Cuando el yugo de la opresión capitalista arrecia, los pueblos tienen la legalidad suficiente para romper sus cadenas. El capitalismo en Venezuela instauró una economía de puerto, acabó con su modesto parque industrial, y abandonó el campo venezolano, y a sus campesinos; así mismo, le dio permiso a los terratenientes para incrementar sus latifundios, y para asesinar a los cultivadores en busca de tierras para sembrar.
El descubrimiento del petróleo en las profundidades del suelo venezolano, y el comienzo de su explotación, trajo consigo una migración del campo a los primeros centros de la explotación petrolera. Los saraos y el conuco comenzaron a extinguirse en la medida que la extracción del crudo crecía, y ameritaba más brazos, y brazos, principalmente de campesinos. Para la cuarta República no era una prioridad la política de siembra de los granos y los frutos para el alimento; el Puntifijismo estaban más interesado en el negocio de la importación.
Con la llegada de la Revolución Bolivariana se abrió un amplio horizonte, tamizado de esperanza; su líder Hugo Chávez, un militar bolivariano, aficionado al campo y a la siembra, hijo de maestros de escuela y nieto de campesinos, impulsó la promulgación de una Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, que prohíbe el Latifundio, al tiempo que concede el derecho a los sembradores a ocupar los predios ociosos, y protege al campesinado para trabajar las más antiguas formas de cultivo; las nuevas y más avanzadas técnicas para hacer parir nuestra tierra fértil, el alimento adecuado y suficiente para la vida sana del pueblo venezolano.
Una nueva burguesía cívico militar enquistada en el gobierno administrativo bolivariano, comenzó a revertir las políticas impulsadas por el presidente Chávez. Agropatria, en un principio dirigido por Bandera Roja, es una institución del Estado burgués venezolano, surgida de la nacionalización de Agroisleña, bien pronto comenzó a desestimar la atención a las necesidades del campesinado en materia de créditos, asistencia técnica, fertilizantes, semillas, y plaguicidas, para entregárselas a los terratenientes, y antiguos y grandes negociantes del campo venezolano, asociados a Industria Polar.
Sobre Agropatria se alza el fantasma de la reprivatización, pero antes escurre sus activos para entregárselos a sus amigos los grandes y vampirezcos empresarios del campo, mientras vaipasea las necesidades de los sembradores; ahora ––el sector más comprometido del campesinado, donde participa la Corriente Campesina Nicomedes Abreu, entre otras organizaciones, en medio de la pavorosa crisis económico política que sacude a nuestra patria venezolana––, inicia la Marcha Campesina Admirable, desde las fértiles tierras purtugueseñas y yaracuyanas, hasta Caracas, para entregarle al Presidente Nicolás Maduro, un documento reivindicativo y propositivo con el fin de iniciar realmente una acción decidida de producción alimentaria en el campo venezolano.
La Marcha Campesina Admirable se encuentra ya en las promisorias tierras de Aragua; en su largo recorrido de a pie, se le han sumando campesinos y amigos del campo que quieren entrar a Caracas portando la nueva divisa de la esperanza.
Uno siente la necesidad de acompañar esa marcha, que entraña la suma de una realidad económico social, y de un viejo y renovado sentimiento de independencia y de liberación nacional.
Como ciudadano de Venezuela, como miembro de la clase obrera venezolana esclavizada por el capitalismo, con identificación y conciencia de clase, yo quisiera tener el privilegio de estar allí.