La protesta sube como la espuma mientras que el régimen sigue dando todos los motivos para provocarla. El 20 de noviembre se registró una muy amplia movilización de protesta y reclamo por la aparición de los normalistas de Ayotzinapa, no sólo en la Ciudad de México, sino en toda la república y en el extranjero. Todas ellas pacíficas, del lado de los convocantes, pero no exentas de la consabida presencia de los encapuchados provocadores y de la policía arremetiendo contra los pacíficos y cubriendo a los provocadores. Más gasolina al incendio. La exigencia de la renuncia de Peña Nieto ya no es especialidad de la oposición de verdadera izquierda, sino que se suman voces de diferente ubicación política; se comenta por analistas variopintos y es tema en los corrillos de la gente común. Tan en serio está el asunto que el propio Peña Nieto se atreve a negarlo y garantiza (¿amenaza?) seguir con mayor ahínco en sus tareas de auspiciar el desarrollo del país, sin especificar a qué país se refiere.
Varias cosas resultan obvias: Peña no va a renunciar en un desplante de patriotismo ni tampoco va a ser enjuiciado por el congreso para defenestrarlo. Tendrá que elevarse el volumen y la temperatura de la presión popular para hacer insostenible su permanencia en el cargo, por un lado y, por el otro, generarse una expectativa de tránsito eficaz a un gobierno interino que se aboque a la reconstrucción de la paz social. La ausencia de esta última condición haría que el temor a la ingobernabilidad y al desastre nacional apuntalara con bayonetas al desprestigiado presidente.
Se requiere una amplia convocatoria social para diseñar la puerta de salida y el camino para el cambio pacífico. Cuauhtémoc Cárdenas ha dado dos pasos al frente: propone la convocatoria a un congreso constituyente que redacte un nuevo pacto federal y renuncia a su membrecía en PRD. Como quiera que sea, Cárdenas no deja de ser un referente y su convocatoria es muy de ser escuchada, especialmente en el sentido de abrir el espacio post Peña Nieto. Es hora de sumarse, no necesariamente a la persona de Cárdenas, sino en torno al proyecto planteado, haciendo a un lado protagonismos y personalidades, de manera de crear la masa crítica necesaria para darle viabilidad a la regeneración nacional.
Tal como lo propuse en septiembre del 2012, cuando el escándalo de los financiamientos ocultos y la compra de votos hacía tambalear la confirmación del triunfo electoral de Peña Nieto, la llegada de un gobierno interino sería un paso obligado para el cambio, más aún cuando se pretende que sea pacífico y civilizado; de otra suerte sólo sería concebible con un golpe militar que, además de ser poco probable, significaría un grave retroceso para las aspiraciones de democracia y bienestar. En caso de darse, el gobierno interino sería designado por el PRI dada su mayoría en ambas cámaras, pero tendría que abrir espacios para resolver la crisis; es entonces que pudieran tener lugar los cambios que se propongan. Una salida de este tipo, además de ser la única alternativa viable, facilitaría el aumento de la presión sobre Peña para forzar su renuncia, con sectores del PRI enrumbados en ese sentido, con Beltrones amarrando el interinato.
Desde otro ángulo, la presión internacional de todos los colores apunta contra el régimen y contra Peña en particular. Además de ser un síntoma de la decadencia, constituye la puntilla para un gobierno cuyo mayor interés está fuera de las fronteras.
La circunstancia nacional demanda patriotismo e inteligencia política para encontrar la salida eficaz; humildad para desterrar protagonismos de capillas y partidos; visiones de estado y gran valentía para afrontar los riesgos. No abundan tales atributos, pero tampoco faltan.