Toda escritura debe estar signada por la reflexión y la libertad de expresión, en pleno ejercicio de la autonomía del pensamiento. Son luces las ideas del Maestro Simón Rodríguez, su propósito mayúsculo "que todos sepan lo que no deben ignorar" y su reconocimiento al ejercicio de la crítica a la que le atribuye todas las bondades de la sociedad cuando afirmó: "todo lo bueno que hay en la sociedad se debe a la crítica. Criticar proviene de criterio, de juzgar con rectitud" y el Apóstol de nuestra América, José Martí expresó: "Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente".
La asimilación y consecuencia con tal pensamiento, obliga a seguir adelante, con esa bandera, en esa marcha indetenible y próspera para la humanidad. Debemos ser CRÍTICOS y preboste, "floricultor de idealidad avanzada", como se definió, el poeta, Pio Tamayo. Los revolucionarios, los líderes, los proyectos de libertad e igualdad, se mantienen en el tiempo, en el espacio, en el alma pura del pueblo, en la esperanza colectiva de los ideales de libertad, igualdad y del amor por la patria. En nada ayuda la ciega obediencia, mucho sí el LIBRE PENSAR, no subordinado, no hipotecado no gravado. Es hora que todos comencemos a pensar sobre un aspecto, que es fundamental, de la vida del hombre en sociedad, como lo es la cultura y particularmente sobre la investidura, el vestido, el ropaje dado por el cargo destinado al servicio público, el cual transforma el ser y el hacer, aliena y distancia a todo aquel ser, persona que esté atrapado (que son muchísimos, casi la totalidad de nuestros dirigentes y funcionarios politicos) en la herencia de la cultura colonial y ahora petrolera, veamos sus elementos:
LA CULTURA DE LA INVESTIDURA reproduce y exalta los valores del sometimiento, de la ciega obediencia, despersonaliza, fortalece la pleitesía, valora la ropa, no al ser, lo superficial no la esencia, exalta, vanagloria al individuo, exacerba la vanidad, el egocentrismo, se cree un mesías en la administración pública, un indispensable, y todo su accionar entramado, mimético como complemento impulsa y crea las bases para que a su alrededor le brinden culto, obediencia, subordinación al individualismo y al mesianismo, es decir a la persona que representa la ejecución del cargo público.
LA CULTURA DE LA INVESTIDURA crea un "sagrado" manto ante el cual es pecado la irreverencia, el pensamiento autónomo, la dignidad no postrada, la reflexión, la crítica, el juzgar con rectitud.
LA CULTURA DE LA INVESTIDURA atenta contra la personalidad humana, libre, independiente, su conocimiento, su acción, al construirse y constituirse sobre una serie de "normas" no escritas, prohibitivas, que limitan y conducen a la mediocridad, a la reproducción de los mecanismos que subordinan y castran la voluntad, el libre razonamiento, convirtiendo a las personas en un instrumento acrítico, obediente y para la obediencia, hasta perfilarse en un robot programado y ejecutor, en censor de lo "bueno y de lo malo". LO MALO es lo que se aleje y contradiga la CULTURA de la INVESTIDURA, así se convierte, por la investidura, en un reproductor del pensamiento para la dominación, para que nada cambie y se fortalezca la cultura del sistema de dominación presente desde la colonia. Se convierte, el investido, en defensor del status quo, de los "valores" de un sistema y modelo en decadencia, corrupto, cruel y violento.
LA CULTURA DE LA INVESTIDURA se instituye como cultura de los antivalores, caracterizada por el racismo, la segregación y exclusión política, la discriminación, la intolerancia, la hostilidad, el desprecio y la subestimación contra quién se rebele contra esa CULTURA de la INVESTIDURA, que enmascara un pragmatismo reaccionario, no inclusivo y persiguen de gratis (a veces creyendo hacerlo bien, sin que nadie exprese orden ni de instrucciones), combaten con irracionalidad y hasta con rabia las voces independiente y persiguen o marginal las expresiones públicas que se hagan en defensa de derechos que se exigen, derechos de ciudadanía que no se imploran, que se reclaman, como parte del cumplimiento de un deber, se encuentran ante la blindada cultura de la investidura o cultura del desprecio, de la negación y hasta del odio.
La lucha en contra de la CULTURA de la INVESTIDURA ha de ser una prioridad que, hoy día, adquiere carácter de urgente necesidad, por tanto hay impulsar el cambio de actitudes, de valores, de perspectivas que propicie un conocimiento para la transformación de la sociedad.
Transformación que tenga muy presente la norma constitucional de democracia participativa y protagónica, dentro del estado de derecho y de justicia social.
Es necesario, urgente hacer nacer y fortalecer una cultura democrática, horizontal, humanista, cuyo trato entre las personas sea de vis a vis, de tu a tu (como decía Zamora), de respeto a la dignidad y condición humana, con un trato de ciudadano, sin postrarse, sin inclinar la cerviz, digno y profundamente enmarcado en los valores más alto de la civilidad y de los principios republicanos, para lograr una sociedad no atrapada en la CULTURA de las INVESTIDURA, que avance hacia un auténtico y verdadero proceso descolonizador, creído y creíble, no sancionador, donde la CULTURA de la AUTORIDAD tenga su cimiento, no en la oprobiosa CULTURA de la INVESTIDURA, sino en el consenso de la comunidad, en la aprobación de todos, en el reconocimiento, en la sabiduría colectiva, armónica y democrática convivencia, enmarcada en el bien común sin perseguidores, inquisidores, censores y felicitadores, sin la revancha como norma de vida y sin que haya que entregar la dignidad a cambio de un salario, de ofrecimientos de futuras prebendas, sin que medie el estímulo a la mezquina esperanza futura y el amiguismo con el jefe político recién vestido o investido, sin estar obligado a tomarse fotografía y dar las gracias al "muchacho y héroe de la película del dia".