Todos lo sabemos: Ugueth Urbina salió de prisión sin cumplir la pena completa que sobre él pesaba por agredir a varios empleados suyos en octubre de 2005. En la Penitenciaría General de Venezuela, ubicada en el estado Guárico, estuvo confinado durante 8 de los 14 años que la justicia había decidido como castigo por aquellos hechos. Su desempeño tras barrotes, supone uno, hizo posible que fuera favorecido con la libertad.
Era fácil suponer que, apenas con un pie en la calle, una de las primeras cosas que haría Ugueth sería visitar un campo de beisbol al lado de Leones del Caracas, su equipo de siempre. Ciertamente, así ocurrió el viernes antes del juego entre los felinos y Águilas del Zulia, partido en el que la pizarra mostró una señora paliza a favor de los occidentales de 12 carreras por 2.
Pero también era fácil suponer que serían múltiples y de diferentes calibres las reacciones que generaría no sólo la libertad de Urbina, sino también la acogida que le fue dispensada por la gerencia caraquista, que no dudó un instante en darle la bienvenida y manifestarle que se sintiera en casa. Por diferentes vías, allegados al beisbol y no tantos han dicho de todo. Hay quien reprocha que “ahora sea un héroe” y hay también quien aplaude que el siniestro de la lomita se uniforme sin esconder las ganas de jugar pelota porque “todavía puedo dar mucho en el beisbol y “ahora siento que soy una persona diferente”.
Particularmente siento que el caso de Urbina debe ser tomado, por quienes pueden hacerlo, como una gran lección moral. Nuestra sociedad tiene mucho que aprender de ese cuadro, entendiendo que la violencia no es la mejor consejera; que la pérdida de vida durante ocho años es, como mínimo, muy lamentable.
Si me preguntaran, diría que sí: que se le diera la oportunidad de demostrar que es cierto eso de que “soy una persona diferente”. Y, ¿por qué no?, verlo en nuestros estadios salvando juegos e imponiendo terror peloteril como lo que siempre fue: un monstruo del beisbol.
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