El fascista le teme a la verdad y la ternura. La luz del dia le desnuda los crímenes. El amor lo deja íngrimo con sus tormentos.
El racista va con su odio apartando el bosque a dentelladas. Todo lo mestizo lo aborrece, todo lo distinto le causa ansiedad de muerte.
Estos aberrados se proyectan en las armas y el dinero, se realizan en las vanidades. Van de cacería de indios patagónicos y disecan la historia para amoldarla a su vicio de mentir.
La perfección es el macho con garrote, il facho di combatimento, la vena rubia, la raza que azota la tierra.
Toda hembra es para el facista símbolo de debilidad, cosa útil, violable. Así se solaza el sádico con el cadáver de la niña indígena, como el maltratador con la pequeña mujer de cabellos negros lisos. Se impone el dominio de los señores del desprecio por sobre toda posibilidad de justicia.
He visto a estas fieras arremeter contra dos cancilleres de pueblos redimidos. Los esbirros no toleraron la piel autóctona, menos la irreverencia de plantarse cara a cara frente a la ignominia.
Es en esas lides donde se crece la dignidad de las almas traslúcidas que irrigan amaneceres en la noche cómplice del cobarde.
Resta anotarle al promotor de la tortura, con verso libertario: "Mi memoria es una lupa que repasa tu sadismo".