En Venezuela hemos tenido dos visiones enfrentadas sobre el petróleo, una visión capitalista, como la manifiesta Arturo Uslar Prieti, que considera al petróleo como un capital, nuestro capital que se está agotando y que es necesario reinvertir exclusivamente en actividades productivas y que el gasto público debe cubrirse con los impuestos que se le cobra a la clase dominante. Por el contrario existe la visión populista que nos señala que el petróleo antes que todo debe servir para saciar las necesidades del pueblo venezolano: alimentación, educación, salud. Sin embargo ambas visiones han funcionado en Venezuela.
Desde que surge la industria petrolera en Venezuela y el Estado asume la responsabilidad de administrar los recursos correspondientes (impuestos y rentas) se generó toda una discusión sobre cuál debía ser el destino de los mismos. Anterior a julio de 1936, cuando en un editorial del diario “Ahora” Arturo Uslar Pietri utiliza por primera vez la consigna “Sembrar el Petróleo”, ya había un tratamiento exhaustivo de este tema.
Siguiendo los trabajos de Asdrúbal Baptista y Bernard Mommer (1987), evidenciamos como desde 1917 —años de las primeras exportaciones de petróleo— se escenificó una controversia entre el historiador, pero también hombre ligado a las finanzas y a la propiedad territorial, Vicente Lecuna y el recién nombrado Ministro de Fomento, Gumersindo Torres, ambos veían con buenos ojos los nuevos ingresos, pero mientras que el primero lucha por la participación de los terratenientes en la distribución de la renta, es decir la privatización de los ingresos petroleros por los propietarios del suelo, el segundo abogó por la propiedad absoluta del Estado nacional. Esta última tesis, que al final triunfó, se basaba en principios jurídicos prevalecientes desde la colonia y rectificados desde 1829 por Bolívar en la era republicana: el Estado es el único propietario de los bienes del subsuelo.
Arturo Uslar Pietri, al igual que Adriani, ve en el petróleo una riqueza efímera y de carácter destructiva que fomenta el parasitismo, pero a diferencia de éste percibe que su duración y su peso en la economía serán de más larga duración e importancia. Bajo una visión capitalista Uslar Pietri legitimó el uso productivo de la renta petrolera a través del gasto en inversiones y no el gasto corriente. Por ser el petróleo capital natural no renovable su único destino es 1a actividad productiva no petrolera, fomentando la participación privada.
Con el golpe de Estado de 1945 y la llegada al poder de Acción Democrática, la visión capitalista sin desaparecer da paso a una visión de corte populista—paternalista y proteccionista—. Según el nuevo gobierno no podía dársele un destino productivo al ingreso petrolero si antes no se le garantizaba los mínimos niveles de vida a la población; en salud, alimentación, vivienda educación, empleo y salario. El gasto social era prioritario y en el fondo la única forma de asegurar a posteriori la eficiencia del gasto en inversión.
En la práctica, ni se le dio solo un destino productivo a la renta a través del gasto de inversión ni tampoco se dedicó totalmente a satisfacer necesidades de carácter social: al mismo tiempo que se crean empleos, se aumentaron salarios, levantaron hospitales, centros educativos, planes habitacionales, subsidios alimenticios, entre otros, también se protegió la industria de la competencia internacional con altos aranceles aduaneros, se desarrolló una política crediticia de largo plazo y bajos intereses, se perdonaban deudas, se exoneraban de pagos arancelarios, la casi inexistencia de impuestos y se garantizaba infraestructura e insumos básicos. Así como la sociedad venezolana, en su modo de vida, no es la misma de 1936, tampoco el aparato productivo existente puede entenderse sin el fomento recibido por el Estado, durante el auge de 1os ingresos petroleros.
A mediado de los años sesenta, Uslar Pietri sigue manteniendo una visión más optimista sobre la oportunidad de darle una buena utilización a estos recursos —es decir la “siembra del petróleo”— Pérez Alfonzo toma desde este momento una posición más renuente, la imposibilidad de la siembra del petróleo: la indigestión económica.
Pérez Alfonzo llegó a la conclusión de que la siembra del petróleo era imposible, mientras que siguieras obteniendo ingresos sin producir, mientras siguiéramos obteniendo riquezas que nada tiene que ver con nuestra capacidad de producción, sino del aprovechamiento y especulación de la renta absoluta que cobramos por ser dueños del petróleo, que se estable en el diferencial entre el precio del costo del petróleo y el precio de venta.
En “Hundiéndonos en el Excremento del Diablo” (1976), Pérez Alfonzo advierte sobre los peligros que corría Venezuela ante la obtención de una renta petrolera, en forma tan rápida y abundante para la cual no estaba preparada, haciendo alusión a la tesis de la “ingestión económica”, que luego a nivel mundial se conocería como la “enfermedad holandesa”:
Venezuela marcha a la deriva. Nunca supimos bien hacia dónde queríamos o podíamos ir. Somos negligentes, inestables y contradictorios. Pero nunca habíamos sufrido una indigestión económica como la actual, y con la inundación de capital perdimos la cabeza. De este modo se multiplican al infinito los daños que nos hacemos, añadiéndose a los que dejamos nos causen otros aprovechadores. (Pérez Alfonzo: 1976, 44)
Pérez Alfonzo opina que la única forma de dejar de depender de la renta petrolera es cuando esta se termine, ya sea por agotamiento de nuestra reservas, que con los últimos descubrimientos de petróleo pesado contamos para 600 años, o porque surjan sustitutos del petróleo a nivel mundial, lo cual parece improbable en las próxima décadas y la otra es que nuestros propios gobernantes decidan racionalmente ir disminuyendo la producción petrolera, lo cual parece aún menos probable.
La llamada enfermedad holandesa proviene de que en los años sesenta del pasado siglo, como consecuencia de los grandes descubrimientos petroleros en el Mar del Norte, los Países Bajos experimentaron un brusco aumento de sus ingresos, provocando recalentamiento o indigestión económica. Sin embargo, como ya hemos visto, en Venezuela desde el inicio de la explotación petrolera, Adriani, Uslar Pietri, Pérez Alfonzo, entre otros, habían abordado ampliamente este tema.
La enfermedad Holandesa o recalentamiento de la economía, o indigestión económica por exceso de ingresos que nada tiene que ver con la producción y que aumentan violentamente la liquides monetaria de una economía de poca oferta de producción, puede relacionarse al ejemplo de quien de la noche a la mañana a través de un juego de azar se gana millones de bolívares que no han sido producto de su trabajo y como ha sido demostrado la mayoría lo gasta no lo invierte, lo que a los pocos años los colocas en peores condiciones que al principio.
Esto ha sucedido con deportistas, con quienes reciben herencias y lo que nos pasa tradicionalmente cuando recibimos un bono especial como trabajadores, que se gasta de inmediato en consumo y no en inversión y ahorro, como dicta la racionalidad capitalista. Igual sucede cuando tenemos un hijo que a los 25 años de edad ni trabaja ni estudia, pero que seguimos cobijando, alimentando y dándole todos los gustos, lo cual nos va a garantizar que tendremos un vago para toda la vida. En Venezuela se trabaja, no hay la menor duda, pero no hay ni producción ni cultura del trabajo, ni de la inversión ni del ahorro.
Humberto Trómpiz difiere de esta visión pesimista de la llamada “enfermedad holandesa o indigestión económica”, para él, este es un argumento utilizado por los “epígonos de la oligarquía venezolana y de las trasnacionales”, para liquidar la renta del suelo que Venezuela cobra por poner a la disposición del consumidor mundial su principal recurso energético:
... las empresas trasnacionales del mundo desarrollado vienen desarrollando una ofensiva tanto en lo teórico como en lo práctico-político para asegurarse la propiedad de los recursos del subsuelo del mundo periférico del capital. En consecuencia, la solución a semejante situación no puede ser otra que la apertura indiscriminada de la economía enferma, a las "bondades" de la inversión extranjera adelantada por el capital trasnacional. En tal sentido, Venezuela sólo superaría su mal holandés, poniendo a disposición del capital sus inmensos recursos minerales, sin cobrar renta del suelo alguna, a fin evitar, el "pernicioso" ingreso de petrodólares que tantos daños -según esta óptica- han producido al aparato económico nacional. En otras palabras, el subsuelo nacional debe declararse "patrimonio común de la humanidad". Esta argumentación unida a la idea emanada de Juan Pablo Pérez Alfonso, quien sostenía que el petróleo era el "estiércol del Diablo", sirvió a los políticos neoliberales venezolanos para imponerle a la nuestra sociedad su política de Apertura Petrolera, consistente en privilegiar la tasa de ganancia por encima del recurso natural en la explotación petrolera; proceso en el que el país estuvo a punto de perder su soberanía económica y política. (Trómpiz: 2012)
Estamos de acuerdo en los diversos argumentos y acciones que utiliza los intereses imperiales para controlar nuestros recursos, pero diferimos con Trompiz en dos aspectos fundamentales, primero no es cierto que Pérez Alfonzo pueda ser considerado como propiciador de la apertura petrolera y el entreguismo, por el contrario es uno de los máximos baluartes del nacionalismo y soberanía. Pero lo más importante es que no se tenga claro la naturaleza del capitalismo rentista. Trómpiz propone como antídoto de la enfermedad holandesa la comunalización de la renta petrolera:
…las anomalías que se le achacan a las economías rentistas son imputables al régimen del capital, o sea, si las leyes económicas imperantes están orientadas por la ley del valor, la producción de valores de cambio y la división del trabajo, resulta lógico que tales anormalidades se produzcan en las economía rentistas. En contrario, si se comenzase a edificar una sociedad bajo parámetros económicos anticapitalistas, donde impere la producción de valores de uso, la producción para cubrir necesidades humanas, la desaparición de la división del trabajo y un profundo respeto por la naturaleza; pudiéramos racionalmente erigir un aparato productivo autosustentable y liquidador de las vulnerabilidades económicas estratégicas ocasionadas por la enfermedad holandesa. Para logra tal cometido a los venezolanos no nos queda otro camino que Comunalizar nuestra formación social, proceso que debe estar apuntalado por una expropiación de la renta petrolera que actualmente reposa en poder del Estado liberal y ponerla bajo la tutela de la federación de comunas.
Si bien compartimos la imperiosa necesidad de la comunalización y la desaparición del estado liberal para dar paso a la sociedad socialista, es evidente que no se entiende la naturaleza del rentismo, como si todo se solucionara con que las comunas administraran la renta petrolera, como si al hacerlo comunal por igual no lo venderían- como cualquier mercancía- en el mercado energético mundial capitalista, explotando a través de la renta absoluta – diferencial entre costo y precio de venta-a los compradores y siendo, adicionalmente uno de los elementos más destructivos del ambiente y principal combustible del capitalismo mundial. Pero peor aún, en lo interno de la economía y la sociedad venezolana: ¿cómo contravenir, a través de la comunalización de la renta, los efectos perversos ya señalados del proceso de indigestión económica: dependencia, inflación, sobrevaluación de la moneda, corrupción, ineficiencia, parasitismo, etc.?
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