¿Se tiene un país? Ciertamente, se es. Pero hay riesgos cuando un país, no tanto nación, depende exclusivamente de un recurso, en este caso el petrolero. El país y la nación venezolanos viven de la extracción del petróleo y del dinero que le produce su venta. La riqueza mana hecha de la tierra, se envasa y se vende.
No hay mucha sorpresa ni mérito en ello. No hay casi despliegue de inteligencia, menos de creatividad. Andar por las calles del país o nación absorbiendo lo que el rédito petrolero rinde, a lo mejor sin sudar una gota mental o corporal, ha de figurarse un crimen, y ello sin aludir a caminantes que bajo malas administraciones no consiguen nada.
El venezolano no sabe un carajo de alimentos ni de producción. Tiende al parasitismo y a la desvergüenza de cultivar en el Estado una especie de pulgón petrolero que mana leche y pan y le abre el pico para meterle el bolo. Por ejemplo, el caraqueño no tiene idea siquiera de cómo crece una papa; habrá visto videos en la TV de plantitas que se levantan y abren al cielo hojas, pero lo que es una papa, más allá de un bocado servido en un plato, nada. Lo que con certeza sí sabe es el camino que conduce al mercado para comprarla.
Claro, no tiene por qué saberlo en términos prácticos, de siembra o cultivo. ¿Para qué si no vive en un campo para dedicarse a ello? Pero el hecho es que no lo sabe ni siquiera por cultura general porque la dimanación fresca de dinero del subsuelo venezolano lo castra y le dice que preocuparse por algo es una estupidez, como podrían estar entendiéndolos los auténticos y pocos hombres agrícolas. No requiere saberlo, podría murmurarse. Es un animal político de la capital del país, adoctrinado para vivir de la provincia y comer petróleo.
No es emprendedor, no produce; consume. Nota cómo las calles están llenas de cartón y papeles, y no es capaz de montar una empresa de reciclaje y contribuir con la riqueza de su país, con el fortalecimiento y supervivencia de su nación. Ejerce el parasitismo de lo más lindo, como niña revoloteando entre flores. Mira cómo la crisis le quita de su cabellera y piel el champú y jabón, respectivamente, y es incapaz de emprender la fabricación de ellos para su consumo o venta, tan fácil que es hacerlo, explicado hasta en la INTERNET; pero prefiere ir al mercado, no conseguir lo buscado y quejarse gritando para todos que el chorro de petróleo no lo ha alcanzado.
La lógica propone que si estás en un sitio centrado en consumir lo que producen otros (o ninguno, como la Tierra), justo es que produzcas algo, sea ya conocimiento, conciencia, cultura. Mas, como se dijo, ni una papa siquiera en términos mentales. No se hable del gobierno cuando, acostumbrado a mantener parásitos, se convierte en el parásito paradigmático cimiento del molde petrolero. Si éste por desgracia incurre en un ejercicio de inadecuada administración de la riqueza que, impunemente, le regala la tierra, expone a que el país parasítico concluya su existencia.
Porque es así como desaparece un país monoexistencial, una patria frágil no preparada para la supervivencia: cuando aquello de lo que depende, ajeno a su voluntad, se va a la porra, sea ya porque en el mercado baja de precio o nadie ya lo compra, o porque otro país viene y se lo arrebata, o sea ya porque el eterno 1% de la población se apropie de lo que debiera ser del 99. Resta imaginar a unos hormigueantes parásitos correr sin sentido alguno imaginando entonces papas que manan del subsuelo como consuelo.
Y se deshace el país, esa unidad territorial signada por un Estado y una cultura que, sin son petroleros, no hay razón para suponer que quede algo. A Venezuela se le quita el petróleo y lo único que le quedaría es la nacionalidad y con gran dificultad porque esa gente hermanada por una historia y origen comunes al no saber qué comer podría hasta practicar el canibalismo. Naciones hay que vagan sobre la corteza terrestre sin país, supuesto que hasta eso pierda el venezolano al esfumarse (por las razones que fueren) su maná único del cielo. Hormigas que chocan unas con otras en busca del imaginario pan sería ese gentío acuartelado en ciudades abriendo el pico para que también un imaginario gobierno lo alimente. Gobierno que, al ser de petróleo, sería inexistente. Si no hay petróleo en el país de los hombres de petróleo, no hay gobierno, Estado ni país, aunque, ¡eso sí!, la nación venezolana sería difícilmente olvidada como un pueblo que en un tiempo genésico promovió la utopía libertaria de la independencia en los planos necesarios para una existencia digna.