Jesús nunca fundó una iglesia, nunca invistió a nadie de autoridad alguna, nunca tuvo en su poder las llaves del Reino, nunca dijo a Simón Pedro, que se erigiese en Sumo Pontífice y Gran Rabino de la sinagoga de su doctrina. Cristo no vino a fundar iglesias, sino en todo caso, a desmantelarlas, a desarraigarlas, a superarlas, a suprimirlas. Día llegará, y está cercano, en el que los niños y los adultos, los jóvenes y los viejos, los varones y las mujeres, interpelarán directamente al Espíritu y con Él conversarán desde su propio pecho, de tú a tú, en sordina, sin muletas, sin reclinatorios, sin catecismos ni liturgias, sin sacerdotes, sin intermediarios. Durante muchas décadas e, incluso, durante varios siglos coexistieron, con paz o sin ella, en el seno de la nueva religión los literalistas de Pablo de la naciente Iglesia con los cristianos místéricos de la corriente gnóstica, que eran por definición filósofos libertarios y opuestos a cualquier asomo de dogma, jerarquía, proselitismo, centralismo, monolitismo, noción de ortodoxia, persecuciones y discriminaciones basadas en el sexo, en la clase social, en el color de la piel o en la procedencia geográfica, pero el equilibrio entre esas dos formas radicalmente opuestas se rompió a partir de la destrucción del Templo en la octava década de la centuria, cuando los esclavos y fugitivos de Israel, que sólo conocían, entendían y practicaban los misterios exteriores y, por ello, menores de la religión cristiana, se desparramaron por toda la superficie del Imperio, llegaron hasta sus más remotos rincones centrales y occidentales; sería en ellos donde echaría poderosas y casi inextirpables raíces el cristianismo literalista y, con el la Iglesia e implantaron un delirante sistema de creencias integristas, cuyo fuste, no era el mito, sino la historia en general. Aludo, al hecho de que a partir de ese instante los nuevos cristianos nacidos o surgidos en Occidente perdieron, con escasísimas excepciones, toda posibilidad de contacto con los maestros orientales del cristianismo gnóstico.
Pablo, a todo esto, había ido poniendo en marcha con su habitual diligencia e inteligencia el fatídico artilugio de lo que poco a poco, sin pausa ni prisa, llegaría a ser el Nuevo Testamento y sentaba así las bases o, mejor dicho, abría la posibilidad de construir una Iglesia dogmática, burocrática, cerrada, autoritaria, policíaca, discriminatoria, racista, sexista, militarista, terrorista y convencida de estar sólo ella, bajo la bóveda de los cielos, en posesión de la única verdad. Y una de las primeras cosas que hizo en lo mirante a tal propósito, demostrando una vez más el poderío y la excelente puntería de su diabólica astucia, fue conferir linaje apostólico a los evangelistas dotándolos así de la credibilidad de la que, por no haber sido testigos presénciales de los hechos narrados, obviamente carecían. La persecución que sufrieron, los paulinos, sino de la que los cristianos literalistas organizaron, con la gentil ayuda de todas las instituciones civiles y militares del Imperio, contra sus correligionarios gnósticos, empezó a mediados del siglo segundo y fue, en la medida de lo posible, sencillamente salvaje: acaso el primer holocausto de la historia. La crónica de aquella infamia está minuciosamente escrita en los libros y al alcance, de todo aquel que quiera conocerla. Baste con decir que, la solución final llegó en el año trescientos ochenta y uno, cuando el emperador Teodosio decidió y decretó que las herejías eran crimen de estado, prohibió los debates filosóficos, ordenó que se quemaran todos los escritos gnósticos y místéricos, y aplicó la pena capital, por primera vez en la historia del mundo conocido, a los autores de delitos de opinión. Y necesitaba también. La Roma de Constantino y de Teodosio, por reducirla a dos nombres y hombres tristemente emblemáticos, que esa religión fuese mistérica, porque sólo los credos de esa índole disfrutaban en aquellos años de la popularidad entre la soldadesca y las clases humildes que los emperadores, por obvios motivos demagógicos y clientelistas, buscaban y anhelaban. Así, hasta ahora, ha sido. La empresa fundada por Pablo lleva casi dos milenios de prosperidad creciente y sigue generando cuantiosos beneficios dentro y fuera del ámbito de la cristiandad.
Diez años más tarde, no contento con lo que había dicho y hecho, ese mismo emperador se sacó de la manga de los arreos áulicos un edicto por el que ordenaba el cierre y la inmediata suspensión de actividades en todos los templos paganos, pero para entonces el sanctasanctórum de Eleusis, cuya luz estuvo encendida durante casi once siglos, había arrasado hasta la cepa de sus cimientos por jaurías fanáticas de monjes nestorianos que escupían veneno, jaculatorias y llamas sobre cualquier cosa que guardase la más mínima relación con el pensamiento, la ciencia y la cultura. Tres lustros después de la muerte de Teodosio entrarían a saco en Roma los visigodos y empezaban los oscuros siglos del cristianismo, cuyo suma y sigue no ha acabado, aunque parece que ya se acerca su fin. Mientras las grandes obras literarias de la antigüedad eran arrojadas al fuego, san Agustín anunciaba el triunfo del fundamentalismo literalista con las siguientes palabras: Nada debe aceptarse si no es basándose en la autoridad de las Escrituras, pues esa autoridad es mayor que la de todos los poderes de la mente humana. Los antiguos habían levantado las Pirámides y el Partenón, pero después de unos cuantos siglos de cristianismo, en muchos lugares de Europa, la gente ya no sabía construir ni siquiera casas de ladrillo.
Posidonio había creado varias décadas antes de que naciese Jesús un hermoso modelo giratorio del sistema solar en el que estaban fielmente representadas las órbitas de todos los planetas entonces conocidos. Lo sabemos por Cicerón. Pues bien: a finales del siglo cuarto después de Cristo era ya un sacrilegio en Europa no creer que Dios colocaba las estrellas en el cielo, una a una, por las noches. El estudioso alejandrino Eratóstenes había calculado correctamente la circunferencia de la Tierra, con escasísimo margen de error, en el siglo IV antes de Cristo, “pero al imponerse la religión atribuida a éste” empezó a considerarse gravemente herético la opinión de quienes no creían que la Tierra fuese plana. A la luz de todo esto, y de otros datos similares, tuvimos que plantearnos la siguiente cuestión: si el paganismo era tan primitivo como los cristianos aseguraban y el cristianismo literalista es la única religión verdadera, ¿por qué la civilización pagana se vio sustituida por los mil años que conocemos con el nombre de Edad de las Tinieblas? Respondan ustedes señores doctores de la Iglesia Católica.
“La Non Tan Sancta Madre Iglesia” aprobó, apoyó y participó en el genocidio más grande de nuestra historia, como fue el exterminio de millones de indígenas en nuestra América. Los frailes y monjes, manipularon al Rey de España y le fueron con el cuento de que los indios no tenían alma, por lo tanto no eran cristianos, no eran gente, sino animales, por lo que se les podía esclavizar y sí oponían resistencia había que eliminarlos. Y todavía hoy, salen diciendo que los aborígenes los estaban esperando, “postrados de hinojos”, para que los cristianizaran. No quieren pedir perdón, ni reconocer, que masacraron a los indios, a punta de tizonas, arcabuces, culebrinas y el empalamiento para sembrar el terror, y los curas apoyaron con la cruz a la espada, para santificar todos los crímenes que se cometieron.
Cito un párrafo: de la carta que, Lope de Aguirre “Príncipe de la Libertad”, manda al rey de España. “En mucho lastimóme, Emperador augusto, que no fuera el encargo de librar combates para engrandecer los límites del reino de España, la suerte que me cupo al poner pie en Cartagena y alistarme de soldado, sino la inominiosa bellaquería de allanar sepulturas de indios con la intención de hurtar a los difuntos las jícaras de oro y los macizos ídolos de los mesmos que sus parientes habían enterrado por debajo dellos".
SALUD CAMARADAS:
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.
PATRIA. SOCIALISMO O MUERTE.
VENCEREMOS.
manueltaibo@cantv.net