De entrada: Cualesquiera análisis sobre las diatribas sociales de índole política caen en el vacío mientras no pasen por la consideración de que estamos en una sociedad clasista. Mi experiencia sobre esta materia me ha enseñado que los apologistas del Capitalismo más dominan el Marxismo que la mayoría de los marxistas y marxistólogos.
Por sociedad clasista entendemos una sociedad donde la mayoría de sus habitantes son pobres-proletarios-y una minoría, suerte de mezcolanza informe de nacionales y extranjeros de todas partes, son los dueños privados de los medios de producción más importantes: tierras, empresas fabriles, grandes supermercados, importadores de alto giro.
Es muy iluso pensar que los poderosos puedan entregar sus ventajismos a quienes no los posean; eso sería como pedirles a los obreros mejor pagados que compartan sus salarios con los obreros peor pagados, o que los ricos entre sí compartan su fortunas. Su competencia por una tasa de ganancia igual es para mantener sus diferencias económicas, y para que los más ricos, más ricos sigan siéndolo.
Así, en una Constitución o en una ANC, ¿cómo puede hablarse de igualdad de las personas, si estas se hallan divididas en clases? Por algo se trata de la estructura económica, el piso sobre el cual andamos, comemos y pensamos.
Cada vez que oímos hablar de igualdad social, de derechos humanos igualitarios, en concreto, en una sociedad clasista como la burguesa, estamos oyendo o refiriéndonos a bizantinidades.
Es muy lamentable que gente connotada, que se arroga condiciones revolucionarias socialistas, se sume a diálogos por la igualdad de los seres humanos sin concretarse a la eliminación de las clases sociales para lo cual, por ejemplo, habría que partir de la abolición de la propiedad privada de los principales medios de producción, de considerar a fondo la nacionalización de la banca privada si esta sigue aferrada a incumplir las normas más elementales que debe asumir y respetar una banca privada en paz y sin ser enemiga del gobierno. Este gobierno, en tal sentido, por ahora, ha sido demasiado tolerante.
Por supuesto, el pueblo ha ido tomando nota, ha sido harto pacienzudo, pero su paciencia se va agotando ante tanta inercia en materia de inmunidad, de robo de su salario, de su pensión, porque el gobierno al que con tanto gusto ha acompañado parece no darse cuenta de cuánto pesa esta realidad y se ha limitado a una retórica sobre el amor y el odio como si con hambre pudiera haber amor alguno.
Los sentimientos sobre amor a la patria no le dice nada a ningún comerciante, y en cuanto a odio, ningún comerciante puede odiar a ninguno de sus clientes ya que estos van a llevarle dinero y a recibir menos valor en cambio.
De manera que odio y amor no pintan nada en la situación que estamos confrontando. Se trata de una lucha de clases donde, desafortunadamente, los defensores de los intereses populares parecen no entender qué significan las clases sociales.
No en balde la Economía Marxista, la más dura de las ciencias, no logra popularizarse ni siquiera entre los autollamados revolucionarios políticos.