De acuerdo con las cifras oficiales del Covid-19 en Venezuela durante los meses de agosto y septiembre, con un promedio diario de mil contagios y diez fallecidos, se puede pronosticar que para finales del mes de octubre, ambos renglones en nuestro país deben andar por el orden de cien mil y novecientos, respectivamente.
Si se compara con las cifras oficiales de Colombia, México y Perú, donde los contagios en cada uno de estos países latinoamericanos superan los setecientos mil para finales de septiembre, con proyecciones para finales de octubre de entre novecientos mil y un millón, se pudiera decir que la situación en Venezuela no es tan alarmante.
Posiblemente no sea tan alarmante, si se ven las cifras en frío, pero si se contextualizan, el asunto cambia. Que Venezuela llegue a finales de octubre con cien mil o más contagios registrados, no es una cifra despreciable, porque tiene que ser vista, principalmente, como parte de un proceso progresivo de contagio y de aumento en la cantidad de casos, sin que se sepa exactamente, hasta dónde se llegará.
Además, cien mil o más contagios, en el contexto de una sociedad atravesada por crisis en el suministro de electricidad, gasolina, gas doméstico y agua potable, aunado a un proceso inflacionario incontrolable, puede ser un ingrediente sencillamente más que explosivo. El caso es que en Venezuela todo es más difícil para el común de las personas. Ir a un centro de salud, o a una farmacia, o a comprar alimentos, a veces se convierte en una odisea. Esto no es un cuento, ni se presta para chistes. Es una realidad que existe y se complejiza cada día más.
No importa las causas. No importa si son provocadas por factores internos o factores externos. Es lo que hay, diría alguien.