El precio de la hipercrisis

Pareciera que la crisis que mantiene al país en el filo de la navaja, se resuelve a punta del "billete" extraído de los miles de millones de dólares que reposan en nuestro subsuelo, en medio de una realidad social crónica, falsamente transitoria. Se comercializan bienes y servicios perecederos e imperecederos en moneda extranjera ("verdes") con absoluta impunidad, desafiando a los que desde el "Alto Gobierno" hablan de una reconversión monetaria exitosa" y una "revolución económica…" conectada con el Plan de la Patria 2019-2025.

Se apela al aumento de la producción petrolera, a las reservas en oro, diamante, gas, coltán, níquel así como a la riqueza turística del país geográfico con un lenguaje lleno de ceros a la derecha, en fin, las cifras manejadas superan cualquier pronóstico destructor del futuro inmediato. Simplemente se sueltan los números y hacen creer que al tener con qué pagar la ilegal deuda externa, aumentar salarios, emitir nuevo cono monetario, continuar la Gran Misión Vivienda y financiar las próximas elecciones municipales, entre las ingentes prioridades de un país con 32 millones de habitantes, saldremos del oscuro túnel que hoy nos tiene contra la pared.

Vale decir que con plata en mano, salimos del drama de una sociedad estructuralmente inhumana y fabricante de dependencia económica, pobreza moral y miseria social. El exceso de dinero y el populismo gubernamental más un pueblo acostumbrado a la dádiva, el nuevoriquismo y la arrogancia, constituyen un trío lleno de vicios imposibles de echar a un lado cuando tratamos de ver más allá de lo evidente.

En algún momento se sabrá, el monto exacto de los ingresos que ha obtenido el país desde el reventón petrolero de 1914. Lo más probable es que no encontremos durante más de cien años continuos, otra nación que supere a Venezuela en producción petrolera, desfalco y saqueo del erario nacional, paralelamente. Al revés de la lógica económica y política, la riqueza material multiplicó los cordones de marginalidad en las grandes, medianas y pequeñas ciudades, el atraso cultural ha formado un prototipo de venezolano/venezolana ostentoso y pedante; la agricultura de puerto está intacta, la economía mono dependiente sigue pervirtiendo el presupuesto nacional, los empresarios parásitos gozan de buena salud y la burocracia corrupta cívico-militar, es una peste protegida.

A esto se suma la ola de "políticos profesionales", mediocres y camaleones que cambian de color de acuerdo a quien esté en la silla de Miraflores, así como una población atascada en una ignorancia funcional que la convierte en masa y no en sujeto consciente de su historia.

La hiperinflación que alarma hasta alcanzar niveles espeluznantes, aunque era predecible y parece agudizarse a simple vista, volvió a romper el espejo donde acostumbrábamos ensalzarnos con aquello de "país rico", "pionero de la Democracia latinoamericana" y promotor del "Socialismo del Siglo XXI".

Esta crisis, inducida y endógena, así como ha disminuido el peso físico por habitante y mantiene en estado de coma el sueño de un modelo alternativo de sociedad, obliga a preguntar si acaso también tiene un precio que debemos pagar para descubrir la magnitud de una etapa llena de contradicciones y desafíos. Insistir desde el gobierno con la dádiva a manera de Bonos por cualquier motivo, tiene un fuerte olor a limosna que reafirma la degradación de la cultura política en las mayorías.

Culpar al imperialismo norteamericano por la dimensión de la crisis, es una verdad a medias que pretenden anclar como absoluta, en el imaginario colectivo. Hay un cruce atorrante de factores que se extiende desde la agudización de la actitud individual y egoísta para sobrevivir hasta el frágil protagonismo consciente colectivo para transformar la crisis en oportunidad de cambio. El discurso político oficial choca brutalmente con lo que sucede en la calle porque la calle habla, grita, llora y se enfurece desde que amanece hasta cuando la luna regresa.

El ideario político – ideológico de los Bolivarianos, en un principio tomados de la mano del comandante Chávez, no ha podido dar un salto de raíz, lo suficientemente profundo y trascendente como para vislumbrar en la distancia, el renacer de la patria. De la extraña mezcla de tanto capitalismo como sea necesario y socialismo como sea permitido, no puede esperarse más que ensayos y errores altamente desgastantes, costosos y aventurados, mientras el enemigo sabe lo que quiere, negocia la guerra mientras habla de paz, cuenta con los recursos humanos, materiales y aliados periféricos para voltear la página a su favor, en cualquier canto de gallos.

El precio de esta crisis puede arrastrarnos a una callejón sin retorno que materialice una acción cívico-militar abiertamente fascista, neoliberal y de larga respiración. Más que hiperinflación hablemos de una hipercrisis encajada en los huesos del país, horadando con mensajes negativos los millones de estómagos llenos de hambre. Convirtiendo el día a día en un acto de tenaz subsistencia.

Existe un ambiente rudo, pesado. Los que andan a pie, con los pelos de punta, se despiertan tras la búsqueda del sustento básico para no morir de inanición y aquellos hombres y mujeres capaces de jugarse la vida por una revolución sin medias tintas ni malabarismos verbales, parecen desmoralizarse y colgar los guantes.

La negligencia de los gobiernos locales, regionales y central se empalma con una corrupción por demás vulgar y traidora, en tanto en cuanto proviene de los mismos que andan "enrojados" y aplaudiendo como focas humanizadas. De tal suerte, se han juntado factores en todas las escalas de la sociedad como para revelar que no hay excusa para cruzarse de brazos ni andar con discursos evasivos y sicóticos.

¿Qué hacer aquí y ahora? Sustituir la queja enfermiza, el rumor venenoso y la cómoda indiferencia por la participación franca y continua, en hechos comunales inmediatos que mejoren nuestro nivel y calidad de vida. Atreverse a creer que juntos podemos avanzar más allá de quienes presumen un poder "oficialmente burocrático", temporal. Echar la arrogancia, el sectarismo y la prepotencia a la basura y empezar con el respeto a la disidencia, encontrar temas coincidentes y ejecutar decisiones puntuales, tácticas, con una visión estratégica y un sentido de pertenencia.

Tomar atajos de cualquier índole reduce, por unos minutos, la hipercrisis que se mantuvo oculta, disfrazada y deliberadamente esquivada por una población llena de contradicciones y anacronismos en masa. Nadie que se digne de ser venezolano/ venezolana está libre de la corresponsabilidad frente a este dantesco escenario, donde hemos llegado al colmo de otorgar dólares preferenciales a los especuladores corporativos (peces gordos) y revenderle un producto al vecino de barrio, a un quinientos por ciento más del valor original.

La hipercrisis obliga a tomar el toro por los cachos porque o parimos y hacemos una patria diferente o preparémonos para un largo periodo éticamente inmoral, políticamente demagógico y económicamente tiránico. La historia no perdona la indiferencia y está en nuestras manos revertirla.

*Escritor. Periodista. Ex Diplomático.



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Elmer Niño


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