Una comparación incómoda

De rectores y rectora

Tuve el privilegio de formarme en la Universidad Nacional Autónoma de México y aunque nunca me consideré un mal estudiante, terminé mi carrera de Ingeniero en nueve años. Nunca me arrepentí de ese retraso porque creo que ningún minuto de aquellos años se desperdició vanamente. De alguna manera intuí el privilegio de vivir aquella década excepcional (1958-1968).

Don Javier Barros Sierra era director de mi Facultad cuando ingresé en ella en 1958 y rector de la Universidad cuando terminé mis estudios en 1967. En aquel tiempo,la Facultad de Filosofía vivía –sigo creyendo cuarenta años después- el momento más brillante de su historia, con maestros como Luis Villoro, Leopoldo Zea, José Gaos, Adolfo Sánchez Vázquez, Ricardo Guerra y muchos otros, cuyas cátedras se llenaban con gentes que descuidábamos nuestros estudios formales en otras facultades para oír las clases de aquellos grandes maestros. No íbamos ninguno en pos de un grado, de un papelito para colgar de un clavo, sino de un bastón robusto para transitar la vida… ¡y que bastón!

Llegó el año de 1968 que hoy muchos consideran decisivo en la historia de todo el S. XX y ahí estuvo Don Javier, al lado de sus estudiantes masacrados por el gobierno de Diaz Ordaz. Codo a codo con nosotros en cada manifestación, en cada protesta, el Sr. Rector –herido ya de muerte por un cáncer que terminaría con el dos años después- supo mantener en alto la dignidad de nuestra querida Universidad en aquellos tiempos oscuros de represión brutal.

Algunos de entre la generación de mis padres, también tuvieron el privilegio de conocer rectores ilustrísimos y universidades brillantes. Ahí está iluminando todavía a muchos el ejemplo de Don. Miguel de Unamuno, defendiendo la dignidad de la Universidad de Salamanca de las sucias pezuñas de general fascista Millán Astray en 1936.

Recuerdos de viejo son todos estos relatos truncados, pero recuerdos con los que damos gracias a la vida, a una vida buena llena de sueños por alcanzar, que todavía no termina por milagro de este proceso que hoy vivimos los venezolanos y que a los viejos como yo nos ha devuelto juventud, fuerza y unos deseos inmensos de vivir los frutos de lo que algún día soñamos en los campos y calles de Nuestra América donde tantos y tantos camaradas quedaron generosamente sembrados.

Pero en estos días siento una gran tristeza, una lástima inmensa por todos esos jóvenes que han nacido viejos, por los niñitos bien de las manitas blancas que desfilan acompañados de la mucama, la niñera que les carga la pañalera y las compotas. Si García Lorca se alzara de su tumba y viera a estas piltrafas lamentables, repetiría aquellos versos famosos:

“Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos,

estan las viejas navajas tiritando bajo el polvo”

Y a usted, Sra. García –devuélvale el Arocha a papi- le digo que el título de rectora le queda grande. Ningún rector con dignidad hubiera llamado “trampa” a cualquier oportunidad de debatir ideas, sin importar el escenario. Por supuesto, siempre admitiendo que usted tuviera alguna idea que debatir fuera de su odio visceral, de sus prejuicios de clase, de su nepotismo crónico, de su inmensa pequeñez, de su mediocridad babosa.

Por si no lo sabía, Sra. García, Don Miguel de Unamuno defendió el claustro de la Universidad de Salamanca frente a unos generales que en ese momento estaban fusilando en España miles de gentes -un millón para ser más precisos-. Aún a riesgo de su propia vida, enrostró a Millán Astray con aquella frase lapidaria:

“Vencereis, pero no convencereis”

y el general en su rabia impotente, solo alcanzó a responder otra frase que ha quedado para la historia:

“¡Abajo la Inteligencia!...¿Viva la Muerte!”

Y se retiró con un gesto que hoy me recuerda el suyo de hace apenas tres días, no ya frente a un brillante hombre de letras como fue Don Miguel de Unamuno, sino frente a un bachiller que evidentemente, y para nuestro orgullo de bolivarianos, tiene mil luces mas que usted.

Pero si le buscamos un lado positivo a esta triste historia de mediocridad y cobardía, es alentador que el bachiller Moronta haya sabido encender las luces y vencer las sombras en la caverna oscura donde la Dra. García, con sus artes ocultas se dedica a dar vida a homúnculos como Ricardo Sanchez y su corte de los milagros.


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Pedro Calzada


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