisco Carreño, quien tiempo más tarde coincidiría con Juan Liscano en el proyecto del Servicio Nacional de Investigaciones Folklóricas del Ministerio de Educación. Al iniciarse los años cuarenta del pasado siglo, todavía estos dos personajes no se conocían, casualmente, Juan Liscano llega al Puerto de Porlamar un mes de diciembre de 1941 para grabar discos sobre el polo margariteño, el galerón, la gaita, el joropo, la malagueña, la jota, el zumba que zumba y la fulía, con interpretaciones de diversos cantores, entre los que destaca el renombrado trovador Julián Guevara. Por su parte, dos años antes, Francisco Carreño, profundo conocedor de estos temas insulares, repetía sus recorridos al oriente, incluyendo en 1939 los estados guayaneses de Bolívar y Delta Amacuro, además de la isla de Trinidad, y tomando nota de todo lo que aprendía de los portadores del saber popular. Es el año en que compone los valses Trenzas de Amor, Escríbeme, y los famosos merengues Suave Murmullo, Mi Islita, Pélate Coco y La Sapoara, este último dedicado a Ciudad Bolívar, donde simbólicamente se le tiene como un segundo himno: Llegando a Ciudad Bolívar/ me dijo una guayanesa/ que si comía la sapoara/ le cortara la cabeza… Pero lo más destacado de Francisco Carreño, además de su extraordinaria condición de gran compositor y músico, fue la intensa actividad de registro y divulgación de las tradiciones populares de Venezuela, convencido siempre de la necesidad de impulsar en las escuelas estos conocimientos ancestrales, para el beneficio y toma de conciencia de las generaciones futuras.

Francisco Carreño venía de una familia de músicos, influenciado especialmente por su abuela Mauricia (Güicha) Carreño, que tocaba guitarra y cantaba. Cinco eran los hermanos, todos hijos de Amadora Carreño. Francisco Antonio, el mayor, Remedios del Valle, Judith, Juan Bautista y el ampliamente conocido compositor y director orquestal Inocente Carreño, alumno de Vicente Emilio Sojo y condiscípulo de notables creadores, Antonio Estévez, Evencio Castellanos, Ángel Sauce, Antonio Lauro. Los tíos maternos de Francisco, Nicolás y Regino Carreño, músicos los dos, serían sus primeros maestros y también quienes le enseñan a tocar el cuatro, instrumento que hace muy suyo, y del que nunca se desprendió en la vida. En Porlamar le incorporan a la banda municipal margariteña bajo la dirección de Lino Gutiérrez, tanto a él, como a su hermano Inocente Carreño. Sería esa la primera escuela musical antes de trasladarse a Caracas con aquel hermano menor en 1932. Veintidós años tendría Francisco y doce Inocente Carreño, y ya en Caracas hacen de todo para sobrevivir, por supuesto, la música es una permanente oportunidad y conforman un dueto para interpretar temas populares venezolanos y latinoamericanos en diversas emisoras y salas de teatro y de cine, tanto en Caracas como en La Guaira. A la vez alternan esa vena artística con el trabajo manual de la zapatería, para poder sostenerse en la ciudad capital. Sería reveladora en el tiempo la relación familiar y el fulgor por la música nativa entre los dos hermanos unidos por el amor y la admiración a la abuela Mauricia (Güicha) Carreño. Basta introducirse en el anchuroso mundo de la Glosa Sinfónica Margariteña, estrenada en 1954 por Inocente Carreño, para comprender como surge de los relámpagos, el lenguaje característico de la isla que oyeron y siguieron por siempre estos dos hijos enraizados con su pueblo. Margariteña es obra de Inocente, Margariteña también es obra de Francisco y de las sílabas viajeras de la abuela Güicha.

En 1948, ocurre lo que debía ocurrir, los habitantes de Caracas por primera vez van a presenciar el gran significado de las artes populares correspondiente a diversas regiones de Venezuela, y en medio de un brote nacional de optimismo se cumple en el Nuevo Circo la Fiesta de la Tradición, “pero de la tradición viva”. “Amor, belleza, delirio”. Junto a los centenares de portadores provenientes de distintos rincones de la patria para este encuentro de la danza y de la música, iba por delante la palabra de Juan Liscano, “Se trata de una belleza sin afeites, de una belleza libre, que se ha hecho en el duro ejercicio de resistir la terrible majestad de los paisajes –llanos, selvas, montañas, valles, litorales- es decir, soledad devoradora, enfurecidos verdes, terquedad de la roca, espejeantes canículas, horizontes de llamas. La contemplación por breve que sea, de esta belleza firme y profunda, nos pone en comunicación con todas las expresiones del paisaje venezolano, nos enfrenta con verdades antiguas, nos despierta a verdades entrañables”. Junto a Liscano, entre los hombres y mujeres que se acompañaron con un mismo pensamiento para la organización del gran Festival, estaba Francisco Carreño, como uno de los principales líderes, era el Director Musical del extraordinario evento. Después de la exitosa actividad de febrero, se promueve en julio de 1948, inspirado en la Fiesta de la Tradición el “Grandioso Festival Folklórico Infantil”, en el que participan la mayoría de las escuelas con unos dos mil niños interpretando el joropo llanero, las diversiones orientales o los tambores barloventeños. El Pájaro Guarandol, El Carite, El Chiriguare, El Sebucán y Los Chimichimitos, entre otros temas recopilados por Francisco Carreño, empiezan a constituir una nueva forma de comprensión de la venezolanidad en las escuelas. Llegan al fin los verdaderos valores que se identifican en la diversidad cultural del país, y ese recurrente compromiso, hecho práctica en Francisco Carreño, al trabajar sobre la importancia de nuestra memoria entre niños, niñas y adolescentes, se mantendrá a lo largo del tiempo. En 1948, ocurre otro hecho que divide de nuevo al país, la traición a Gallegos, movimientos en los cuarteles que parecen preludiar confusiones en la política. Rómulo Gallegos es derrocado por un golpe militar en el que se ha comprometido su propio Ministro de la Defensa Carlos Delgado Chalbaud y los tenientes coroneles Marcos Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez, quienes asumen el mandato a través de una Junta Militar. Juan Liscano decide separarse del Servicio Nacional de Investigaciones Folklóricas del Ministerio de Educación y en su lugar es designado Francisco Carreño como Director. Comienza en él una nueva etapa que cabalgará siempre entre los caminos de la sabiduría popular, más allá de los encadenados golpes de la política y de las distintas facetas militares.

Diría Carreño en aquel tiempo que “la personalidad de una nación no estriba en mantener vivo el recuerdo y el respeto hacia los grandes hombres que le dieron libertad (…) también está cimentada en todo un cúmulo de cosas que el pueblo ha ido amasando (…) sus costumbres, su historia, su arte, vale decir sus tradiciones, en las cuales fundamenta su vida espiritual”. La investigadora Sonia García, en un importante trabajo sobre los aportes de Francisco Carreño al proceso musical venezolano, desgrana la intensa actividad del nuevo Director del Servicio de Investigaciones Folklóricas, acompañado por Modesta Bor en la sección de Musicología, grabación y sonido a cargo de Esteban Berroterán y literatura a cargo del propio Carreño y de Miguel Cardona. Así se despliega una muy amplia actividad en Caracas, a la cual se suman diversos organismos educativos y científicos, además de constantes recorridos e investigaciones hacia otras regiones del país con la participación de valiosos especialistas. Es indetenible su labor. Amplía el contenido de las colecciones y archivos del Servicio, con el producto de las constantes investigaciones y promueve fundamentalmente en las escuelas el amor por las tradiciones populares. Aquel instrumento musical, cuya ejecución aprendió con los tíos Nicolás y Regino Carreño en Margarita, será una de sus armas fundamentales en la tarea de otorgarle sentido nacional a la cultura, no solo masifica su constante enseñanza y difusión a través de la radio y la televisión. Va más allá y publica el primer Método para aprender a tocar cuatro, que es distribuido ampliamente. En 1953 se transforma el Servicio en el Instituto de Folklore dirigido por Luis Felipe Ramón y Rivera y Francisco Carreño se separa definitivamente de la institución, pero no se detiene en su empeño de fortalecer el sentido de pertenencia a las culturas de tradición y funda entonces una escuela de folklore, que promoción tras promoción logra sentar las bases de un modelo educativo que el ministerio del área aprecia considerablemente, tanto que en 1959, adscrita al Ministerio de Educación se le conoce con el nombre de Escuela de Folklore “Francisco Carreño”. Aún así, los atrevimientos de la política y su voracidad tratan de destruir la obra de Francisco Carreño, quien es separado de la dirección de la escuela. Con la llegada de Rómulo Betancourt a la Presidencia de la República Carreño es perseguido, encarcelado y torturado. Se hace un hombre de la izquierda revolucionaria. “Soy prisionero pero mi canto libre y valiente no ha de callar” escribiría. Su hermana Judith Carreño, deja el siguiente testimonio de aquella etapa de su vida:

“Francisco desde 1962 vivió la experiencia dura y amarga de la persecución ideológica…tuvo un fin injusto y trágico. Su pensamiento social, su convicción política, contraria a la doctrina del gobierno de esa época, le llevó a vivir alejado de su grupo familiar, pero en esa fría soledad, su espíritu de músico y poeta lo acompañó siempre: escribió nuevas canciones, himnos, copió y armonizó casi todas sus viejas composiciones…y comenzó a sentir los malestares de la esclerosis múltiple que fue paralizando sus piernas y callando su voz, pero no así su mente y sus manos. Escribía mucho y de esta manera se comunicaba con nosotros, los que nunca lo abandonamos…Y el 25 de julio de 1965…a la misma hora, 10:30 p.m., cuando Inocente estaba dirigiendo un concierto en el Teatro Municipal en homenaje a la ciudad de Caracas, Francisco entregaba su alma al Señor en quien siempre creyó…”

Poco tiempo antes de su muerte, a los 55 años, por un indulto presidencial se hace posible que reciba tratamiento en el Hospital Clínico Universitario de Caracas. En los sótanos de la Digepol en 1962, había escrito cantos revolucionarios como Pa’que le voy a “contá” y Canto de los Pregoneros, además de otros temas mientras estuvo prisionero: Canto a la juventud revolucionaria, Canto a la mujer, Canto a los caídos en el combate, Canto al pueblo, Prisionero, Siempre en marcha hasta vencer, Canto guerrillero 1, Canto guerrillero 2, Canto guerrillero 3, Canto guerrillero 4, Canto mirista. Unas cuatrocientas composiciones resumen su incomparable obra musical, además de las numerosas recopilaciones que realizó en distintas regiones del país y que ahora se conservan en el Centro de la Diversidad Cultural de Caracas, al servicio de toda la ciudadanía. Cada día reconocemos más la importancia de este humilde hijo de la isla de Margarita, orgulloso venezolano, luchador sin descanso y sin alardes por el reconocimiento y la defensa de las tradiciones ancestrales de nuestros pueblos que alimentaron su obra creativa, y a la que se entregaría con una dedicación extraordinaria.

Francisco Carreño en Caracas, fotografiado por Gonzalo Plaza. 1949
Credito: Colección Centro de la Diversidad Cultural




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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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