La situación de la Iglesia Católica sobre la pederastia es en extremo delicada porque su solo análisis tropieza de frente con un problema casi carente de solución; el abordaje teórico y práctico del asunto va de frente contra uno de los elementos estructurales de la institución, cual es, el celibato sacerdotal. Ni el celibato ni el ministerio sacerdotal con exclusividad para los hombres “está en discusión”.
Grupos de activistas en diferentes lugares del mundo han manifestado su decepción calificando de ineficaces y complacientes las medidas adoptadas por el Vaticano advirtiendo que se omite castigar a los obispos que optaron por proteger a sacerdotes incursos en abusos contra niños y niñas menores de edad. Surge una pregunta: ¿creen las organizaciones que reclaman la protección de los niños que el castigo a los obispos será suficiente para resolver el problema?
Una realidad bien documentada en la psicología social es la relación entre el perfil psíquico del sujeto y la selección o inclinación profesional y este es el núcleo del problema. Porque el celibato que obliga a los sacerdotes, funciona como filtro de selección para muchos individuos con dificultades para su identificación sexual. No quiere significarse con la afirmación anterior que todo célibe padezca de problemas para su propia identificación sexual ni que todo sacerdote presente problemas de este tipo. Lo que se desea someter a discusión es la oportunidad que se le presenta a individuos con dificultades de identificación sexual para dedicar su vida a un ministerio en el que tienen cabida quienes no quieren o no pueden establecer relaciones de afinidad sexual con mujeres. El ambiente del celibato abre posibilidades para albergar a pedófilos, pederastas y homosexuales y de esta realidad no son responsables los obispos enfrentados a disimular los escándalos de abusos sexuales de sacerdotes, además de las demandas multimillonarias que han ocurrido recientemente, sin perjuicio de las ocasiones en las que el obispo carece de autoridad moral alguna para exigir a sus subordinados el cumplimiento cabal del celibato.
La discusión de este espinoso tema es pertinente porque afecta a niños y niñas, víctimas inocentes, que le son confiados en nombre de los sentimientos religiosos que excluyen por definición el peligro potencial de los sacerdotes con desviaciones sexuales. Esta realidad social exige de la Iglesia Católica un compromiso real de solución y no meras declaraciones tangenciales. Es verdad que no todos los pedófilos y pederastas son sacerdotes y, es menester repetirlo una y otra vez, no todos los sacerdotes padecen estas inclinaciones. Pero sí es cierto que existen tendencias muy marcadas hacia la pedofilia y la pederastia entre sacerdotes y este problema le compete exclusivamente a la Iglesia Católica. Además, es menester evitar la impunidad de los crímenes contra niños y niñas por parte de sacerdotes y de laicos. Es inadmisible la utilización de subterfugios o componendas con obispos para disimular estos delitos y los escándalos inherentes. Esta cruzada es adherida por todo ciudadano consciente.
Al Papa Francisco deseamos éxito en sus funciones y muy particularmente por la solución de este problema que vulnera a la sociedad entera por vía de la Iglesia Católica.
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