Vamos a sugerir una solución al grave problema del bachaqueo que, como se sabe, es en gran parte responsable del desabastecimiento y la carestía que vive nuestro país. Y lo haremos, sabiendo de antemano que será inútil, porque si por algo se ha caracterizado este gobierno es por no escuchar a nadie más que a sí mismo. Sin embargo, en vista de que a pesar de las medidas que se están tomando para paliar la crisis creemos que ésta continuará agravándose, opinamos que se hace necesario hallarle una urgente y rápida solución. Especialmente, en su aspecto relacionado con el grave problema de la especulación y la escasez de alimentos.
En esencia ¿en qué consiste el problema del bachaqueo, un problema que se ha extendido demasiado tiempo gracias a grupos que se han convertido en poderosas mafias?, Consiste en que estos delincuentes compran los productos de la cesta básica a precios regulados y los revenden a precios escandalosamente altos. Este disparo incontrolable de los precios ocurre porque son realmente incontables las personas y grupos delictivos que se dedican a este comercio ilegal; un comercio que literalmente arrasa con estos productos, provocando desabastecimiento y carestía. Es decir, un problema que se retroalimenta a sí mismo. Pues al arrasar los bachaqueros con los productos de primera necesidad, causan desabastecimiento, y este, a su vez, contribuye a disparar los precios, tanto en el comercio ilegal como en el legal.
¿Qué hacer? Eliminar el bachaqueo. ¿Cómo? Muy sencillo. Derogando los controles de precios y continuando con los claps. La ventaja de una política así son incuestionables. Porque, en primer lugar, si existe algo que en definitiva ha resultado un tremendo fracaso, un fiasco completo, son estos fulanos controles , los cuales han tenido unos efectos absolutamente contrarios a los que se buscaban con ellos. De manera, que no existe ni un sólo motivo, ni un solo argumento racional y lógico que hable en favor de continuar manteniéndolos. A menos, por supuesto, que se quiera seguir flagelando a la población y entregarle el país a la oposición y al imperio. Porque, lamentablemente, por ese camino andamos.
Pero decíamos, que no hay nada que justifique el mantenimiento de los mencionados controles. Porque al contrario de lo que con ellos se esperaba como era la reducción o estabilización de los precios, lo que se ha logrado es un efecto contrario, es decir, que éstos se hayan disparado a niveles realmente alucinantes, totalmente inaccesibles para la inmensa mayoría de los venezolanos. Por eso, la urgente necesidad de eliminarlos. Entre otras cosas, porque de hacerse, de abandonarse esta política poco afortunada, se estaría dando un fuerte impulso a la producción. Eso se debe a que el empresario se sentiría más incentivado, más inclinado a invertir y a producir en Venezuela. Actitud que incidiría indudablemente en la creación de nuevas empresas, lo que a su vez se traduciría en nuevas fuentes de trabajo y, por consiguiente, en la recuperación económica del país, que es lo que en definitiva todos queremos.
Otra ventaja de esta nueva política sería la desaparición de los bachaqueros, y, junto con ellos, las largas colas que se observan a las puertas de los supermercados y abastos, las que están integradas fundamentalmente por estos delincuentes. Pero, claro, esto se lograría si los claps funcionaran normalmente y no como lo han venido haciendo hasta ahora, de forma absolutamente irregular. Al punto, de que hay numerosos conglomerados humanos que saben que los claps existen sólo porque los han escuchado mencionar. O que si lo han visto una vez, no los han vuelto ver nunca más.
Presidente, Venezuela se encuentras en estos momentos en una peligrosa encrucijada en la que se está jugando su destino como nación libre y soberana. De usted depende, por si no se ha enterado, que de esta dramática coyuntura salgamos más fortalecidos como nación dueña de su destino, o que nos convirtamos en una miserable colonia de los Estados Unidos. Por eso quiero decirle, Presidente, que no hay nada más contrario a la razón y al buen juicio que tratar de nadar contra la corriente. Porque quien lo haga terminará ahogado, como les ha pasado a todos los que insensatamente lo han intentado.
Por eso, sin artificios retóricos ni eufemismos complacientes, permítame decirle también que en estos aciagos momentos hay que pensar primero en el país que en el socialismo, y en las personas que en teorías políticas. De allí que le pida, que incluso le ruegue a nombre de los superiores intereses de mi país, de su país, que rectifique. Que no le haga más daño del que ya le ha hecho y del que, a través de los enemigos de Venezuela, que se aprovechan de sus errores, podría hacerle en el futuro. Que deje, en fin, a un lado sus prejuicios y resentimientos y a nombre de este pueblo que tanto lo ha apoyado y que tanto está sufriendo, trate de entenderse con los organismos gremiales de los empresarios, incluyendo Fedecámaras, a objeto de hallarle una salida al actual estancamiento de la economía; y a objeto también de ahorrarle al país el horror de un gobierno de derecha, un gobierno asesino, corrupto y lacayo del imperio.
Porque es verdad, presidente, estamos viviendo una tragedia como nunca, con excepción tal vez de la guerra de independencia, la habíamos vivido. Una trágica realidad de la que usted tal vez no se haya dado cuenta de su verdadera dimensión por aquello de "ojos que no ven, corazón que no siente". Por eso, presidente, olvídese de la televisión, olvídese de tanta cháchara hueca y salga a mezclarse con la gente. No se atenga a lo que le dicen los aduladores. Salga para que pueda constatar personalmente, in situ, los estragos sociales y humanos que han causado sus fracasadas políticas económicas.
Usted prometió hace poco que en estos dos últimos años de su gobierno iba a producirse una notable mejoría de la situación general del país. Casi prometió el despegue de la economía. Y sin embargo, ya han transcurrido dos meses de esas alentadoras promesas y, de la tan anunciada recuperación, no se ha visto el menor indicio por ninguna parte. Por lo que pudiera decirse que han sido dos meses perdidos. Ahora, el plazo que tiene se ha reducido a veintidos (22) meses. Y la pregunta que nos hacemos es: ¿Se podrá en ese lapso tan corto reparar, aunque sea en parte, los tremendos daños causados durante tanto tiempo? ¿Revertir la opinión pública a su favor que la tiene abrumadoramente en contra? Ojalá así sea.