En las palabras de presentación la primera noche del Festival, dirigiéndose al Presidente Rómulo Gallegos y a la masa de espectadores diría Liscano aquel mes de febrero de 1948: “Nada de lo que aquí se verá nos es ajeno. Todo nos pertenece por derecho del tiempo. Nos lo dice el pasado, en los broncos repiques de los tambores, en los redobles de los percutivos de los indios guajiros y de los Diablos de San Francisco de Yare, en las dulces canciones orientales de El Sebucán, El Guarandol o El Carite, voces distintas de un mismo cuerpo venezolano, costados españoles y africanos y memoria indígena; nos los afirma el presente en la delicada y profunda estructura de las Danzas de El Tamunangue que constituye una verdadera síntesis de las diferentes influencias culturales que ha recibido nuestro país; obra ya de unidad venezolanísima; y nos los promete el futuro que es pasado que vuelve. Mas estas danzas y cantos no son tan solamente nuestros: son también y más aún de América, y más aún, del Mundo, y finalmente, todas son del Hombre. El sentimiento de lo nacional ya lo sabemos, puede ser peldaño hacia un pensamiento universal o regresión al rebaño del antropoide. Nosotros miramos en estas expresiones, no un pueblo, no una región, sino la totalidad de Venezuela, la integridad de América y la unidad de la cultura humana…”
Mucho tiempo después, en un mes de mayo de 1984, durante uno de los recorridos que hice con Juan Liscano, el admirado escritor, a diversos sitios del oriente, y conociendo el significado del gran acontecimiento de la Fiesta de la Tradición, quise saber sobre su relación con Rómulo Gallegos en aquel momento de 1948, y descubro que no se conocían personalmente. Liscano viene a saber de Gallegos, cuando estaba interno en un colegio de Francia en 1931, siendo un muchacho de 16 años y llega a sus manos un ejemplar de la novela Doña Bárbara, ese es su primer contacto con Gallegos y hacia 1934, cuando regresa de Europa graduado de bachiller, le toco trabajar en la Junta de Cooperación Cultural de la Secretaría de Educación, dirigida posteriormente por Gallegos, pero aún así no lograron encontrarse. Lo seguía de lejos sin que hubiera un trato personal, pues, tras la muerte de Juan Vicente Gómez y con Eleazar López Contreras al mando del país, Gallegos tuvo una gran actividad política y ocupó varios cargos de gobierno, además de aglutinar un liderazgo entre antiguos discípulos suyos que venían del llamado Partido Democrático Nacional que había entrado en un estado de semiclandestinidad, pero que luego pasan a formar parte del partido Acción Democrática. Juan Liscano en aquella entrevista me recuerda que nunca tuvo una vinculación directa con Gallegos, pero él ya era conocido por su interés en el estudio de las culturas populares y dictaba charlas y traía conjuntos musicales, participaciones que también cumplía de vez en cuando, tanto en la sede del partido Acción Democrática como en la sede del Partido Comunista de Venezuela, pero sin acceder a Gallegos, que para él era “una figura máxima completamente inaccesible”. Aún el mismo día 17 de febrero de 1948 al iniciarse el festival de los cantos y danzas de Venezuela en el Nuevo Circo de Caracas, nunca habían entablado una conversación directa, es en presencia de miles de testigos-espectadores cuando Liscano por primera vez se dirige a Gallegos, y al pronunciar las palabra de presentación del festival dice “que para gobernar en forma democrática se requiere del apoyo popular; que para desarrollar un sentido de la propia nacionalidad se necesita comprender la propia Tradición; que la tradición en última instancia es el Folklore”.
Venía Juan Liscano de fundar el Servicio de Investigaciones Folkóricas Nacionales, dependiente del Ministerio de Educación Nacional, creado por decreto número 430 del 30 de octubre de 1946, y contaba con el apoyo de la Directora de Cultura Elisa Elvira Zuloaga, del Ministro de Educación, Antonio Anzola Carrillo y del propio Luis Beltrán Prieto Figueroa, para ese entonces Secretario de la Junta Revolucionara de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt y que un año más tarde convoca a elecciones, donde esta vez sí participarían mujeres y todo tipo de persona mayor de edad, incluidos los analfabetas. Tres candidatos: Rómulo Gallegos de Acción Democrática, Rafael Caldera de Copei y Gustavo Machado del Partido Comunista de Venezuela. Sale el pueblo a votar el 14 de diciembre de 1947 y obtiene el triunfo el más famoso de los escritores venezolanos, Don Rómulo Gallegos con un ochenta por ciento de ventaja. Ya en el mes de enero de 1948, por instrucciones del Secretario de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Luis Beltrán Prieto Figueroa, se le instruye a Juan Liscano sobre la conceptualización y preparativos del acto que debía efectuarse en el Nuevo Circo de Caracas la noche del 17 de febrero, “fruto de un mes de arduo trabajo preparatorio. Empero para mí, era más bien diez años de dedicación al estudio del folklore venezolano. Sin falsas modestias puedo asegurar que, a no ser por el conocimiento adquirido durante esa década de investigación previa en el vasto campo de nuestra cultura popular tradicional, me hubiera sido imposible salir airosamente del compromiso”, diría Juan Liscano, al referirse a esa tarea que es el primer gran desafío para el equipo humano del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales recién creado, y agrega Liscano en nuestra entrevista “El espectáculo fue un éxito de tal magnitud, que Gallegos tuvo necesariamente que fijarse en mi existencia, me puso una condecoración, y yo honrado por haber participado en ese espectáculo y por la gran veneración que sentía por él, a través de sus novelas “Canaima”, “Cantaclaro” y “Doña Bárbara” unido a mis conocimientos literarios, me haría su amigo. Entonces vino el golpe de estado contra Gallegos y me decidí de una manera abrupta y total a integrarme al movimiento de resistencia y de rescate de la legalidad venezolana, movido por esa emoción hacia Gallegos y Gallegos tomó conciencia de ese acercamiento hacia él, cosa que le emocionó mucho, porque yo no era un militante político…”
Poeta, ensayista, escritor de amplia trayectoria, Juan Liscano sembró en las fuentes de innumerables proyectos literarios como editor y testigo esencial de los distintos ciclos del tiempo en que vivió. Su obra tantas veces reconocida y publicada, tendría en ese compromiso con la tradición patria, uno de los senderos de mayor riqueza, su apreciado amor por la venezolanidad. “A finales del año 1938, y a raíz de una crisis personal, adviné al folklore venezolano. Se trataba para mí de una experiencia. Me preocupaba mucho menos el acopio de datos y de materiales para una obra, que la relación viva con esas gentes generosas que solían cantar en las noches y bailar al son de rústicos instrumentos. Me acerqué al profundo sentido de la poesía espontánea. A su milagro de brote terrenal. Y en esa aventura lírica tuve la revelación de una medida de vida bastante diferente a la que nos acostumbra la humanidad racionalista, escéptica, tecnicista y ávida de poder que, desde sus altos edificios de cemento, no consulta ya en el cielo la marcha ligera de la luna, los signos de las constelaciones y el poderoso recorrido del sol a través de los solsticios y de los equinoccios.” ¿Quién impide la muerte? Pocos años antes de su fallecimiento, casualmente un 17 de febrero del 2001 (había nacido el 7 de julio de 1915) seguía recordando aquel acontecimiento del 17 de febrero de 1948 en el Nuevo Circo de Caracas y aseguraba que fue el momento culminante en su vida.
Juan Liscano y Benito Irady. Hotel Los Bordones, Cumaná 1984 Credito: Rafael Salvatore |